Es casi unánime leer en la prensa de estos días que el motivo de la renuncia de funcionarios del gobierno británico, y hoy del mismo Primer Ministro, se debe a un escándalo de comportamiento sexual por parte de un alto funcionario. Esa lectura es simplista, lo que hiciera Chris Pincher no fue más que la gota que rebalsó el vaso.
Boris Johnson logró convertirse en Primer Ministro y sostenerse en el cargo en 2019, luego de que renunciaran Theresa May y David Cameron (ambos también del Partido Conservador) antes de él. Parecía haber logrado conformar finalmente un gobierno estable cuando consiguió concretar el proceso del Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea. El fracaso de años de sus antecesores es lo que se los había «llevado puestos».
A ojos de todo el mundo, estaba todo dado para que Boris Johnson lograra ser un gobierno fuerte. Prometía ser, sino de palabra de hecho, el Donald Trump británico. El triunfo del Brexit se impuso con un claro giro a la derecha de sectores de masas británicos, sobre todo ingleses, y la retórica xenófoba y reaccionaria de la nueva derecha había logrado amplio público. El problema de la Unión Europea era la «apertura» a la entrada de inmigrantes, a la competencia directa con los salarios bajos de europeos orientales, a no poder impulsar una política propia de explotación económica imperialista sin consultar con alemanes y franceses.
Ser cabecilla de lo que con crisis se convierte en un nuevo status quo suele ser garantía de lograr ser mayoría por un buen tiempo. En 2019 se había asegurado un amplio triunfo electoral, tanto en cuanto a cantidad de votos como de representantes en la Cámara de los Comunes. Parecía avecinarse una nueva y larga hegemonía conservadora, comparable a la década de Margaret Tatcher. No pasaron tres años y las ilusiones se disiparon totalmente.
Estas son algunas de las crisis políticas que debilitaron al gobierno de Johnson hasta forzar su caída.
El escándalo Pincher
En febrero, Chris Pincher había sido designado como subjefe de la bancada conservadora en el parlamento. La semana pasada ya había renunciado, arrastrando tras de sí a un funcionario del gobierno tras otro.
El escándalo en torno suyo desató una ola de renuncias que detonó la del día de hoy, la del propio Primer Ministro.
Pincher fue acusado de acoso y manoseos a otros hombres, aprovechando su lugar de poder, semanas antes de que se supiera.
En principio, esto podría no haber afectado a Johnson. Pero inmediatamente se supo de acusaciones anteriores de comportamientos similares, y que al menos en 2019 el mandatario ya los conocía.
A raíz de este escándalo es que el gobierno había perdido el apoyo de dos hombres fuertes del gabinete. Hace unos días, Sajid Javid y Rishi Sunak, ministros de Sanidad y Hacienda respectivamente, habían renunciado a sus cargos. Con ellos se habían ido unos 60 funcionarios más.
La inflación
El Brexit prometía devolver al Reino Unido a una situación de auge económico visto como un lejano pasado. Ninguna de las promesas pudo ser cumplida. Junto a las restricciones por el covid-19, ahora se sumaba la presencia de un fantasma que parecía haber sido hace mucho tiempo exorcizado: la inflación.
No podía ser de otra manera, la suba sostenida de los precios implicó el deterioro constante del poder de compra de los salarios.
Con un 9% interanual en mayo, la inflación fue la más alta en 40 años, los que daban inicio a la era neoliberal de Tatcher.
Ahora, la guerra en Ucrania tuvo en suelo británico la misma consecuencia que en el resto del mundo: la disparada de los precios de alimentos y energía.
Partygate
El número 10 de Downing Street es el departamento de lujo de residencia del Primer Ministro y su familia. Es nada menos que una muy respetada sede de poder, símbolo del Ejecutivo de una potencia mundial.
Mientras millones de británicos se encontraban encerrados por un fuerte brote de Coronavirus, en Downing Street se realizaban fiestas hasta altas horas de la noche, y no unas de protocolo ni que se caracterizaran por su elegancia. Eran fiestas y nada más que fiestas.
Las fotos en el jardín llegaron a cada rincón, nadie se quedó sin poder ver cómo el Primer Ministro se daba la buena vida.
Corrupción política y empresarial
Para nadie es un secreto que el capitalismo necesita de buenas relaciones entre funcionarios y empresarios. Sobre todo en las más altas cumbres, la frontera que separa a un ministro o diputado de un corrupto empresario son al menos borrosas.
El «cabildeo» es una manera elegante de los países anglosajones de llamar a la corrupción explícita. Owen Paterson, diputado conservador, fue acusado de ejercer presión sobre el gobierno para conseguir concesiones para sus clientes, capitalistas que le entregaban buenas sumas de dinero.
Tras la acusación, se desató todo un gran esquema de corrupción entre funcionarios torys y empresarios. Ni más ni menos que el Primer Ministro conservador de los 90′, que había sido ministro bajo Tatcher, dijo que el gobierno de Johnson como un todo era corrupto.
La pandemia
La gestión de la pandemia y la crisis que conllevó fue de las más erráticas del mundo. Boris Johnson fue el que dijo que había que dejar que el Coronavirus circule libremente para así alcanzar la «inmunidad de ganado».
De esa orientación pasó a duras restricciones, caóticas y poco populares por tratarse de giros bruscos para un mayor control de daños.
Esta orientación no dejó contento a nadie. El oscurantismo negacionista, que es parte de su base social, lo criticó hasta por las más elementales medidas sanitarias. Buena parte de la clase trabajadora por ser abandonada a su suerte, obligada a trabajar o morir de hambre. Las clases medias y pequeños comerciantes por ver sus negocios afectados.
La decadencia de un imperialismo
Gran Bretaña supo ser el más grande imperio del mundo, el representante mundial de la expansión definitiva del capitalismo a todos los rincones del mundo con sus fábricas y ferrocarriles, barcos de guerra y comerciales, con sus colonias y diplomacia, con sus guerras y su violenta paz.
En el siglo XX, fue desplazado por Estados Unidos, perdió una tras otra la inmensa mayoría de sus colonias junto a su peso mundial, su lugar en el mercado internacional. Sus inmensas ventajas sobre todos los demás se fueron reduciendo prácticamente a una sola, la financiera.
Mientras se convertía en aliado estratégico de Estados Unidos, el Reino Unido se unió también a la Unión Europea para sobrevivir a su competencia económica. El Brexit pretendía sacarse las ataduras de Alemania y Francia para recuperar un proyecto propio de capitalismo imperialista. Pero no hay margen alguno para que la burguesía británica recupere ni un milímetro de lo perdido, y el Brexit fue poco más que quedarse donde ya se estaba: en una silla de espectador del teatro de la propia decadencia.