“La melancolía de la izquierda siempre ha existido. Ha seguido a los fracasos de los movimientos colectivos y el colapso de las esperanzas de revolución. No busca pasividad ni resignación y puede favorecer una revaloración crítica del pasado capaz de preservar su dimensión emocional. Esto significa tanto llorar a los compañeros perdidos como recordar los momentos alegres y fraternos de transformación social a través de la acción colectiva. Necesitamos esta melancolía impulsada por el recuerdo, que no es obstáculo para la reactivación de la izquierda.” (Melancolía de izquierda, Enzo Traverso)
Desde marzo de este año, llovieron los pedidos de prisión domiciliaria de decenas de genocidas presos. Algunos, como Miguel Etchecolatz, no consiguieron resolución favorable.
Un núcleo de éstosrepresentan en la memoria colectiva de millones los símbolos más atroces del genocidio, de las torturas más aberrantes, de la apropiación de niños/as recién nacidos. Miguel Etchecolatz es uno de ellos. Su ubicación como mano derecha del general Camps (jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires durante la dictadura) en la represión y el control de los centros clandestinos lo pusieron en ese lugar. Y en ese lugar quedó grabado su accionar en la historia de la última dictadura militar.
Pero además, su currículum se agigantó ante la desaparición de Jorge Julio López en el transcurso del juicio que se le sustanciaba. Juicio del que creyó que seguía manteniendo su impunidad, ya que dejó ver un papel donde escribió el nombre de López que era testigo en la causa. Causa que terminó con una condena ejemplar para él, pero López es un desaparecido más en democracia.
Una y otra vez, confiando en su impunidad, volvió a reclamar la domiciliaria, en esta oportunidad la libertad condicional. En una oportunidad la domiciliaria en un barrio cerrado de Mar del Plata le duró poco. La movilización de los vecinos y familiares víctimas de la represión lo catapultó nuevamente a su celda.
“La Cámara Federal de Casación rechazó conceder la libertad condicional a Miguel Etchecolatz y dejó firme un fallo de la justicia de La Plata, que denegó el beneficio al remarcar que el represor reivindica los delitos de lesa humanidad cometidos en la última dictadura militar.” (Página 12, 15/10/20)
Una y otra vez, también en esta oportunidad, se lo manda otra vez adonde tiene que estar de por vida: entre rejas.
En un momento difícil de una pandemia atroz, de correlación de fuerzas en disputa a favor de los explotados y oprimidos, con la extensión de una toma de tierras histórica en Guernica sostenida con fuerza por vecinos/as y por la solidaridad de la izquierda y movimientos sociales, el que Etchecolatz se tenga que comer un nuevo rechazo a su reiterado pedido de domiciliaria y de condicional no es un hecho menor.
Es la confirmación de que la lucha, aun atravesando décadas y generaciones, paga. Pagó años después de consumado el genocidio, tuvo infinitas mediaciones producto de los paños de agua fría (y helada) que intentaron ponerle todos los gobiernos patronales, se bancó todas las traiciones de la burocracia y los gobiernos aun los más progres, pero sigue estando presente.
Así como la lucha por tierra para vivienda va a trascender la actualidad y va a potenciarse hacia el futuro, esta pelea de ayer tiene sus repercusiones aún hoy, a más de 40 años.
Celebramos este nuevo revés de los genocidas y sus cómplices (hoy ocultos bajo siete llaves y máscaras), así como apostamos al triunfo de todas las luchas en curso. Éstas también, aunque su resultado favorable no sea inmediato, trascenderán las generaciones y nos dejarán un legado imborrable para hoy y hacia el futuro.