“Es justo aquello que corresponde al Modo de Producción; e injusto cuando se halla en contradicción con él”
Marx
La condena del Estado separado[1]: el autor se enfrenta con una problemática de la teoría de la transición clásica, y no es otra que la tesis de la paulatina desaparición-extinción del Estado, su necesaria y objetiva autodisolución (aunque no de la Política en sí misma). ¿Es una consecuencia coherente y lógica con las ideas de Engels y Marx, con el llamado Marxismo clásico? Saénz no tiene duda, afirmando que “el Estado debe –debería, como una de las tendencias históricas en obra– tender a desaparecer en tanto que cuerpo separado de regimentación social.” La teoría de la estatalidad burguesa siempre tuvo como premisa la disociación natural, la oposición normal, la separación entre la Economía y la Política, entre la forma Estado y la sociedad civil, aunque nunca estas dos ultimas oposiciones pueden considerarse equivalentes. El Estado burgués, como voluntad subjetiva y de lo universal, considera que los ciudadanos son sus instrumentos; se trata de un Todo orgánico pero, como señalaba ya Hegel, es una abstracción real. Hegel ya diferenciaba el Estado qua Estado en el Mundo oriental, griego, romano y germánico, del Estado de Derecho moderno, cuya esfera principal de acción es la industria, la generación de plusvalía, en la cual “la acumulación de riquezas puede llegar al infinito.” Es más: la propia Constitución del Estado moderno debe tener como meta “fijar” las instituciones adecuadas y la división del trabajo industrial requeridas para la reproducción social. Hegel va más allá, sugiriendo que la forma-Estado adecuada para el Capitalismo liberal es la forma republicana, pero que ella exige un tipo especial de ciudadanos, un tipo peculiar de subjetividad que debe ser generada por el mismo Estado. En su accionar el Estado debe superar la oposición abstracta entre Pueblo y Gobierno, sutura y escisión que siempre permanece. Como se señala en el libro “el Estado separado de la sociedad y el Estado como expresión de la clase económica y socialmente dominante, se complementan en el abordaje marxista del Estado.” La tesis del Estado-máquina, y su centralización superviviente del Feudalismo, es correcta pero incompleta, se trata de una máquina que necesita plebiscitar, como había intuido Hegel, su propia dominación con la construcción de una voluntad nacional que se refleja en el Poder legislativo.
Marx comenzó su crítica al Estado prusiano desde las orillas hegelianas, como Sáenz señala, hasta 1844-1845, no sorprende que enunciara un primer y sorprendente esbozo de la extinción del Estado mucho antes que popularizara la idea Engels. Aparece en un fragmento de La miseria de la Filosofía, donde se señala que “en el transcurso de su desarrollo, la clase obrera sustituirá la antigua sociedad civil por una asociación que excluya a las clases y su antagonismo; y no existirá ya un Poder político propiamente dicho, pues el Poder político es precisamente la expresión oficial del antagonismo de clase dentro de la sociedad civil.” En el Manifiesto, Engels y Marx afirmaban que “el Poder público perderá (su) carácter político. En sentido estricto, el Poder político es el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado ( … ), aboliendo con la fuerza, como clase, dominante, las antiguas relaciones de producción, abole también (. . .) las condiciones de existencia de las clases sociales en general y, por lo tanto, su propio dominio en cuanto clase». Sáenz concluye diciendo que el Estado “constituye siempre una representación parcial –clasista, dicho en general– de los intereses sociales”, por lo que, como conclusión obligatoria “el Estado debe tender a desaparecer, cuestión que es, en definitiva, la sustancia del proceso de transición socialista junto con su base material: el final de toda forma de explotación y opresión.” Es decir que la propia teoría de la dictadura del proletariado debe estar entrelazada y comprometida con la hipótesis de su futura cancelación y fin, ya que el objetivo final es, nada más ni nada menos, que la transformación del Estado de institución supraordinada a órgano subordinado a la sociedad civil, como subrayaba Marx: “la libertad consiste en transformar al Estado, de órgano sobreordenado a la sociedad, en (órgano) subordinado a ella». Es indudable que es una cuestión ardua, todavía no resuelta por la práctica revolucionaria misma, y que deriva muy rápidamente en consideraciones utopistas.
En cuanto al Estado: ¿hay extinción automática, tendencial o es el subproducto de la lucha de clases? ¿no existirá más el Estado en su consideración política actual, moderna o únicamente el Estado político peculiar de la época burguesa? Todos estos interrogantes rondaron las mejores cabezas de los revolucionarios en Rusia de 1917 en adelante. Para Sáenz “el solapamiento entre el Estado y la sociedad, actuando ésta en el ámbito político de manera cada vez más colectiva, es un síntoma inequívoco de la tendencia a la desaparición de todo Estado, de progreso en la transición socialista. El signo contrario de esta participación popular creciente es la afirmación del Estado en sentido antisocialista como un aparato ajeno a las masas, la burocratización de la revolución.” Pero el Estado no solo es puro poder político, otra intuición de Hegel, es una institución clave en la lógica de la Ley del Valor, como ya demostró Keynes et altri, juega además un rol económico activo, es el garante del mercado nacional del Capital, posee una relación social específica y sui generis con las relaciones de producción dominantes, y es un elemento clave en la reproducción. Por eso la inversión de la causalidad entre Economía y Política, una de las escisiones de la forma Estado moderna, en el proceso de transición socialista, exigirá que la “dictadura revolucionaria del proletariado” (como la define Marx en la crítica al programa de Gotha) asuma conscientemente formas tempranas y concretas de emancipación económica del Trabajo, socialización del plusvalor, como se intentó toscamente en la Commune de 1871. La democracia directa no será entonces ni un medio, ni un tipo más de regimen político, sino “la forma política necesaria por fin encontrada” como ya señalaba Marx. En esto coincide Sáenz al recalcar que “en la transición socialista es la Política la que determina la Economía”, y que el hilo de continuidad de la revolución bolchevique en Rusia, de más a menos, estuvo dado por el índice de la democracia socialista, cuyo final fue un Estado (el stalinista) de nuevo tipo, una “contrarrevolución política y social en regla, aunque no fuese la restauración capitalista. El nuevo“orden estalinista” fue, según el autor, un “Estado burocrático con restos de las conquistas de la revolución.” Veamos un enfoque analítico e histórico de su definición, y también de su eventual utilidad en la praxis revolucionaria.
[1] Roberto Sáenz; El Marxismo y la transición socialista, Tomo I: estado, poder y burocracia. Un debate estratégico insoslayable, editorial Prometeo, Buenos Aires, 2024.