“Si hemos insistido en distinguir entre bonapartismo y fascismo no ha sido por pedantería teórica. Los términos sirven para diferenciar conceptos; a su vez, los conceptos sirven en política para distinguir las fuerzas reales (…) ‘El fascismo llegará al poder por la vía fría’. Más de una vez hemos escuchado esta frase de los teóricos estalinistas. Esta fórmula significa que el fascismo llegará al poder legal, pacíficamente, por medio de una coalición, que no necesitará lanzarse a una lucha abierta (…) Entre la incorporación ‘pacífica’ de Hitler al poder y la implantación de un régimen fascista media un largo trecho. Una coalición facilitaría el golpe de Estado, pero no lo reemplazaría. Después de la derogación definitiva de la Constitución de Weimar quedaría por realizarse la tarea más importante: la liquidación de los organismos de la democracia proletaria”.

(Trotsky, “El único camino”, 1932, Ediciones Pluma, Buenos Aires, 1974, pp. 46)

 

En esta segunda parte de nuestro documento sobre el nuevo gobierno de Bolsonaro, abordaremos algunas ideas sobre su posible carácter.

 

  1. La lucha de clases como medida de todas las cosas

 

Lo primero a señalar es que no se puede responder a todas las preguntas: no hay cómo reemplazar la experiencia que se haga en la lucha de clases. Esto puede parecer muy general, pero es muy concreto. No se puede, por anticipado, responder a todo, hablar sobre todo, establecer los alcances y límites de los fenómenos de forma puramente especulativa; hay que ver en la experiencia.

 

No se puede reemplazar la experiencia del movimiento de masas, la lucha de clases que se venga. La izquierda revolucionaria tiene importantes responsabilidades, sobre todo en la manera que se “mide” con el PT y la burocracia sindical. Pero todavía es un actor minoritario porque la población trabajadora brasilera no es revolucionaria.

 

Este fenómeno es objetivo. El hecho de que no haya habido un espacio de masas a la izquierda del PT, es un fenómeno que uno tiene que mirarlo desapasionadamente. Esto amén de todos los errores de la izquierda revolucionaria brasilera[1]. Pero el problema central es, insisto, las dramáticas traiciones del PT.

 

Hay una cosa que el partido no puede reemplazar que es la experiencia de las masas. Gramsci decía que la conciencia de los trabajadores tiene elementos verdaderos y falsos. La conciencia es esa totalidad con elementos verdaderos y falsos. En determinado momento histórico, los elementos de conciencia verdadera dominan los elementos de conciencia falsa; porque siempre es una combinación. Y en otros determinados momentos históricos, los elementos de conciencia falsa dominan a los elementos de conciencia verdadera.

 

En este momento, en el apoyo a Bolsonaro de franjas de los trabajadores del sur del país (el más industrializado, paradójicamente), los elementos de conciencia falsa están dominando (muy) por encima de los elementos de conciencia verdadera.

 

La conciencia es un fenómeno determinado que reactúa sobre la realidad, pero que se constituye a partir de la experiencia. Y la experiencia entre los trabajadores ha sido el hartazgo con 14 años de gobierno del PT sin que se hayan producido cambios de fondo. Básicamente, ese es el problema sobre el cual se montan todos los demás: la corrupción, la inseguridad, etcétera[2].

 

En la experiencia con Bolsonaro a partir de que asuma, este “equilibrio conservador” es muy factible que se rompa; que rebote nuevamente hacia la izquierda a medida que Bolsonaro desmienta las expectativas populares; que se haga una experiencia con él. Esto, salvo que el “fenómeno Bolsonaro” sea un fenómeno a la derecha más orgánico, que cristalice todavía más a la derecha (una tarea al servicio de la cual están las iglesias y toda esa cosa “mesiánica-religiosa” que lo rodea), cosa que precisaría de una derrota histórica de los trabajadores que no es tal; es más complejo el fenómeno.

 

Ahí entran a jugar un conjunto de determinaciones ya señaladas en la primera parte de este informe. Pero seguramente a partir de pasar por la experiencia de Bolsonaro, si lamentablemente hay que pasarla (y habrá que pasarla porque ganó las elecciones con el 55% de los votos), vamos a tener elementos de conciencia verdadera que van a empezar a enfrentarse con aquellos de conciencia falsa, y que van a generar condiciones para la lucha.

 

Por ejemplo, en oportunidad de la reforma jubilatoria, que toda la patronal está instando a Bolsonaro a aplicar en los primeros meses de su mandato. Muchos trabajadores votaron a Bolsonaro por hartazgo “con todo lo que está ahí” (una frase típicamente brasilera). ¿Pero cómo reaccionarán si Bolsonaro retoma el proyecto de reforma jubilatoria que plantea 49 años de aportes, que es como plantear la eliminación de las jubilaciones?

 

Desde ya que esto reenvía a si la clase trabajadora brasilera está derrotada. Pero a nosotros más bien nos parece que viene “anestesiada” por las direcciones reformistas, por su comportamiento criminal, por un gobierno del PT que fue considerado como “propio”, y cuya gestión no se diferenció de otros gobiernos capitalistas neoliberales: un “gobierno reformista sin reformas”. Pero, de cualquier manera, creemos firmemente que los trabajadores, las mujeres y la juventud, tienen enormes reservas de combatividad.

 

Por esto es que no pensamos que exista una “conciencia bolsonarista”, un “esencialismo de la conciencia”. Será la experiencia la que vuelva a informar dicha conciencia.

 

Todo esto remite al problema de que no se puede resolver en un debate la experiencia de las masas. Y las corrientes revolucionarias, aun siendo minoritarias, deben darse una estrategia.

 

Entonces, dijimos varias cosas, pero subrayemos fundamentales dos. Una, que la medida de las cosas la va a dar la lucha de clases: es difícil por anticipado hacer definiciones categóricas. Dos, que tarde o temprano la conciencia va a rebotar.

 

Porque una cosa es la conciencia que se forja en la experiencia con el PT: un gobierno que traiciona las expectativas populares. Y esto también es una complejidad, porque el trabajador se identificaba con el PT como con «su gobierno». Y otra cosa es la conciencia que se forja con Bolsonaro, que no está identificado como un gobierno “propio” (el bolsonarismo surge de las entrañas de la clase media histérica, no de la clase obrera, como fue el caso del PT).

 

Hay toda una serie de fenómenos nuevos que hay que ver. Pero una experiencia va a haber. Eso va a cambiar de vuelta la ecuación en la cabeza de la gente. Esa experiencia se va a forjar y que se forje no depende sólo de las direcciones. Pero que triunfe, sí. De ahí el peligro que entraña también el PT: su adaptación orgánica a la democracia burguesa y el capitalismo; su carácter de “organizador de derrotas” por esto mismo.

 

Lo que, tácticamente, nos adelantamos a decirlo, no plantea ningún sectarismo, ningún bloqueo a la necesidad imperiosa de unidad en la acción, de frentes únicos contra el fascismo en las calles. Pero coloca la cuestión estratégica: la necesidad de superar a la dirección reformista en la experiencia de la lucha contra Bolsonaro.

 

De cualquier manera, la conciencia se va a forjar en una experiencia que va más allá de cualquier partido; es más amplia la cosa. Ese elemento convoca, justamente, a no impresionarse; a no analizar a Bolsonaro por fuera de la lucha de clases. Bolsonaro es un emergente de la lucha de clases. Y es también un “esclavo” de la lucha de clases. Cómo se expresará esa lucha de clases, cómo se forjará esa experiencia, eso es lo que vamos a empezar a vivir próximamente.

 

  1. Un gobierno semi-bonapartista de base social proto-fascista

 

Bolsonaro configurará un gobierno inédito en Brasil (y la región), con elementos o rasgos “bonapartistas”. ¿Qué quiere decir un gobierno con rasgos bonapartistas? Un gobierno que pone al frente las instituciones “pétreas” del Estado, las más permanentes, las más antidemocráticas.

 

Un gobierno bonapartista se apoya menos en las instituciones representativas, que también son del Estado burgués, pero se vota. Pone adelante las instituciones no representativas del Estado burgués: la burocracia del Estado, las fuerzas armadas, la policía, el Poder Ejecutivo mismo (sumándole, en este caso, las iglesias católicas y evangélicas, que en realidad son instituciones paraestatales).

 

Es factible que el régimen político en Brasil adquiera rasgos bonapartistas, sin ser del todo bonapartista: manteniendo un equilibrio con lo parlamentario. Puede ser que pase a ser un régimen lisa y llanamente bonapartista, es factible, aunque no sólo por la elección; tiene que haber algo más.

 

Los gobiernos que adquirieron rasgos bonapartistas definidos tomaron medidas como disolver el Parlamento, o cosas por el estilo. Por ejemplo: un gobierno electo en Latinoamérica que se hizo bonapartista (hubo una derrota enorme previa que se fue procesando bajo Alan García en los años 80 y se profundizó en la década siguiente[3]), fue el de Fujimori en Perú. Fujimori fue electo en 1990. Apareció como un candidato “popular” frente al neoliberal Vargas Llosa. Pero dos años después, en 1992, con la excusa del “combate a la subversión”, disuelve el Parlamento.

 

Su bonapartización fue precedida y sucedida por una situación de derrota y desmoralización del movimiento de masas; la excusa para la represión fue el senderismo. Se dio lugar así a un gobierno bonapartista que durante su ejercicio produjo un baño de sangre; no nos parece que sea el escenario en Brasil[4].

 

No vemos esta perspectiva para Brasil. Los desarrollos son más bien preventivos. En Brasil hoy no hay un ascenso de la lucha de clases. Aunque el revanchismo social entre las clases medias a todo lo que huela a trabajadores, a PT, a izquierda, es tremendo, y no se puede soslayar porque es un dato central del triunfo de Bolsonaro: la desesperación de las clases medias; el proto-fascismo que anida en su base social; las características desclasadas del propio clan Bolsonaro.

 

Tomando las distinciones y matices que corresponden ser establecidas en el análisis marxista, hay que ser categóricos: entre la elección de Bolsonaro y una dinámica abiertamente bonapartista va a mediar un proceso de la lucha de clases, que tenemos que ver cómo será.

 

Bolsonaro tiende a ser un gobierno con rasgos bonapartistas sin ser todavía un gobierno bonapartista hecho y derecho. Por lo pronto, más bien, un gobierno semi-bonapartista que mantendrá las instituciones del régimen, lo que no obsta que se pueda “radicalizar”. Pero eso dependerá de un curso de desarrollo cuyo desenlace lo dará la lucha de clases.

 

Un gobierno semi-bonapartista con amplia presencia de las fuerzas armadas, lo que ya es un factor de anormalidad en la democracia burguesa. Y que, además, podría abrir paso a un gobierno directo de las mismas, una dictadura militar, si va a la crisis.

 

Un gobierno semibonapartista que plantea ser distinguido analíticamente de su base social: una base social de clases medias “desesperadas”, con pulsiones fascistizantes y/o proto-fascistas. Una base social “proto-fascista” de un gobierno semibonapartista; no un gobierno “fascista”, como se lo podría apreciar de manera impresionista.

 

Una base social que hay que ver cuán organizada está; que parece ser más bien de base político-electoral, que un movimiento “fascista” organizado al estilo clásico; lo cual es también una medida de las cosas.

 

Una base social inspirada en el prejuicio; pero cuyo elemento organizador no es hoy el elemento clásico del fascismo: sigue siendo un elemento electoral. Aunque claro está que existen en Brasil organizaciones de extrema derecha que están creciendo, aunque aún son de vanguardia más bien.

 

Nos parece que el elemento organizado de Bolsonaro hoy no es el elemento clásico del fascismo. El fascismo antes de acceder al poder en 1922 (Italia) o 1933 (Alemania), para exagerar porque eran países imperialistas (cuyas relaciones sociales y de clase son muy distintas que en Brasil, enseguida volveremos sobre esto), había derrotado a la clase obrera en enfrentamientos físicos a lo largo de varios años.

 

Esa definición es muy importante: en Brasil la clase obrera está confundida y han habido derrotas parciales, pero no está derrotada; no es lo mismo. Eso es muy importante tenerlo en claro, para ver los alcances y límites. Lo que tiene de más peligroso Bolsonaro es que tiene una apoyatura externa en las FFAA; eso sí es peligroso porque es un elemento dictatorial[5].

 

El fascismo es un movimiento organizado en las calles, grupos de asalto, el fascismo pone a los reformistas en problemas porque les cierra los locales; los obliga a salir de sus madrigueras, lo que es el elemento material que planteaba Trotsky que crea las condiciones para la unidad de acción, para el frente único. Es difícil que se llegue a tanto, porque se puede poner al país en peligro de explosión: ¡abrir paso a una revolución[6]!

 

En su definición clásica, el fascismo destruye las organizaciones del movimiento obrero, cierra los locales del PT, cierra los sindicatos, etc. Bolsonaro ha hecho claras amenazas en ese sentido, pero tiene que pasar de las palabras a los hechos. Hay “pulsiones fascistoides”, o proto-fascistas, por abajo, el ataque a la comunidad lgttb, a las mujeres, a las personas de color. Crea un clima desagradable y peligroso. Es un elemento adverso.

 

Pero atención: si se pasa de rosca, puede abrir paso a una revolución. Y eso preocupa a los sectores burgueses más lucidos, que pretenden circunscribirlo dentro de las instituciones (al menos, por ahora).

 

  1. El péndulo de la lucha de clases

 

¿Cuál es el contrapunto, la contradicción?: el péndulo de la lucha de clases. Las pulsiones proto-fascistas no van a actuar sobre un cuerpo inerte, actuarán sobre un cuerpo vivo. Si vos actúas sobre un cuerpo inerte, haces una autopsia: “autopsia Bolsonaro”. Si vos tenés una persona escéptica, hay que decirle que no hay que hacer una autopsia, no: se tiene un cuerpo vivo. Si vos le ponés un bisturí en el ojo, reacciona (vean sino la inmensa movilización del #EleNao del 29 de octubre, por ejemplo). No se trata de “una autopsia de Brasil”; insisto, es un cuerpo vivo.

 

¿Cómo va a reaccionar ese cuerpo vivo? Ahí está la complejidad de la dirección. Porque es una dirección adaptada: traidora y peligrosa. Son traidores porque ya traicionaron miles de luchas. Pero son peligrosos también, porque no es lo mismo cualquier traición. No es lo mismo el rol de Lula levantando la huelga petrolera contra Fernando Henrique Cardoso en 1995; fue una derrota, abrió paso al neoliberalismo en Brasil: pero no puso en cuestión el régimen político.

 

Otra cosa es el peligro de un ataque que hace retroceder “cien años” a la clase obrera; que facilite un cambio reaccionario del régimen, de las relaciones de fuerzas. El PT, aparte de traidor, es peligroso. Voy a exagerar, pero la socialdemocracia alemana en 1932, en el Parlamento alemán, le pedía “a la policía que reprima a los fascistas”… Una estupidez, una traición total, pedirle a la policía que reprima a los fascistas: ¡si la policía está totalmente integrada a los fascistas! ¡Un cretinismo institucional de lo más abyecto! Esto es una traición a la enésima potencia; ese factor actúa. Pero de todos modos actúa en un cuerpo vivo, no inerte, se hace una experiencia.

 

Pero hay un factor más que es central. Como ya hemos señalado, los zarpazos fascistizantes pueden obligar a los reformistas a salir de sus “madrigueras”. Bolsonaro plantea ataques reales al PT, a los dirigentes de la izquierda, a todos los movimientos sociales: reformistas y revolucionarios.

 

Esto es lo que plantea, como señalara Trotsky, la base material para la unidad de acción, para el frente único; sobre todo por la presión que se genere desde las bases hacia estos dirigentes.

 

En este aspecto, cualquier sectarismo sería criminal: ahí tenemos las enseñanzas sobre el frente único contra al fascismo, la crítica de Trotsky a la ideología estalinista del “social fascismo”. Bolsonaro apunta a cuestionar el régimen democrático burgués, el PT es “hijo” de dicho régimen; sobre esta contradicción hay que trabajar para impulsar la salida a las calles[7].

 

¿Cuál es la contradicción para la burguesía? ¿Cuál es el peligro para ellos?

Que Bolsonaro se “pase de rosca”: que genere una radicalización. Si se pasa de vueltas en la agresión, si exagera, si mide mal, puede desatar una revolución.

 

Es así. Así es el proceso histórico. Así actúan las cosas. No se generan revoluciones en cualquier circunstancia histórica. Las revoluciones se generan pasando por toneladas de barbarie, lamentablemente. Pero es así como funciona. Uno se imagina la revolución con Lenin y Trotsky como algo muy “lindo”, “romántico”. Pero en 1914 la juventud europea fue a la carnicería de la Primera Guerra Mundial entusiasmada… Mucha de esa juventud venía del campo; la vida es material: esa juventud iba a la guerra contenta porque salía de su localidad, camino al frente conocía París o Berlín; se impactaba[8].

 

Después llegaron a las trincheras y la historia cambió: pasan por una experiencia terrible y se hacen revolucionarios; esa fue la base material de la Revolución Rusa, de la Revolución Alemana; de todo el ascenso revolucionario en Europa.

 

Los procesos son históricos. No son cosas de folletín. La historia se forja con las masas y los revolucionarios actuando. Los procesos reaccionarios o contrarrevolucionarios preceden muchas veces los ascensos revolucionarios, las revoluciones mismas.

 

Toda esa complejidad tiene el fenómeno Bolsonaro: un experimento peligroso para la burguesía también; no es tan sencillo. Porque a mediano plazo puede significar la forja de una conciencia revolucionaria. El PT convivió con una conciencia reformista; nosotros gritábamos de afuera: la conciencia fue reformista.

 

Es una complejidad porque en el mundo de hoy tampoco hay una conciencia revolucionaria. Pero Bolsonaro desafía a una conciencia revolucionaria, radicaliza. Por eso hay que superar al PT: hay que superarlo por la izquierda.

 

Por supuesto que la campaña antipetista la rechazamos incondicionalmente; es una campaña antiobrera. Se toma al PT por la clase obrera; es una campaña reaccionaria. Todo lo que en el PT queda de “sombra de los trabajadores”, de “fantasma” o “espectro de trabajadores”. Porque el PT nació como partido reformista de trabajadores. Y el revanchismo social que expresa Bolsonaro es el rechazo fascistizante a ese fenómeno que en algún momento tuvo rasgos de clase[9].

 

Dialécticamente, como organización reformista que es, al PT hay que derrotarlo. Hay que forjar una herramienta histórica que agrupe a los sectores de masas. Estamos viviendo los límites del reformismo en Brasil. Estamos viviendo el fenómeno Bolsonaro, que es responsabilidad política de las traiciones del PT.

 

Una tarea que no será sencilla porque, entre otras cosas, se vive paradójicamente un fortalecimiento relativo del PT (desde el Impeachment de Rousseff a esta parte). Internacionalmente cuesta todavía mucho desbordar por la izquierda este tipo de organizaciones. El neo-reformismo es de masas: PT, Podemos, Corbyn, Sanders, etcétera, y la izquierda revolucionaria es de vanguardia. Es difícil todavía traspasar esa frontera.

 

  1. Ni facilismo, ni impresionismo

 

Los revolucionarios debemos tomar en serio los peligros que nos plantea la lucha de clases: no hacerlo sería criminal. Bolsonaro es un peligro y debemos mirar esa realidad desagradable de frente. Pero con el mismo énfasis decimos que sería un error impresionarse; regalarle al enemigo un centímetro más que el que tiene.

 

Tenemos un nuevo gobierno con elementos bonapartistas, con una base social de masas no organizada, con rasgos proto fascistas, en un país de tamaño continental. Está mal que hablemos del fascismo histórico, porque es incomparable. Pero de todos modos nos servirá a modo ilustrativo.

 

Hitler estuvo al frente de un país imperialista poderosísimo como Alemania. Pero, créase o no, le tenía miedo a la clase obrera (esto como subproducto del trauma de la revolución de 1918); una clase obrera que sufre bajo el nazismo una derrota histórica, lo que no excluyó, paradójicamente, concesiones económicas.

 

Es largo de explicarlo, pero no alcanza sólo con reprimir. Bolsonaro: ¿qué concesiones va a dar? Es material la cosa. La conciencia se forja en la experiencia. ¿Sólo palos, sólo derrotas, sólo agresión? ¿Sin concesiones? Los trabajadores son concretos para ambas cosas. Son concretos, pragmáticos, de cortas miras en determinados casos, como para votar contra del PT y apoyar a Bolsonaro. Pero también son concretos para eventualmente decir: «che, pero esto es un fiasco; es un fracaso».

 

Por supuesto, será eventualmente un proceso “lento”. Pero un gobierno con rasgos bonapartistas, sin concesiones a las masas, no es tan simple. Un gobierno cuya primera medida sería abiertamente contra las masas: la contrarreforma previsional (aunque el equipo de Bolsonaro ya ha dicho que introduciría “modificaciones”; lo que no ha caído bien en los mercados).

 

El movimiento de masas no es militante, no piensa como nosotros; es concreto, hay una expresión en castellano que dice «plata en mano, culo en tierra». La clase obrera es concreta, no va a empezar por la “ideología”; es concreta y se pregunta: ¿hay concesiones o no hay concesiones? ¿mi nivel de vida mejorará o no mejorará? Tengamos en cuenta que en Brasil, después de 14 años del PT, por no hablar de los demás gobiernos capitalistas, 100 millones de habitantes aún no cuentan con cloacas

 

Brasil es un gigante regional, pero no es un país imperialista: es un “país emergente”. Uno dice “fascista” para denunciarlo, para amplificar la denuncia democrática, lo que está muy bien: “tirarle todos los perros encima”. Pero científicamente, como caracterización, es una exageración.

 

Está perfecto denunciarlo así porque existe una memoria histórica de que el fascismo es enemigo acérrimo de los trabajadores, las mujeres y la juventud. Y está bien utilizar esa memoria histórica, que es una conquista.

 

Además, un rasgo específico de Bolsonaro es el ataque a la izquierda en sentido amplio, a los movimientos de trabajadores: “vamos a fusilar a toda la petrolada” es una de sus manifestaciones más reiteradas; ¡atención que la “petrolada” son los simpatizantes del PT y la izquierda en general! Ataques, persecuciones, carta blanca a los propietarios agrarios, represión al conflicto social, son una perspectiva cierta.

 

Pero la connotación “fascista” como categoría científica, hay que utilizarla con mucho cuidado, porque supone otras relaciones de fuerzas: una clase obrera derrotada, que no es el caso.

 

Por lo demás, el fascismo histórico es un fenómeno de los países imperialistas; donde tenían condiciones para derrotar a la clase obrera e igualmente darle concesiones económico-sociales. El Estado corporativo de Mussolini le hizo concesiones a la clase obrera y el nazismo igual. Pero en ese caso sí lo hicieron sobre el “cuerpo inerte” de los trabajadores: destruyendo todas las organizaciones de la democracia obrera (sindicatos, asociaciones, cooperativas, partidos reformistas y corrientes revolucionarias, etcétera[10]).

 

Esa sí fue una “autopsia de la clase obrera”; la habían derrotado históricamente: la clase trabajadora quedó fragmentada, sin organizaciones, sin nada; el Estado se erigió como Estado totalitario.

 

Todo esto hay que pensarlo y estudiarlo; la discusión es profunda. Pero no es apta para impresionistas. Es apta para marxistas revolucionarios: que sepan ver los peligros, pero también los puntos de apoyo para la acción antifascista.  

 

No hay nadie que pueda decir cómo se van a desenvolver las cosas. Hay que hacer la experiencia: hay que estudiar, hay que militar, hay que organizar, hay que salir a las calles, hay que hacer unidad de acción, frentes únicos, comités antifascistas. Y, en esa experiencia, esforzarse por superar la dirección del PT: construir un partido revolucionario. Porque sin las traiciones del PT, Bolsonaro no existiría.

 

 

Lo que es seguro es que de esta experiencia se puede salir con organizaciones más militantes en Brasil; por supuesto, va a ser un proceso. Ahora que ganó Bolsonaro, el PT se va a encargar de llenar de derrotismo a amplios sectores, de “repartir pañuelos”, de alimentar el impresionismo. Bolsonaro asume el 1º de enero. Va a ser, quizás, un proceso “pausado”; se verá.

 

Pero si Paulo Guedes dice: «bueno, ahora reforma jubilatoria», como exigen los mercados, la gente va a decir: «bueno, está bien, yo soy ‘bolsonarista’, pero no me gusta que me bajen la jubilación».

 

Posiblemente lleve algunos meses. Pero el año que viene va a empezar seguramente a procesarse una experiencia. Porque a la “ola reaccionaria” que expresa Bolsonaro, se le va a contraponer seguramente, la “ola democrática” que comenzó a expresarse entre la primera y la segunda vuelta: polo y bi-polo; giro a extrema derecha y rebote hacia la izquierda: esa es la dialéctica de la lucha de clases que no está abolida en Brasil.

 

Y respecto de la relación del “bonapartismo” con la burguesía, también entraña contradicciones, no es tan simple la cosa: ¿quién manda? ¿la burguesía como clase o el Bonaparte? Cuando la burguesía dice: «hagan la reforma ya», está diciendo: «acá mando yo». Pero a veces el Bonaparte manda él; si bien en representación de los intereses de la burguesía. Es una dialéctica compleja: el Bonaparte defiende a la burguesía pero con sus propios métodos.

 

Pero la cuestión es quién marca los tiempos. Porque los Bonapartes quieren mandar ellos (en apariencia por “encima” de las clases sociales). Hacen el trabajo para la burguesía. Pero a veces le restriegan la cara, le dan “golpes” (como señalara Trotsky); pero esto sin apartarse un minuto de defender sus intereses de clase.

 

  1. Parémosle la mano al fascismo: vamos por la unidad de acción en las calles, por comités antifascistas; por la Huelga General ante el primer ataque a los trabajadores, las mujeres y la juventud

 

Para terminar, volvamos a la idea del principio: no estamos frente a una “autopsia”; frente a un cuerpo inerte. Estamos frente a un giro a extrema derecha donde se va a procesar seguramente, una experiencia de la lucha de clases. Una experiencia que, vista de otro punto de vista, puede ser politizadora.

 

Va a obligar a pensar y a hacer política de una manera no rutinaria. Porque Brasil está en una lógica rutinaria hace 20 años. Esto va a obligar a salir de lo rutinario. Aunque claro que sacudirse la inercia rutinaria no es tan fácil.

Hay mucho espacio para una corriente como la nuestra, revolucionaria, aunque sea pequeña. Pero que tenga esa impronta combativa, militante, no rutinaria que se hace necesaria (que piense, que elabore, que haga la experiencia en las calles, que sea unitaria pero sin perder el ángulo revolucionario y que sacuda el rutinarismo).

 

Porque no vamos a derrotar a Bolsonaro con el rutinarismo del PT. Va a hacer falta volver a pensar la política revolucionaria de una manera no rutinaria (lo que exige, también, superar las prácticas de la mayoría de las corrientes trotskistas brasileras, marcadas por un sectarismo delirante o por un oportunismo rampante); romper el rutinarismo frente a un fenómeno extraordinario como es Bolsonaro[11].

 

La orientación frente a situaciones de este tipo clásica: la unidad de acción en las calles hasta con “el diablo y su abuela”, como dijera Trotsky. Obligar a los reformistas a salir de sus “quiosquitos” dentro de las instituciones. Plantear que al fascismo no se lo discute, se lo combate. Que esto plantea, en determinados casos, superar los límites, la institucionalidad: defender incondicionalmente las ocupaciones de tierra, las ocupaciones de vivienda, los cortes de ruta, las ocupaciones de fábricas, enfrentar las amenazas reaccionarias de Bolsonaro contra la izquierda, los “comunistas”, los “rojos”.

 

Es decir: defender todos los derechos democráticos, defender la “democracia” desde la izquierda, desde las calles, poner en pie frentes únicos de lucha, rechazar el eventual cierre del Parlamento; defender la democracia burguesa frente al asalto bonapartista, frente a un eventual golpe de Estado.

 

Pero hacemos esto sin dejar de cuestionar la institucionalidad desde la izquierda; sin atarnos a ella: la institucionalidad no es un talismán mágico; no le rendimos pleitesía. Nuestro método es el de la calle y la acción directa de las masas; esa es la verdadera democracia: la democracia revolucionaria que supera las instituciones del régimen desde la izquierda y sienta las bases para la democracia obrera.

 

Por supuesto que esto no quiere decir ser ultraizquierdista, ir a tontas y locas. No. Se trata de estar a la vanguardia en la lucha democrática unitaria; también a la vanguardia en la pelea por los derechos económico-sociales de los trabajadores, los derechos democráticos de las mujeres y la juventud, exigir la libertad de Lula.

 

Pero todo esto sin ceder al discurso capitulador del PT de postrarse frente a la institucionalidad: hay que desbordar la institucionalidad por la izquierda en la acción directa contra Bolsonaro, esto de manera tal de abrir una experiencia revolucionaria entre las masas: superar el horizonte todavía no traspasado del reformismo.

 

Bibliografía

 

  • I. Lenin, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo.

 

  • Antonio Soler, “Elecciones, avance de la reacción y resistencia”, izquierdaweb.

 

–    El colapso del lulismo. Ascenso y caída de un pacto social. Colección SoB, Brasil.

 

  • Roberto Sáenz, Ciencia y arte de la política revolucionaria, Antídoto-Gallo rojo.

 

–   “Cuestiones de estrategia”, www.socialismo-o-barbarie.org.

 

  • León Trotsky, “La única salida”, en La lucha contra al fascismo en Alemania, Ediciones Pluma, Buenos Aires, 1974.

 

 

 

[1] Es largo para desarrollarlo aquí, pero la izquierda revolucionaria brasilera ha vivido bajo la constante presión del PT. Esto ha dado lugar a dos errores simétricos: el oportunismo y el sectarismo. No se ha logrado una síntesis: un curso revolucionario acertado.

[2] En “El marco internacional del triunfo de Bolsonaro” hemos explicado las características estructurales que hacen de Brasil un país enormemente polarizado desde el punto de vista social.

[3] Atención que aquí la excusa fue la existencia de Sendero Luminoso. Nada parecido existe hoy en Brasil.

[4] Perú tuvo alrededor de 80.000 desaparecidos en esos años, sobre todo entre la población campesina.

[5] Aunque incluso en esto hay medida porque las dictaduras de este siglo XXI, como las de Honduras o en su momento Paraguay, no son igualmente sanguinarias que las de los años 70. Incluso en aquellos años, la dictadura en Brasil no fue tan genocida como las de Argentina o Chile. Todo admite análisis y medida: el marxismo no es apto para impresionistas.

[6] De paso señalemos que un gobierno semibonapartista o bonapartista es un gobierno inestable, de inestabilidad, no ya una “paz de los cementerios” consumada: tanto puede abrir paso a una situación contrarrevolucionaria como revolucionaria, atención.

[7] Lo que supone tácticas como la exigencia, la denuncia, la unidad de acción, el frente único, tácticas dirigidas a los reformistas que son los que dirigen las organizaciones de masas.

[8] Esto lo relata muy bien el historiador francés y especialista en cine Marc Ferro en La gran guerra 1914-1918.

[9] En los años 1980 las campañas electorales del PT se hicieron bajo la divisa de clase del “trabajador vote trabajador”.

[10] Este concepto sobre que el carácter último del fascismo es la destrucción de las “organizaciones de la democracia obrera” es de Trotsky.

[11] Un fenómeno que de tan profundo, tan complejo, puede plantear una reconfiguración del trotskismo en Brasil.

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