Niñas, no madres | El editorial más misógino jamás escrito

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Por Tofi Mazú

 

El editorial de La Nación de ayer, 1º de febrero, fue repudiado por todo el mundo, incluído el reaccionario de Eduardo Feinman (!!!), por hacer apología de la violación de menores y defender la idea de obligarlas a llevar a término embarazos producto de la violencia machista. Pero sobre todo, fue repudiado por las y los trabajadores de ese diario, y el conjunto del movimiento de mujeres que ayer mismo se movilizó en contra de los más de 20 femicidios ocurridos en enero.

 

De Jujuy a la primera plana de los diarios

La nota, que parece escrita por un pederasta ultracatólico, nace del envalentonamiento de los reaccionarios de tinte medieval tras el caso de la niña de Jujuy. Viene a sostener al gobernador Morales y al ministro Bouhid, mientras busca aleccionar y disciplinar a las mujeres. Como buen esbirro escupetinta del gobierno que es, lo que hace La Nación es reflejar la política que el gobierno y el entramado de funcionarios de su Estado capitalista, patriarcal y clerical tienen para con nosotras.

El editorial más misógino de los últimos cincuenta años arranca, como no podía ser de otro modo, hablando del movimiento de mujeres que sigue peleando por el aborto legal. Y elige contraponer a esa pelea unos supuestos e incomprobables testimonios de niñas de doce o trece años, embarazadas o con hijos, que serían “madrazas” contentísimas. No sólo nos encontraríamos antes evidentes víctimas de violación, sino que el texto habla explícitamente de un caso de ese calibre para defender la idea de que todo embarazo debe llevarse a término y puede ser una feliz noticia. Es decir, La Nación está incluso en contra del aborto no punible, que consta en nuestro código penal desde la década del ’20: atrasan un siglo de historia, mientras torturan y se llevan puesta la integridad física y emocional, el futuro y la perspectiva de vida de las casi 3000 niñas menores de 14 años que todos los años son obligadas a ser madres por este pérfido sistema. Acto seguido, vuelve a arremeter con un perfecto discurso anti-derechos, al estigmatizar a las madres de las niñas embarazadas que les habrían sabiamente propuesto a sus hijas practicarse un aborto. El heraldo del patriarcado capitalista elige contraponer a “abuelas abortistas” que felizmente no lograron su criminal propósito (sic.) con las niñas madres, madrazas (sic.) que le generarían admiración.

 

El rol de la mujer en esta sociedad capitalista y patriarcal

Sí, los directores del vocero más rancio de la burguesía, la Iglesia y el gobierno vomitan estas palabras en un papel, es porque son eso; unos reaccionarios que prefieren revictimizar a niñas que llevan sobre la espalda el peso de la violencia machista y el conjunto de las violencias económicas y sociales que les deparó este sistema de opresión y explotación. Pero el motivo es más profundo, porque tiene que ver con volver a insistir en cuál debería ser nuestro rol como mujeres en esta sociedad: incubadoras de pobres.

Nada importó a estas mamás niñas, salvo conservar a sus hijos; El relato de estas realidades mueve a reflexionar sobre lo que es natural en la mujer, lo que le viene de su instinto de madre, lo que le nace de sus ovarios casi infantiles. Sólo con esas dos citas se nos revuelven las tripas a quienes batallamos porque las mujeres puedan decidir con libertad sobre sus cuerpos. Es que el falso y reaccionario concepto de “instinto maternal” ha sido el sostén de cantidad de campañas anti-derechos. Pero la idea de que una mujer “debe ser madre” porque está en su naturaleza la capacidad de gestar no nace de un repollo, valga la analogía. Es un elemento que viene a reforzar un rol social de las mujeres de la clase obrera y los sectores populares: no ser sujetos, sino objetos de la reproducción de la mano obra; amas de casa, madres, cuidadoras; personas que no viven por sí mismas sino para otros, para la casa, para el cuidado; para alimentar el sistema y sus desigualdades. El control de la burguesía y del Estado sobre la capacidad reproductiva de las mujeres ha sido siempre una herramienta de control social para mantener al 50% de la humanidad disciplinada y sumida en una situación de doble opresión (leer http://lasrojas.com.ar/para-el-capitalismo-patriarcal-el-cuerpo-de-las-mujeres-nunca-es-de-las-mujeres/). Ahora que vivimos una cuarta ola feminista, la burguesía y sus paladines en el periodismo -si es que se lo puede llamar así- arremeten contra la rebelión de las pibas en su afán de aplacarnos.

El cínico autor de este texto no siente vergüenza en decir que esas niñas obligadas a ser madres en realidad deberían estar estudiando, cultivándose y tratando de construírse un futuro -un futuro que el Estado y el gobierno se niegan sistemáticamente e históricamente a garantizar-; pero que habría “algo más fuerte”, “algo superior” a eso: la capacidad reproductiva de las mujeres y su “rol natural”, que en verdad no es otro que el que nos ha otorgado el patriarcado capitalista para ayudar a mantener su entramado de explotación sobre el conjunto de la humanidad.

 

Educación sexual, ajuste y disciplinamiento

Sin empacho, el anónimo escribiente habla de educación sexual. Pero no lo hace para cuestionar al Estado y al gobierno y el desamparo y la desinformación en que sumen a niñas, niños y adolescentes. No lo hacen para hablar de que en la escuela lo que se enseña es a reproducir la violencia, a menos que una docente batalle -sin recursos- por enseñar lo contrario y educar en libertad. No lo hace para cuestionar que no haya campañas ni programas educativos que enseñen a los nenes desde que son chiquitos a no violar a sus hermanas. No, a los violadores y pederastas les dice que se queden tranquilos, porque todo se trata de que las niñas abusadas den a luz al producto de la violación sufrida: sobre el por qué de un embarazo a los doce años, ni una palabra. El único motivo por el cual La Nación elige hablar de educación sexual es culpabilizar a las más jóvenes de no cuidarse… Según esta nota, las “promiscuas” tienen dos opciones: o ser unas asesinas que no se hacen cargo de lo que hicieron – algo que no explicita, pero se deja entrever- o ser “madrazas maduras”. Sólo mencionan la educación sexual para romantizar una vez más la violencia y el embarazo no deseado.

Otra cosa terrible a este respecto es que, según las palabras de estos reaccionarios, el problema no sería que haya embarazos adolescentes, sino la “falta de cuidados” de una “sociedad poco solidaria”. Cuando habla de “sociedad” claro que no se refiere al régimen social, como lo hacemos las marxistas; sino que se refiere a la gente de a pie. La responsabilidad de no sería de presidentes, gobernadores, jueces, diputados, senadores, obispos y policías. La responsabilidad no sería de quienes bajan un presupuesto miserable para no aplicar la educación sexual, mantener las líneas 137 y 144, encarar campañas contra la violencia y garantizar abortos no punibles; la responsabilidad no sería de la sacrosanta institución de la familia, donde cantidad de niñas son violadas por padres, abuelos, primos y tíos. La responsabilidad sería de nosotras y nosotros, las y los trabajadores, hermanos, amigos, madres de las niñas abusadas y embarazadas. Más aún, si exigimos el derecho al aborto…

El disciplinamiento social se entremezcla con el brutal ajuste de Macri para garantizar un combo perfecto material e ideológico contra las mujeres de la clase obrera y los sectores populares, contra las más jóvenes y vulneradas. Pero otro elemento particularmente importante es que se llenen la boca hablando de “educación sexual” quienes son los primeros responsables en que no se aplique, y luego encaran la asquerosa, misógina y transodiante campaña de “con mis hijos no”.

 

Una salida para la barbarie

La realidad es que el conjunto de la humanidad vive en la barbarie. La pobreza y la explotación del 99% de quienes poblamos el planeta -para que el 1% viva del trabajo ajeno- se complejizan para las mujeres, que además sufrimos el peso del patriarcado. Se complejizan también para lesbianas, gays, trans y travestis. Este mundo es la barbarie y no se aguanta más. Que la patronal  explote a las y los trabajadores y luego los deje en la calle es la barbarie. Que todos los días nos despertemos con nuevo femicidio es la barbarie. Que miles de niñas por año sean abusadas, violadas y obligadas a parir es la barbarie. Que nuestros jefes y patrones nos acosen y abusen en el trabajo aprovechándose de nuestra necesidad es la barbarie. Que lesbianas, gays, trans y travestis sean objeto de palizas y crímenes de odio es la barbarie. Que el único destino de las trans y travestis sea la prostitución es la barbarie. Que nadie sea dueño o dueña de su propio destino es la barbarie.

En este sistema capitalista y patriarcal no hay libertad. Este mundo se vuelve día a día más intolerable y la conciencia de un movimiento que le da batalla crece a pasos agigantados. Las mujeres estamos en la primera línea ante cada caso. Marchamos, nos reunimos en asamblea y lloramos en las calles a cada una de las que perdemos a manos de la violencia de los misóginos y el Estado. Peleamos para garantizar los no punibles y una educación sexual laica, científica y feminista. Ponemos todas nuestras energías para conquistar el aborto legal, el desmantelamiento de las redes de trata y explotación sexual y el presupuesto que se necesita para combatir la violencia.

Pero a medida que avanzamos en esas peleas, muchas se van dando cuenta de que no son problemas aislados, abstractos, que existen porque sí. Textos y campañas políticas de derecha, como este editorial de La Nación, ponen de manifiesto el aspecto material y el rol que las mujeres cumplimos en el engranaje del capitalismo. Cada vez se hace más inminente el cuestionamiento a la barbarie en su conjunto y la necesidad de darle una salida. Esa salida sólo puede venir de una profunda transformación de la sociedad, de cuestionar quién tiene el poder. El poder lo tienen Macri, Bolsonaro, Trump y Guaidós. El poder lo tienen la Iglesia Católica y los empresarios de la fe evangélica. El poder lo tienen los dueños de las empresas, que viven de nuestro trabajo. El poder lo tienen los empresarios de la palabra, esbirros a sueldo que propagan en los diarios y noticieros esta basura misógina. El poder lo tienen  los directores de hospitales, la corporación médica, los jueces, los gobernadores y los 38 dinosaurios del Senado. Para combatir la barbarie hace falta cuestionar el hecho de que ellos tengan el poder. Para darle una salida a la barbarie, hace falta construir un mundo a imagen y semejanza de las mujeres, los trabajadores, la juventud, las personas LGTTBI y el conjunto de las y los explotados y oprimidos.

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