Traducción de Viento Sur
No había pasado ni una hora desde que escribí mi artículo de hace una semana («El Líbano y la estrategia israelí de intimidación«) cuando las agencias de inteligencia israelíes lanzaron una operación de terror masivo en el Líbano haciendo estallar dispositivos de comunicación individuales en dos oleadas sucesivas a lo largo de dos días, matando a más de 40 personas e hiriendo a más de 3500. A estas dos oleadas de terrorismo masivo siguió una escalada en el intercambio de proyectiles a través de la frontera entre Hezbolá y las Fuerzas de Agresión Israelíes (también conocidas como IDF), preludio del intenso y violento bombardeo que se abatió el lunes sobre el sur de Líbano y otras zonas donde Hezbolá está presente, matando a casi 500 personas e hiriendo a más de 1.600. El bombardeo sigue en curso mientras se escriben estas líneas.
La pregunta que se impone a todo el mundo, empezando por las personas atacadas en Líbano, es si esta repentina escalada de lo que hemos denominado «estrategia israelí de intimidación» está preparando el camino para una agresión a gran escala contra Líbano que incluiría el bombardeo pesado indiscriminado de todas las zonas en las que está presente Hezbolá, incluido el suburbio meridional de Beirut, densamente poblado, con el objetivo de que «parezca Gaza», en palabras de uno de los estrechos colaboradores de Benjamin Netanyahu. De hecho, se teme que el Estado sionista lleve a cabo una brutal agresión contra partes de Líbano, similar a la agresión que tuvo como objetivo toda la Franja de Gaza, en línea con lo que uno de los supervisores de la agresión israelí contra Líbano en 2006 denominó la «doctrina Dahiya» (una referencia al suburbio sur de Beirut, la palabra árabe dahiya significa suburbio). Esta doctrina pretende lograr la disuasión de cualquiera que tenga la intención de enfrentarse a Israel, amenazando con infligir un alto nivel de violencia en las zonas habitadas por la población civil a la que pertenecen quienes alimentan esa intención, como ocurrió con el suburbio sur de Beirut en 2006, que es la principal zona donde se concentra la base popular de Hezbolá.
Es un hecho que la agresión de 2006 que siguió a una operación llevada a cabo por combatientes de Hezbolá a través de la frontera sur libanesa contra soldados israelíes, matando a ocho de ellos y capturando a dos, tuvo un efecto disuasorio, que fue reconocido por el Secretario General de Hezbolá, Hassan Nasrallah, al declarar su pesar tras aquella guerra, cuando lanzó en televisión la famosa frase: «Si hubiera sabido siquiera en un uno por ciento que esta operación de secuestro desembocaría en una guerra de esta magnitud, desde luego no la habríamos hecho por razones humanitarias, morales, militares, sociales, de seguridad y políticas».
Lo que no dicen los medios de comunicación occidentales, que se apresuran a condenar los crímenes de guerra cuando son cometidos por los enemigos de Occidente, como el régimen ruso en Ucrania, es que la doctrina Dahiya no es un ejemplo de genialidad militar ni una doctrina digna de enseñarse en las escuelas militares de los países civilizados, sino una flagrante violación de las leyes de la guerra, que consiste en la práctica de crímenes de guerra a gran escala, hasta un nivel genocida en Gaza, mediante la intención explícita de atacar a civiles para disuadir a los combatientes. En otras palabras, se trata de una estrategia terrorista formulada por un Estado terrorista por excelencia, lo que constituye una cruda confirmación de que el terrorismo de Estado es mucho más peligroso que el terrorismo de los grupos no estatales, ya que aplica la misma lógica, es decir, el asesinato de civiles con un fin político, pero con un potencial de letalidad y destrucción inconmensurablemente mayor.
Hezbolá aprendió dos lecciones de la Guerra de los 33 días de 2006. La primera se traduce en que desde entonces tiene en cuenta lo que considera una línea roja que, de cruzarse, daría al Estado sionista un nuevo pretexto para atacar a civiles libaneses. Para proteger en primer lugar a su base popular, Hezbolá no llevó a cabo ninguna operación audaz como la que desencadenó la guerra de 2006 o la que llevó a cabo Hamás hace aproximadamente un año, desencadenando la guerra para destruir Gaza y exterminar a su pueblo. La segunda lección llevó a Hezbolá a adquirir un enorme arsenal de misiles que estableció una contra-disuasión para amenazar zonas civiles dentro del Estado sionista, logrando así lo que en el vocabulario de la disuasión nuclear se denomina un equilibrio del terror.
Esta ecuación es la que explica la iniciativa de Hezbolá de iniciar una guerra de desgaste limitada con el Estado sionista al día siguiente de la operación Diluvio de Al-Aqsa, en respuesta al llamamiento de Hamás para que se uniera a lo que éste había iniciado. Ese llamamiento se produjo en un mensaje del líder militar del movimiento islámico en la Franja de Gaza, Muhammad al-Deif, emitido al comienzo de la operación:
Oh hermanos nuestros de la resistencia islámica, en Líbano, Irán, Yemen, Irak y Siria, éste es el día en que vuestra resistencia se unirá a vuestro pueblo en Palestina para que este terrible ocupante comprenda que el tiempo en que arrasa y asesina a estudiosos y dirigentes ha terminado. El tiempo del saqueo de vuestras riquezas ha terminado. El bombardeo casi diario en Siria e Irak ha terminado. El tiempo de dividir a la nación y dispersar sus fuerzas en conflictos internos ha terminado. Ha llegado el momento de que todas las fuerzas árabes e islámicas se unan para barrer esta ocupación de nuestros lugares sagrados y de nuestra tierra.
Sin embargo, Hezbolá no se dejó llevar por la euforia hasta el punto de creer que había llegado el día de la victoria sobre Israel y la liberación de Palestina. Por ello decidió entrar en la guerra como soporte y no como participante de pleno derecho, una decisión que se tradujo en una guerra limitada de desgaste. El partido quería expresar su solidaridad con el pueblo de Gaza, pero sin exponer a su base popular a un destino similar al de las y los residentes de la Franja. Sin embargo, este cálculo está resultando contraproducente para Hezbolá, ya que el Ejército de agresión sionista, una vez finalizadas sus intensas operaciones a gran escala en Gaza, se está centrando ahora en su frente norte, lanzando lo que hemos denominado «estrategia de intimidación», que consiste en una escalada gradual de los ataques con la amenaza de pasar a aplicar la doctrina Dahiya.
Este comportamiento israelí demuestra la eficacia de la contradisuasión de Hezbolá, ya que el gobierno sionista se ve obligado a ser cauto a la hora de desencadenar una guerra a gran escala que sabe que será costosa para la sociedad israelí, aunque el coste para la base de Hezbolá será mucho mayor dada la gran superioridad de la capacidad militar israelí. De ahí que el gobierno sionista recurriera en primer lugar a la escalada mediante una guerra asimétrica, término que suele describir las acciones de una fuerza irregular contra un ejército regular. En este caso, es el Estado sionista el que asesta un golpe artero y doloroso a Hezbolá y a su entorno civil mediante la voladura de dispositivos de comunicación. A esto siguió una escalada de guerra convencional que comenzó el lunes y que constituye una peligrosa intensificación de la presión sobre Hezbolá para obligarle a rendirse y aceptar las condiciones establecidas por Washington con el visto bueno del gobierno sionista, la más importante de las cuales es la retirada de las fuerzas del partido al norte del río Litani.
Frente a esta creciente presión, el partido se encuentra atrapado en una disuasión mutua pero desigual. No posee la capacidad de librar una guerra asimétrica en el interior de Israel y no puede golpear allí causando cientos de muertos, como lo que el ejército sionista infligió al Líbano el lunes, por miedo a que la respuesta sea abrumadora, sabiendo que Israel es plenamente capaz de responder a un nivel mucho más alto. El gobierno sionista es plenamente consciente de las condiciones de la ecuación. Aunque desea desmantelar la capacidad disuasoria de Hezbolá, no puede iniciar una guerra integral sin asegurarse la plena participación de Estados Unidos en ella, similar a la participación de Washington en la guerra contra Gaza durante varios meses, los más mortíferos y destructivos, hasta el punto de contrarrestar todos los llamamientos a un alto el fuego. El gobierno sionista necesita esa complicidad total estadounidense en caso de lanzar una agresión a gran escala contra Líbano, cuyas condiciones políticas aún no se han dado. Sin embargo, está trabajando para conseguirlas y es muy posible que, con ese objetivo, emita una advertencia con un plazo limitado a Hezbolá, como mencionamos hace una semana.
De todo ello se desprende que Netanyahu ha empezado a temer que su amigo Donald Trump pueda fracasar en las próximas elecciones presidenciales estadounidenses, dentro de un mes y medio aproximadamente. Por lo tanto, parece que ha decidido intensificar las acciones, aprovechando los últimos meses de presencia de su otro amigo, el «orgulloso sionista irlandés-estadounidense» Joe Biden, en la Casa Blanca. La pregunta ahora es: ¿presionará Biden a Netanyahu con la suficiente firmeza como para impedir una guerra que probablemente afectará negativamente a la campaña de la candidata de su partido, Kamala Harris? ¿O secundará una vez más el empeño criminal de su amigo, aunque vaya acompañado de una expresión de arrepentimiento y resentimiento destinada a desviar, con la hipocresía habitual, su culpa y la de su secretario de Estado, Blinken?
Líbano y la estrategia israelí de intimidación
18/Sep/2024
[Este artículo fue escrito horas antes del acto terrorista masivo dirigido contra miembros de Hezbolá a través de buscapersonas en la tarde del 17 de septiembre, lo que refuerza la actualidad de su título.]
En los últimos días se han multiplicado las amenazas israelíes sobre un ataque inminente contra Líbano, especialmente desde el ataque preventivo israelí contra Hezbolá del 25 de agosto, al que siguió el ataque del partido Hezbolá en represalia por el asesinato del comandante militar Fouad Shukr. Desde ese día, un coro empezó a culpar a Benjamin Netanyahu por la envergadura de la operación preventiva, que algunos comentaristas sionistas consideraron insuficiente, ya que desean un ataque que vaya más allá de los objetivos militares y alcance proporciones disuasorias desatando una destrucción intensiva sobre las concentraciones de población en las que prevalece Hezbolá.
Lo que llama la atención es que la culpabilización no se limitó a los miembros más extremistas de la extrema derecha sionista, campeones de la puja permanente, sino que también incluyó al «centro» sionista representado por Benny Gantz, uno de los líderes de la oposición a Netanyahu, antiguo jefe del Estado Mayor del ejército israelí y miembro del gabinete de guerra que se formó para supervisar la reocupación de Gaza hasta su dimisión del mismo el pasado mes de junio, provocando así su disolución. Gantz calificó el ataque de «demasiado poco, demasiado tarde». Un comentarista de Maariv, el periódico que representa las opiniones del «centro-derecha» sionista, escribió que no bastaba con impedir lo que Hezbolá estaba preparando, sino que lo que se requería era una campaña aérea a gran escala que disuadiera al partido de seguir intercambiando misiles a través de la frontera, permitiendo a los israelíes desplazados desde el comienzo de la guerra actual regresar a sus hogares.
Desde entonces, el debate se ha intensificado en los círculos sionistas, mientras que los pilares de la extrema derecha sionista se apresuraban a rechazar la acusación de su aliado Netanyahu, que les llevó al poder, tratando de desviar las críticas hacia el ministro de Guerra, rival de Netanyahu en el gobierno y dentro del partido Likud, Yoav Galant. La respuesta de este último fue superar a sus críticos insistiendo en la necesidad de ampliar el alcance de la guerra contra Hezbolá y darle prioridad sobre la guerra en Gaza, cuyos principales objetivos, en su opinión, ya se han alcanzado. El actual jefe del Estado Mayor israelí, Herzi Halevi, ha destacado desde entonces la eficacia de los ataques que sus fuerzas han lanzado y siguen lanzando mientras se preparan para una guerra a gran escala contra Hezbolá, incluidos los ejercicios realizados a finales del mes pasado que comprendían el entrenamiento de infantería para un ataque terrestre contra Líbano.
El propio Netanyahu ha contribuido a hacer sonar los tambores de la próxima guerra contra Líbano, a través de uno de sus estrechos colaboradores en el Partido Likud, que le atribuyó la intención de lanzar una guerra que hará que el suburbio de Beirut «parezca Gaza», como dijo el hombre, y que irá precedida de un ataque «preventivo» similar al del 25 de agosto, pero que durará unos días en lugar de unos minutos u horas. El comandante del Mando Norte de Israel, el general de división Ori Gordin, veterano de una larga serie de guerras que comenzó con la última fase de la ocupación sionista del sur de Líbano (1985-2000), participó en este «uno contra uno». Según noticias filtradas desde su entorno, Gordin pidió luz verde para que el ejército sionista volviera a ocupar una zona zona de amortiguamiento en el sur de Líbano. Como las mismas noticias indicaban que Galant y Halevi discrepaban con Gordin sobre la cuestión de lanzar una guerra a gran escala contra Líbano en el momento actual, el asunto parece inscribirse en el tira y afloja entre Netanyahu y Galant. La enemistad entre ambos hombres ha llegado al punto de que se rumorea que el primero está a punto de destituir al segundo de su cargo ministerial.
El gobierno de Biden temía que esta escalada de amenazas condujera a un gran ataque israelí contra Líbano en el momento actual, lo cual no desea por dos razones: primero, porque se encuentra en una condición débil al final de su término, ya que no comparecerá en las próximas elecciones, lo que le impediría poder controlar la situación, y segundo, porque una nueva guerra aparecería como un fracaso de sus esfuerzos, que su adversario, Donald Trump, explotará en su campaña electoral a costa de la actual vicepresidente de Biden y candidata de su partido a sucederle en la presidencia, Kamala Harris. Washington envió apresuradamente a su enviado especial para el conflicto entre Israel y Hezbolá, Amos Hochstein, que se reunió el lunes con Galant. El ministro de la Guerra elevó el tono, subrayando durante la reunión que la guerra contra Líbano era inminente y que ya no confiaba en la posibilidad de alcanzar pacíficamente lo que Washington intentaba conseguir mediante negociaciones. La administración Biden ha venido abogando por una vuelta a la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada al final de la guerra de 2006, con la retirada de las fuerzas de Hezbolá del sur de Líbano hasta el norte del río Litani, y su sustitución por el ejército regular libanés, además de las fuerzas de la ONU allí presentes.
¿Dónde está la verdad en todo este tirijala e intimidación? Sólo podemos repetir aquí lo que subrayamos a finales del pasado mes de junio, a saber, que «ambas partes, Netanyahu y la oposición, creen que no existe una tercera opción en su frente septentrional, salvo que Hezbolá consienta y acepte retirarse hacia el norte…, o que libren una guerra encarnizada contra Hezbolá a un alto costo, que todos consideran necesario para reforzar la capacidad de disuasión de su Estado, significativamente mermada en el frente libanés desde el 7 de octubre». («Is the drumbeat of war on the Israel/Lebanon front a prelude to all-out war?«, 25 de junio de 2024). Dado que el Estado sionista no puede lanzar una guerra a gran escala contra el Líbano sin la plena participación de Estados Unidos, sobre todo teniendo en cuenta que la administración Biden ha venido advirtiendo de que una guerra de este tipo se convertiría en una conflagración regional, es difícil que Netanyahu o Galant apoyen la iniciativa de lanzar una agresión sorpresa a gran escala contra el Líbano sin la luz verde de Washington. Israel ni siquiera habría podido librar su guerra genocida contra Gaza sin la participación de Estados Unidos, y Hezbolá es mucho más fuerte que Hamás y sus aliados dentro de la Franja.
Netanyahu actúa, pues, actualmente con la vista puesta en las elecciones estadounidenses. Si cree que ganará Trump, esperará a que se confirme el asunto, o incluso a que Trump regrese a la Casa Blanca, antes de lanzar una guerra contra el Líbano en connivencia con él, como preámbulo de una agresión a gran escala contra los reactores nucleares del propio Irán. Si, por el contrario, considera que la victoria de Kamala Harris es la más probable, o si ésta se produce en las elecciones del 5 de noviembre, esto lo impulsará a aprovechar el tiempo que resta de la presencia de Biden en la Casa Blanca para escalar las cosas a un estado de guerra. Es probable que entonces intente asegurarse de que Biden se vea implicado en el apoyo a la agresión dando a Hezbolá un ultimátum con un plazo concreto y breve para someterse a la presión y retirarse.
Las recientes posturas de Netanyahu, incluido su rechazo al alto el fuego en Gaza y al intercambio de cautivos que pretende la administración Biden, no pueden entenderse sin tener en cuenta las elecciones estadounidenses. Contrariamente a los análisis centrados únicamente en la política interior israelí, no cabe duda de que la negativa de Netanyahu a conceder a la administración Biden lo que parecería un logro político en medio de la actual campaña electoral estadounidense es un gran servicio a Trump, cuyos frutos Netanyahu tratará de recoger si este último gana la presidencia por segunda vez.
Traducido por César Ayala de la versión en inglés que aparece en https://gilbert-achcar.net/lebanon-and-israeli-intimidation ; el original árabe fue publicado por Al-Quds al-Arabi el 17 de septiembre de 2024. Siéntase en libertad de reimprimir o publicar en otros idiomas, con mención de la fuente.