Rompan todo: Si no hay polémica, no es rock

En los últimos días, es imposible hablar con cualquier amante del rock sin que surja la pregunta ¿Qué opinás de “Rompan todo”? Con críticas por derecha, por izquierda, menciones a momentos que todos conocemos y amamos, menciones a anécdotas y bandas que no conocíamos, ausencias, presencias, si algo no hizo el nuevo documental producido por Santaolalla es pasar desapercibido. Aquí intentaremos comentar brevemente algunos de sus aspectos. Las discusiones seguirán. Si no quedara nada que discutir, estaríamos en el horno.

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Rompan todo: Si no hay polémica, no es rock

Si hay algo bello en la realización del documental es que pudieron reflejar parte del proceso de creación del rock hispanoamericano como género. No la creación de tal o cual canción, sino la creación de un fenómeno cultural con identidad propia y con una impronta inconfundible. Los primeros capítulos dejan en claro que en el arte no existe la creatio exnihilo, la creación desde la nada por un iluminado. Si existen los hitos, y si existen los grandes genios que logran sintetizar las corrientes artísticas disgregadas de las que se nutren, que logran una fusión exitosa, o que, con su creatividad y trabajo, logran modificar los sonidos hasta que nos parece oír algo por primera vez.

Sin embargo todo comenzó allí con las primeras traducciones al castellano del Rock de la Carcel por los Teen Tops y otras instancias donde lo que se hacía era “imitar” de alguna forma el rock que ganaba popularidad en los países anglosajones, imitar su estética, sus bailes, traducir sus canciones, y lentamente ir generando canciones propias, en español, en aquel estilo. Por suerte para todos nosotros, una fórmula artística no se puede desplegar jamás incontaminada del lugar y el momento en que se está dando. Y muy pronto el rock latinoamericano empezó a tener su impronta distintiva. Muy pronto las canciones en rock hechas en México sonaron a México… muy pronto los Shakers sonaban a candombe… y muy pronto aquellas primeras bandas que surgieron en Buenos Aires junto con Los Beatniks y Los Gatos sonaban a una nostalgia porteña inconfundible, incapaz de aparecer en cualquier lugar del mundo donde no hubiera existido antes Gardel.

A esas características sonoras identitarias, se les sumaron pronto todas las particularidades de la Latinoamérica de los 60s y 70s. Dictaduras, represión, fascismo, condiciones de vida durísimas, polarización de la lucha de clases. El rock empezó a reflejar eso también, así como el rock británico reflejaba en sus inicios la segunda posguerra y las heridas que había dejado la guerra mundial, o el rock estadounidense reflejó en su momento las campañas contra la guerra de Vietnam. En este punto es que suena una de las críticas más acertadas a la realización del documental: La perspectiva de su creador, Gustavo Santaolalla, para hablar de los años de la Triple A Argentina, es la teoría de los dos demonios, la denuncia de la “violencia” de los dos lados.

Esto se expresa con la mención y la denuncia a López Rega, seguida de una entrevista a Santucho (dirigente del ERP) que no busca dejarlo muy bien parado (aunque uno no puede evitar una sonrisa al verlo responder muy disimulado que no tenía idea si tenían secuestrado al presidente de Firestone o no). Respecto a este punto, que Santaolalla no es un revolucionario no nos parece mucha novedad, bastaba verlo tocar Mañanas Campestres con Alberto Fernández. El interrogante que parece sugerido es ¿era el propio rock con sus provocaciones el culpable de la represión a su cultura? La respuesta, contra viento y marea, la da el inefable Billy Bond al defender casi en solitario la frase que da nombre a la serie. Mientras otros decían “se equivocó, generó una escalada de violencia”, Billy deja claro que la policía ya estaba preparada para reprimir hicieran lo que hicieran. Al choque directo muchachos, rompan todo.

Lo interesante, es que ni siquiera la dudosa perspectiva editorial logra atenuar la fuerza de un género que se forjó en esas condiciones de polarización. Y más interesante aún, que lo hizo en países hermanos afrontando distintas condiciones. En México, los propios músicos cuentan la represión brutal bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordáz y la masacre de Tlatelolco de 1968. En Chile, pocos años después, la caída de Allende, las manos de Víctor Jara que al cortarse significaron el silenciamiento de la cultura de un pueblo, el comienzo de un genocidio. En Argentina, las anécdotas cotidianas de los rockeros pasando días en la carcel durante las épocas previas al golpe del 76. Y luego, el golpe más sanguinario de la historia de Argentina, la censura exacerbada y el exilio de muchos músicos. Pero también los que empezaron a cantar desde las mismas sombras. Los Prisioneros en Chile, Los Violadores en Argentina (¿soy el único que lloró con Gieco diciendo que Pil Trafa tenía razón?), muchos más que hicieron sonar los acordes del fin del fascismo unas horas antes del amanecer.

Y una vez más, contexto histórico y creaciones musicales iban de la mano. Cuando el pueblo argentino logró derrotar a la dictadura y recuperar su democracia, en el arte se vivió un autentico estallido. Virus, Soda Stereo, los Abuelos de la Nada, todo aparece como un torbellino de colores. Nuevos ídolos como Federico Moura y Miguel Abuelo, un puñal en el corazón de cualquier homofóbico, dos estrellas tan provocadoras que generaron al principio el rechazo del primer público roquero que ya se había vuelto conservador, que tuvieron que aguantar los golpes en el escenario, pero que cambiaron todo con sus temas, con sus voces y su presencia. Mavi Diaz con las Viudas e Hijas, Gabriela Epumer ya demostrando su capacidad increíble, una nueva generación que fusionaba de nuevo, que rompía lo establecido por el propio rock, que traía los nuevos sonidos anglosajones y los volvía a reinterpretar y hacer inconfundiblemente latinoamericanos. Como expresión viva de la fusión, como reinvención hecha persona, los 80s se coronaron con el inigualable Luca Prodan.

La cuestión es que la cosa no se cierra con un documental ni con una nota. La serie tiene entrevistas maravillosas, tiene escenas de recitales imperdibles, ayuda mucho a entender la importancia en su contexto de cada grupo, hace un recorrido político interesante. Muchísimo de lo que se diga en contra también es cierto, los olvidos, la comodidad política de la perspectiva actual. Es que el rock vive en esa contradicción.

Una y otra vez estamos a punto de darlo por muerto y una y otra vez llegamos a la conclusión de que no podemos. A veces parece que está en manos de viejos próceres que desde su pedestal solo destilan nostalgia y conciertos homenaje a si mismos, a veces nos parece que el rock surge en cualquier pibe de la clase trabajadora que pega una guitarra y aprende su primer tema. Hace poco se pudrió todo porque Wos y Trueno, en un tema de base rockera pero legado de trap, dijeron “Te guste o no te guste somos el nuevo rock and roll”.

Mientras hablábamos de la serie para esta nota, el mismo editor de IzquierdaWeb que me pidió que la escriba me hizo escuchar el tema de Pil (si, sigue sorprendiendo) “Así está el rock”, donde este protesta por los conservadurismos adquiridos por el género. La polémica no se va a cerrar. ¿Netflix puede tener la última palabra en definir que fue el rock latinoamericano? Seguro que no. ¿Nos emocionamos hasta las lagrimas al ver la serie, entendiendo que muchos somos hijos de ese rock, que acompañó por generaciones las luchas y la forma de sentir de nuestra clase? También, totalmente. Que siga la rosca entonces. En una de esas hasta nos sirve para hacerla de nuevo. Para que alguien que repasó la historia de su música, que se enojó por verla tan calma, alguien que tiene nuevos ritmos en la cabeza, alguien sacudido por las luchas que en el Siglo XXI no nos faltan, pueda volver a prender la distorsión y sorprendernos a todos otra vez.

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