Traducción: Viento Sur
Publicado originalmente en: https://fpif.org/what-will-a-biden-presidency-bring-to-the-asia-pacific/
Es improbable que Biden continúe con la guerra comercial de Trump con China. Esto sería lisa y llanamente demasiado desestabilizador para todos. No es solo que EE UU dependa en gran medida de China para numerosas importaciones industriales, sino que muchos países también dependen de China como mercado para sus exportaciones. Y no se trata tan solo de materias primas y productos agrarios, como es el caso de África y de América Latina, sino también de productos industriales, como ocurre con el sudeste asiático, que fabrica componentes que se envían a China, donde se ensamblan y se reenvían a EE UU, Europa y cualquier otra parte.
Sin embargo, es importante señalar que el grupo de Biden comparte la visión que tiene el gobierno de Trump de China como la principal competidora estratégica de EE UU. Su opinión negativa sobre la política industrial de China no es tan diferente de la que se expuso en el informe de 2017 de la Casa Blanca sobre la crisis de la industria de fabricación estadounidense, escrito por el asesor de Trump, Peter Navarro. Comparten el mismo punto de vista de que China avanza a base de robar patentes estadounidenses y están dispuestos a tomar medidas para impedir que China ganen ventaja tecnológica.
En este terreno debemos recordar que no fue Trump quien calificó a China de principal competidora de EE UU. Este proceso comenzó con George W. Bush, durante cuyo mandato se pasó de designar al país asiático socio estratégico para declararlo competidor estratégico. Bush, sin embargo, no tradujo este cambio en medidas políticas antichinas concretas, ya que deseaba mantener a China como aliada en la llamada guerra contra el terrorismo. Barack Obama hizo esto con su giro a Asia, cuando ordenó que el grueso de las fuerzas navales estadounidenses se redesplegaran con el objetivo de contener a China. Podemos decir que en cierto modo Trump no hizo otra cosa que radicalizar la postura de Obama hacia el país asiático.
Continuidad militar
Es más, existe una presencia institucional en la región que se ha mantenido casi igual a lo largo de varias presidencias, Republicanas o Demócratas, a saber, la de las fuerzas armadas de EE UU. Los militares influyen muchísimo más en la formulación de la política relativa a la región de Asia-Pacífico que en otras partes del mundo. Incluso cuando las grandes empresas estadounidenses invirtieron en China porque esta les ofrecía mano de obra barata, lo que les permitía mejorar sus beneficios, el Pentágono siempre se ha mostrado escéptico con respecto a la mejora de las relaciones con Pekín y desarrolló la visión contraria del gigante asiático como rival estratégico.
Es preciso señalar que la doctrina militar operativa del Pentágono es la llamada AirSea Battle, en la que está claro que el enemigo es China. El objetivo general en caso de guerra es superar las defensas A2/AD (Anti-Access/Area Denial) de China con el fin de asestar un golpe letal a la infraestructura industrial del sureste del país. Durante el mandato de Trump, el Pentágono llevó a cabo dos iniciativas importantes: la instalación en Corea del Sur de un sistema de defensa antimisiles (THAAD) dirigido contra China y Corea del Norte, y el nuevo despliegue de misiles nucleares de alcance intermedio dirigidos contra China después de que EE UU denunciara el Tratado INF (Intermediate Range Nuclear Forces) en 2019.
El Pentágono define China como competidora casi equivalente, a sabiendas de que no lo es ni de lejos. El gasto militar de EE UU es casi tres veces mayor que el de China, ya que asciende a unos 650.000 millones de dólares frente a los 250.000 millones del país asiático (cifras de 2018). Pekín cuenta con unas 260 cabezas nucleares, frente a las 4.500 de Washington, y los ICBM (misiles balísticos intercontinentales) de China están anticuados, pese a que los están modernizando. La capacidad ofensiva naval china es minúscula en comparación con la estadounidense: tiene dos portaviones de la época soviética, mientras que EE UU dispone de 11 grupos navales con portaviones y acaba de inaugurar un portaviones dotado con la tecnología más avanzada, el USS Gerald Ford.
China no cuenta más que con una base militar en el extranjero –en Yibuti, en el Cuerno de África–, mientras que EE UU tiene cientos de bases e instalaciones alrededor de China, en Japón, Corea del Sur y Filipinas, entre otros países, y una base flotante móvil en forma de la VII Flota, que domina el mar del Sur de China. Aunque decidiera desafiar militarmente a EE UU, Pekín no estaría en condiciones de hacerlo hasta pasadas algunas décadas más. Aun así, el principal objetivo estratégico del Pentágono, que no cambiará bajo un gobierno de Biden, consistirá en parar los pies a su rival mucho antes de que alcance la paridad estratégica.
El mar del Sur de China
En estas condiciones, el mar del Sur de China/mar de Filipinas Occidental seguirá siendo un espacio de intensa confrontación naval entre China y EE UU, así como entre China y los países de la ASEAN, cuya justa reivindicación de zonas y territorios económicos exclusivos ha sido ignorada por Pekín. Portavoces vietnamitas, por ejemplo, han manifestado reiteradamente su temor por el hecho de que el nivel de tensión es tal que una simple colisión entre embarcaciones puede escalar y convertirse en un conflicto más grave, pues no existen reglas o acuerdos que regulen las relaciones militares, excepto una correlación de fuerzas volátil. Y todo el mundo sabe en qué pueden desembocar las situaciones de volatilidad de la correlación de fuerzas: el equilibrio europeo antes de la primera guerra mundial constituye una lección preocupante en este sentido.
En este contexto, la desmilitarización y desnuclearización del mar del Sur de China constituyen la respuesta real a la escalada de las tensiones en la zona, y tanto los gobiernos como la sociedad civil de los países de la ASEAN deberían presionar más enérgicamente a favor de esta alternativa. Sin embargo, es improbable que, hoy por hoy, China o EE UU gobernado por Biden se muestren receptivos a tales propuestas.
La península de Corea
No se sabe por qué motivo, Trump contribuyó a poner fin al estado de guerra fría en la península de Corea, si bien podría haber ido más allá. Las tensiones han amainado, y toda la población coreana es la beneficiaria. Biden, sin embargo, propugnó la guerra fría frente a Corea del Norte cuando era vicepresidente. Preocupa que bajo la presidencia de Biden se restablezca el statu quo ante de confrontación a punta de pistola que marcó las relaciones entre Corea del Norte y los gobiernos tanto Demócratas como Republicanos anteriores a Trump. La condición de satélites de EE UU que tienen Corea del Sur y Japón se mantendrá sin cambios bajo la presidencia de Biden. No tienen otra opción, pues están ocupados militarmente. Japón alberga 25 importantes bases militares estadounidenses y Corea del Sur 15, más montones de instalaciones militares menores, siendo estos dos países el principal trampolín del Pentágono para la contención de China.
Derechos humanos y diplomacia
Sin duda, Washington blandirá la porra de los derechos humanos en contra del norcoreano Kim Jong Un, que había dejado caer totalmente bajo la presidencia de Trump. Asimismo, los derechos humanos ocuparán un lugar más destacado en el trato que dará Biden a China que lo que fue el caso bajo Trump, pese a que la necesidad que tiene Biden del apoyo de Xi Jinping para mantener su posición inestable en política interior probablemente suavizará su invocación. Es probable asimismo que Biden mencione los derechos humanos frente al presidente filipino Rodrigo Duterte, aunque las precoces felicitaciones de este a Biden, la necesidad de este último de contar con el apoyo de líderes extranjeros para legitimarse, así como la continua amenaza de Duterte de derogar el Acuerdo de Fuerzas Visitantes entre EE UU y Filipinas induzcan tal vez al presidente electo a bajar el volumen de sus exigencias por debajo de lo que estaba durante la presidencia de Obama.
Dicho sea entre paréntesis, la defensa de los derechos humanos es sumamente importante, y la sociedad civil internacional de Naciones Unidas deberían promoverlos con más insistencia. El problema es que cuando EE UU recurre a ellos, los instrumentaliza como componente del poder blando del repertorio de política exterior de Washington, que en realidad defiende sus intereses económicos y estratégicos. Asimismo, gente de todo el mundo considera esto extremadamente hipócrita, puesto que se producen numerosas violaciones flagrantes de los derechos humanos en EE UU, entre ellas la represión sistemática de las personas de piel negra. La defensa de los derechos humanos solo es eficaz si quien la protagoniza disfruta de una elevada consideración moral. EE UU ya no la tiene (y es dudoso de que jamás la tuviera realmente), y uno sospecha de que Biden y su gente tienen un punto ciego cuando contemplan este ámbito.
La división interior de EE UU
Todas estas proyecciones se basan en el supuesto de que Biden llegue a suceder a Trump. No obstante, el ambiente en EE UU hoy, digámoslo claramente, es un ambiente de guerra civil, y tal vez solo sea cuestión de tiempo para que este ambiente se convierta en algo más amenazante, más feo. En efecto, incluso si Biden asume el cargo, resulta difícil imaginar cómo algún gobierno puede impulsar una política exterior en estas condiciones de una legitimidad profundamente dividida, en que se libra una guerra política sin miramientos en torno a toda cuestión significativa, nacional o internacional. Por supuesto, las burocracias de la CIA y del Pentágono seguirán actuando con arreglo a su propio ADN, pero contrariamente a los alegatos trumpistas sobre la dinámica independiente del Estado profundo, la dirección política importa, e importa mucho.
El resto del mundo se pregunta, mientras, si el hecho de que EE UU esté tan profundamente preocupado con sus propios asuntos que es incapaz de desarrollar una política exterior coherente, es positivo o negativo. De todos modos, este es un tema para otro ensayo.