Prólogo a la edición polaca de El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, de Lenin. The Communist [El Comunista], publicado por los bolcheviques leninistas británicos, mayo de 1933.[1] Digitalización del MIA.

6 de octubre de 1932

Este trabajo de Lenin que presentamos a los lecto­res polacos fue escrito en abril de 1920. En esa época el movimiento comunista internacional todavía no había superado la niñez; sus enfermedades eran por cier­to las de la infancia.

Lenin, a la vez que condenaba el «izquierdismo» formal -el radicalismo de los gestos y la charla vacía-, defendía no menos apasionadamente la verda­dera intransigencia revolucionaria de la política de clase. Al hacerlo, no se aseguró – ¡estaba muy lejos de su intención esa actitud! – contra el abuso de los oportunistas de todo color, que, desde que se publicó este libro hace más de doce años, lo citaron cientos y miles de veces para defender la conciliación sin prin­cipios.

En este momento de crisis mundial, rompen con la socialdemocracia en distintos países sectores de izquierda. Estos grupos, al caer en el pozo que separa el comunismo del reformismo, declaran frecuente­mente que su objetivo histórico fundamental es la creación del «frente único» o, más ampliamente aún, «la unidad del movimiento obrero». En realidad, la utilización de estas consignas conciliadoras es el rasgo característico del Partido Socialista Obrero de Alemania, dirigido por Seydewitz, K. Rosenfeld,[2] el viejo Ledebour y otros. Por lo que puedo juzgar desde aquí, es muy poco lo que distingue del Partido Socialista Obrero de Alemania al pequeño grupo político polaco que se formó alrededor del doctor Joseph Kruk.[3] Los mejores teóricos de estos grupos apelan al Izquierdismo… de Lenin. Lo único que se olvidan de explicar es por qué consideraron siempre a Lenin un incorre­gible divisionista.

La esencia de la política de frente único leninista consiste en darles a las masas la oportunidad -a la vez que mantiene una organización y un programa comba­tivos e intransigentes- de realizar, estrechando filas, aunque sea un mínimo avance. Lenin no pretendía, apoyándose en esos avances prácticos de las masas, ocultar ni suavizar las contradicciones políticas entre el marxismo y el reformismo sino, por el contrario, ponerlas al desnudo, explicárselas a las masas y así reforzar el sector revolucionario.

Los problemas del frente único constituyen la esencia de los problemas tácticos. Sabemos que la tác­tica está subordinada a la estrategia. Nuestra línea estratégica define los intereses históricos del proleta­riado a la luz del marxismo. Con esto no pretendemos minimizar la importancia de los problemas tácticos. La estrategia sin su correspondiente táctica será siempre una abstracción teórica inerte. Pero no menos inútil resulta elevar una táctica específica, por importante que sea en un momento determinado, al nivel de una panacea, de un remedio universal, de un artículo de fe. La primera regla para el empleo de la política de frente único es la ruptura total e intransigente con la concilia­ción sin principios.

El libro de Lenin pareció haber asestado un golpe mortal al falso radicalismo. El Tercer y el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista, casi por unanimidad, agregaron a sus resoluciones las conclu­siones del libro. Pero durante el período siguiente, cuyo comienzo coincidió con la enfermedad y la muerte de Lenin, observamos algo que a primera vista asom­bra: las tendencias ultraizquierdistas nuevamente salen a la palestra, se fortalecen, conducen a una serie de derrotas, desaparecen sólo para reaparecer bajo formas más malignas y agudizadas.

Las protestas vanas y formales contra cualquier tipo de acuerdos con el reformismo, contra cualquier frente único con la socialdemocracia, contra la unidad del movimiento sindical; los argumentos superficiales en favor de la creación de nuestros propios sindi­catos «puros», como los llamaba Lenin: todas estas consideraciones ultraizquierdistas no son más serias ni más inteligentes que las que se planteaban en ese entonces, sólo que ahora no son débiles trinos infan­tiles sino roncos bramidos burocráticos. ¿Cuál es la razón de esta sorprendente recaída?

Sabemos que las tendencias políticas no existen «en el aire»; las desviaciones y los errores, cuando son persistentes y prolongados, deben tener una raíz de clase. Hablar del ultraizquierdismo sin definir sus raíces sociales significa remplazar el análisis marxista con «ideas brillantes». La derecha, los críti­cos oportunistas del stalinismo -por ejemplo los brandleristas- van más allá y en realidad reducen todos los errores de la Comintern a un simple error de tipo ideológico. Sobre una base suprasocial, supra­histórica, casi mística, se transforma al ultraizquier­dismo en una especie de espíritu malevolente similar al que devora a los cristianos más piadosos.

Hay que encarar el problema de manera totalmente diferente. Los acontecimientos demuestran conclu­yentemente que estos errores, que antes no eran más que la expresión de personalidades y grupos indivi­duales que estaban en su infancia práctica, ahora han sido erigidos en sistema y convertidos en el método consciente de control de una corriente política real: el centrismo burocrático. En realidad no se trata de la incoherencia del pensamiento ultraizquierdista, ya que la corriente política que domina hoy la Comintern alterna los errores ultraizquierdistas con la práctica oportunista. Y a veces la fracción stalinista, en vez de alternar entre el radicalismo y el oportunismo, los utiliza a ambos simultáneamente de manera di­ferente, en función directa de las necesidades de su lucha fraccional.

Así, en este momento vemos, por un lado, un rechazo de principios a aplicar cualquier política de acuerdos con la socialdemocracia alemana, y por otro, el congreso contra la guerra, convocado en acuerdo con pacifistas burgueses y pequeñoburgueses, radicales franceses, masones, o con individuos pretenciosos del tipo de Barbusse que se consideran portadores de la misión especial de «unificar a la Segunda y la Tercera Internacional».

Los mismos argumentos simples, y como siempre exhaustivos, de Lenin en favor de los «acuerdos», de los «compromisos», de las inevitables concesiones, demuestran de manera insuperable cuáles son los límites que este tipo de métodos no puede transgredir sin convertirse inevitablemente en su opuesto.

La táctica del frente único no es una panacea uni­versal. Está subordinada a un planteamiento fundamental: ¿unifica a la vanguardia proletaria en base a una intransigente política marxista? El arte de la direc­ción consiste en definir, en cada caso, en base a una relación de clases concreta, con quién, con qué fin y hasta qué límites es aceptable el frente único y en qué momento se lo debe romper.

Si se busca el modelo perfecto del modo en que no se puede ni se debe constituir el frente único, no se encontrará un ejemplo mejor -o mejor dicho peor- que el congreso de Amsterdam «de todas las clases y todos los partidos» contra la guerra. Este ejemplo merece que se lo examine punto por punto.

1- El Partido Comunista, en cada uno de los acuer­dos, circunstanciales o prolongados, debe mostrar abiertamente su programa. ¡Sin embargo, en Amster­dam se ignoró a los partidos como tales! ¡Como si la lu­cha contra la guerra no fuera una tarea política y, en consecuencia, una tarea de los partidos políticos! ¡Co­mo si esa lucha no exigiera la claridad más completa y la más estricta precisión en las ideas! ¡Como si alguna organización distinta del partido fuera capaz de formu­lar de manera tan completa y clara el problema de la lucha contra la guerra! ¡Y sin embargo el verdadero organizador de ese congreso, el ignorado partido, fue nada menos que la propia Internacional Comunista!

2- El partido comunista no debe hacer frente único con abogados y periodistas que actúan a título personal ni con simpatizantes conocidos, sino con las organiza­ciones de masas de los trabajadores y, por lo tanto, en primer lugar con los socialdemócratas. Pero desde el principio se excluyó el frente único con los socialdemócratas. ¡Hasta se declaró inadmisible la oferta de frente único a los socialdemócratas para probar abier­tamente hasta donde llega la presión de las masas de ese partido sobre sus dirigentes!

3- Precisamente porque la política del frente único entraña peligros oportunistas, el partido comunista tiene la obligación de eludir todo tipo de mediación du­dosa y de diplomacia secreta a espaldas de los trabaja­dores. Sin embargo, la Internacional Comunista juzgó necesario poner al frente -como portador de sus ban­deras y organizador formal, como negociador tras las bambalinas- al escritor francés Barbusse que se apo­yó en los peores elementos tanto del reformismo como del comunismo. Sin informar a las masas, pero obvia­mente con el respaldo del presidium de la Comintern, Barbusse sostuvo «conversaciones» sobre el tema del congreso con…¡Friedrich Adler![4] ¿El frente por arriba no está permitido, verdad? Como podemos ver, ¡cuando el mediador es Barbusse resulta muy aceptable! No hace falta decir que los que manejan los hilos de la Segunda Internacional están a kilómetros de ventaja de Barbusse en el terreno de la maniobra política. La diplomacia tras las bambalinas de Barbusse significó para la Segunda Internacional una excusa muy prove­chosa para escamotear su participación en el congreso.

4- El Partido Comunista tiene el derecho y también el deber de ganar para su causa hasta al aliado más débil… ¡si es realmente un aliado! Pero al hacerlo no debe rechazar a las masas trabajadoras, que son su aliado esencial. Pero la participación en el congreso, a título individual, de políticos burgueses que son miembros del partido dirigente de la Francia impe­rialista no puede menos que alejar del comunismo a los obreros socialistas franceses. No será fácil explicarle al proletariado alemán por qué se puede marchar hombro a hombro con el vicepresidente del partido de Herriot o con el pacifista general Schoenaich,[5]mientras se considera inadmisible proponer la acción en común contra la guerra a las organizaciones obreras reformistas.

5- Cuando se aplica la política del frente único es muy peligroso tener una caracterización falsa de los aliados; cuando se presenta como verdaderos a los aliados falsos, los obreros se sienten engañados desde un principio Este es el crimen que cometieron y siguen cometiendo los organizadores del congreso de Ams­terdam.

Ahora toda la burguesía francesa es «pacifista». No hay por qué sorprenderse; todo triunfo implica impedir que los derrotados preparen su venganza. La burguesía francesa busca, siempre y en todas partes, garantías de paz, de modo que los frutos de su pillaje permanez­can sacrosantos e inviolables.

La izquierda del pacifismo pequeñoburgués está dispuesta, en bien de estas garantías, a aliarse hasta con la Comintern. ¡Episódica alianza! El día que se declare la guerra esos pacifistas apoyarán a sus gobier­nos. Se les dirá a los obreros franceses: «Hicimos todo lo posible en nuestra lucha por la paz; incluso fuimos al congreso de Amsterdam. Pero la guerra se nos impuso; estamos por la defensa de la patria.» La parti­cipación en el congreso de los pacifistas franceses no los obliga a nada, y en el momento en que se declare la guerra beneficiará totalmente al imperialismo francés. Por otro lado, en el caso de que estalle el conflicto por el derecho al bandidaje internacional, el general Schoenaich y sus pares estarán absolutamente con su patria alemana y aprovecharán al máximo la autoridad adquirida por su participación en Ams­terdam.

Patel,[6] el nacionalista burgués hindú, participó en el congreso de Amsterdam por la misma razón por la que Chiang Kai-shek participó con «voto consultivo» en la Comintern. No hay duda de que tal participación incrementará la autoridad de los «dirigentes naciona­les» ante las masas populares. Patel le replicará a cualquier comunista hindú que diga en un mitin que él y sus amigos son traidores: «si yo fuera un traidor no me habría aliado con los bolcheviques en Amster­dam.» De este modo los stalinistas les dieron armas a los burgueses hindúes contra los obreros hindúes.

6- En ningún caso se deben establecer acuerdos por objetivos prácticos al precio de concesiones de principio, de callar las diferencias esenciales, de hacer formulaciones ambiguas que permiten que cada una de las partes las interprete a su manera. Sin embargo, el manifiesto de Amsterdam se basa ente­ramente en el subterfugio y la doble intención; en él se juega con las palabras, se ocultan las contradic­ciones; está plagado de rimbombantes frases sin sentido, de solemnes declaraciones que no conducen a ninguna parte. ¡Los miembros de los partidos burgue­ses y los masones mentirosos «condenan» el capi­talismo! ¡Los pacifistas «condenan» el pacifismo! ¡Y al día siguiente del congreso el general Schoenaich, en un artículo publicado en el periódico de Muenzenberg,[7]se declara pacifista! Y el burgués francés que condenó al capitalismo vuelve a su partido capita­lista y le da su voto a Herriot.

¿No es una mascarada escandalosa, una charlatanería vergonzosa?

La intransigencia marxista, ineludible cuando se hace un frente único en general, se hace doble o triple­mente obligatoria cuando se trata de un problema tan agudo como la guerra. La voz resuelta y aislada de Liebknecht, [8] resonando durante la guerra, tuvo una importancia incomparablemente mayor para el desa­rrollo de la revolución alemana que las protestas semisentimentales de todo el Partido Social Demócrata Independiente [USPD].[9] En Francia no hubo ningún Liebknecht. Una de las razones principales es que allí el pacifismo masón-radical, socialista-sindical, crea una atmósfera totalmente emponzoñada por la mentira y el cinismo.

Lenin insistía en que en los congresos «antiguerra» no hay que establecer acuerdos en base a lugares comunes sino, por el contrario, plantear los proble­mas tan clara, brutal y precisamente que los pacifistas se vean obligados a quemarse los dedos y echarse atrás; de esta manera se les da una lección objetiva a todos los trabajadores. En las instrucciones para la delegación soviética al Congreso Contra la Guerra de La Haya (1922), Lenin escribió: «Creo que si en la Conferencia de La Haya tenemos unas cuantas perso­nas que puedan hacer discursos contra la guerra en varias lenguas, lo más importante debe ser refutar la opinión de que los delegados a la conferencia son contrarios a la guerra, de que comprenden que ésta se les puede venir encima en el momento más inespe­rado, de que en alguna medida entienden qué métodos hay que adoptar para combatirla, que pueden tomar medidas serias y efectivas contra la guerra.» [Obras escogidas, vol. 33, Notas sobre las tareas de nuestra delegación a La Haya, 4 de diciembre de 1922.]

¡Imaginemos por un momento a Lenin votando en Amsterdam el vacío y grandilocuente manifiesto, hombro a hombro con el radical francés G. Bergery,[10] el general alemán Schoenaich, el nacionalista liberal Patel!. Nada puede medir mejor la profundidad de la caída de los epígonos que esta idea monstruosa.

En este libro de Lenin no hay una sola formula­ción que no apoyemos completamente. Hoy se ha constituido, en base a la alteración sistemática de la política leninista y al abuso de las citas de Lenin, una tendencia definida, el centrismo burocrático, que no existía hace doce años, cuando este libro fue escrito.

No es difícil explicar por qué existe la tendencia stalinista. Cuenta con un apoyo social: los millones de burócratas que se alimentan de una revolución triun­fante pero aislada en un solo país. Los particulares intereses de casta de la burocracia crean en ésta tendencias oportunistas y nacionalistas. No obstante, es la burocracia de un estado obrero, rodeado por un mundo burgués. En todo momento choca con la buro­cracia socialdemócrata de los países capitalistas. La burocracia soviética, que detenta la dirección de la Comintern, impone sobre ésta las contradicciones de su propia situación. Toda la política de la dirección de los epígonos oscila entre el oportunismo y el aventu­rerismo.

El ultraizquierdismo dejó de ser una enfermedad infantil. Es ahora uno de los métodos de autopreser­vación de una fracción cada vez más presionada por el desarrollo de la vanguardia proletaria mundial. La lucha contra la burocracia centrista es ahora la primera obligación de todo marxista. Aunque no hubiera otras, solamente por esta razón saludaríamos caluro­samente la edición polaca de este admirable trabajo de Lenin.

 

[1] Prólogo a la edición polaca de El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, de Lenin. The Communist [El Comunista], publicado por los bolcheviques leninistas británicos, mayo de 1933.

[2] Kurt Rosenfeld (1877-1943): destacado abogado defensor de las libertades cívicas y dirigente del ala izquierda de la socialdemocracia alemana, de la que fue expulsado en 1931; colaboró en la fundación del SAP, de cuya dirección participó durante un breve período.

[3] Doctor Joseph Kruk: representante de un pequeño grupo, el Partido Obrero Independiente de Polonia.

[4] Friedrich Adler (1879-1960): secretario del Partido Socialdemócrata Austríaco desde 1911 hasta 1916, cuando asesinó al premier austríaco y fue a la cárcel. Liberado por la Revolución en 1918, estuvo entre los fundadores de la Internacional Dos y Media, a la que hizo volver a la Segunda Internacional en 1923, convirtiéndose en secretario del organismo unificado.

[5] Paul von Schoenaich (1886-1954): oficial junker de la marina que se volvió pacifista y escribió artículos en favor de la Unión Soviética.

[6] Vallabhbhai Patel (l877-1950): dirigente de derecha del Partido del Congreso de la India; pasó a ser miembro del gobierno después de la proclamación de la independencia de la India.

[7] Willi Muenzenberg (l889-1940): organizador de la Juventud Comunista Internacional y leal stalinista, fundó una cadena de empresas de propaganda con dinero de la Comintern, entre las que había periódicos y revistas, una compañía filmadora, una editorial, etcétera. Después de 1933 prosiguió en París con sus operaciones para la Comintern, hasta que rompió con ella en 1937 a causa de la política de frente popular. Apareció muerto en circunstancias misteriosas después que los alemanes invadieron Francia.

[8] Karl Liebknecht (1871-1919): cuando estalló la Primera Guerra Mundial era diputado en el Reichstag por la socialdemocracia alemana. Aunque acató la disciplina de ésta y votó a favor de loa créditos de guerra el 4 de agosto de 1914, al poco tiempo rompió con la política de guerra y estuvo en prisión por su actividad antibélica desde 1916 hasta 1918. Junto con Rosa Luxemburgo fundó la Spartakusbund (Liga Espartaco) y dirigió la insurrección de noviem­bre de 1918. Ambos fueron asesinados por orden del gobierno socialde­mócrata.

[9] El Partido Socialdemócrata Independiente (USPD) de Alemania fue fundado en 1917 por elementos centristas de la socialdemocracia. La mayoría del USPD se unificó con el Partido Comunista Alemán en 1920. La minoría con­tinuó como organización independiente adherida a la Internacional Dos y Media hasta 1922, cuando volvió al Partido Socialdemócrata Alemán, con excepción de un pequeño grupo encabezado por Ledebour.

[10] Gastón Bergery (1892-1958): político del Partido Radical francés y «amigo de la Unión Soviética» en a década del 30, fue en 1935 uno de los fundadores del Frente Popular. Posteriormente se pasó a la derecha y sirvió corno emba­jador de Petain.

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