Metapolítica de la Transición VII

«La Revolución es un Medio para un Fin completamente distinto al de la Revolución»

Rosa Luxemburg

A propósito del libro de Roberto Sáenz: El Marxismo y la transición Socialista[1]

La trágica díada revolucionaria de construcción-reconstrucción: ya Dunayevskaya en su momento decía que la impaciencia revolucionaria se afana en lo imposible: en llegar al Fin sin los Medios. La discusión estratégica sobre la Transición que nos propone este libro exige precisamente poner en balance crítico tanto los medios usados en el Pasado, en especial en el laboratorio trágico de la experiencia soviética, como los nuevos medios que se deben proponer para el Futuro viable del Socialismo. Y uno de los medios decisivos sigue siendo, por supuesto, el Estado. Como señala Sáenz de manera correcta, “un Estado que no se extingue, que se erige por encima de las masas, es un poderoso síntoma de que algo anda mal… Para que esta tendencia a la extinción del Estado se afirme deben combinarse y complementarse varios procesos, como ya hemos visto: a) la extensión internacional de la revolución; b) el desarrollo de las fuerzas productivas, y c) que el poder sea ejercido cada vez más colectivamente por los propios trabajadores y trabajadoras.” Es decir: los revolucionarios deben trabajar en primer lugar por encauzar al Estado en la tendencia de “extinción”, en la senda objetiva de su autodisolución, y además asegurar su duración y permanencia, pero, la extinción exige variables que ya no se controlan desde las fuerzas revolucionarias, que escapan a la mera voluntad, como es el caso de la objetividad de su desarrollo económico o la situación revolucionaria a nivel mundial.

Si nos centramos en el último punto que enumara Sáenz volvemos a reflexionar sobre los modos de apropiación socialista, que el Estado de transición, la dictadura revolucionaria del proletariado, debe asumir, so pena de su degeneración inevitable, la unidad del proceso de trabajo bajo la forma de un aparato que fusione, democráticamente, la Economía y la Política. Esta unidad aparece como la condición indispensable, el medio finalmente buscado y deseado, de la desaparición del Estado, y con él, de la inutulidad de la Burocracia. Toda separación entre lo económico y lo político indica, como ya lo había explicado Marx, un efecto de la subsunción formal del Trabajo al Capital, a la Ley de valor. El autor reconoce esta problemática al señalar que “el revolucionamiento de las relaciones de producción, el final de la explotación capitalista, que transitoriamente pasa por la estatización de la propiedad y cuya meta es la socialización de ésta, la producción llevada adelante asociadamente por parte de los productores mismos, como definiera Marx, exigen que la estatización de la propiedad y de la producción conduzca realmente a estas metas”, pero reconoce que “sin embargo, liquidar la explotación del trabajo es un acontecimiento económico-social que requiere que, efectivamente, se reabsorba la desigualdad en la base de la sociedad y no que ocurra lo contrario.” Todo entonces apunta hacia un objetivo imprescindible: el férreo control de la producción por los que producen, por el proletariado. Y esto exige un nuevo aparato económico estatal de la producción que asegure aquella unicidad de la apropiación, porque, como afirma el autor “si bajo la propiedad estatizada la desigualdad subsiste, y para colmo una capa social especial comienza a obtener crecientes privilegios, esas formas de propiedad empiezan a perder su contenido emancipador.” La clave reside en cómo diseñar y establecer nuevas instituciones, además del rol que jugaran los partidos revolucionarios en la gran Transición, que puedan asegurar la forma de apropiación socialista y la tendencia a anular toda separación entre Economía y Política.

Una vez más sobre la Burocracia: Sáenz vuelve sobre el fenómeno complejo del Burocratismo, señalando que “el Estado separado de la sociedad comienza a presionar sobre la sociedad misma; la propiedad estatizada pasa a ser posesión, sin control alguno por la base obrera, de una capa social que, por sus funciones, tiene un acceso privilegiado a las palancas económicas y políticas. Comienza a hacerse valer una burocracia, a exigir su “cuota parte” del sobreproducto social.” El concepto de Burocracia tiene un uso muy específico y determinado, en general puede decirse que se trata de un sistema político en el que el Poder reside fundamentalmente en los funcionarios no-electos y permanentes, es decir: Burocratismo es todo Poder ejercido por los funcionarios. Como derivación, se entiende que esta situación anómala genera que los funcionarios se conviertan en un estamento social. La palabra fue acuñada en el año 1745 precisamente por un economista político fisiócrata, Gornay. Se puede decir que la Burocracia es conditio sine qua non de la formación y surgimiento del Estado capitalista. El dominio de la Burocracia, como sabemos desde Weber (con el cual Sáenz discute abiertamente), es el tipo más puro de dominio “legal”, algo que también se pudo ver en la URSS. Las connotaciones más importantes de la Burocracia moderna son estructura fuertemente jerárquica, autonomía centralizada, expertismo, competencias funcionales fijas, disciplina orgánica y espíritu de cuerpo, tendencia a la “plutocratización”, conservadurismo pasivo, imperio de la despersonalización formalista, corporativismo selectivo, etc. En el caso obvio de los procesos de Transición, es evidente que tanto la reconstrucción como la puesta ex novo de un aparato económico de Estado, traerá aparejados los enormes peligros que conlleva la lógica de bronce del Burocratismo. Y es que el rasgo fundamental, del que hizo uso el propio Capitalismo para mantener separadas y autónomas Economía y Política, es el de centralización y jerarquía. Recordemos la pesada herencia del aparato zarista que recibieron los bolcheviques: el imperio ruso llegó a contar con catorce rangos de nobleza funcionarial, siendo considerado en su época como el Estado más burocratizado de toda Europa. Esto en cuanto a la vieja Burocracia. Pero también sucedió un fenómeno muy común en todas las revoluciones de la Historia, que muchos sovietólogos y especialistas ignoran o subestiman: el que muchas instituciones ad hoc, creadas al calor de los acontecimientos y sin estructura democrática, se terminen transformando en puntos de poder estatal o de gobierno. Y a la vieja administración autocrática y absolustista se le sumó esta “nueva” Burocracia, inédita e inesperada en un acontecimiento socialista.Como señala Sáenz, “lo original fue la aparición de este fenómeno a continuación de una revolución socialista, algo que no estaba previsto por nuestros clásicos.” Y es que la Burocracia no es simplemente una mera gestión “exterior” de la sociedad, sino un elemento esencial y productivo, silenciosamente eficaz, para la práctica política burguesa y su dominio estatal. El Estado capitalista moderno “es” un Estado burocrático.

Para Sáenz, sin embargo, coincidiendo con Lewin, existe una omisión teórica fatal en el Bolchevismo sobre el problema burocrático, omisión parcialmente resuelta recién en la Plataforma de los 46 del año 1923. Aunque ya hemos visto que la preocupación por la deriva burocrática como auténtico Mal ya era notoria y pública en la agenda bolchevique en un año tan temprano como 1919. Pero debemos remarcar que mucho antes de conocerse la plataforma, grupos de la oposición interna, muy conocidos como “La Verdad obrera” o el “Grupo de Trabajadores”, ya habían denunciado la “burocracia secretarial” y la pérdida de la democracia interna en el partido, denunciando a la burocracia que trataba a la masa gris de los trabajadores “como el tosco material con el que nuestros héroes, los funcionarios comunistas, construirán el Paraíso socialista”. Hay que señalar que el análisis critico de la plataforma se reducía al ámbito de la vida interna del partido bolchevique y a su crisis derivada del dominio de lo que dllamaban una “dictadura fraccional”, por lo que podemos ver cómo también la propia discusión sobre la Burocracia se empezaba a autolimitar a los fenómenos internos partidarios, lo que es muy sintomático de que incluso los críticos habían perdido la visión de conjunto del problema.


[1] Roberto Sáenz; El Marxismo y la transición socialista, Tomo I: estado, poder y burocracia. Un debate estratégico insoslayable, editorial Prometeo, Buenos Aires, 2024.

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