Se trata de una parte fundamental del «plan licuadora» de Milei, que pretende erosionar salarios, jubilaciones y partidas presupuestarias estatales a base de una inflación descomunal.
La celebración de la supuesta «desaceleración de la inflación» es una muestra más de cinismo de este gobierno, que si lograra (algo que aun tiene que confirmarse) hacer descender el índice de precios será haciendo pedazos las condiciones de vida de jubilados y las mayorías trabajadoras.
Por eso, la contracara del plan licuadora de Milei, que el gobierno se esfuerza en ocultar, es la parálisis de la actividad económica y el aumento del desempleo, a la vez que continúan alimentando el endeudamiento feroz del Estado.
Si desagregamos la variación del IPC y nos concentramos en el rubro alimentos y bebidas, el más importante por tratarse de consumo masivo imprescindible, los números son aún peores: desde que asumió el gobierno «libertario», los aumentos ya alcanzan el 130%, y todavía tienen camino por recorrer, mientras el gobierno impone recesión y techo salarial.
Esta combinación no significa otra cosa que un grave aumento de la pobreza y la indigencia, a las que puede sumarse también la desocupación. Una verdadera catástrofe social para pagar la fiesta sin igual de las ganancias empresarias extraordinarias.
Un dato demoledor a este respecto es el cruce entre la inflación y la evolución del salario medio registrado: mientras al inicio de la gestión se encontraba (apenas) 10 puntos por encima del nivel de pobreza, ahora ya se encuentra 15 puntos por debajo. El resultado será un salto de la pobreza descomunal.