La filosofía huye de lo abstracto como de su gran enemigo y nos hace retornar a lo concreto.
Hegel
La filosofía no tiene, como la religión, una verdad fija y determinada de antemano. La verdad es temporal y finita.
Hegel
En el ya muchas veces citado por nosotros “Sujeto Objeto: El pensamiento de Hegel” de Ernst Bloch, éste cita varios fragmentos de la obra hegeliana. El que transcribimos a continuación y da título a esta nota, remite a Werke, t XVIII, p. 400. Hermoso texto que, no descartamos, el gran filósofo haya podido utilizar como docente en los gimnasios (secundarios, aquí) de Nuremberg, en donde trabajó poco más de un lustro
“Hegel, siempre Hegel”, decía resignado pero convencido, un francés pos moderno allá en plena década del 90. El pensador alemán, aquel “perro muerto” del que hemos hablado en otras notas, vuelve siempre por sus fueros. Recordemos: dos de sus mayores obras son Fenomenología del Espíritu y Ciencia de la Lógica; la primera se cierra con el arribo del sujeto (que es intersubjetivo y no está escindido del objeto) al saber absoluto. Dicho mejor: cuando había escisión entre sujeto y objeto (ahí se entiende la insistencia de Bloch para que su obra llevase dicho título) el saber era simplemente fenoménico (gracias de todas maneras, señor Kant); al arribar a la Lógica, éste ya se transforma (“deviene”) en saber real: la realidad, la totalidad, es sujeto objeto, ya no hay dualismo. Hagamos el esfuerzo de comprenderlo en palabras de Hegel:
La lógica se determinó como la ciencia del pensamiento puro, cuyo principio está en el puro saber; esto es, en la unidad no abstracta, sino concreta y vital, en cuanto que en ella se conoce como superada la oposición, propia de la conciencia, entre un ser subjetivo, que existe por sí, y un segundo ser semejante, pero objetivo. (Ciencia de la Lógica o Gran Lógica).
En la también citada por nosotros “Pequeña Lógica”, primera parte de su Enciclopedia de la ciencia filosófica; la idea se halla en “estado puro”, no se ha exteriorizado, no se ha dado un contenido. Pero en su desarrollo, nosotros, lectores sujetos, descubrimos que aquella incorpora elementos de la lógica formal sin la cual, la “nueva lógica” (dialéctica), no podría desenvolverse. Recupera ésta en otro nivel y le asigna determinados ámbitos en los cuales, la misma halla certeza.
Permítasenos una vuelta de tuerca más. Para todo el “marxismo leninismo” (leáse stalinismo), la lógica hegeliana había sido arrojada a la basura tildándola de simple “metafísica”, “adoradora del estado prusiano” y otras lindezas por el estilo; mientras que la lógica “soviética marxista leninista”, se reducía a dos o tres formulitas que el esperpéntico mamotreto de la Historia del PCUS o el manualito de George Politzer (“Principios elementales de Filosofía”), repetían con fruición dogmática.
“La verdad es siempre concreta”, aserto que ya se halla implícito en el Marx de las Tesis sobre Feuerbach será patrimonio de todo el marxismo clásico y revolucionario (desde Lenin a Gramsci). Hegel compartía esa aseveración: la lógica va de lo abstracto a lo concreto, el universal concreto es el resultado de todo este automovimiento (lógico y ontológico). La filosofía se atiene a lo concreto, entre otras cosas porque aspira a la verdad, para la cual la matemática (modelo de ciencia en los siglos XVI XVII) sólo brinda exactitud.[1]
“Hay que huir de lo abstracto como de su gran enemigo”, señalaba el autor de la Filosofía del Derecho. Lograr dicha huida puede ser obtenida tanto insertando una afirmación (un hecho, una coyuntura, una hipótesis) en una totalidad que le de sentido; como en otros ámbitos, permanecer en ella, caer en la abstracción, es “irse por las ramas” y no atenerse a un principio básico de la lógica formal aristotélica: el principio de identidad. Dicho vulgar y sumariamente: recordar que “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, como decía un personaje televisivo de la Argentina de los noventa.
Vamos a detenernos en este aspecto, pues es el que nos interesa en esta nota y es al cual remite específicamente Hegel. En el pequeño pero hermoso texto que recoge E. Bloch, el empleo de la lógica (formal y dialéctica) demuestra su verdad, según el ámbito y la circunstancia puntual a la que ésta refiere. Lo dividiremos en dos, sin faltar a la propia estructura que el mismo tiene. Quizás a muchxs sorprenda el léxico coloquial que los mismos trasuntan. Leemos en su primera parte:
I
¿Quién piensa en abstracto? El hombre inculto, no el culto. Me limitare a poner algunos ejemplos demostrativos de esta tesis de los que todo el mundo reconocerá que, en efecto, la encierran. Un asesino es conducido al cadalso…
Para el pueblo común no es otra cosa que un asesino. Tal vez las damas, al verlo pasar, comenten su aspecto físico, digan que es un hombre fuerte, hermoso, interesante. Al escuchar esto, el hombre del pueblo exclamara, indignado: “¿Cómo? ¿Un asesino, y hermoso?” Un conocedor del hombre tratará de indagar la trayectoria seguida por la educación de este criminal; descubrirá tal vez en su historia, en su infancia o en su primera juventud, malas relaciones familiares del padre y de la madre; descubrirá que una ligera transgresión de este hombre fue castigada con una dureza exagerada que le hizo rebelarse contra el orden existente, que lo hizo colocarse al margen de este orden y acabo empujándolo al crimen para poder subsistir.
Pues bien, todo esto es pensar en abstracto, no ver en el asesino más que esta nota abstracta, la de que es un asesino, de tal modo que esta simple cualidad destruye o borra en el cuanto haya de naturaleza humana.
Suena un tanto peyorativo esto de “honre inculto y hombre culto” y atribuirle sólo al segundo la capacidad de no hablar ni pensar abstractamente.[2] Podemos matizar esto: el hombre del pueblo (casi con seguridad carente de educación formal) aparece como más culto porque supo no quedarse en la definición (real pero abstracta) de asesino, a la vez que incorpora una serie de determinaciones que terminarán conformando esa “naturaleza humana”, precisamente para que no sea un universal abstracto, vacío (recordar las anteriores notas: éste era el momento más pobre de un proceso de auto creación).
El resultado de ese desarrollo en su intento de comprensión, culmina con una apreciación más verdadera (más rica, más concreta) de por qué ese hombre se transformó en un asesino. Otrosí decimos: la razón dialéctica (no el entendimiento) es aquella que asimismo permite “conciliar” lo uno y lo múltiple. Por eso la extrañeza que causa en ciertas damas, observar que convivan en una misma naturaleza humana “el asesino y la hermosura”.
Hegel continúa de esta manera (advertimos que hemos podado un fragmento del mismo para subrayar el aspecto en el cual nos queremos detener):
II
“Vieja, los huevos que quiere venderme están podridos!”, dice la compradora a la campesina, en el mercado. “¿Cómo? —replica ésta— ¿que mis huevos están podridos? ¿Eso es lo que se atreve a decir esa piojosa de mis huevos? Cómo si no supiéramos que sus padres se comían los codos de hambre, que su madre se fugó con un francés y su abuela murió en el hospital! ¡Mirá que pañoleta tan bonita y llena de abalorios lleva! jHabria que ver cómo lleva la camisa! ¿De dónde habrá sacado tantos adornos y tantos sombreros? Si no hubiese oficiales en la guarnición, no andarían muchas tan bien vestidas y tendrían que pasarse el día zurciendo las medias.” En una palabra, la vendedora, llevada de su cólera, no deja hueso sano a la compradora. Pues bien, esta vieja piensa también en abstracto, viéndolo todo, la pañoleta, los sombreros y la camisa de la mujer, sus dedos y otras partes de su cuerpo y hasta a sus padres y toda su parentela, única y exclusivamente a través del horrible delito cometido por ella al decir que los huevos que trataba de venderle estaban podridos. A partir de este momento, ve todo lo que a esa dama se refiere tenido por el color de los “huevos podridos”
En uno de los discursos que Hegel brindó mientras ejercía la docencia en Nuremberg,[3] hacía hincapié y recomendaba a sus estudiantes, que, al presentar una monografía, tuvieran medianamente preparada una “estructura”, un “esqueleto” al cual luego habría que darle encarnadura y de alguna manera encontrar allí “la lógica de la exposición”. Tener ese método no sólo lograría dicho propósito, sino que permitiría al lector hallar el hilo de los ejes que dicha obra poseía. Recomendaba incluso numerar los apartados y continuar con sub apartados, si esto fuese necesario. En definitiva, sugería atenerse a la “vieja” pero útil (según los ámbitos a los que refiera), lógica formal.
Demos, con cuidado, un paso más. El mismo Hegel y luego Marx, en varias ocasiones advirtieron el peligro que significaba confundir la dialéctica con la “sofistería” y el “verbalismo”. Aquellos que se enfrascaban en palabras y aseveraciones, no hacían otra cosa que alejarse del tema o ámbito específico, al cual se estaba refiriendo la conversación o el debate en curso.
Retornamos al texto: la compradora (que, como toda naturaleza humana, posee una serie de determinaciones que la hacen singular), se queja a la proveedora del mercado que los huevos que le acaba de vender, están podridos. Sencillamente eso. No pretende la damnificada, hablar sobre “lo humano y lo divino” o explayarse sobre otras características que la vendedora tiene y que ella seguramente conoce.
Como dice Hegel, la vendedora encolerizada, sólo ve a su “contendiente” a través del tamiz del delito que ella, supuestamente, ha cometido (denunciarla por los huevos podridos). Hasta puede ocurrir, que todos los elementos constitutivos de la personalidad y la apariencia que aquella le adjudica a la denunciante, sean ciertos (o no), pero eso poco importa. El tema a dilucidar (A = A) es responder efectivamente si los huevos estaban podridos y por ende, le estaban vendiendo a la pobre mujer alimentos en mal estado. Al incurrir en toda esa perorata, la vendedora hablaba en abstracto, mientras que la denunciante le exigía ser bien concreta. Como era concreto en el ejemplo anterior, el hombre del pueblo que “comprendía” al hombre que había devenido, asesino. Como suele ser la clase obrera (y esto ya no es de Hegel, claro) que muchas veces, aún hoy, recurre a la expresión “al pan, pan y al vino, vino”, para el segundo relato mencionado.
[1] Para una mejor comprensión de lo aquí señalado, ver el Prólogo a la Fenomenología del Espíritu del propio Hegel. Hay asimismo en Izquierda Web notas introductorias y de acompañamiento del mismo, de nuestra autoría. Para un desarrollo más profundo, consultar notas varias de Nicolás González Varela también en Izquierda web.
[2] Hegel volverá en más de una ocasión sobre esta distinción, por ejemplo, cuando señalaba: El hombre inculto se complace en razonamientos formales y en críticas, pues es mucho más fácil encontrar algo criticable que conocer el bien y su necesidad interna. La cultura incipiente comienza siempre con críticas, la cultura consumada ve, en cambio, en todo, lo positivo.
[3] Cfr: Hegel, GWF: Escritos pedagógicos. FCE, ediciones varias