Artículo original aparecido en Jacobin. Una entrevista con Paul Reitter y Paul North, traducida al español por Izquierda Web. Traducir un texto del inglés al español que a la vez debate sobre una traducción del alemán al inglés tiene sus dificultades. La mayoría de los idiomas tienen palabras o frases que no son directamente traducibles a otro idioma sin torcer en parte el significado original. Hemos optado por hacer algunas aclaraciones entre corchetes frente a situaciones así.
Los traductores y coeditores de una nueva edición de El Capital de Karl Marx hablaron con la teórica política Wendy Brown sobre la importancia de su trabajo y lo que este texto histórico tiene para ofrecer en el siglo XXI.
El lenguaje de El Capital, de Karl Marx, publicado originalmente en 1867, ha moldeado la imaginación política de los defensores del socialismo y de sus críticos. Desde el análisis inicial de la mercancía, en el que Marx declara que los capitalistas están “enamorados del dinero” para luego añadir, en una prosa irónica cargada de Shakespeare, que “el curso del amor verdadero nunca fue fácil”, hasta la frase icónica pronunciada en la sección sobre la “llamada acumulación originaria”, que en un futuro no especificado “los expropiadores serán expropiados”, el lenguaje de El Capital se ha vuelto tan memorable como su mensaje. Retraducir este lenguaje tan conocido, tan complejo, tan canónico, plantea enormes desafíos.
La teórica política Wendy Brown habló con Paul North y Paul Reitter, coeditores y traductores de una nueva edición de El Capital de Marx, la primera en aparecer en cincuenta años, sobre la importancia de esta iniciativa. En una amplia discusión, Brown, que escribió el prefacio de la nueva edición, analiza el estilo literario de Marx y la relevancia de su análisis para comprender la explotación y la desigualdad en la actualidad. North y Reitter ofrecen ideas sobre los desafíos de la obra y sus esperanzas sobre su impacto antes de la publicación de su nueva traducción este mes.
Wendy Brown
¿Qué cambió la nueva traducción en tu comprensión de El Capital? ¿Hay alguna palabra o pasaje recientemente traducido que pueda alterar significativamente la teoría de Marx para los lectores de habla inglesa que estén familiarizados con la traducción de [Ben] Fowkes?
Paul Reitter
Sin duda, creemos que hemos terminado el trabajo de traducir y editar El Capital con una comprensión mucho más profunda de muchas de las ideas y argumentos más importantes del libro, cosas como las nociones de Marx sobre el valor y el fetichismo de la mercancía. Era de esperar, por supuesto. Traducir implica leer muy, muy detenidamente y pensar detenidamente sobre cómo se utiliza este o aquel término en particular, y si el proceso de traducción y edición no te deja con la sensación de haber profundizado verdaderamente tu conocimiento de la forma y el contenido de un texto, bueno, deberías estar sorprendido (y alarmado).
En cuanto a los cambios más concretos en nuestra forma de ver el libro, he aquí dos. En primer lugar, habíamos subestimado seriamente la sofisticación de las técnicas miméticas de Marx: hay lugares en los que lleva a cabo una especie de imitación indirecta libre, esencialmente personificando a alguien sin que esa persona hable directamente, un recurso inusual y, creemos, muy eficaz. En segundo lugar, habíamos subestimado hasta qué punto Marx se esfuerza por encontrar posibilidades positivas en acontecimientos que a corto plazo causan mucho sufrimiento, como el rápido avance de la maquinaria. Según Marx, esto drena el contenido del trabajo y deja a mucha gente sin trabajo, pero también hace cada vez más necesario que los trabajadores sean reentrenados una y otra vez, lo que les permite cultivar una improbable y satisfactoria plenitud. Esto no justifica el capitalismo, por supuesto, ni mucho menos, pero sí muestra una visión equilibrada del mismo que no se suele atribuir a Marx.
Ahora, hablemos de la parte principal de esta cuestión: ¿cómo podría nuestra edición cambiar el juego, que es la recepción y el uso de la teoría de Marx, para los lectores que conocen El Capital a través de la versión del texto de Fowkes? A lo largo de los años, ha habido mucha discusión sobre cómo ciertas traducciones, en particular “acumulación primitiva” en lugar de la “ursprüngliche Akkumulation” de Marx y “material” en lugar de su “sachlich”, han llevado a los lectores por mal camino. Estamos de acuerdo en que esas traducciones son engañosas, y tal vez las nuevas (romper con la tradición y eliminar “primitivo”) marquen una diferencia. Pero aunque los señalamos primero, estos casos no son los primeros que vienen a la mente.
La formulación “trabajo improductivo” ha suscitado muchas críticas por parte de las académicas feministas porque Marx la aplica al trabajo doméstico, es decir, al trabajo realizado principalmente por mujeres. De hecho, Marx aclara que no está estableciendo una jerarquía cuando distingue el trabajo productivo del trabajo improductivo, y subraya que si estás realizando un trabajo productivo, en el sentido que él le da al término, no deberías celebrarlo, porque eso significa que estás siendo explotado. Estás fabricando algo que pertenece a otra persona y no te están pagando por parte de tu trabajo.
El trabajo improductivo no es remunerado, pero al menos no se realiza bajo las órdenes de un capitalista que se enriquece con el sudor de tu frente. Como se da a entender, la aclaración no ha ayudado mucho, y una de las razones es que la frase “trabajo improductivo” es simplemente muy insultante, más insultante, creemos, que el original alemán, para el que parece ser una coincidencia exacta: “unproduktive Arbeit”. En otras palabras, si traduces la frase de la manera obvia, convirtiendo “unproduktive” en “improductive”, obtienes cierta amplificación, amplificación que se ha interpuesto en el camino, irónicamente, del debate productivo. Es por eso que en nuestra traducción “unproductive Arbeit” se traduce como “trabajo no productivo” [“nonproductive labor»].
También creemos que los problemas de traducción han limitado las discusiones sobre la sección del fetichismo, que tiende a reducirse a un par de puntos: las relaciones entre las personas aparecen como relaciones entre cosas, o nuestro propio movimiento social aparece como el movimiento de las cosas, que, en lugar de controlar, somos controlados por ellas (en alemán tampoco está claro si “que” se refiere al “movimiento” o a las “cosas”). El punto más amplio, el “secreto” que Marx menciona en el encabezado de la sección, recibe menos atención de la que debería, y esto puede deberse a que la traducción de Fowkes oscurece la oposición crucial en la formulación de Marx: los atributos sociales del trabajo aparecen como los atributos objetivos de los productos del trabajo.
Marx dice muy claramente que su objeto de estudio es la producción capitalista, no sólo su versión inglesa.
El cambio clave aquí es que en la nueva edición el término “Gegenständlichkeit” se traduce como “objetividad espectral” , en lugar de “objetividad” [“objecthood» y “objectivity» en inglés, que se traducen ambos como «objetividad”. Escribimos “objetividad espectral” por coincidir con la mejor traducción al español, la de Pedro Scaron, de la frase entera: gespenstige Gegenständlichkeit. La traducción plena al español de estos términos diferentes en inglés es imposible en español o puede entrar en contradicción con las mejores traducciones a nuestro idioma de El Capital]. Cuando los lectores entiendan que a Marx le interesa la “objetividad” del valor, en cómo el valor, a pesar de ser una cosa no física, se comporta como un objeto físico, será menos probable que entiendan la frase “objetividad espectral” como algo así como “características que existen objetivamente”, por lo que en realidad no contrastan con “características sociales”, ya que las características sociales también existen objetivamente.
Wendy Brown
¿Cuál es el movimiento más arriesgado en el trabajo que usted realizó, ya sea en su introducción, Paul North, o en la traducción del texto de Marx?
Paul North
“Arriesgado” es un gran adjetivo para este proyecto. Da en el clavo con la apuesta que supone la retraducción de un texto terrible. No se trata sólo de un libro muy querido. Para quienes lo necesitan, El capital es un libro históricamente desesperado, un libro que marca una época y un libro que aborda el deseo sincero de alivio del sufrimiento y una alternativa a las vidas desperdiciadas. Debido a la gravedad del libro, debido, en resumen, a los excesos capitalistas que el libro describe -que describe teóricamente por primera vez- la gente cuenta con que diga lo que necesita desesperadamente decir, de acuerdo con su posición social y situación histórica.
Esto es tan cierto para los grupos de trabajadores que lo leen como para los académicos e incluso para los economistas convencionales que desdeñan El Capital. Hacer que el libro sea lo que uno necesita que sea –esto es más cierto para los revolucionarios, y tal vez sólo sea excusable cuando lo hacen ellos. Una lectura altamente disciplinada, podríamos llamarla dogmática, tiene sentido cuando uno necesita reunir a una nación desigual para la revuelta. Así que cuando asumimos la tarea de volver a traducir, que de hecho ha sido solicitada por muchos lectores disciplinados, yo añadiría, sabíamos que habría quejas e incluso a veces incredulidad sobre nuestras decisiones. También sabíamos que habría asombro y aprendizaje, cuando las personas que lo han leído muchas veces en la traducción anterior encontraran algo inesperado en él. Llevar a cabo el proyecto es arriesgar los compromisos textuales y los sueños políticos de las personas. Pero es hora de hacerlo, en vista de mejores compromisos y –para ser honestos– mejores sueños.
El movimiento más arriesgado, tanto en la introducción como en la traducción, es, en mi opinión, considerar la crítica como algo más que dialéctica. Reitter ha ofrecido a los lectores ingleses una prosa estilísticamente móvil en nombre de la increíble movilidad estilística de Marx en alemán. La dialéctica, o la versión de Marx de ella que no siempre está segura de cómo funciona en sí misma, sí se da en el libro, especialmente en el primer capítulo. Junto a las partes dialécticas y a menudo por delante de ellas para hacer otro trabajo, se encuentran formas como la polémica, la ironía, la personificación, la analogía, la ventriloquia y el reportaje.
Hay suficientes estilos y voces aquí para no perder los “momentos programáticamente extraños”, como dice Reitter en el prefacio del traductor. Como traductor, escucha más de estos estilos que los traductores anteriores. Creo que puedo decir eso. Y esto no es bueno en sí mismo. No todas las traducciones necesitan ser estilísticamente lúdicas para ser fieles. Pero es un requisito para el libro de Marx, porque estos otros estilos son otros modos de crítica. Acertar con el estilo del autor puede tener un valor estético en las bellas letras, mientras que aquí, en un libro terrible, tiene un valor crítico. Cada uno de los estilos de Marx es un intento de hacer lo que hace la crítica, de una manera diferente.
Cuando el narrador es irónico, uno es testigo de una contradicción sin tener que resolverla. Uno se queda en ella un rato, la experimenta. Cuando Marx hace de ventrílocuo con la mercancía, con la voz más vivaz y coloquial, cuando hace hablar a la mercancía, realiza la personificación, entre comillas, que el sistema del capital realiza dentro del mercado. La gran ventaja del volumen I (la segunda edición alemana, traducida aquí por primera vez) con respecto a los otros volúmenes (que fueron escritos antes y nunca revisados por Marx) es que Marx saca todos los estilos de su carcaj y dispara.
Para quienes lo necesitan, El Capital es un libro históricamente desesperado, un libro que marca una época y un libro que aborda el deseo sincero de alivio del sufrimiento y una alternativa a las vidas desperdiciadas.
Para criticar un sistema demasiado astuto y enorme para ser comprendido —y francamente demasiado misterioso para que alguien sepa exactamente qué tipo de arma funcionaría contra él— Marx ensayó todos los estilos que había estado practicando durante un cuarto de siglo en discursos en barricadas, cartas cáusticas a amigos, manifiestos que se escuchaban en todo el mundo, conjuntos privados de tesis filosóficas, tratados irónicos y alegóricos, así como, a veces, hablando en lengua hegeliana. Al final, no hay diferencia si los excesos y abusos del capital se exponen porque se lo supera en dialéctica o porque se ridiculiza a sus apologistas y se los hace parecer tontos. Cualquier estilo es bueno para llevar adelante la crítica.
Wendy Brown
Mientras trabajaban en la traducción, ¿se encontraron pensando en cómo Marx podría haber repensado ciertos movimientos si estuviera teorizando el capitalismo hoy?
Paul Reitter
Marx dice muy claramente que su objeto de estudio es la producción capitalista como tal, no sólo su versión inglesa. Utiliza las circunstancias de Inglaterra para ejemplificar “la teoría en desarrollo” en El Capital sólo porque Inglaterra ha sido el lugar clásico de la producción capitalista “hasta el día de hoy”. Por supuesto, uno se pregunta en qué material se basaría para ilustrar sus teorías ahora, un siglo y medio después, y también uno se pregunta si todavía destacaría un país como el lugar donde podemos ver cómo funciona la producción capitalista. Luego está su gran énfasis en los cuerpos físicos de las mercancías, o lo que él llama “Waarenkörper”: ¿seguiría señalando la doble naturaleza de la mercancía al hablar de ella como un objeto físico y un “portador de valor” no físico? [physical thing y nonphysical “value-thing”]
Dado que, al menos en las principales economías del mundo, cada vez nos ocupamos más de mercancías no físicas, sin cuerpo o virtuales, ¿qué pasaría con su vocabulario? Está claro, debo añadir, que Marx no piensa en las mercancías como algo sólo físico, pero sus exigencias metafóricas hacen que lo físico, al menos como ejemplo, se oponga a lo no físico, que al principio del libro es el valor. Uno se pregunta también qué tipo de medio elegiría para presentar su mensaje. Los libros han resistido bastante bien, al parecer. Pero no deberíamos suponer que Marx seguiría el mismo camino, dado su evidente interés en llegar a un público amplio y también en presentar la información de formas dinámicas, inusuales y polifónicas. ¿Tal vez tendríamos El Capital en Substack?
Los movimientos básicos, exponer el plusvalor como la principal fuente de ganancias, señalar la inversión de las relaciones sociales en una sociedad de mercado, describir el fetiche como el correlato disposicional de las relaciones sociales invertidas, todo esto seguiría siendo igual. Obviamente también, sería necesario un volumen dedicado a la reproducción social, uno dedicado a la racialización como herramienta del capital pero también como uno de sus formas fundacionales, un volumen sobre el Estado no sólo como un mero apoyo a los capitalistas, aunque, como lo dice el tiempo, aunque los Estados pueden no haber sido sólo eso en el siglo XIX, hay muchas pruebas de que se están convirtiendo cada vez más en eso.
Y nos gustaría que Marx, una vez resucitado, hiciera una investigación exhaustiva sobre las crisis, dado todo lo que ha sucedido desde 1883. Una nota: gran parte del trabajo de revisión y ampliación de El Capital ha sido realizado por sus lectores más brillantes, desde Rosa Luxemburg hasta Michael Heinrich, incluyendo tantos otros nombres que llenarían muchos volúmenes, pero no hay que olvidar a estos: [WE B] Du Bois, [Isaak Illich] Rubin, [Raya] Dunayevskaya, [Moishe] Postone. Y hablando de continuar el proyecto, tampoco hay que olvidar el trabajo en este libro y en otros escritos de su brillante familia, su esposa, Jenny, y dos de sus hijas, Eleanor y Laura, que fueron editoras, compañeras de conversación, copistas y traductoras.
Wendy Brown
Hablemos de la teoría del valor-trabajo y de su interpretación de la misma. [Jean] Baudrillard hizo una famosa crítica simpatizante que se centraba en la absorción de Marx por la industria basada en la fábrica, [que] reflejaba su propia época al hacer del trabajo fabril algo de suma importancia. Más recientemente, ha habido críticas que van desde la oclusión de Marx del valor de la “naturaleza” hasta el auge del sector de servicios, la economía de la información y la comunicación, la robótica y la inteligencia artificial y, por supuesto, las grandes finanzas. La teoría del valor-trabajo es el corazón de la respuesta de Marx a la pregunta: “¿De dónde proviene la ganancia?” ¿Ustedes creen que se sostiene? ¿Importa si no se sostiene?
Paul North
Antes de preguntar qué es la teoría del valor-trabajo, si es que hay algo que decir, una primera pregunta es: ¿de qué hablamos cuando hablamos de la “teoría del valor-trabajo”? ¿Habló Marx realmente de ella? Y, por último, ¿por qué estaba en su teoría? ¿Qué se suponía que debía hacer? En tu pregunta oigo comillas implícitas, como si la frase fuera un artefacto de una historia interpretativa específica (Baudrillard es uno de los muchos que tomaron esa frase y luego vino la abreviatura, como si fuera un monograma: LTV). Algunos intérpretes de El Capital han sido ambiciosos y reduccionistas de esta manera. Quieren un producto simple. ¿Quién no lo querría, frente a un libro tan complejo? Sin embargo, si pones a estos intérpretes juntos en una fábrica y les pides que construyan una “teoría del valor-trabajo”, es probable que obtengan productos muy diferentes. Es decir, no debemos olvidar que la teoría también es una actividad productiva y utiliza tecnologías diferentes.
¿Qué tecnología se estaba empleando cuando Marx, y antes que él [David] Ricardo, y antes que él [Adam] Smith, produjeron un producto llamado “teoría del valor-trabajo”? De entrada hay una diferencia importante. Smith y Ricardo, aunque reconocían algunos de los problemas que surgían al centrarse únicamente en los insumos laborales, no obstante sostenían que el trabajo era la diferencia que marcaba la diferencia. A todos los efectos, era el único determinante del valor y, por lo tanto, del precio y, por lo tanto, de la ganancia. Además, para ellos el trabajo significaba la actividad física de producir un producto físico.
Si alguna vez hubo una teoría del valor-trabajo en Marx, fue una teoría crítica. Decidió —no sé cuándo exactamente, pero seguro que en la década de 1850— que había que cartografiar todo el sistema del capital, que la verdad del sistema del capital no estaba en ningún acto en particular, como el trabajo, sino en realidad en el conjunto y que sólo podía explicarse a partir del conjunto. A veces, los intérpretes quisquillosos se centran demasiado en la producción, es decir, demasiado en el volumen I. Cuando se llega a los volúmenes II y III, resulta evidente que el conjunto precede incluso al trabajo; la competencia entre empresas, así como los flujos de capital entre sectores económicos, son ingredientes cruciales de la ganancia per se, y son fuerzas que determinan la cantidad y la tasa de ganancia que acaba obteniendo cualquier sector, industria o empresa.
La parte principal del volumen I se centra en la pregunta sobre qué es el valor, pero ¿qué es el trabajo? La principal crítica de Marx al concepto de valor de la economía política clásica cambió de hecho el significado de “trabajo” en las sociedades donde domina el capital. Vale la pena recordarlo. En los últimos cincuenta años aproximadamente ha habido un renacimiento en la comprensión del proyecto de Marx de El Capital. Debido al rigor filológico de la segunda edición MEGA (Marx-Engels-Gesamtausgabe) en Alemania, el trabajo genealógico del grupo en torno a Enrique Dussel en México en los años 1980 y los estudiosos dispares que trabajan sobre el “valor” desde los años 1970, tenemos una idea mucho mejor de lo que Marx hizo con y para Smith y Ricardo. Sus teorías del valor-trabajo, que el economista neokeynesiano Paul Samuelson llamó en un famoso artículo de 1971 “la teoría pura del valor-trabajo”, tiene poco que ver con Marx.
Encuentre un grupo de lectura de Capital —o funde un grupo de lectura de Capital— y comience.
El renacimiento de la comprensión del proyecto de El Capital muestra que Marx se aleja radicalmente de la escena artificial y primitivista del trabajo “puro”. La teoría del valor de Marx se centra, de hecho, en el trabajo “diluido”. Lo que cambió en las sociedades de mercado fue que el trabajo abstracto, no el concreto, era el que dominaba. La idea de que el trabajo concreto crea valor debe derivar, en última instancia, del misticismo, según el cual el espíritu se transfiere del trabajador al objeto, materializándose en un objeto como su “valor”. En la década de 1840, Marx todavía pensaba de esta manera. Sin embargo, con la crítica de la economía política, Marx rechazó este misticismo: era la mentira del sistema, la mentira necesaria a la que llamaba “fetiche”. No había ninguna diferencia si se intercambiaba el fetichismo de la mercancía por el fetichismo de la escena primitiva del trabajo. Los trabajadores no iniciarán la revolución. Sólo el proletariado puede hacerlo. Los trabajadores utilizan sus habilidades para fabricar objetos para su uso, pero el proletariado crea valor, independientemente de los productos que elabore físicamente.
Las presiones que el valor, como abstracción, ejerce sobre los trabajadores forman al proletariado. El valor es una abstracción de su trabajo privado individual causado por las demandas homogeneizadoras del intercambio. El trabajo abstracto presiona a los trabajadores cualificados individuales, con músculos y mentes, para que se conviertan en un proletariado homogéneo oprimido por un ideal impersonal que utiliza sus músculos y mentes para sus fines y luego los descarta a ellos y a sus portadores tan pronto como puede. Diane Elson, economista, pensadora social y estudiosa de género, llamó a esto en un ensayo de 1979 “La teoría del valor del trabajo”, una reinterpretación que ahuyenta a los intérpretes reduccionistas. El trabajo es mandado por el valor. Marx consideró esto uno de sus principales avances. Dado que el valor todavía rige el trabajo en la industria manufacturera, que representa casi el 30 por ciento del PIB mundial, esta teoría sigue siendo necesaria. Además, hay un argumento sólido para afirmar que no cambia fundamentalmente cuando el producto es un “servicio”. Un servicio, como el ligeramente descabellado servicio llamado “soluciones empresariales” (descabellado porque no se especifica su contenido, y es particularmente rentable precisamente por eso), es una mercancía sujeta a las mismas fuerzas que un producto físico (o no físico).
Ya se trate de servicios financieros, de salud, tecnológicos o educativos, un servicio producido para el intercambio también es una mercancía. Los trabajadores que ofrecen “soluciones empresariales”, desde los consultores que se encuentran en el extremo superior de la escala salarial hasta los que se encuentran en el otro extremo, los conserjes que vacían los contenedores de basura en los cubículos de los consultores, se rigen por la ley del valor. Su trabajo debe producir valor para la consultoría y, para ello, el valor de su trabajo se compara con el valor de todos los demás trabajadores del sector de servicios. Lo mismo ocurre con las finanzas, que apuestan en los flujos futuros de producción y servicios. Las finanzas se rigen por el valor futuro, el plusvalor que se extraerá de esos flujos para los inversores. El verdadero beneficio de la teoría del valor-trabajo, este producto teórico de Marx, recuperado cien años después por Elson y otros, es que da a la gran mayoría de la población mundial una razón sólida y técnica para la inmensa degradación de la vida.
Wendy Brown
¿Todo el mundo debería leer El Capital? ¿Todavía? ¿Ahora?
Paul Reitter
Sí, por supuesto: todo el mundo debería leer El Capital. Si quieren una respuesta amplia y verdaderamente convincente a esta pregunta, consulten el prólogo que Wendy Brown contribuyó a nuestro volumen. Aquí daré algunos puntos concisos. Sobre la lectura de El Capital ahora: el destino del planeta depende de si podemos frenar el capital, y el libro sigue siendo la crítica más brillante y completa del sistema capitalista y el fundamentalismo de mercado. Sobre la lectura de El Capital todavía: lean el libro por su importancia histórica – si quieren entender el desarrollo del pensamiento económico o la conversación crítica sobre el capitalismo, no hay forma de evitar El Capital. Léanlo porque es, a su manera, una lectura excelente, excelente: sí, difícil y técnica a veces, pero también ingeniosa, conmovedora y poderosa. Algunas formulaciones los dejarán sin aliento. Busque un grupo de lectura de El Capital -o funde un grupo de lectura de El Capital– y comience. Grupos de estudiantes, grupos de trabajadores, artistas, movimientos y sí, incluso economistas han estado haciéndolo durante 150 años.
Wendy Brown
Muchos no estudiosos de Marx piensan que la crítica de Marx se refiere a la distribución de la riqueza, es decir, a la desigualdad. ¿El Capital es accesible a esta lectura o cura a los lectores de ella?
Paul North
David Ricardo escribió un libro en 1817 cuyo objetivo declarado era descubrir “las leyes que regulan la distribución de los productos de la tierra”. Cincuenta años después, Marx argumentó que la distribución de la riqueza es, por un lado, un efecto superficial de un proceso mucho más profundo y, por otro, una apariencia engañosa que nos aleja de enfrentarnos a ese proceso más profundo. Las sociedades de mercado no tienen riqueza; tienen capital. Y el capital en ellas está distribuido de manera desigual, sin duda. Sólo los capitalistas lo tienen; los trabajadores en general no lo tienen, o no tienen mucho. (Según el blog de economía The Motley Fool, el 10 por ciento de la población más rica en Estados Unidos posee el 87 por ciento de las acciones. La situación mundial es mucho más cruda, por supuesto.)
El término “riqueza” implica algo que está ahí, esperando ser distribuido, una pila inerte. También implica que los actores sociales tienen capacidad de acción en la ecuación. Usted o yo podemos obtener riqueza, y si la obtenemos, podemos hacer lo que queramos con ella. Por implicación, también creemos, cuando nos enfrentamos a la “riqueza”, que las razones de su distribución desigual también están en manos de los agentes sociales, y los obstáculos a la redistribución son psicológicos o morales, a saber: el interés o la codicia. Marx no está de acuerdo. Incluso diría, creo, que “distribución” es un término demasiado neutral. Es formalista, como si estuviéramos mirando hacia abajo desde una milla de altura sobre un campo sembrado de rocas. Muchos términos económicos fueron adoptados de las ciencias físicas, de acuerdo con el sueño de los economistas de volverse tan rigurosos como ellos creen que son las ciencias físicas.
Tomemos la distribución de las rocas sedimentarias, ígneas y metamórficas en la Tierra. En geología, si observamos su distribución, estamos viendo, como desde arriba, una imagen inerte, una imagen congelada. En cambio, Marx diría que la “distribución” es el resultado de un proceso cuyo objetivo no era la “distribución” en sí. El proceso en su conjunto, el sistema del capital, tiene como objetivo reproducirse una y otra vez y expandirse. La distribución es un indicador importante de la forma en que se reproduce y se expande, pero si nos limitamos a mover las rocas, no hemos tocado las fuerzas que las pusieron allí. Al cabo de millones de años, las rocas vuelven a donde estaban.
El sistema del capital hace funcionar su magia de Sísifo mucho más rápidamente. Sus fuerzas –producción y reproducción, competencia, crisis– hacen que el capital distribuya el excedente entre los capitalistas, por necesidad férrea. Esto se debe a que el capital no es inerte, depende de una combinación de violaciones: extracción de recursos hasta su agotamiento mientras devuelve contaminación a la tierra; expropiación de tierras, recursos, poblaciones y vidas que antes eran externas al sistema; expoliación de trabajo a los trabajadores; explotación del trabajo para producir plusvalor no remunerado. Todos estos “exes” siguen adelante porque las fuerzas los obligan a hacerlo.
Tendremos que luchar no contra la desigualdad, sino contra los cuatro «exes»: explotación, extracción, expoliación y expropiación, y sólo podremos ganar finalmente, pensó Marx, cambiando de sistema.
Obligados por la competencia, no “distribuimos la riqueza”, sino que arrebatamos todo el excedente que podamos al trabajo, todos los recursos que podamos a las economías “menos desarrolladas”, toda la cuota de mercado que podamos a otros capitalistas. Como capitalistas, no hacemos esto por avaricia, sino porque no tenemos otra opción. El sistema lo exige. Si queremos una distribución diferente, tendremos que luchar no contra la desigualdad, sino contra las cuatro “exes” (explotación, expoliación, extracción, expropiación), y sólo podremos ganar, pensaba Marx, cambiando de sistema.
Wendy Brown
Como estamos hablando de una nueva edición de El Capital, conviene hablar del proceso de trabajo. ¿Cómo fue vuestro trabajo colaborativo?
Paul North
Recibí una llamada de Princeton University Press preguntándome si realmente hablaba en serio de la recomendación positiva que envié para una propuesta de traducción verdaderamente loca: por fin alguien se iba a sentar a hacer una traducción al inglés del volumen I de El Capital, desde cero. Tenía que ser conceptualmente rigurosa y tener en cuenta las principales relecturas y descubrimientos de los últimos 150 años, había dicho. Tenía que superarse a sí misma, si sabes a qué me refiero; Marx no era un “marxista”, como supuestamente le dijo a su yerno Paul Lafargue. Es decir, no escribió ni un conjunto de ideas verdaderas y fijas para la posteridad ni un conjunto de reglas para la revolución. El libro es inquisitivo, divertido y difícil también, sin duda, lleno de maquinaciones dialécticas y explosiones retóricas.
En resumen, tenía que ser el traductor adecuado. En cierto sentido, si tomabas lo que Paul Reitter había traducido anteriormente y lo combinabas, ya te acercabas a Marx. Había hecho una excelente versión de la autobiografía de Salomón Maimón, Maimón de quien Immanuel Kant pensaba que entendía su densa e importante Crítica de la razón pura mejor que nadie, a pesar de ser un judío del interior (observación mía, no de Kant). Reitter también tradujo a [Friedrich] Nietzsche y Karl Kraus, dos escritores escrupulosos de pensamientos inescrupulosos.
Pero aún no estaba seguro de que fuera posible traducir al inglés la obra de Marx en múltiples voces y estilos y, al mismo tiempo, tocar todas las heridas y cicatrices del sistema del capital. Se necesitaría devoción, sí, una comprensión profunda del texto también y un excelente oído. A pesar de la preocupación, me lancé. Empezamos a trabajar juntos, lo que significó que Reitter traducía horas al día y me enviaba páginas que yo leía, comparaba con el alemán y respondía cuando era necesario.
A través de una cantidad de trabajo demencial, encontró un Marx en inglés que hablaba en muchos de esos estilos, una voz que era mucho más directa y hablaba a los lectores. El peligro de este libro, con toda su complejidad, es que hable más allá de los lectores, un peligro que Marx reconoció claramente en su propio original en alemán. Traté de mantenernos honestos sobre el vocabulario conceptual -discutimos, con humor y deferencia, sobre significados y interpretaciones- durante cinco años. Reitter produjo montones de prosa flexible que variaba con el libro, la voz generalmente directa y objetiva, cuando era necesario terminaba en nudos dialécticos, siempre avanzando hacia la siguiente demostración, el siguiente argumento, a menudo divertido.
La nuestra era una imagen de cooperación, en el sentido de Marx: una división del trabajo, en la que aprendimos a depender unos de otros. Ambos escribíamos notas finales y ahora es difícil saber quién escribió cuál. Pero, sobre todo, a medida que avanzaba el proyecto nos convencimos, una vez más, pero de una manera diferente y más personal, de lo importante que sigue siendo el análisis de Marx para poner ante los ojos de quienes sufren los excesos y las mentiras del capital.