«Boludo, ¿por qué no es de un palo verde? Si fuera tan fácil…» dijo Milei, creyéndose vivo, en respuesta a la campaña de Winokur y La Izquierda en la Ciudad de un salario mínimo que no sea de miseria. Para los ideólogos de los negreros, pagar salarios siempre es difícil.
«No digas que es imposible, decí la verdad: no querés que los trabajadores ganen más. ¿Te parece un chiste que en el país que gobernás los trabajadores sean pobres? Mientras le dejás a los empresarios que aumenten lo que quieran, el salario es el único precio no «libre» en tu gobierno» respondió Winokur.
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No es la primera vez que Milei polemiza con los referentes del Nuevo MAS. En la campaña del 2021, ya había rechazado la consigna de un salario mínimo de 100 mil pesos. Y si en ese momento la plata no le alcanzaba a nadie, hoy es mucho peor. No tendremos más que repetir lo que ya dijimos entonces. Vayamos a sus afirmaciones acerca del salario mínimo: «Vieron que había una [Esa «una» era Manuela Castañeira] que decía ‘los libertarados, los libertarados, nosotros queremos un salario mínimo de cien mil pesos’. Yo hago una pregunta, si esto se arreglara tan fácil poniendo el salario en cien mil pesos. ¿Por qué no ponerlo en un millón de dólares? ¡Seríamos todos ricos!». Es el mismo «argumento» que repitió la semana pasada en ExpoEFI.
Te explicamos Milei: los 2 millones pesos de salario mínimo son porque la Canasta Básica de alimentos y servicios en CABA fue en marzo de 2.265.175,78 pesos. No es muy difícil Milei, es tan pero tan simple: es no querer que los trabajadores sean pobres.
«Razonaba», además, discutiendo con una supuesta idea, no dicha por nadie, de que el aumento del salario mínimo era la «solución» a la crisis económica que atraviesa el país. No, los planteos fueron y son mucho más integrales, como dejar de pagar la deuda externa, terminar con esa cadena permanente en el cuello del país. Los liberbobos decían en campaña estar en contra de la deuda pública, pero en cuanto su «plan» económico entró en crisis fueron corriendo a los pies del FMI.
En 2021, decía en su «explicación» de por qué sería «imposible» ese salario mínimo: «El mercado de trabajo, cuando ustedes le regulan un precio, cuando le ponen un precio por encima de los niveles de equilibrio, lo que se ve a generar es una exceso de oferta, mucha más gente queriendo trabajar que empresas contratando. Y la contracara va a ser la desocupación».
Digamos muy rápidamente una cosa de semejante «descripción» del mercado de trabajo. Se trata del absurdo modelo de Rothbard, solo repetible por alguien que nunca tuvo que trabajar para sostener la propia existencia: todo lo básico siempre estuvo dado. Más adelante defiende ese «modelo» abiertamente: la «oferta» de trabajo está dada por la «utilidad» de la remuneración contra la del «ocio». Es mucho más frecuente que las opciones sean entre trabajos miserables y morirse de hambre. Pero para estos chetos la desocupación es «ocio».
Veamos: subir el salario mínimo sería ponerle un «precio por encima del de equilibrio». Siempre y en todos lados, no importa el contexto y el lugar, la exigencia de aumento salarial encuentra en boca de los apologistas del capital la respuesta de que eso implicaría ponerlo por encima del «precio de equilibrio». Lo curioso es que nunca, jamás, intentan ni aproximadamente decir cuál sería ese «equilibrio», siempre el aumento exigido está por encima de él. ¿Cuáles serían los salarios de «equilibrio» según Milei? ¿Los del 2021? ¿Los actuales? Las paritarias y el salario mínimo están pisados por el propio gobierno. No importa por donde se lo vea, esto no es una argumentación, es una apología vulgar de los salarios de miseria.
Como buen apologista vulgar, intenta establecer una correlación entre salarios demasiado altos y desocupación. ¿Hay acaso algún dato que lo respalde? Veamos. Usemos datos. Los siguientes cuadros y números están extraídos de un estudio de FLACSO titulado «Empleo y salarios en la Argentina. Una visión de largo plazo». Dejamos el estudio en este link.
En el primer gráfico, el punto de referencia de los salarios es el año 1990, en el que se toma como punto de referencia «100» respecto a otros. En los primeros años se puede ver una recuperación de los salarios por la salida de la hiperinflación. Tenemos entonces:
Año 1991: nivel 111,3 de salario. 6,5% de desempleo.
Año 1992: nivel 120,5 de salarios. 7,0% de desempleo.
Año 1993: nivel 127,2 de salarios. 9,6% de desempleo.
Año 1994: nivel 128,5 de salarios. 11,4% de desempleo.
Años 1995-1996: nivel 117,9 de salarios. 17,5 y 17,2% de desempleo.
Años 1997-1998: nivel 122,9 de salarios. 14,9 y 12,8% de desocupación.
Año 2000: nivel 124,7 de salarios. 15,1% de desocupación.
Año 2001: nivel 122,4 de salarios. 17,4% de desocupación.
Estos gráficos coinciden con las siguientes etapas: entre 1991 y 1993 se viven los años de recuperación de la hiperinflación, entre 1994 y 1996 se hacen notar los efectos de la «crisis del tequila» internacional, hay una leve recuperación de tres años hasta el estallido de la crisis de los años 2000-2001.
El punto más alto de los salarios es 1994 con un 11,4% de desempleo. De 1991 a 1993 son años de crecimiento leve tanto de salarios como de la desocupación. Pero a partir de 1995 hay un desplome de los salarios que nunca llegan a recuperarse mientras la desocupación pega un salto y se mantiene de manera sostenida en el 14% o más (con un breve lapso menor en 1998).
En el período siguiente tenemos la siguiente evolución de los salarios:
Comparemos todos estos números con la desocupación a lo largo de todas esas décadas.
Todos los datos sin excepción demuestran una realidad exactamente inversa a la de Milei. En los 80′, los niveles de ocupación eran más altos que en los 90′ y también lo eran los salarios. En los 2000 sucede exactamente lo mismo. La correlación no es casual: mientras menos desocupación hay, mayor suele ser el poder de lucha y huelga de los ocupados, por lo que los salarios suelen ser más altos en esos momentos. El salario es el único precio que depende de un factor extra económico: la lucha de clases. Además, por supuesto, de que los salarios más altos y la menor desocupación se corresponden con los momentos de mayor actividad económica.
¿Acaso estos números serían malos? Que nos muestren unos mejores.
Con semejante demostración de ignorancia, de desprecio por los hechos, de total y absoluta falta de escrúpulos… tiene aún así la cara para llamar «burra» a la izquierda. La que defendió históricamente que el salario mínimo exista, frente a los liberales que siempre dijeron que era imposible, inviable. Y la conquista legal de un salario mínimo sirvió siempre para subir el promedio de los ingresos de los trabajadores, elevar y mejorar sus condiciones de vida. Esta no es una especulación, no es un debate teórico: es un hecho histórico negado por los dogmas liberales.
Mientras tanto, la tropilla de fieles aplaude, completamente convencida de que la única verdad es la que quiere escuchar, que el saber económico está del lado de quien dice muchas cosas que pueden ser resumidas en un único, inmutable e indiscutible dogma: los ricos nunca ganan lo suficiente, los trabajadores siempre ganan demasiado.
Pero todavía esto no basta. Milei lanzaba entonces una nueva afirmación, poniendo al descubierto que su confianza en la infalibilidad de su propia ignorancia es inversamente proporcional a lo que diga cualquier estadística, cualquier dato, cualquier número que intente corroborar sus afirmaciones. Porque, debería ser obvio, las estadística son «zurdas empobrecedoras».
Mercado laboral y desocupación
Le decía a sus fieles: «Si no hubiera regulaciones que jodieran el mercado de trabajo, no habría desempleo». Los signos de exclamación necesarios para expresar nuestra reacción frente a esta afirmación harían de este un artículo demasiado largo. Pero así funcionan los dogmas: mientras más reñidos con la realidad estén, más necesario es gritarlos hasta perder el aliento. Después intentó citar la «ley de ventajas comparativas» de Ricardo y ni siquiera eso puede hacer bien: intenta aplicar esa «ley» a los individuos, cuando en realidad está pensada para el comercio internacional entre países (y aún así es sumamente discutible).
Finalmente nos regala esta afirmación: «Aquellos países que tienen los mercados laborales más flexibles son los que menos desocupación tienen».
A esta altura, sus afirmaciones son suficientes para que llore de impotencia cualquier persona que alguna vez se haya dedicado a recopilar números, para que sienta una invencible pérdida de fe en la humanidad quien sepa nociones mínimas de estadísticas.
Contrastemos esa afirmación. De un lado, tomemos los datos del «índice de libertad económica» del 2021 acerca de cuáles son los países con los mercados laborales más «flexibles» o «libres». Link acá a a ellos. Del otro, los números de desocupación según el Banco Mundial del 2020: link acá. Si bien los datos son de años diferentes, tomamos países que no pasaron por grandes transformaciones de un año al otro ni en cuanto a su política laboral ni a los índices de empleo.
Singapur era el país más «libre» del mundo en materia laboral, con el puesto 1. En las estadísticas mundiales de ocupación está nada menos que en el puesto 72.
El puesto 2 en «libertad laboral» corresponde a Brunei y el 117 a los niveles de empleo.
El puesto 3 en desregulación laboral es nada menos que Estados Unidos, con el puesto 116 en ocupación.
El puesto 4 es de Nueva Zelanda, que ocupa el puesto 50 en cuanto a ocupación en relación a otros países.
Podríamos seguir un buen rato. La cosa ya debería estar completamente clara: los datos no respaldan las afirmaciones de Milei.
Hay que reconocerle, no obstante, que es un buen discípulo de la «praxeología» de Ludwig von Mises. Éste afirma que su método es el de axiomas puramente lógicos, que deben ser tomados como ciertos sin necesidad de comprobación alguna. Como son «lógicos» (y los discípulos como Milei y su tropilla desean creer que son ciertos) no es necesario demostrarlos. No importa que la vida diga algo, con el poder de la imaginación y un buen rating se puede dejar a un costado la molesta realidad.
Milei no es un pensador, evidentemente no es un estadístico, ni siquiera se lo puede tomar seriamente como un buen orador: no es más que un despreciable y vulgar enemigo de los trabajadores.