
No había necesidad ni de defenderlo, era la única realidad posible. Hoy, pese a los intentos de hacerlo en tono de burla, la derecha se histeriza con cada planteo de cuestionamiento del sistema. Defenderlo de toda crítica es su identidad. Pero… ¿no había triunfado ya indefectiblemente? Si así fuera, no tendrían necesidad de decir nada. Pero, evidentemente, la tienen…
La clase dominante argentina y sus representantes políticos (peronistas o gorilas), con todas sus peleas y diferencias, comparten un clamor común: la economía argentina necesita cambios profundos (contrarreformas) para poder salir de su interminable enredo. Pero, fuera de sus acuerdos, que son muchos, también tienen profundas diferencias sobre el rumbo a seguir. La crisis crónica se debe a que ninguno de estos grandes problemas es resuelto.
Este debate es, de fondo, lo que estará detrás de todas las discusiones electorales de este año. Su presentación simpática de cara a los electores (con palabras como “futuro”, “equipo”, “todos” y “juntos”) tendrá detrás cosas más complicadas y menos tragables como “ajuste”, “reforma laboral”, “reforma jubilatoria”, el futuro del peso y cosas por el estilo. Quien más dificultades tendrá para presentar las cosas como son es el gobierno hoy en funciones, aunque para Juntos las cosas tampoco serán simples. El oficialismo llega incluso a mentir con descaro, como el propio presidente hace unos días diciendo: “¿Dónde está el ajuste? Yo no lo veo”…
Matices y divisiones interburguesas
De un lado está la histórica posición del “campo” argentino, de los dueños literalmente de franjas enormes del país. La suya es una posición mayormente “libercambista”: nada de restricciones a exportaciones e importaciones, libre circulación de divisas, nada de protección del Estado. Por las condiciones naturales del suelo argentino, sumada a una cierta renovación tecnológica y una mano de obra barata, la agroindustria es muy competitiva en términos internacionales. Es por eso que desean libremente poder vender en el exterior sus productos obteniendo lo que llaman “el precio pleno” de los mismos (es decir, sin retenciones de ningún tipo), un producto que es fruto no sólo de la “madre naturaleza” sino del trabajo de los “invisibles” del campo: los asalariados.
Esa posición choca -en cierto modo- con la mayoría de la burguesía industrial, más vinculada al mercado interno y el Mercosur. Para ella, el librecambio es su hundimiento por la competencia con las más productivas economías imperialistas (incluso Brasil, hasta cierto punto, puede ser vista como más competitiva aunque la calificación de la mano de obra argentina hace la diferencia). Restricciones a las importaciones, subsidios, impuestos al campo, todo esto es parte necesaria de su propia existencia. Hoy la derecha intenta borrarlo de la consciencia colectiva, pero la posición del “librecambio” ya se impuso en los 90, con todas sus nefastas consecuencias: niveles históricos de desocupación y pobreza, saqueo, etc, con su correlato monetario en la convertibilidad.
Hay, sin embargo, algo clave que ambas posiciones tienen en común: la aspiración a redoblar la explotación del trabajo. Todos ellos quieren ganar “competitividad” con poca inversión y desarrollo productivo: la manera más fácil y barata de hacerlo es sobre las espaldas de los trabajadores. Por eso comparten que es “necesario” reformar las leyes laborales, avanzar en la precarización, etc. “Modernizar” las leyes laborales es retroceder a momentos previos a la existencia del Estado de bienestar.
Está del todo claro qué fuerza política representa cada posición. Si el librecambismo del “campo” es la posición de Macri, Bullrich y Milei; el peronismo sigue teniendo el apoyo de la mayoría de la clase capitalista industrial. En el “medio” intenta presentarse un Larreta, que promete beneficiar al campo pero a la vez rechaza proyectos anti-industriales como la “dolarización” (por lo menos, lo acaba de explicitar en recientes declaraciones).
El año político todavía no empezó y las condiciones en las que se darán las elecciones todavía son muy lejanas para preveerlas. En principio, por la inmensa desilusión con el gobierno del Frente de Todos, la “foto” de las elecciones es que estarán torcidas a la derecha, con buenas oportunidades para Juntos por el Cambio y un Milei en el tercer lugar (aunque no puede descartarse algún desprendimiento a izquierda desde el peronismo).
La “película” depende de la lucha de clases del 2023. El año pasado terminó con el impacto de las luchas del Neumático y de los trabajadores de la Salud, y nada adelanta que no pasarán cosas así en este. Las peleas por el salario y las condiciones de trabajo harán más difícil que se imponga la agenda de hundimiento del salario y de la precarización laboral que trae la derecha bajo el brazo, aunque el nivel insoportable de la inflación los ayuda para instalar discusiones reaccionarias como la de la dolarización. Mientras tanto, el gobierno con Massa a la cabeza, sigue con el ajuste inflacionario, lo que hace muy difícil que puedan ganar la carrera por un segundo mandato.
Mientras todo parecía dominado por estas discusiones, una tercera voz se hizo escuchar de la manera más inesperada. La convocatoria al tercer Campamento Anticapitalista de la juventud del Nuevo MAS, el ¡Ya Basta!, instaló un debate que llegó a los grandes medios y que hizo reaccionar a la derecha y al principal empresario del país, Marcos Galperín.
Sorpresivamente, en los primeros meses del año no se habló sobre los candidatos de los principales partidos. Se habló más, mucho más al menos en ciertos medios y plataformas, del anticapitalismo. Contra la juventud del ¡Ya Basta! y la convocatoria al campamento, la derecha y los empresarios lanzaron una campaña ideológica de defensa del sistema.
Los “productos del capitalismo”
Uno de los “argumentos” más usados en defensa del capitalismo es que los anticapitalistas, para ser consecuentes, deberíamos dejar de consumir los productos del “capitalismo”… Las redes sociales, nuestra ropa, bebidas gaseosas, deberíamos abstenernos de todo esto si de verdad estamos en contra del sistema…
La respuesta a este prejuicio es bastante sencilla. Lo que consumimos no es un mero “producto del capitalismo” sino del trabajo humano (como lo expresó Manuela Castañeira dos años atrás en Intratables). Más precisamente, del trabajo humano explotado por los capitalistas. No hay ni hubo jamás una fuerza anticapitalista seria que se haya opuesto al consumo de los productos de la mano y el cerebro humanos.
Al contrario: ¿por qué las fuerzas políticas socialistas llevan ya dos siglos de participación en luchas por aumentos de salarios? La respuesta debería ser obvia: para que los trabajadores puedan acceder a mejores condiciones de vida (más y mejores bienes de consumo necesarios) mientras se prepara la pelea estratégica por acabar con toda explotación.
Pongamos un ejemplo fácil de entender para cualquiera que no sea un mero propagandista de la clase dominante. En la época de Marx, la mayoría de los productos de la industria textil inglesa (es decir, la ropa de uso cotidiano de la clase trabajadora) dependía del algodón producido en las plantaciones esclavistas de los Estados Unidos. A nadie se le ocurriría haber afirmado que quien estuviera en contra de la esclavitud debería vivir desnudo; es decir, que los socialistas de la época no debieran militar por mejores condiciones de vestimenta, salario u alojamiento o lo que sea para los trabajadores y trabajadoras.
La trampa de ese “argumento” es esta: todo sería producto del sistema como tal, y de sus empresarios y no lo que es la realidad: que todas las riquezas son subproducto de la naturaleza y el trabajo humano y que los capitalistas tienen en gran medida una función parasitaria; administran el esfuerzo ajeno.
La ciencia y la técnica, como tales, tampoco son un producto específicamente capitalista, sino que dependen del grado alcanzado en la sociedad por el desarrollo de las fuerzas productivas que, como tales, no son capitalistas ni socialistas en sí mismas: son las capacidades productivas conquistadas por la humanidad en su desarrollo.
Los hechos son que hasta los más grandes ingenieros o inventores suelen ser también explotados por la clase capitalista. Hay un ejemplo reciente que es muy claro. Las vacunas contra el Covid fueron de lo más esperado por el planeta entero en 2020 y 2021. Su distribución fue muy desigual debido a que un puñado de empresas monopolizó las patentes. Ningún empresario genial las desarrolló, ningún “emprendedor” “arriesgó” ningún capital para hacerlo. Los científicos asalariados las desarrollaron, los Estados financiaron la investigación con subsidios, los trabajadores las produjeron. Un individuo con mucha participación accionaria, sólo por ser rico, es decir, un “parásito” en relación a la producción dela vacuna misma, ganó mucho más que todos los que participaron de esa cadena de investigación y producción sin haber hecho absolutamente nada más que ser dueño de los medios de producción.
No nos oponemos ni nos opusimos nunca a que los trabajadores aprovechen los productos del desarrollo bajo el capitalismo. Al contrario, liberándolos de las condiciones de explotación, queremos que los productores puedan aprovecharlos de manera plena y libre.
“Váyanse a Cuba”
Otro de los argumentos que salen de las usinas de los liberfachos y también de mucho del periodismo en general, es que si se es anticapitalista habría que retornar a los tiempos de la vieja URSS o ir a Cuba…
Cuando se trata de Cuba, el problema es que en una sociedad aislada, y para colmo tan pequeña, es imposible que fructifiquen las fuerzas productivas y del trabajo humano que hoy y hace muchas décadas están en escala mundial, del mercado mundial.
Por otra parte, lo que tiene en común todavía Cuba con la ex URSS es que los capitalistas fueron expropiados, pero la clase obrera fue desplazada del poder y la economía y la sociedad toda quedaron bajo el comando de una burocracia parasitaria y no de la sociedad ex explotada y oprimida: la democracia socialista.
No señor: ¡no es ahí donde vive el anticapitalismo del siglo XXI sino en todas las luchas que recorren el mundo! Vive en la voz y la lucha ecologista de Greta Thunberg que afirma que hay que terminar con el capitalismo si no queremos que éste liquide el planeta. Vive en las peleas del Black LivesMatters y del movimiento feminista mundial que cuestionan el patriarcado, hermano mellizo del capitalismo. Vive en las rebeliones populares como en Perú contra el golpe de Estado de Boluarte, que cuestionan los Tratados de Libre Comercio que han hipotecado el país y en sinnúmero de luchas más que recorren el mundo hoy, sea dicho anticapitalismo más o menos consciente.
Incluso vive en la voz de acérrimos defensores del sistema como el secretario general de la ONU, António Guterres, que afirma que el capitalismo de hoy es particularmente “perverso”. Y y esto por no hablar de revistas enteramente capitalistas como la alemana Der Spiegel, que en una reciente edición se interroga si Marx no había tenido razón en su crítica del capitalismo.
A propósito del video que nuestra juventud sacó invitando a nuestro campamento anticapitalista, la mayoría de los medios de comunicación lo compartieron más o menos socarronamente: La Nación, Infobae, Clarín, Cronista Comercial, América TV, TN, programas como Bendita por Canal 9, y un sinnúmero de medios más.
Sin embargo, no está claro si han comprendido que si nuestro video en particular y el debate sobre el carácter del capitalismo en general han tenido semejante impacto, tiene que ver con la emergencia de una nueva generación que tiende a conectar más la destrucción del planeta, la precarización laboral, la desigualdad en la distribución de la riqueza, etc, con las fallas estructurales de este sistema.
Incluso Marcos Galperín, dueño de una de las empresas argentinas más exitosas de las últimas décadas, Mercado Libre, salió a intentar ridiculizar el campamento anticapitalista eventualmente, sin percatarse de su “cola de paja” en toda esta historia. Ha montado un emporio empresario, una start up argenta, sobre la base del trabajo precario de decenas de miles de jóvenes trabajadoras y trabajadores en un símil de los casos de Amazon o Starbucks internacionalmente (cosa significativa, por lo demás, porque es uno de los responsables directos de las condiciones de trabajo en negro y precarias contra las cuales lucha el SiTraRepA, el primer sindicato de trabajadores de base por aplicaciones que está exigiéndole el reconocimiento al Ministerio de Trabajo de este gobierno “nacional y popular”).
Capitalismo, pobreza y desigualdad
Prosigamos con Galperín. Éste escribió en su twitter: “El Capitalismo, sistemáticamente sacando millones de personas de la pobreza, durante 200 años”. Acompañó esa afirmación con un gráfico estadístico del Banco Mundial. Según esos números, la “pobreza extrema” se habría reducido del 99% de la población mundial en 1820 a un 11% en 2015. El mismo Milei en una conferencia había usado el mismo gráfico y el mismo argumento, habló de la “estruendosa superioridad del capitalismo”…
Aparentemente, piensan que con este argumento final, finalísimo, toda crítica anticapitalista queda perfecta y automáticamente desacreditada. El problema es que hay muchos motivos por los que ese planteo mecánico no está bien, y hasta es un completo engaño.
Para empezar, se puede dudar de las mediciones de comienzos del siglo XIX. En Inglaterra existían algo así como los llamados “libros azules”, que eran informes para las cámaras parlamentarias, las cuales prácticamente no eran estudiados por sus integrantes y muchos terminaron, paradójicamente, en las manos de Marx, que sí hizo un uso estadístico muy valioso de las mismas para sus estudios. Pero nos permitimos dudar que Galperín o el charlatán de Milei cuenten con estas fuentes.
Por otro lado, comparar las necesidades para sostener un nivel de vida más o menos “digno”, con dos siglos de diferencia, es un disparate completo. Las necesidades cambian con el desarrollo histórico concreto. Ya lo decía Marx en su teoría del salario. Para que exista un salario “medio” había que tener en cuenta las condiciones históricas concretas, moralmente aceptables en cada época. Para determinar el “valor de la fuerza de trabajo” entraba en juego “un elemento histórico y moral” (El Capital).
Por ejemplo. ¿A quién se le podría ocurrir en pleno siglo XXI que alguien sin acceso a la luz eléctrica, internet o cloacas no es pobre, extremadamente pobre? Evidentemente, a las estadísticas del Banco Mundial usadas para su propaganda por Galperín y Milei. Según sus propios números, en 2015 la pobreza extrema de África Subsahariana alcanzaba al 41,1% de la población. Y, también según el Banco Mundial, en ese mismo año el 61% no tenía acceso a la electricidad. Podemos festejar entonces, según ellos, porque los números nos dicen que millones de personas que todavía se alumbran con leña no están bajo la línea de “pobreza extrema”, que era ese año 2015 vivir con menos de 1,9 dólares por día…
Los ejemplos del mismo tipo sobran. La población trabajadora mundial está lejos, muy lejos, de vivir en medio de los lujos gracias al capitalismo. Si el cálculo aproximado de la “pobreza extrema” mundial era de que alcanzaba al 11% de la población en 2015, todavía en 2021 más de la mitad de la humanidad todavía no tenía acceso a un inodoro. Incluso se pueden tener en cuenta cosas que ya eran básicas para sobrevivir en 1820: según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (en el estudio “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo”), en 2019, 2 mil millones de personas vivían en “inseguridad alimentaria”. Es decir, padecían hambre o estaban en riesgo cierto de caer en la hambruna.
Las cosas están muy lejos de ser tan simples como lo quieren presentar los apologistas del sistema, como mero “avance”. Y, sin embargo, es cierto que el capitalismo significó en su momento un inmenso progreso histórico (aunque todavía bajo la forma de la explotación del trabajo ajeno). Sin embargo, sería como intentar tapar el sol con la mano negar que el capitalismo hoy es más regresión que progreso: guerras crecientes, armamentismo redoblado, precariedad laboral, destrucción de la naturaleza, robo del futuro a las nuevas generaciones, desigualdad obscena en la distribución de la riqueza, etc.
Hay algo paradójico en la defensa mediática de este capitalismo voraz del siglo veintiuno: se trata de un movimiento que luce como “ofensivo” pero en realidad es defensivo; sino de dónde sale tanta histeria y tanta apelación al sentido común, sino fuera de la preocupación del reinicio de la experiencia anticapitalista de toda una nueva generación mundial.
Campamento anticapitalista
El Nuevo MAS y el ¡Ya Basta! tienen el inmenso acierto de haber instalado esta discusión en Argentina, invitando a ser parte del Campamento y también de nuestra organización a quienes quieren luchar contra todas las miserias de este sistema. El evento tan discutido se llevará a cabo los próximos 18, 19 y 20 de febrero y el crecimiento de la invitación se multiplica.
Pero es solamente una parte de todo lo que tenemos por delante. La militancia del Nuevo MAS se prepara para un año lleno de desafíos en la lucha de clases y por seguir instalando la necesidad de una alternativa anticapitalista; un programa de medidas alternativo a las versiones del ajuste de Juntos, el FdT y Milei en la campaña presidencial que viene.
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