El día martes, pasado el mediodía, comenzó el debate en particular del panegírico reaccionario que el gobierno dió en llamar Ley Bases. El tono del debate fue similar al de la semana pasada: lento y empantanado. Al ritmo al que fueron discutidos los primeros artículos, se anticipaba que la sesión podría durar unos diez días de debate.
Pero sólo alcanzó a unas pocas horas. Al llegar al centro del paquete legislativo (facultades delegadas) el gobierno no obtuvo lo que esperaba. La oposición le votó seis emergencias: económica, financiera, de seguridad, tarifaria, energética y administrativa. Pero, inmediatamente, cayeron 4 de los 5 incisos en los que se detallan cuáles son las facultades que se delegan al Ejecutivo.
En concreto, el oficialismo no consiguió mayoría para manejar discrecionalmente los temas energético y de seguridad, ni tampoco para la pretendida Reforma del Estado. Los pasajes de la Ley que le permitirían a Milei reorganizar a gusto y piacere todos los organismos públicos (desde institutos a empresas públicas), así como modificar o cerrar fondos fiduciarios (parte importante del financiamiento de las provincias) y privatizar empresas públicas a dedo.
Apenas terminado el capítulo de facultades delegadas, el oficialismo pidió un cuarto intermedio en la votación. Pocos minutos después anunció que enviaba el proyecto de vuelta a comisiones. Con la caída de los superpoderes, el gobierno se quedó sin su arma más preciada para administrar el gobierno. Así lo dijo el sufrido vocero del gabinete, Guillermo Francos. «No tenía sendido avanzar en el tratamiento de la Ley Bases, porque perdía su esencia» dijo minutos después del levantamiento de la sesión.
Ahora la Ley vuelve a fojas cero, como si acabara de entrar al Congreso. Todo lo que se discutió y votó (aún lo que el gobierno sí consiguió acordar con la oposición) pierde validez. Para ser aprobada la Ley deberá recorrer todo el camino legislativo otra vez. Pasar por las comisiones de Legislación General, Asuntos Constitucionales y Presupuesto, conseguir dictamen, pasar al recinto para la discusión, la votación en general y, finalmente, la votación en particular. Ese camino fue infinitamente tortuoso la primera vez, y ahora el oficialismo debería atravesarlo con el peso de una derrota abrumadora a sus espaldas.
Es por esa razón que, a estas horas, el gobierno ni siquiera planea volver a iniciar el trámite legislativo. En ese sentido van las últimas declaraciones de Milei. «No vamos a seguir discutiendo con la casta que no quiere perder sus privilegios» dijo en referencia a la oposición dialoguista, con quienes hace pocas horas discutía el reparto de la torta.
Sucede que la caída de las facultades delegadas (el verdadero centro de la Ley Bases) implica una derrota política de peso para el gobierno. La primera y más decisiva de una serie de reveses (como las cautelares y fallos contra el DNU y el Protocolo Bullrich) que empiezan a acumularse a menos de dos meses de gobierno. La reactivación de la retórica anti casta furiosa no es más que una forma de camuflar discursivamente esa derrota.
La búsqueda de los poderes extraordinarios hacía al plan de gobierno de Milei. El ultraderechista desea y espera poder cuestionar algunos pilares del régimen político argentino, incluyendo conquistas democráticas conseguidas con la derrota de la última dictadura. Se trata de un intento -hasta ahora fallido- de giro bonapartista, que queda golpeado con la caída de la Ómnibus y q impacta también sobre el DNU y el protocolo.
Y la magnitud de las intenciones reaccionarias hace a la magnitud de la derrota. Por estas horas, muchos analistas se dedican a desglosar la crónica parlamentaria de una supuesta derrota anunciada. La clave estaría en la falta de modales parlamentarios del bloque oficialista y en el constante destrato hacia gobernadores y diputados opositores. En realidad, este es sólo un elemento, pero no el decisivo.
El desprecio de Milei por toda institución democrática (disfrazado de odio a la casta) es parte de su ADN político. Pero eso no impidió que los opositores dialoguistas se pusieran genuflexamente a su disposición para desguazar el país. Las bancadas opositoras hicieron hincapié más de una vez en que pretendían darle herramientas de gobierno al oficialismo.
El elemento que decidió el desenlace del proceso parlamentario fue en realidad el amplio repudio y rechazo que la Ley recibió en las calles durante la última semana. Replicado anteriormente en el masivo Paro General del 24 de enero y en los cacerolazos y asambleas populares que comenzaron con la aparición del DNU. El kirchnerismo se opuso solo dentro del parlamento, no movió un dedo en las jornadas históricas en Congreso, que condicionaron la votación hasta la caída de la totalidad del proyecto.
Es cierto que el trámite parlamentario fue desprolijo (un verdadero escándalo antidemocrático y reaccionario de espaldas a la sociedad) y que el oficialismo se negó a dar contraprestaciones a los gobernadores y legisladores a cambio del voto. Pero la flexibilidad negociadora y el ímpetu bonapartista que constituye el programa mileísta son dos características difíciles de conciliar en todo plano.
Nada de lo sucedido estaba anunciado. El fracaso de la Ley Ómnibus fue fruto de un desarrollo que no estaba prefijado, que tuvo que ver con que la oposición al gobierno comenzó mucho más fuerte de lo esperado. En todo caso, si algo puede decirse retrospectivamente, es que a Milei le falló el cálculo de fuerzas. No alcanzó con un 56% en el balotaje para contrapesar una marcada minoría parlamentaria, el hecho de que muchos de esos votos no son propios, y un movimiento de masas que perdura y no ha sido derrotado.
Ahora el gobierno deberá buscar otras herramientas para realizar su programa antidemocrático y antipopular. Los primeros pasos ya fueron esgrimidos. En el corto plazo, el gobierno optará por el camino del ajuste económico brutal vía Caputo. A mediano plazo, podría intentar ensayar nuevas intentonas bonapartistas desde el Ejecutivo, como un plebiscito o nuevos DNU.
La novedad es que, de hacerlo, ya no será en el aire, como al inicio de su gobierno. Cada nuevo paso será ahora más trabajoso, cargando con el peso de una primera derrota a sus espaldas. A partir de la Ley Ómnibus, el movimiento de masas comenzó una fuerte experiencia con el proyecto de Milei. Su derrota legislativa trae un poco de aire fresco, que hay que aprovechar para tirar abajo definitivamente todo el paquete de ajuste y contrarreformas.
No alcanzó con un 56% en el balotaje…….Hay que aclarar que este 56% es sobre el 76,32% que si ejerció su derecho a votar. Lo que en realidad hay que considerar es el total (100%) de electores habilitados. nilei accedió al poder ejecutivo con la anuencia del 41% de los electores. Es decir, no alcanzo el 50%+1. lo que desmiente a lo que se quiere imponer cuando se habla de 56%.