A seis meses

Seis claves para entender la invasión a Gaza y las perspectivas de la lucha palestina por su liberación nacional

El 7 de marzo se cumplieron seis meses desde que Hamas realizó su incursión en los territorios ocupados por el Estado colonial y racista de Israel. Ese fue el detonante para una nueva agresión militar del ejército sionista contra la Franja de Gaza, pero en esta ocasión a una escala mayor, pues dio paso a una operación de limpieza étnica y genocidio.

El 7 de marzo se cumplieron seis meses desde que Hamás realizó su incursión en los territorios ocupados por el Estado colonial y racista de Israel. Ese fue el detonante para una nueva agresión militar del ejército sionista contra la Franja de Gaza, pero en esta ocasión a una escala mayor, pues dio paso a una operación de limpieza étnica y genocidio.

Al momento de escribir este artículo, son más de 33 mil las víctimas causadas por los brutales ataques de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), de las cuales un 70% son mujeres y niños. Además, el gobierno de ultraderecha encabezado por Benjamín Netanyahu, no desiste de sus planes para invadir la ciudad de Rafah, donde se aglomeran 1,5 millones de personas (en su enorme mayoría refugiados internos por la invasión militar) y, en consecuencia, daría paso a la masacre de cientos o miles de personas.

Por otra parte, el repudio contra la barbarie sionista no dejó de crecer en los últimos meses. Muestra de ello, es el enorme movimiento de masas en solidaridad con Palestina que surgió a nivel internacional; un fenómeno sumamente progresivo que contrarrestó la narrativa que atizaron los sionistas y sus aliados imperialistas para “legitimar” la invasión a Gaza: desplazó el debate público del falso derecho de Israel a la “autodefensa” y lo llevó hacia el cuestionamiento de la barbarie del gobierno de Netanyahu.

En este artículo explicaremos algunos elementos medulares para comprender el momento actual de la invasión a Gaza, así como las perspectivas políticas que plantea para la lucha por la liberación del pueblo palestino. Además, este texto también refleja las discusiones que desarrollamos en la XIX Conferencia Internacional de la Corriente Socialismo o Barbarie, realizada presencialmente en Buenos Aires, Argentina, el pasado mes de febrero.

1- Las causas que explican el ataque del 7 de octubre

El ataque que perpetuó Hamás no surgió de la nada. Por el contrario, es una acción que se enmarca en la lucha del pueblo palestino contra la opresión colonial a la que están sometidos por el sionismo desde hace más de setenta y cinco años. Esto es importante decirlo, porque ver los hechos del 7 de octubre como un evento aislado y sin historia, es un abordaje funcional al relato maniqueísta promovido por el sionismo y los medios de comunicación imperialistas, cuyo fin es presentar a la resistencia palestina como “animales humanos”, tal como lo expresó en su momento el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant.

Por esto mismo, lo primero es tratar de comprender –no justificar in toto, luego lo veremos- ¿por qué Hamás, en unión con otras facciones de la resistencia palestina, realizaron una acción de tal magnitud, a sabiendas de que la respuesta de Israel sería brutal?[1]

Empecemos por las causas más inmediatas. Primeramente, están las constantes provocaciones por parte de las autoridades sionistas en la Mezquita de Al-Aqsa. Este es un importante centro religioso musulmán ubicado en Jerusalén Este, territorio que está ocupado por Israel desde la guerra de 1967.

Debido a eso, dicha mezquita se transformó en un foco de conflictos entre la población árabe y las fuerzas de ocupación. La razón es sencilla: para la ultraderecha sionista es importante obstruir el libre acceso de los musulmanes a este lugar ceremonial, lo cual interpretan como una afirmación de su “soberanía” por derecho divino sobre los territorios de la Palestina histórica. Por ejemplo, en abril de 2023, la policía israelí invadió el lugar lanzando granadas de aturdimiento y balas de gomas. Más chocante aún, en julio de ese mismo año el ministro de Seguridad Nacional de Israel, Itamar Ben-Gvir, realizó una “visita” al lugar, una acción que fue considerada por la población musulmana como una provocación, dado que es un reconocido líder de la ultraderecha supremacista sionista.

Otra causa fue la continua expansión de los asentamientos coloniales en Cisjordania. Actualmente, se calcula que hay más de 700 mil colonos en asentamiento ilegales sobre el territorio palestino. La denominación de “colonos” esconde su verdadera naturaleza; esto es, son milicias paramilitares fuertemente armadas por Israel y con protección del ejército. Sus ataques contra los pobladores palestinos son bien conocidos, pues hacen parte del modus operandi para adueñarse de sus terrenos. De acuerdo a las Naciones Unidas, desde 2022 más de mil palestinos fueron obligados a dejar sus casas en Cisjordania ante el asedio de los colonos y, solamente en 2023, el ejército sionista asesinó a 522 palestinos en Cisjordania, siendo que 313 casos se produjeron entre el 7 de octubre y fines de diciembre.

Asimismo, hay que considerar el aislamiento en que estaba sumida la lucha palestina en los últimos años. Por un lado, la guerra en Ucrania fue el hecho central de los debates y noticias internacionales hasta que se produjo la incursión de Hamás. Pero, además, gracias a los llamados “Acuerdos de Abram” auspiciados por el imperialismo estadounidense, el Estado de Israel estableció relaciones diplomáticas con Bahréin, Emiratos Árabes, Marruecos y Sudán entre 2020 y 2021. Eso significa que, tras la firma del acuerdo, dichos países reconocen la existencia del Estado de Israel.

También, en 2023 Netanyahu declaró que estaba a punto de sumar al acuerdo a Arabia Saudita, una de las principales potencias regionales y epicentro del islam sunita, lo cual hubiera significado un golpe político y simbólico para la causa palestina, porque pasaría a ser un tema minoritario entre los países del llamado “Mundo árabe e islámico” (mayoritariamente distribuidos entre Asia y África)[2].

Tras el comienzo de la invasión militar en Gaza, Arabia Saudita suspendió la firma del acuerdo con Israel y, dado el grado de brutalidad genocida, va a ser difícil para la monarquía saudita justificar ante su población el regreso de las negociaciones con el sionismo.

Por último, pero no menos importante, tenemos que recordar las asfixiantes condiciones de vida dentro de la Franja de Gaza. Este territorio consta de 41 kilómetros de largo y 10 de ancho, lo cual suma unos 360 km². Su población es de aproximadamente 2,3 millones de personas y, por consiguiente, es una de las zonas con mayor densidad poblacional del mundo. Para hacer una comparación, Londres tiene una densidad poblacional de 5.700 personas por kilómetro cuadrado, mientras que en la ciudad de Gaza la cifra es mayor a 9 mil.

Tras el triunfo de Hamás en las elecciones de 2005, Israel decretó un bloqueo terrestre, aéreo y marítimo sobre Gaza a partir de 2007 (con el vergonzoso apoyo de Egipto). Eso generó terribles condiciones de vida y descomposición social para los gazatíes en los últimos 16 años, con una tasa de desempleo superior al 40% o porcentajes de pobreza e inseguridad alimentaria que afectan a más del 60% de la población. Esos datos son previos al inicio de la invasión militar, por lo que no dan cuenta de las terribles condiciones actuales tras seis meses de brutales ataques por parte del ejército israelí.

A lo anterior, es preciso añadir que la mitad de la población de Gaza está constituida por menores de 19 años, los cuales están condenados a sobrellevar una existencia de miseria y sin ninguna perspectiva de mejora socioeconómica o de acceso al mundo exterior en el futuro, a menos que acaben con la asfixiante opresión colonial ejercida por Israel y rompan las cadenas que los atan a sobrevivir en la “mayor prisión a cielo abierto” del planeta.

En vista de todo lo anterior, está claro que los ataques del 7 de octubre fueron una respuesta desesperada ante las terribles condiciones de vida de millones de palestinos bajo la ocupación colonial y racista del sionismo. Se trató de un mix complejo entre acción militar legítima de autodefensa y elementos de terrorismo que no compartimos (no compartimos el asesinato impune de civiles; una acción que generalmente se vuelve contra la legítima causa misma de la que se trate además de no ser un método parte del arsenal de la clase obrera), pero que fue un error de muchas corrientes revolucionarias condenarlo sin más sin apreciar estas contradicciones –el carácter contradictorio mismo de esta acción.

Por lo anterior, comprender no es sinónimo de apoyar políticamente a la dirección de Hamas.[3] Como expusimos en otros textos de nuestra corriente, es necesario distinguir entre el carácter progresivo de una lucha y sus direcciones políticas.[4] En este caso, defendemos incondicionalmente la lucha palestina contra la ocupación sionista, pero nos diferenciamos política y tácticamente de Hamás, una organización que combina operaciones militares legítimas contra la ocupación colonial sionista (destruir instalaciones militares, secuestrar o asesinar soldados sionistas o colonos paramilitares, etc), pero que también aplica métodos propios del terrorismo islámico que no defendemos desde el socialismo revolucionario.

Asimismo, nuestra estrategia es acabar con el Estado colonial y racista de Israel por medio de la lucha de clases (en Palestina y a nivel internacional), con el objetivo de construir una Palestina laica, democrática, no racista y socialista, donde puedan convivir en paz las personas de todas las denominaciones religiosas. En ese marco, concebimos la lucha armada como un método auxiliar y nunca como el centro de nuestra política. Hamás, por el contrario, quiere fundar un Estado nacional de carácter burgués e islámico, a partir de librar una lucha armada entre aparatos militares y sin apelar al desarrollo de acciones del movimiento de masas.

2- Una operación de limpieza étnica y genocida

Desde que Hamás asumió el gobierno en la Franja de Gaza en 2005, Israel realizó varias incursiones militares, ya fuera con bombardeos aéreos o con incursiones terrestres. Pero en esta ocasión, la agresión presenta una escala cualitativamente superior en cuanto a su agresividad y por sus objetivos.

En realidad, lo que está en curso es una operación de limpieza étnica y un genocidio. La primera consiste en el desplazamiento forzado o eliminación de un grupo étnico de un territorio específico. Además, está acompañada de la destrucción deliberada de sus evidencias físicas o culturales; por ejemplo, la demolición de infraestructura civil (casas, hospitales, universidades, centros culturales) y la profanación de monumentos, cementerios y lugares sagrados[5].  Con relación al genocidio, se define como el asesinado intencional de una parte o la totalidad de un grupo étnico, religioso o nacional.

Evidentemente, las autoridades sionistas nunca van a aceptar que esos sean sus fines, pero están implícitos en los objetivos públicos de la invasión de Gaza. Por ejemplo, en reiteradas ocasiones Netanyahu declaró que la operación militar terminaría hasta destruir totalmente a Hamás. ¡Pero se trata de una organización político-militar que cuenta con un apoyo de masas entre la población gazatí, la cual gobierna ese territorio desde hace casi veinte años! La única manera de exterminar una organización con tal arraigo social y territorial, es eliminando al conjunto de la población palestina (una suerte de “solución final” al estilo nazi de los palestinos). En otras palabras, el sionismo cambió la etiqueta de “palestino” por “combatiente de Hamás” para forzar el desplazamiento y exterminio en grande escala de la población gazatí[6].

Amparándose en ese objetivo, el gobierno sionista “justifica” la sistemática destrucción de hospitales, universidades y la mayoría de residencias en Gaza, pues alegan que están trabando combates con milicianos escondidos en las instalaciones civiles (eso arguyeron tras dejar en ruinas el Hospital de Al Shifa, el “corazón” del sistema de salud de Gaza).

También, es el principal argumento que esgrime Netanyahu para “legitimar” sus planes de atacar Rafah. En esta ciudad se aglomeran 1,5 millones de personas, en su enorme mayoría refugiados internos del norte y el centro de Gaza que, tras el inicio de los ataques israelíes, huyeron hacia el sur porque los sionistas declararon que era una zona segura. Obviamente, fue una mentira colosal, pero durante meses sirvió para hacer pasar como una prevención “humanitaria” el desplazamiento forzado de más de un millón de palestinos y, además, facilitó la destrucción de sus lugares de residencia.

Al momento de escribir este artículo, el gobierno sionista está a punto de lanzar lo que parece será una ofensiva de gran escala contra Rafah, desencadenando la masacre de cientos o miles de “combatientes de Hamás”. Ante la presión internacional contra esta operación, Israel asegura que va crear “islas humanitarias” para relocalizar a la población civil de Rafah en espacios seguros, pero ¿cómo pueden concentrar 1,5 millones de seres humanos en condiciones dignas y en tan poco tiempo? Además, ¿qué credibilidad tiene Israel para garantizar ese operativo “humanitario” a gran escala, después de que asesinara por “accidente” a los siete miembros de la ONG “World Central Kitchen” que, previamente, habían coordinado su ingreso y desplazamiento por Gaza con el ejército israelí?

Otra prueba de la limpieza étnica es la campaña de ataques sistemáticos del gobierno israelí contra la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA por sus siglas en inglés). Esta agencia atiende a seis millones de palestinos -casi la cuarta parte de refugiados del mundo- diseminados en varios territorios y países de Medio Oriente. Hace unos meses, Israel “denunció” que esta agencia estaba infiltrada por militantes de Hamás y, como prueba, aportó el nombre de doce funcionarios (de un total de tres mil). A partir de eso, varias de las principales potencias retiraron su financiamiento de la UNRWA, con lo cual dejaron en vilo su funcionamiento actual y su continuidad en el futuro próximo.

Israel hizo pública esta denuncia contra la UNRWA en enero, pocas semanas después de que fuera acusado por genocidio ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) por parte de Sudáfrica. Tuvo cierto éxito mediático al lanzar una “cortina de humo” para desviar la atención y, mucho más importante, deslegitimar políticamente los testimonios de funcionarios de la UNRWA que puedan ser utilizados por la CIJ para evaluar el caso. Pero sus motivaciones son más profundas: el objetivo primordial es destruir el único organismo que consolida internacionalmente el estatuto jurídico de los refugiados palestinos, con el cual adquieren el “derecho al retorno” estipulado en la Resolución 194 de la Asamblea General de las Nacional Unidas (Ver El objetivo final de Israel no es la UNRWA sino el Derecho al Retorno).

Por otra parte, es importante recordar que la UNRWA fue constituida el 08 de diciembre de 1949 como un “órgano subsidiario” de la Asamblea General de las Naciones Unidas, cuya existencia sería temporal hasta lograr una “solución justa y duradera” para los refugiados que habitaban Palestina entre junio de 1946 y mayo de 1948, lo cuales fueron desplazados de sus lugares de residencia por el “conflicto árabe-israelí de 1948” (esa es la denominación de Naciones Unidas, en nuestro caso preferimos decir las cosas como son: desplazados por la creación ilegítima del Estado colonial y racista de Israel).

Así, es claro que la disolución de la URWA hace parte del operativo de limpieza étnica del sionismo, pues suprime el derecho al retorno de los refugiados palestinos y sus descendientes. También, porque suprime la memoria histórica de la NAKBA en el marco de la institucionalidad internacional, pues la existencia de la URNWA recuerda que 750 mil palestinos fueron expulsados de sus hogares en 1948 y se tira abajo el mito sionista de que Israel fue creado en “una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra”.

En cuanto al genocidio, el altísimo número de muertes habla por sí solo. Mientras escribimos este artículo, los medios de prensa internacional informaron que ya son 33 mil palestinos asesinados por la agresión israelí, de las cuales un 70% son mujeres y niños. Eso equivale al 1,4% de la población registrada en Gaza antes de que se iniciaran los ataques (2,3 millones en total). Ante eso, el gobierno de Netanyahu alega que las acciones militares de Israel se realizan siempre resguardando la integridad de la población civil y, además, pone en duda los datos brindados por el Ministerio de Salud que controla Hamás.

Pero basta con analizar los datos bélicos para tener una dimensión de la colosal brutalidad desplegada por el gobierno sionista en estos seis meses de guerra, los cuales desnudan la mentira sobre los supuestos criterios “humanistas” de las FDI: hasta finales de enero, Israel había lanzado sobre la Franja de Gaza el equivalente en explosivos a dos bombas atómicas de las que utilizaron los Estados Unidos en Hiroshima en 1945 (Ver Tras cuatro meses de la guerra genocida de Israel). ¡Bajo ninguna forma tal cantidad de explosivos pueden ser empleados de forma “quirúrgica”!

Eso explica el altísimo número de muertos, heridos y desplazados en estos seis meses de agresión. No estamos hablando de “daños colaterales”, sino que constituyen objetivos directos –deliberados- del ataque. El ejército israelí destruye de forma calculada toda la infraestructura civil del territorio para promover el miedo y la huida de la población civil, a la vez que deja en ruinas Gaza e impide el retorno de sus antiguos habitantes.

De hecho, se calcula que ya fueron destruidos el 70% de todos los edificios del enclave, aunque la cifra se eleva a un 85% en la zona norte del territorio. Entre las ruinas, se encuentras 70.000 viviendas que fueron totalmente destruidas, mientras que otras 290 mil están parcialmente dañadas. Para tener una comparación histórica, durante la Segunda Guerra Mundial en Dresden y Rotterdam se destruyeron 25 mil viviendas en cada ciudad.[7] ¡El ejército sionista está arrasando con la Gaza palestina que conocemos hasta la actualidad!

En razón de eso, muchos analistas hablan de que está en curso un “dominicidio”, entendiendo por eso la destrucción masiva de viviendas para tornar inhabitable un territorio. No se trata solo de la destrucción material y los costos económicas para la reconstrucción. También implica aniquilar las memorias y el sentido de pertenencia en torno al hogar, la comunidad, las experiencias pasadas y las expectativas de vida futura. En otras palabras, es un crimen que tiene por objetivo destruir la dignidad humana de las víctimas.

Por otra parte, hay que mencionar la reciente denuncia contra Israel por el supuesto uso de programas de inteligencia artificial para identificar sus objetivos “militares”. Es el caso del sistema Lavender que, tal como reveló una investigación de +972 Magazine y Local Call, está diseñado para identificar a miembros del ala militar de Hamás y la Yihad Islámica (incluidos a los de bajo rango). Durante las primeras semanas de la invasión, este programa identificó a 37 mil palestinos como “supuestos objetivos”, con el agravante de que priorizó dirigir sus ataques contra sus domicilios en horas de la noche; o sea, cuando estaban compartiendo o durmiendo con sus familias. Aunado a eso, el ejército israelí prácticamente suprimió los controles humanos a las listas de objetivos, los cuales se limitaron a dar una “aprobación automática” a los bombardeos recomendados por Lavander, aunque sabían que tiene un margen de error del 10% y que “identificaba” a personas con una relación muy laxa con dichas organizaciones islamistas.

Otra prueba de genocidio es la utilización del hambre como un arma de guerra por parte de Israel. Al respecto, es muy revelador un reciente informe de la ONG Oxfam, en el cual se detalla que, en promedio, las 300 mil personas atrapadas en el norte de Gaza sobreviven con un consumo diario de 245 calorías, equivalente a menos del 12% de las 2100 sugeridas para satisfacer las necesidades medias diarias de una persona. Asimismo, esta ONG calculó que, entre el 26 de octubre y el 20 de febrero, la cantidad de alimentos que ingresó a Gaza cubren el 41% del consumo de calorías diarias por persona de ese territorio (tomando como base una población de 2,2 millones).

Eso es producto del cierre de pasos fronterizos y otras restricciones que impuso Israel a la entrada de ayuda humanitaria desde el 7 de octubre. Siguiendo con el informe de Oxfam, durante los meses de estudio ingresaron diariamente 105 camiones con alimentos, cuando en realidad serían necesarios 221 camiones para cubrir la demanda calórica de toda la población gazatí.

De acuerdo a esta ONG, eso denota una acción deliberada por parte de Israel para matar de hambre a la población civil, pues el gobierno sionista conoce a la perfección la cantidad de alimentos necesarios que deben ingresar para prevenir la desnutrición en Gaza, como demuestra el documento Food Consumption in the Gaza Strip – Red Line, elaborado por el Ministerio de Defensa tras la imposición del bloqueo en 2007 (el cual se hizo público en 2012 tras una resolución de la Corte Suprema israelí).

Esos datos escalofriantes se corresponden con las declaraciones dadas por el ministro de Defensa Yoav Gallant al inicio de la invasión, cuando anunció un “asedio total” sobre Gaza y, en tono desafiante, sentenció “ya no habrá electricidad, ni comida, ni agua, ni combustible, todo estará cerrado. Estamos luchando contra animales y estamos actuando en consecuencia”. Es decir, la hambruna que experimenta la población gazatí es parte de un plan premeditado del gobierno de ultraderecha; se inscribe en una lógica de “castigo colectivo”, considerada un crimen de guerra por el derecho internacional.

Por todo lo anterior, insistimos, esta nueva agresión militar es una operación de limpieza étnica y genocidio[8]. Estamos presenciado un hecho de una barbaridad descomunal como no sucedía hacía muchas décadas, el cual es un reflejo de la nueva etapa histórica de la lucha de clases, donde cada vez son más recurrentes los eventos sangrientos. Pero, como veremos más adelante, también crece el repudio internacional contra la brutalidad del sionismo, un factor de suma importancia para el futuro de la lucha de liberación palestina.

3- El gobierno de Biden es cómplice del genocidio

Sin duda alguna, el apoyo del imperialismo estadounidense es esencial para Israel, tanto a nivel político como militar. Aunque el sionismo cuenta con una enorme capacidad de fuego, dependen del abastecimiento de municiones estadounidense.

La relación entre ambos Estados es de larga data. Inicialmente, la política estadounidense consistió en presentarse como árbitro imparcial entre Israel y los países árabes; de hecho, mantuvo un embargo del envío de armas durante la presidencia de Dwight Eisenhower (1953-61). Pero eso cambió con la administración Kennedy, la cual se decantó por Israel como aliado estratégico para combatir las corrientes nacionalistas árabes radicalizadas de ese entonces (particularmente el caso de Nasser en Egipto). A partir de entonces, Israel pasó a mantener una relación especial con el imperialismo norteamericano, del cual recibió la astronómica suma de 158.000 millones de dólares entre 1948 y 2023, de los cuales se calcula que 124.000 millones correspondía para asistencia militar (Ver La primera guerra conjunta entre EE UU e Israel).

Ese compadrazgo no varió con esta nueva invasión a Gaza, al menos durante los primeros cinco meses. La administración Biden apoyó desde el principio el “derecho a la autodefensa” de Israel, para lo cual bloqueó varios llamados al cese al fuego en el Consejo de Seguridad, movilizó sus portaviones a la región para disuadir a otros países a no interferir con la masacre contra los palestinos y, por supuesto, abasteció de una ingente cantidad de armas a las fuerzas armadas israelitas. Para muestra un botón: hasta finales de noviembre, el imperialismo estadounidense había entregado a los sionistas 57.000 proyectiles de artillería y 15.000 bombas, incluidas más de 5.400 BLU-117 y 100 BLU-109, cuyo enorme tonelaje explica el grado desmesurado de muerte y destrucción en Gaza. Si extendemos la contabilidad hasta hasta el 25 de diciembre, la Casa Blanca realizó 244 entregas de armas por avión de carga y otros veinte envíos por barco (ver ¡Por un cese al fuego permanente y la retirada inmediata de las tropas sionistas de Gaza!).

Pero en las últimas semanas se produjo un distanciamiento entre la Casa Blanca y el gobierno de Netanyahu. Eso quedó en evidencia el pasado 25 de marzo, cuando la representante de los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad no vetó el llamado para un “alto el fuego duradero y sostenible”. Igualmente, en los últimos días Biden elevó el tono tras el asesinato de los trabajadores humanitarios de la ONG “World Central Kitchen” y ante las amenazas israelitas de invadir Rafah, ante lo cual la administración norteamericana condicionó el envío de más ayuda para Israel a cambio de una mayor protección para los civiles y un cese al fuego.

¿Cómo se explica el cambio de actitud del gobierno estadounidense? En primer lugar, consideramos que es subproducto del repudio internacional y las movilizaciones masivas contra la masacre que lleva a cabo el ejército sionista, lo cual generó una enorme presión para muchos gobiernos imperialistas. En el caso de Biden, comenzó a ser catalogado como “genocida” por parte de las bases progresistas democráticas, particularmente entre amplios sectores de la juventud que repudian a Netanyahu y la invasión a Gaza. Eso genera una enorme preocupación en la Casa Blanca, pues Biden está perdiendo apoyo de cara a las elecciones presidenciales de noviembre.

De igual manera, tienen peso algunas valoraciones de tipo estratégico, particularmente las que concierne a la capacidad de control del imperialismo estadounidense sobre la región. Por ejemplo, no es un hecho menor que el gobierno de ultraderecha de Israel actúe con relativa independencia del gobierno de Biden, como demostró con el bombardeo a la embajada de Irán en Siria o sus amenazas de invadir Rafah a pesar de las reticencias mostradas por la Casa Blanca. Igualmente, los Estados Unidos tienen preocupación ante las amenazas de deportaciones de la población gazatí, algo que contradice su política de los dos Estados que, dicho sea de paso, el gobierno de Netanyahu abiertamente criticó y dijo no estar dispuesta a permitir.

Por ese motivo, hay una preocupación real del imperialismo estadounidense por ver erosionada su fortaleza hegemónica, ya sea porque se demuestre incapaz de controlar a un gobierno extremista y aventurero en Israel, o bien, porque el conflicto escale a nivel regional y desate un enfrentamiento militar con Irán y permita la entrada de otras potencias imperialistas en la región (Rusia ya entró vía Irán, la Turquía de Erdogan “mete la cuchara” también y China logró cerrar un acuerdo en Arabia Saudi e Irán). Es más, hasta el mismo Trump se pronunció por la “paz” y la vuelta a la “normalidad”, pues Israel estaba perdiendo completamente la “guerra de las ¡relaciones públicas”.

Lo anterior, es un hecho novedoso que puede impactar en el desarrollo de la invasión a Gaza. El creciente choque con Washington y el condicionamiento público que hizo la administración Biden, eleva la presión para que el gobierno de Netanyahu retroceda de sus planes de invadir Rafah y realice otras concesiones exigidas por los Estados Unidos[9]. Por ahora, se comprometió a abrir nuevos puntos para el ingreso de ayuda humanitaria, pero todavía no ha dicho nada sobre el futuro de la invasión a Gaza y el posible ataque a Rafah.

4- El gobierno de Netanyahu en crisis

A fines de 2022, la política israelí cimbró tras la conformación de la actual coalición de gobierno, compuesta por una serie de partidos ultra conservadores, nacionalistas radicales y activistas de los asentamientos en Cisjordania, comandados por Benjamín Netanyahu. Entre sus objetivos iniciales, figuraban anexionarse Cisjordania (de ahí deriva el aumento de los ataques de los colonos en ese territorio), flexibilizar las reglas de reclutamiento del ejército y controlar los sitios sagrados de Jerusalén. En suma, se trata del gobierno de más extrema derecha en la historia de Israel, lo cual es mucho decir cuando hablamos de un Estado colonial y racista.

Para muestra un botón. Veamos el caso de Itamar Ben-Gvir, un abogado y reconocido dirigente del partido ultranacionalista Otzma Yehudit (Poder Judío), cuyo programa se centra en apoyar a los colonos y es afín a políticas racistas. Este personaje ganó notoriedad por pedir la deportación de los árabes “desleales”, defender judicialmente a supremacistas y reivindicar el derecho a disparar a los palestinos que tiren piedras contra las fuerzas de la ocupación (¡sí, tirar balas contra piedras! Una suerte de “gatillo fácil” versión sionista). Es tan fascista que, en los años noventa, le negaron servir en el ejército israelí porque era muy “extremista”. Hoy es el ministro de Seguridad Nacional de Israel, entre cuyas funciones está dirigir las fuerzas policiales en Israel y en la Cisjordania ocupada.

Por lo anterior, desde el inicio este gobierno tuvo mucha oposición interna, tanto desde la centroderecha sionista como desde los sectores progresistas o de “izquierda”[10]. Eso ya era perceptible desde antes de la guerra, como demostraron las inmensas movilizaciones contra los intentos de la actual administración por aprobar una reforma al Poder Judicial, con la cual tendría más poder en la nominación de los jueces. De esta forma, Netanyahu podría ganar protección de jueces aliados ante las acusaciones por fraude y soborno que pesan contra él, mientras que los ultranacionalistas podrían legislar a favor de los asentamientos ilegales sin preocuparse por las posibles contestaciones de la Corte Suprema.

El ataque del 7 de octubre le dio un “respiro” temporal a Netanyahu, pues lo instrumentalizó para llamar a la “unidad nacional” de cara a la “guerra” contra Hamás. Bajo ese clima, las movilizaciones cesaron por varios meses, aunque el malestar con el gobierno no desapareció. Inclusive, podemos decir que creció, porque se sumó el reclamo por los fallos en la seguridad nacional que no previeron la entrada de los milicianos desde Gaza, de lo cual Netanyahu nunca asumió ninguna responsabilidad.

Pero la tregua social con el gobierno pareciera que llegó a su fin. En los últimos meses aumentó la presión por la liberación de los rehenes, particularmente porque comenzó a quedar claro el desinterés del gobierno para negociar la liberación de los 130 israelíes detenidos por Hamás.

Eso nos remite nuevamente al carácter de limpieza étnica y genocida de esta invasión a Gaza. Desde un inicio, Netanyahu declaró que su objetivo era exterminar a Hamás y, siempre en segundo lugar, indicó que también buscaba liberar a los rehenes. Pero ¿cómo se puede garantizar la liberación de tantas personas detenidas y escondidas en un territorio hostil, si no es por medio de una negociación con la organización que los retiene? La respuesta del gobierno israelí es por medio de la presión militar, dejándole en claro a Hamás que no tiene otra opción que la rendición total, a cambio de lo cual serán… exterminados (es el colmo de los colmos, de todos modos asegura que asesinará a todos sus integrantes sea cual sea el escenario). Bajo ningún criterio contemplan la negociación como vía para resolver la crisis; por el contrario, pareciera que Netanyahu y su gabinete no se preocupan por el retorno de los retenidos, pues su permanencia en Gaza sirve para “justificar” ante el mundo la continuidad de la invasión.

Aquí es patente la relación entre fines y medios que aplica el gobierno de ultraderecha. Dado que su objetivo real es consumar una limpieza étnica y un genocidio para apropiarse del territorio, la negociación con el adversario no tiene sentido, porque lo que se procura es una suerte de “solución final” –como ya hemos señalado- para expulsar a todos los palestinos y exterminar a una parte de ellos en el proceso.

Ahora bien, desear eso es más fácil que materializarlo. En realidad, no es posible –en el límite- consumar una “solución final” genocida, como quedó demostrado en la Segunda Guerra Mundial con los nazis. Inclusive, la misma inteligencia sionista considera que no es posible acabar con Hamás por completo, pues cuenta con auténtico apoyo popular entre la población palestina en Gaza y Cisjordania. En otras palabras, aunque una gran parte de sus batallones en Gaza sean masacrados por el ejército israelí, será cuestión de tiempo para que dicha organización (u otra forma de resistencia) recomponga sus fuerzas con nuevos reclutas deseosos de luchar contra el sionismo que, además de racista y colonial, ya demostró ser abiertamente genocida.

En este contexto, es comprensible que se reabriera la crisis al gobierno de Netanyahu, pues demostró que su estrategia para acabar con Hamás es inalcanzable, además de que tampoco servirá para garantizar la liberación con vida de los 130 rehenes israelíes (por el contrario, posiblemente muchos murieron por los bombardeos).[11]

Igualmente, explica que retornarán las protestas masivas, en esta ocasión exigiendo elecciones adelantadas y la negociación inmediata para liberar a los rehenes. En ese sentido, estas movilizaciones se orientan contra la fallida estrategia de Netanyahu, pero no cuestionan la guerra ni expresan algún elemento de solidaridad con el pueblo palestino.

También, ya son públicas las fisuras con miembros de la oposición que se sumaron al gabinete de unidad para la guerra. Es el caso del centroderechista Beny Gatz, principal figura de oposición a Netanyahu y afín a la política de la administración Biden. Es una figura del establishment sionista, por lo que no está en contra de la masacre contra el pueblo palestino, pero sí expresa diferencias con el curso que tomó la invasión bajo la conducción de la ultraderecha, por lo cual presiona por la salida de Netanyahu.

Ahora bien, la complejidad del caso es que Netanyahu está en medio de una encrucijada, porque su salida del gobierno lo deja sin inmunidad y lo expone a ser procesado judicialmente por las acusaciones de fraude y soborno, a lo cual se pueden sumar procesos a nivel internacional por crímenes de guerra. Por otra parte, los partidos de la ultraderecha nacionalista perderían el control de la policía y las fuerzas armadas que utilizan para avanzar con la colonización de Cisjordania (y ahora pareciera que de Gaza también), con lo cual verían frenados sus sueños de construir el “Gran Israel” (se puede abrir, así, una verdadera crisis “existencial” para el Estado sionista).

Esos dos factores explican la radicalización del gobierno, para el cual es ventajoso la prolongación de la invasión y, en razón de eso, en todos estos meses no hizo el menor esfuerzo por buscar una salida negociada. Por tal motivo, no se puede descartar que apueste por una escalada militar a nivel regional, como parece que trató de hacer con el bombardeo contra la embajada de Israel en Siria. En caso de que el conflicto se extienda, podría darle un “respiro” para justificar extender su mandato por varios meses más, pero es una apuesta arriesgada y que vemos poco viable en este momento (aunque hay que esperar la respuesta de Irán, la cual posiblemente sea por medio de sus proxys para evitar una confrontación directa).

El pasado 7 de abril, justo cuando se cumplieron seis meses de iniciada la invasión, Netanyahu ordenó la retirada de la mayoría de las tropas que estaban asentadas en el sur de Gaza, dejando solamente una brigada en Nahal. Aunque ese movimiento sorpresivo fue justificado para darle descanso a los soldados, posiblemente la verdadera razón fue para apaciguar la presión de la administración Biden para alcanzar un cese al fuego temporal, sobre todo cuando se reabrieron las negociaciones en El Cairo (presuntamente comandadas por Bill Burns, el director de la CIA).

Ante este giro inesperado, los partidos de ultraderecha emplazaron a Netanyahu, amenazándole de que, en caso de finalizar la guerra sin un asalto amplio a Rafah (es decir, sin llevar a cabo una nueva masacre de gran escala), no contaría con el apoyo de sus partidos para continuar como primer ministro. Netanyahu no tardó en responder y, para apaciguar los ánimos de sus aliados, reafirmó que iba a ordenar la entrada de las tropas de la FDI a Rafah para eliminar a los últimos batallones de Hamás en Gaza, aunque no precisó ninguna fecha para la operación.

Como resultado de lo anterior, el gobierno encabezado por Netanyahu está sumido en una crisis política, debido a una estrategia genocida que no puede consumar por la presión internacional, pero también porque no puede exterminar totalmente a Hamás (aunque sin duda va a diezmar significativamente sus fuerzas combatientes). Junto con eso, las últimas encuestas revelaron que, si se realizaran unas nuevas elecciones, la coalición gubernamental de ultraderecha perdería la mayoría parlamentaria ante la centroderecha encabezada por Benny Gantz, quien pasaría a ser el nuevo primer ministro de Israel.

En resumen, el gobierno de Netanyahu pareciera estar en un callejón sin salida, pero justamente eso lo puede tornar todavía más peligroso, dado que puede intentar una “fuga hacia adelante”, lo que en este caso significa incrementar el sufrimiento de la población gazatí con la continuidad de la agresión militar.

  1. Las perspectivas de la lucha por la liberación de Palestina

La contracara del genocisio gazatí es, evidentemente, la movilización internacional creciente contra la masacre. El hecho es que desde el comienzo mismo de la invasión sionista a Gaza comenzaron a desarrollarse movilizaciones masivas cada vez más grandes no sólo en los países árabes e islámicos sino, también, y fundamental, en el corazón del imperialismo tradicional.

Al comienzo trataron de prohibirse tales movilizaciones, como los casos de Francia y Gran Bretaña, por ejemplo. Pero la presión movilizadora y la masacre quebraron ese intento, hicieron caer a la ministra de Relaciones Exteriores en Gran Bretaña, produjeron las movilizaciones más grandes que se tenga memoria en dicho país desde la invasión yanqui a Irak en febrero del 2003, además de movilizaciones multitudinarias y secuenciales todos los sábados durante varios meses en París y muchas capitales europeas. Y, lo más importante de todo, desataron un proceso de masiva movilización universitaria y de una nueva generación en los Estados Unidos.

El ingreso de una nueva generación en la lucha por la liberación de Palestina es un hecho nuevo que no ocurría hace décadas y un empalme con las viejas generaciones, para las cuales esta causa era una de las principales causas emancipatorias nacionales a nivel internacional en las últimas décadas.

Por otra parte, y como veremos a continuación, la presión sobre el imperialismo yanqui y las movilizaciones mismas no solo desataron una crisis en el gobierno de Biden y bajo otras formas en el de Netanhyahu sino, más importante aún, reabrieron el debate sobre el futuro del pueblo palestino.

La barbarie que desató el gobierno de Netanyahu en Gaza dio paso, así, a un fenómeno sumamente progresivo; esto es, el surgimiento de un enorme movimiento de masas en solidaridad con Palestina a nivel internacional. De hecho, contrarrestó la narrativa que atizaron los sionistas y sus aliados imperialistas para “legitimar” inicialmente la invasión, al grado de que desplazó el debate público del falso derecho de Israel a la “autodefensa” y lo llevó hacia el cuestionamiento del genocidio y la limpieza étnica que desarrolla el ejército israelí.

A eso se suma la histórica resiliencia del pueblo palestino. Algunos informes indican que, a pesar de la enorme superioridad militar y la brutalidad de los ataques, a las tropas sionistas les está siendo muy difícil controlar el territorio gazatí. Haciendo una comparativa, a los Estados Unidos les tomó unas cinco semanas tomar Bagdad en 2003, mientras que Israel todavía no ha podido controlar la relativamente pequeña Franja de Gaza en seis meses de invasión.  Es más, se estima que Israel gastó en cuatro meses de invasión la misma cantidad de municiones que los estadounidenses utilizaron en siete años de ocupación en Iraq.

Obviamente, son dos tipos de operaciones militares diferentes, pues los Estados Unidos no realizaron una limpieza étnica o un genocidio (lo cual no resta que fuera una invasión criminal y por intereses imperialistas). Eso explica el uso intensivo de municiones por parte de Israel, algo necesario para garantizar una destrucción total de la Gaza palestina.

Pero tampoco se puede obviar que hay una resistencia gazatí contra la invasión. Un reportaje del diario israelí Haaretz da cuenta de eso, al indicar que Hamás comenzó a recomponer sus batallones con nuevos reclutas, además de que las operaciones del ejército israelí en el norte de Gaza dan la impresión de ser un proceso de presión continua; es decir, aunque llevan meses instaladas en esa zona, no consiguieron exterminar a los batallones de la resistencia palestina y están constantemente entrando en batalla (Ver Guerra contra Gaza: Israel nunca “acabará el trabajo).

Eso coincide con los informes que ya mencionamos de la inteligencia militar sionista, sobre la capacidad de recuperación de Hamás. No debe generar sorpresa, pues se trata de una resistencia contra una ocupación colonial, a lo cual ahora se suma el repudio contra el genocidio y limpieza étnica en curso que, no dudamos, va a incrementar la disposición de lucha entre la población palestina en general.

Algunas encuestas indican que el apoyo hacia Hamás está creciendo. En Cisjordania, por ejemplo, pasó del 12% en setiembre (antes de la invasión) a un 42% en diciembre. En Gaza también creció el apoyo, aunque lo hizo de forma muy leve y dentro del margen de error, pues pasó del 38% al 42%. Sobre los ataques del 7 de octubre, los resultados fueron positivos en ambos territorios: en Gaza, un 57% de la población evaluó que fueron acertados, mientras que en Cisjordania el apoyo fue del 82%.

En razón de todo lo anterior, los ataques de Hamás produjeron un resultado contradictorio.[12] En primer lugar, facilitó la aplicación de los planes de limpieza étnica y genocidio del gobierno de ultraderecha israelí, lo cual se tradujo en un sufrimiento sin precedente para el pueblo gazatí (así como el incremento de la violencia colonial en Cisjordania). En segundo lugar, desnudó el carácter colonial y racista del Estado de Israel ante el mundo entero, propiciando el surgimiento de un movimiento en solidaridad con Palestina a nivel mundial y el aislamiento internacional de Israel. Por último, enardeció los ánimos de resistencia de todo el pueblo palestino, pues saben que la catástrofe humana en Gaza es lo que les espera en caso de que no acaben con el Estado sionista.

Muchos analistas consideran que, desde ese punto de vista, el gobierno de Netanyahu cometió un error estratégico, pues para “acabar” con un problema en Gaza (lo cual parece que no está logrando), creó una nueva generación de palestinos dispuestos a luchar por su liberación en Jordania y Cisjordania, con los cuales comparte 482 km de frontera (contra los 60 km de Gaza).

Bajo esa perspectiva, podemos asegurar que la lucha por la emancipación de Palestina tiene mucho futuro, pero queda abierta la disputa por cual estrategia a desarrollar.

  1. Reorganizar la resistencia para luchar por una Palestina única

La campaña de exterminio en Gaza y los constantes avances de los grupos de colonos paramilitares en Cisjordania, dejaron en evidencia el fracaso de la política de los dos Estados acordada en Oslo. Es más, muchos miembros del actual gobierno de ultraderecha que preside Netanyahu, declararon en reiteradas ocasiones su oposición a la conformación de cualquier tipo de Estado palestino.

A pesar de eso, el imperialismo estadounidense, las Naciones Unidas y la desprestigiada Autoridad Nacional Palestina, insisten en presentar esa medida como la única “solución” a la opresión del pueblo palestino, aunque eso signifique crear un “Estado” ficticio sin ningún atributo de soberanía real y bajo la opresión colonial del sionismo (similar a los bantustanes en la Sudáfrica del Apartheid).

Los acuerdos de Oslo (1993) provocaron una división de la resistencia anticolonial del pueblo palestino, pues la dirección histórica de la OLP (aún bajo el mando de Yasser Arafat) pasó a defender la política de los dos Estados, procurando una conciliación de la mano del imperialismo estadounidense a cambio de una capitulación/traición histórica: renunció a la lucha para destruir el Estado colonial, racista e ilegítimo de Israel.

En medio de esas crisis de la resistencia, surgió Hamás como abanderada de la lucha contra la ocupación y en contra de la política de los dos Estados, lo cual le permitió aumentar su prestigio con el pasar de los años, cuando se hizo evidente que Israel no iba permitir tan siquiera la existencia de un “mini-Estado” palestino. Ese es su rasgo más progresivo, aunque no podemos perder de vista nuestras profundas diferencias estratégicas, pues Hamás quiere fundar un Estado nacional burgués e islámico, reaccionario, neoliberal, etc, a partir de librar una lucha armada entre aparatos militares y sin apelar al desarrollo de acciones del movimiento de masas.

Debido a eso, es una organización con un programa retrógrado, pues no intenta unir a todos los explotados y oprimidos en una lucha anticolonial y anticapitalista. Asimismo, su táctica de asesinar civiles no dialoga ni genera simpatía con los movimientos de solidaridad con Palestina a nivel internacional[13].

Por todo lo anterior, consideramos que es necesario batallar por relanzar la resistencia palestina sobre nuevas bases programáticas y tácticas. La invasión a Gaza y la crisis terminal de la falsa solución de los dos Estados, reactualiza la lucha por una Palestina única (aunque hay muchas diferencias y matices sobre el tipo de Estado a construir). Hay que dar ese debate a fondo, porque a partir de ese eje es posible impulsar la unidad de acción de toda la resistencia palestina contra la ocupación.

Nuestra estrategia es acabar con el Estado colonial y racista de Israel por medio de la lucha de clases (en Palestina, regionalmente y a nivel internacional), con el objetivo de construir una Palestina laica, democrática, no racista y socialista, donde puedan convivir en paz las personas de todas las denominaciones. En ese marco, concebimos la lucha armada como un método auxiliar y nunca como el centro de nuestra política, una diferencia central con las corrientes islamistas.

Al mismo tiempo, la lucha palestina es una tarea de dimensiones internacionales. No se trata solo de enfrentar a la maquinaria asesina sionista, sino también al apoyo que recibe del imperialismo estadounidense (y occidental en general). En razón de eso, la lucha palestina solo podrá tener éxito si se realiza en unidad internacionalista con los pueblos y la clase obrera de toda la región.

Fuentes Consultadas


[1] Aunque Hamás es la principal organización en Gaza, la resistencia palestina está conformada por otras organizaciones, incluidas algunas de carácter laico. Para profundizar en la materia, próximamente será publicado un artículo sobre el tema en Izquierda Web.

[2] De hecho, Netanyahu hizo alarde del avance de los acuerdos diplomáticos de Israel en la región y su cercanía con Arabia Saudita en la Asamblea General de la ONU el 22 de setiembre de 2023, para lo cual utilizó un mapa de Medio Oriente donde no figuraba Gaza ni Cisjordania, pues esos territorios estaban incluidos dentro de la “Gran Tierra de Israel”.

Por otra parte, el “mundo árabe” y el “mundo islámico”, por así llamarlo, no son del mismo carácter ni se trata de connotaciones que coincidan el 100%, pero es un tema que no podemos tratar acá. Sólo lo dejamos asentado porque suele ser fuente de confusión.

[3] Ver “Los debates en la izquierda alrededor de la causa palestina y Hamas” de Maxi Tasán, en izquierdaweb.com

[4] Ver “La tarea del momento es frenar el genocidio sionista en Gaza” de Roberto Sáenz en izquierdaweb.com

[5] Para que no queden dudas sobre los proyectos de limpieza étnica entre sectores de la ultraderecha sionista, sugerimos ver Los colonos judíos que quieren apoderarse de las playas de Gaza. En este reportaje, una dirigente de los colonos defiende explícitamente la expulsión forzada de los palestinos de Gaza para colonizar el territorio.

[6] Sumado a eso, muchos especialistas militares y la inteligencia israelí, sostienen que es imposible destruir totalmente a Hamás, pues es una organización que recompone sus fuerzas constantemente, como está sucediendo en medio de la masacre actual, donde se percibe una reconstrucción de sus batallones en todo el territorio.

[7] Dresden y Rotterdam fueron ciudades altamente bombardeadas por los Aliados durante la II Guerra Mundial con la excusa de derrotar al nazismo. En el primer caso los asesinados fueron 100.000 civiles, cifras similares a las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaky.

[8] No lo definimos como guerra, pues es un enfrentamiento tan asimétrico que es injusto calificarlo de tal forma. De hecho, hay sectores de la ultraderecha que están llamando a concentrar a los gazatíes en el desierto del Néguev, para colonizar Gaza y apropiarse de sus riquezas naturales, en particular de su rica línea costera.

[9] Por otra parte, la postura de los Estados Unidos es muy ambivalente, pues también apuesta a preservar la relación estratégica con Israel en Medio Oriente, lo cual pone un límite a su distanciamiento con el gobierno sionista. Por ejemplo, el 05 de abril los norteamericanos votaron en contra de una resolución aprobada por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, donde se pide un embargo de armas contra Israel mientras continúe la ocupación de Gaza y, además, llama a los sionistas a retirarse de los territorios ocupados desde 1967.

[10] Según un reportaje de la revista brasileira Piauí, en Israel la mayor parte de personas que se identifican de izquierda son moderados, se reivindican sionistas y apoyan la propuesta de los dos Estados. Es decir, no cuestionan el carácter colonial del Estado sionista ni su existencia. Además, en los últimos años perdieron mucho espacio por la derechización del espectro político: entre un 64% y 68% de los israelitas se consideran de derecha, contra un 11% o 15% que se reclaman de izquierda.

[11] Recordemos que hubo un primer intercambio de prisioneros en un mes tan lejano como noviembre del 2023 pero desde allí no se logró ninguna nueva tregua.

[12] Se equivocaron tanto las corrientes que se centraron en la condena a la acción de Hamas en vez de en la defensa de su legitimidad relativa (caso del PTS de la Argentina), como aquéllas que salieron al apoyo incondicional de la dirección islámica (caso del SU y del grupo del propio PTS en Francia), por no hablar de los que igualaron ambos bandos de la contienda, como Lutte Ouvriere.

[13] Ni qué decir de los actos de violencia sexual que cometieron durante el ataque del 7 de octubre. Recientemente, la ONU publicó un informe donde sostiene que hallaron pruebas sobre casos de violaciones contra mujeres israelíes durante los ataques de Hamás. Al respecto, insistimos en demarcar que esos no son métodos de lucha socialista, algo que pierden de vista las corrientes de izquierda que, producto de una lógica campista, pierden la brújula de clase y embellecen a Hamás, confundiendo el carácter progresivo de la lucha de liberación nacional palestina con el accionar de sus direcciones islamistas-burguesas, como es el caso significativo del Partido Obrero en la Argentina, entre otros.

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