
Las mañanas de cuarentena están cambiando. Cada vez son más los que con ojos cansados y el alcohol en gel en el bolsillo tienen que salir a laburar. En medio de ese torrente de gente que, lamentablemente, se agranda más con el correr de los días, imaginate que caminás hasta la parada del colectivo. Imaginate que sos enfermero del Hospital Durand.
Después de un rato esperando, llega el colectivo. Viajas desde La Matanza y el recorrido al Durand siempre fue cansador. Implica atravesar todo capital. Antes de la pandemia, significaba mañanas y noches viajando apretujado entre otros trabajadores en el colectivo; ahora, serán menos e irán sentados pero está el miedo a contagiarse. Últimamente, te viene a la cabeza la idea de una bomba de tiempo: se habla de abrir más lugares de trabajo y ya se está empezando a discutir la vuelta a clases de los pibes. De fondo, aumentan los contagios.
El lugar donde con más claridad ves la bomba de tiempo es el hospital. Llegás y la noticia del día es que hay un nuevo enfermero que falleció por COVID. Los compañeros del personal de salud vienen sumándose en una trágica lista, donde cada historia tiene una parte donde hubo un reclamo ante la falta de insumos, por las licencias, por personal de contingencia; y otra parte donde te ignoran, desprecian tu trabajo, te dejan ahí tirado con un montón de pacientes y un barbijo vencido.
Ahora imaginate que estuviste 10 minutos parado enfrente del ascensor pensando si estaba bien tomarlo o no. ¿Qué riesgo implica? ¿Cuándo fue la última vez que se desinfectó? Leés en un cartel que ese ascensor llega hasta el subsuelo y, claro, el subsuelo es área de pacientes con COVID. Entonces no, mejor tomate otro. Vas a tomarte otro, uno que no pase por el área COVID, sin pensar que vas a pasar los próximos 20 o 30 minutos parada dentro del ascensor atascado, esperando a que lo arreglen para que puedas llegar a tu sector. De vez en cuando andan mal los ascensores, lamentablemente es algo normal, que sucede, y al parecer a nadie le importa que se trate de un hospital y que esta vez te quedaste atrapada vos, pero que en otra ocasión hayan sido pacientes.
Es cansador que todo tenga que ser tan difícil, tan descuidado. Como cuando lográs llegar a tu sector luego de que te saquen del ascensor y te das cuenta de que no tienen ningún desinfectante. No se entiende, pero efectivamente no tienen ningún rociador para desinfectar la sala en la que te encontrás y cuando pedís que te manden uno, el de limpieza te dice que le ordenaron que hubiera un rociador por piso. ¡Un rociador por piso en un hospital! No es culpa del laburante de limpieza, él no toma esas decisiones. Hasta se ofrece a traerte el rociador que está en la otra sala, pero lo parás porque la otra sala es COVID y la tuya no. No tiene sentido, realmente, que quieran que los trabajadores hagan malabares con un rociador por piso. Es mezquindad, es no querer dar un peso más que el mínimo, no importa que trabajes en un sector crítico como es la salud. El colmo de los colmos es que después te terminás contagiando y te echan la culpa.
Se suma que en tu sector ya hay cuatro compañeros contagiados de COVID que están en cuarentena hasta que se curen, o todos esperan que ese sea el afortunado desenlace. Al mismo tiempo, se curan para volver al hospital, donde casi nada ha cambiado, solo aumentan los contagios pero no mejoran para nada las condiciones de trabajo. Es tragicómico como a vos y a tus compañeros los tienen en una calesita siniestra donde los van rotando, cambiando de a tandas. Al principio están todos, pero en cuanto arranca se bajan algunos y luego de un tiempo vuelven a subir y se bajan otros. Los que quedan hacen lo que pueden con lo poco que tienen y mientras la situación se vuelve cada vez más descontrolada. A veces parece hasta inevitable, en algún momento vas a contagiarte, pensás. Y cómo no pensar así si te dicen que vayas a combatir el COVID con un rociador por piso.
Cada vez son menos, pero de todas formas viene el supervisor a llevarse a un enfermero porque “acá sobran”. Y cuando el compañero pregunta “¿a dónde voy?”, no le contestan porque están acostumbrado a que siempre te notifican el hecho consumado. Porque a pesar de que vos sos el motor del hospital, vos como trabajador sos el que lo hace funcionar, nadie nunca te consulta nada. Sos tratado como si fueras de segunda, porque en el fondo te consideran como un autómata que cumple funciones varias, que llena distintos huecos en el quilombo que es el hospital. Gente que no tiene nada que ver con los pacientes, a la que no le interesa las necesidades del hospital y menos cómo remediarlas, es la que toma la decisiones. Es ilógico de pies a cabeza.
Te pasás el día yendo de acá para allá. Recibís a la gente que viene a atenderse al hospital, realizás la odisea que significa buscar y hacer los pedidos por los equipos de protección, y entre esas miles de vueltas el día va pasando. Te toca ir a la sala de aislamiento, es una sala completamente cerrada con solo un gran vidrio por el que podés ver a las personas que están en terapia intensiva por el virus. Para entrar, tenés que colocarte un traje, como si fueras un astronauta, y a eso le agregás el barbijo quirúrgico, el N95, las antiparras, la escafandra. Ya para ese momento te empieza a faltar el aire, te empezás a descomponer, y todo es una locura porque solo tenés cinco minutos para entrar, chequear cómo está el paciente y salir. Cinco minutos, porque entrar conlleva un riesgo grande y a su vez porque te cuesta respirar con todo lo que llevás encima.
El hospital siempre fue un lugar difícil. Porque siempre fueron horas largas y momentos en los que hubo malos manejos, porque faltaba lo necesario y porque a pesar de la garra que uno le pone no puede tapar todos esos huecos que implican el abandono del Estado. Entrás esos cinco minutos y te das cuenta de lo deshumana que se está volviendo una labor que es profundamente humana. Deshumano hacia vos como laburante porque te desprecian junto a tus compañeros, porque te llevan y te traen como si fueras una cosa, porque los directivos y el gobierno te dan la espalda e ignoran todo lo que exigís, todo lo que necesitás para hacer tu trabajo lo mejor posible, sin arriesgarte a vos pero también sin arriesgar al otro. Por otro lado, pensás en lo deshumano que es para la persona que está ahí en la cama de terapia intensiva, que no solo sufre por estar enferma, sino que solo de vez en cuando ve entrar durante 5 minutos a un ser extraño que ni una palabra puede dirigirle, y esa será toda la interacción humana que tendrá hasta que, en el mejor de los casos, se recupere.
Las vidas de tus compañeros y la vida de los pacientes al parecer no valen nada y no importa si son los mismos de siempre en una calesita entre el trabajo y el contagio del virus. El gobierno solo aparece para sacarse fotitos dentro del hospital, pero desoye las necesidades de los trabajadores que dan vida al hospital. Sin embargo, si los trabajadores son los que hacen que funcione el hospital, ¿no son también los que más saben lo que hace falta? ¿No son ellos los que saben dónde, cómo y cuánto falta en cada sector del hospital? Y sin embargo se los trata como si fueran autómatas, descartables, a pesar de desarrollar una labor que implica tanto sacrificio en un momento tan difícil.
El astronauta entra a la sala de asilamiento y apenas puede respirar. Sale y, aunque se saca el traje, no es muy distinto.
Para volver a La Matanza, el camino de regreso implica el mismo colectivo que te llevó al hospital. Pasás la SUBE, te sentás, te pasás alcohol en gel. Hay una sensación de extrañamiento y preocupación cada día que termina. Llegar a casa implica distanciamiento social con tu familia y temor de contagiarlos. Llegás cansado y después de desinfectarte parás un rato, te sentás a ver la tele, un mundo de fantasía, donde se habla de sistemas de salud fortalecidos, donde te dicen que hay que aprender a convivir con el virus, que se van a abrir más lugares de trabajo, que las empresas respetan el protocolo. Pero si en el hospital tienen un rociador por piso, ¿cómo será en otros lugares de trabajo?
Y en medio de todo este quilombo, te ponés a pensar, hay quienes desconocen tu esfuerzo. No saben del rol que cumplís en el hospital, del sacrificio que implica cada día solucionando un problema distinto. Menos quieren reconocer la carrera que hiciste, la formación docente, las horas de trabajo en el hospital. Si te quieren desconocer todo eso, ¿qué te queda? Te piden que mantengas en pie el hospital como sea, aunque se caiga a pedazos por desidia del gobierno, aunque falten los insumos más básicos y se contagien tus compañeros, ¿y qué te queda? Que sos un administrativo, no sos personal de salud y te corresponde un salario de 35.000 pesos.