Sería un error dar una definicion unilateral del actual ciclo mundial que perdiera de vista que, más allá de las dificultades, vivimos un reinicio de la experiencia histórica de los explotados y oprimidos. El ciclo internacional está abierto. Sería un error cristalizar un proceso que no lo está, que supone un combate. Cuando le hablamos a la militancia, le hablamos a compañeros y compañeras que militan, que luchan. Y si uno se pone a llorar con la “derrota”, el retroceso, el giro a la derecha, no arma una corriente de luchadores: arma un club de llorones y lloronas. Porque toda lectura militante es interesada.

Si perdemos de vista los puntos de apoyo para pelear, si damos por cerrados procesos que están abiertos, desarmamos o justificamos cualquier cosa (lo más común es toda variedad de posibilismos), porque se habría “cerrado” la época revolucionaria. Así no se construye nada; se cae en el liquidacionismo.

El mundo está hoy en un movimiento infernal. No hay relación sociopolítica, geopolítica o social que no esté fluctuando, que esté solidificada: no hay nada cristalizado. No hay fenómeno o acontecimiento desencadenado: está todo desencadenándose: “La ‘fluidez’ es la cualidad de los líquidos y los gases (…), este continuo e irrecuperable cambio de posición (…) constituye un flujo (…). Hasta aquí lo que dice la Encyclopaedia Britannica, en una entrada que apuesta a explicar la ‘fluidez’ como una metáfora regente de la etapa actual de la era moderna”, nos dice Zygmunt Bauman en el prólogo a su famoso libro Modernidad líquida, atrapando un elemento de actualidad.

Se vive una acumulación de contradicciones. Nada está desencadenado; todo está desencadenándose. ¿Y cómo se hace para atrapar esa circunstancia en una definición dialéctica, dinámica? Veamos: “La arena más fluida en el sistema-mundo moderno, que está en crisis estructural, es posiblemente la arena geopolítica. Ningún país llega, ni de cerca, a dominar esta arena. El último poder hegemónico, Estados Unidos, ha actuado durante mucho tiempo como un gigante indefenso. Puede destruir, pero no controlar la situación. Aún proclama reglas esperando que el resto [de los países] las cumplan, pero puede ser y es ignorado” (I. Wallerstein).

En muchos países las relaciones de fuerzas no están resueltas. En la Argentina, Francia e incluso Brasil, las relaciones de fuerzas siguen abiertas. Por ejemplo, la Argentina está ahora ante una nueva prueba de fuerzas con el ajuste brutal del FMI. Y en Francia pasa algo similar con el intento de Macron de liquidar el convenio ferroviario. En Brasil se vive una coyuntura reaccionaria, pero la reforma jubilatoria no pasó y el paro camionero introdujo una fuerte crisis en el gobierno de Temer.

La “bipolaridad” que venimos identificando, los fenómenos que rebotan a derecha e izquierda, atrapan una tendencia profunda que permite comprender mejor el mundo. Se trata de una definición más dialéctica que si afirmáramos solamente el “giro a la derecha”, o si definiéramos que “todo va para adelante”, como hacen las corrientes objetivistas. Atrapa una dialéctica de los acontecimientos que tiene su paradoja también, el hecho que nada se estabilice del todo, aunque no resuelva por sí misma la crisis de alternativas subsistente, que sigue siendo una grave hipoteca para los desarrollos.

Un análisis que no capte las tendencias y contratendencias de la actual coyuntura mundial fallaría por la base. Las coyunturas se hacen de temporalidades variadas; son una suma, una resultante particular, específica, momentánea, de muchas temporalidades superpuestas. El marxismo opera con varias escalas de tiempo combinadas. No es cuestión de una apreciación mecánica del “tiempo político”, sino de entender cómo se combinan las dimensiones temporales y espaciales, cómo se combinan los distintos planos de las relaciones de fuerza, desde las más históricas a las más coyunturales; cómo opera en cada caso concreto una síntesis de éstas (cf. nuestro Ciencia y arte de la politica revolucionaria).

A modo de ejemplo, volvamos sobre la extrema derecha en Europa oriental. Su proyecto nacionalista estaba vinculado al fascismo, pero se hundió con ´rste. Sin embargo, la degeneración stalinista alimentó sus raíces populares tanto con los horrores de los años 30 (la hambruna en Ucrania que costara la vida a 6 millones de campesinos, por ejemplo), como durante su dominio sobre estos países en la segunda posguerra.

Se superpone en ellos, entonces, una temporalidad que viene de esta experiencia histórica con otra que se forja hoy, contemporáneamente, en la vivencia del capitalismo neoliberal, dando como resultante el ascenso de estas formaciones “antiliberales” y “anticomunistas” de extrema derecha. Porque en estos países, si se quiere, el agujero negro de la crisis de alternativas es más profundo y dramático que en otros.

Se trata de una temporalidad larga vinculada a los desastres del Estado burocrático. Una temporalidad presente en la actual situación mundial, en muchos lugares. Por ejemplo, en Hong Kong con los movimientos nativistas antichinos. En este caso, subproducto de la degeneración burocrática de una revolución anticapitalista real.

En América Latina está la crisis de Cuba y la hipoteca que va a configurar Venezuela seguramente. Sin embargo, no se trata de una hipoteca que vaya a tener una profundidad similar, porque la vivencia de la degeneración burocrática fue generalizada en Europa oriental, la ex URSS y China. No obstante, cuidado con menospreciar los efectos adversos que está teniendo la bancarrota del chavismo: “Este discurso [sobre la catástrofe del chavismo y Maduro] ha calado muy hondo en grandes sectores sociales [de Colombia], la clase media e incluso en sectores más bajos económicamente, que temen que un gobierno diferente al autoritario y ‘defensor de las buenas costumbres’ [tipo Uribe] les expropie sus pocos enseres” (“Colombia. Las elecciones presidenciales”, John Castellanos, www.socialismo-o-barbarie.org).

Se combinan temporalidades distintas, tendencias y contratendencias. Pero el abordaje escéptico sólo ve las tendencias adversas y no logra descubrir las contratendencias dinámicas; la inmensa riqueza del actual despertar de los explotados y oprimidos. Son contratendencias en varios órdenes. El surgimiento de una nueva clase obrera masiva en vastas partes del globo es una de ellas. La aparición de una nueva clase obrera como factor material no se traduce, mecánicamente, en una “clase para sí” con conciencia y organización independiente, como estableciera clásicamente Marx. Pero una clase obrera con 200 o 300 millones (China) plantea una potencialidad estratégica. Hay que ser materialistas: la experiencia, a través de mil y un caminos, forja, puede forjar, la conciencia.

China es una paradoja tremenda, una revolución anticapitalista que crea las condiciones de un éxito capitalista. Una de las cuestiones más apasionantes hoy en China es la recreación de un proletariado universal. No existe creación mayor de un proletariado a comienzos de este siglo XXI. Aquí se podrán sumar luego otros países como India e, incluso, un continente que se anticipa va a concentrar un proletariado descomunal, África. Pero hoy ese desarrollo pasa centralmente por China

La dinámica de la acumulación capitalista recrea un proletariado que es imposible que sea, en términos históricos, un autómata. Son trabajadores que viven, sufren, pelean, van acumulando experiencias, sacando conclusiones. “Todo ser humano es filósofo”, decía agudamente Gramsci. Es decir, va haciéndose una composición de lugar. Y ésa es la base material del reinicio de la experiencia que estamos viviendo. Porque se trata de seres humanos que luchan, que empiezan a evaluar críticamente sus condiciones de existencia.

Y son cientos de millones, lo que es un problema estratégico de magnitud: “Nuestro foco es la creación de una clase obrera china en un régimen laboral de dormitorio. La enormemente concentrada naturaleza de la espacialidad del trabajo y la residencia se tranforma en un campo de batalla para luchar por sus derechos” (Jenny Chan y Ngai Pun, “The Spatial Politics of Labor in China: Life, Labor, and a New Generation of Migrants Workers”, www.reserchgate.net).

Perder de vista estas potencialidades sólo puede llevar a una recaída en análisis derrotistas: “Lo más que obvio es que los y las revolucionarias no nos encontramos en un momento de optimismo. Lo que queda del movimiento obrero no se encuentra a la ofensiva revolucionaria, sino más bien en una posición de defensismo brutal tras décadas de derrotas. Las experiencias sobran, pero se han traducido en lecciones negativas para las clases populares, no en avances de conciencia y organización” (Ernesto M. Díaz, en Viento Sur).

¿Ninguna acumulación de experiencias? ¿Sólo enseñanzas negativas? Se trata de un abordaje unilateral, derrotista, justificador de las orientaciones oportunistas que hacen parte de la mayoría de la IV mandelista; un abordaje equivocado y completamente ciego a la acumulación de experiencias que ha comenzado en las últimas décadas, que seexpresa en las tendencias a la rebelión popular. La tarea que tenemos por delante es la contraria: recrear una comprensión del mundo que sirva para pelear. 

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