El pasado viernes 1 de noviembre fallecía a los 93 años Juan José Sebreli. Fue uno de los integrantes de la revista Contorno en la década del cincuenta, siendo el más fiel exponente de una corriente intelectual hegeliano marxista dentro de dicho mensuario, con una impronta sartreana muy marcada. A partir de allí tuvo una más que prolífica producción. Paradoja de la vida, sin renegar completamente de aquella adscripción filosófica intelectual, terminó en posiciones reaccionarias que le valieron distinciones honoríficas del macrismo más rancio.
Quizás para las nuevas generaciones, Sebreli fue aquel personaje que, en plena pandemia, se negaba a usar barbijo y en varios programas de TN despotricaba contra la “infectadura” y la atribuía a una conspiración universal que intentaba cercenar todas nuestras libertades individuales. Pero ése no fue el único Sebreli.
Nacido en 1930 en el barrio de Constitución se crió en medio de la época del conturbenio conservador y vivió en su adolescencia el surgimiento del primer peronismo (esto lo muestra muy bien en uno de sus mejores libros: El tiempo de una vida de 2005). Voraz lector como era y amante fervoroso del cine “los tiempos de Perón Y Evita” los vivió entre las contradicciones que aquel movimiento le planteaba y el estudio sesudo de Hegel, Marx y Sartre fundamentalmente (asistió a uno de los cursos que el trotskista Héctor Raurich dictaba en el Tortoni)[1].
Un autor lo llevaba a otro y de esa manera Henri Lefevbre, Jean Hyppolite, George Lukacs, Alexander Kojeve y Tran Duc Thao (de estos dos últimos Sebreli realizaría traducciones al castellano), por nombrar sólo algunos, eran devorados por él. Llegó a cartearse y visitar en París a Sartre y su esposa Simone de Beauvoir.
Cuando ingresa a Contorno a mediados de los cincuenta, en dicha revista dirigida por los hermanos Viñas, trabará fuerte amistad con Oscar Masotta y Carlos Correas que, de alguna manera, pero con distintas inquietudes intelectuales, veían en Sebreli un excelente divulgador de la dialéctica hegeliano marxista sartreana. El peronismo y cómo se posiciona la intelectualidad de izquierda ante él, es un tema de debate polémico en la revista. Sebreli toma una postura “filo peronista” y en especial por la figura de Eva (los escritos de su amado Sartre sobre Jean Genet influenciarían en este encantamiento), posición de la cual años más tarde renegaría aduciendo que ese peronismo suyo era también “un deseo imaginario”. Con ese título escribiría un ensayo en plena campaña electoral de 1983 lo que para muchos era una apuesta por la candidatura de Alfonsín. [2]
En 1960 aparecía su primer libro: Ezequiel Martinez Estada, una rebelión inútil en donde practicaba una esgrima verbal muy fuerte contra el autor de “Radiografía de la Pampa”. Sebreli comenzaba a esbozar su estilo punzante, agudo y con una base filosófica importante. A éste siguieron otros como el muy celebrado Buenos Aires vida cotidiana y alienación (la sociología de la vida cotidiana y el estudio de los hábitos de las ciudades lo fascinaba, H. Lefevbre mediante, nos animamos a decir), Mar del Plata, ocio represivo y el ya citado sobre Eva Perón van conformando su corpus escrito. Aún en esta etapa, en donde están los que pensamos son sus mejores trabajos (1960-1976 con el agregado de El asedio a la modernidad que es de 1991), se observa en dicha producción cierto unilateralismo en su mirada crítica, recaídas en amalgamas y juicios sumarios que ensombrecen el conjunto. El propio Sebreli advertía en uno de sus prólogos el riesgo de caer en dichas falencias, pero sin demasiado éxito, creemos.
En los años 1970 fue el creador y uno de los fundadores del Frente de Liberación Homosexual junto a Manuel Puig, Néstor Perlongher, Blas Matamoro y Héctor Anabitarte, la primera de su tipo en la Argentina. En eso también fue un precursor.[3] A fines de 1975, en paralelo a la expulsión del país de López Rega y en el principio del ocaso de las corrientes de izquierda peronista y foquista, publica el que consideramos su mejor trabajo: Tercer Mundo, mito burgués. El estilo caustico se mantiene junto a un exhaustivo repaso de la propia historia del marxismo del siglo XX (aquí tanto Lenin como Trotsky son reivindicados), se “demuelen” las posturas de la izquierda hegemónica del período y en un capítulo dedicado a Cuba, ejerce una crítica mordaz, pero no pro imperialista sobre la misma, y como una especie de pionero en estos lares (si bien nos es una postura que compartamos), caracteriza al estado cubano como “capitalismo de estado” y no como un estado obrero o un “socialismo real”.
Durante la dictadura, entre 1977 y 1982, dictó varios cursos semi clandestinos en su domicilio, como recuerda en estos días el historiador Horacio Tarcus, asistente a varios de ellos: “El dictado y la asistencia eran más formales de lo que uno en principio podía imaginar. Las materias tituladas Teoría de la Historia, La Lógica de Hegel e Historia del arte moderno eran presentadas en un programa que indicaba los temas a tratar y la bibliografía general. Se cursaba una vez a la semana, entre marzo y diciembre. Las clases comenzaban a las 17 horas, pero para no despertar sospechas de porteros ni vecinos en tiempos en que toda reunión era peligrosa, los alumnos debíamos llegar de dos en dos, cada cinco minutos. Una vez que nos abría la puerta, Juan José se ubicaba detrás de su escritorio, leyendo con énfasis sus apuntes escritos y sobreescritos, iluminado escenográficamente por una lámpara. Los alumnos nos sentábamos en unos sillones dispuestos en círculos frente al escritorio. Detrás de Sebreli, por fuera del cono de luz, se vislumbraba La rendición de Breda de Velázquez. La exposición duraba alrededor de 40 minutos, después seguían preguntas y, a menudo, acaloradas polémicas que Sebreli disfrutaba especialmente. Salíamos del departamento de la calle Juncal de dos en dos, aproximadamente a las 19 hs. No menos de 50 alumnos pasamos durante esos años por su casa”.
Luego del Mundial de fútbol de 1978 y en un papel que lo fascinaba: el de outsider y crítico de todo lo que se vincule con lo “popular”, logra que le publiquen en una edición relativamente pequeña su Futbol y masas, en donde los vicios que señalábamos antes son mucho más recurrentes.[4] Lo mismo acontecerá con el ya mencionado Los deseos imaginarios del peronismo, que paradójicamente, va a ser fuertemente criticado a los meses de su aparición por uno de sus ex alumnos, el citado Horacio Tarcus.
A comienzos de los 90 empieza tibiamente su giro a una socialdemocracia con sesgos kantianos y en lo económico, filo keynesiana. El asedio a la modernidad es todavía hoy un trabajo pionero en las críticas al pos modernismo y todos sus tics. La influencia reconocida de Habermas y Marshall Berman entre otros, es clara. Criticar a la razón instrumental no significa arrojar al bebé con el agua sucia. La razón hegeliana (y marxiana) es superadora del iluminismo en un aufheben que, como sabemos, anula y conserva en otro nivel lo que se propone superar.
El vacilar de las cosas, texto de 1994, comienza con una especie de esquema o decálogo taxativo: la vieja izquierda y la mala izquierda. En ese comienzo pareciera haber un rescate aggiornado de su Tercer mundo… El resto de la obra entra en una serie de lugares comunes, impropios del Sebreli de tiempo atrás: Lenin dictador, la revolución bolchevique un mero putch palaciego, Trotsky un admirador in toto de los bonapartismos sui generis. Se abjura calificando como un verdadero “mito” el rol central que tiene el proletariado en un cambio estructural de fondo y universal. El sujeto capaz de una transformación, menos pretenciosa eso sí, sería una nueva tecnocracia que surgía junto a la irrupción de una nueva fase de revolución tecnológica.
No profundizaremos en sus trabajos posteriores: liberalismo de izquierda enmarcado en un desiderátum de “paz perpetua kantiana” que culminará en la práctica con el apoyo a Cambiemos en 2015 y al mileísmo en el balotage del año pasado, una especie de tenebrosa conclusión lógica de aquel gradual corrimiento a la derecha. Aquel “evitismo” de los sesenta devendrá un gorilismo extremo sin beneficio de inventario alguno (Fernando Iglesias el cavernícola diputado de la ultra derecha, llegará a decir que “él habla por Sebreli cuando a historia y política argentina se refiere). La excepción en este nefasto período de su producción escrita son su autobiografía de 2005 y los Cuadernos citados en las Notas.
Preferimos entonces, como aconsejaba Borges (de paso digamos, sobre éste también escribió Sebreli una crítica, que por momentos roza algunos lugares comunes, incluso del nacionalismo populista que tanto detestaba), debemos recordar de un autor, sus mejores páginas, pues son esas las que quedan. Del Sebreli que rescatamos aquí, una de ésas, fue ésta de su Tercer mundo, mito burgués:
El problema está en saber quién es el sujeto histórico, en quien se encarna el universal concreto (…) La lucha revolucionaria del proletariado tiene como fin la realización de la esencia humana, que es la libertad. Su fin es universal, del hombre, y no particular, de su clase, porque al liberarse a sí mismo libera al mismo tiempo a la clase burguesa, que también ha perdido su esencia humana por su condición de clase opresora. Por tratarse del proletariado, de una clase universal, su propia subjetividad es universal y por lo tanto objetiva (…) Porque sólo él está totalmente excluido de la sociedad vigente, puede proponerse la transformación total de esa sociedad para conquistar la unidad y lo totalidad del hombre.
[1] De aquellos cursos y lecturas de Marx, recuerda que “el joven trotskista Jorge Abelardo Ramos le preguntó a Héctor Raurich cuánto tiempo lleva leer El Capital. La respuesta fue abierta: había dos modos de leerlo, uno llevaría un mes; el otro, toda la vida. No se sabe por cuál de los dos métodos optó Ramos”, remata con brillante ironía. Dicha anécdota se encuentra en un libro que es una hermosa miscelánea de su vida y de la sociedad porteña: Cuadernos de 2010
[2] En una charla informal que tuvimos oportunidad de mantener con él en su icónico Bar El Olmo de la Avda Santa Fé y Pueyrredón, recordaba que luego de la publicación de su Eva Perón, aventurera o militante de 1966, John William Cocke y Jauretche lo visitaban en su casa y se declaraban “admiradores” de dicha obra. De paso decimos, esas charlas con Sebreli (y un poco era esa la intención) servían también para tener un testimonio vivo de los avatares de la izquierda política y cultural argentina de gran parte del siglo XX.
[3] Si obviamos los comentarios políticos del mismo, el que termina siendo su último libro Entre Buenos Aires y Madrid, diálogos Sebreli Matamoro”, constituye un hermoso fresco de cincuenta años de la vida de la ciudad, su entorno artístico y las peripecias que tuvieron que afrontar los homosexuales durante dichas décadas.
[4] Este libro tuvo una reedición una década más tarde y hasta en más de un programa deportivo se lo invitaba a Sebreli (quien concurría gustoso) a modo de “rara avis” a despotricar contra el futbol y Maradona. Esa postura era siempre recordada y utilizada para burlarse de la misma en forma muy sardónica por el Negro Fontanarrosa cuando ponía en boca del Yaya Serenelli comentarios sesudo disparatados sobre diversos partidos de futbol y sus incidencias.