“(…) el ascenso histórico de la burguesía tuvo lugar con una relativa igualdad en todos los terrenos de la vida social; la burguesía se enriqueció, se organizó, se formó política y estéticamente y acumuló así hábitos de dominio; mientras que para el proletariado, en tanto que clase económicamente desheredada, todo el proceso de autodeterminación toma un carácter político revolucionario intensamente unilateral, alcanzando su máxima expresión en el partido comunista”
Trotsky, Literatura y revolución
Edición de este artículo: Patricia López
A continuación, presentamos la intervención oral editada de Roberto Sáenz en el curso de verano para la juventud del Nuevo MAS y de nuestra corriente internacional. Se trató de una charla para los cursistas de nuestro partido en la cual participaron por zoom varias regionales del interior del país, así como compañeros y compañeras de nuestra corriente de diversos países.
1- Un debate estratégico
Hay que entender que ésta es una obra para “adentro” y para “afuera”, que busca ganar otro público para el partido y para la corriente. No es un texto pensado sólo para la formación de la militancia. Intenta entrar en otro campo, en el campo del debate teórico-político-estratégico marxista más general; abrir un campo nuevo en la vida del partido, con un debate que igualmente es militante, es una elaboración teórica militante. Entrar en este campo para ir a la pelea teórico-estratégica con las corrientes, pero también en la academia, en la intelectualidad marxista internacional.
El formato de la obra no es el de un material militante clásico. El mundo de las corrientes revolucionarias está lleno de chantas que no estudian nada, que no piensan nada; nosotros no somos chantas, entonces entramos con algo “pesado”, que se está traduciendo a varios idiomas, que configura una ofensiva que recién se inicia, pero esperamos publicar en varios idiomas y editoriales de importancia; además, ya comenzamos a trabajar con el tomo 2.
Intentamos hacerlo en esta nueva etapa de crisis, barbarie y revolución en la cual existe un cierto revival del marxismo, llamado a multiplicarse por la “crisis poliédrica” del capitalismo. En el terreno de la ecología marxista se nota este revival porque hace años vienen existiendo varias corrientes marxistas ecologistas, entre ellas la que nos parece más seria, encarnada en Bellamy Foster y algunos autores vinculados con él.[1] En el terreno del feminismo también hay de todo; lo que menos hay es marxismo, pero hay de todo incluyendo marxismo, y eso después se expresa en corrientes políticas de las más diversas.
También se aprecia un revival marxista de importancia alrededor de la gente de Historical Materialism y su esfuerzo por publicar, sobre todo, a jóvenes scholars marxistas, por no olvidarnos del mega emprendimiento de publicar las obras completas de Marx y Engels, con sede en Alemania pero con involucramiento de scholars marxistas de todo el mundo, la MEGA2.
También hay discusiones crecientes acerca del carácter del imperialismo actual: muchos marxistas están estudiando el imperialismo del siglo XXI en el campo teórico, así como hay un revival del análisis económico en el campo del marxismo (Michael Roberts y su blog, con un seguimiento muy sistemático de la coyuntura económica, es una muestra de ello).[2]
Ocurre lo propio con el “nuevo mundo” de las redes sociales, que ya lleva años. La socialización de la elaboración política y teórica por medio de ellas es apasionante y colosal, contenida en páginas militantes, otras no tanto, papers académicos y demás (Inprecor, Contretemps, Historical Materialism, Izquierda web, Izquierda diario, Viento Sur, Sin Permiso, International Socialist, Counterfire, etc.), que, lógicamente, no se pueden “consumir” mirando la pantallita de los celulares y requieren de algún formato de estudio más serio –los que somos muy siglo XX, sin formato papel y sin subrayar no podemos estudiar nada–.[3]
La nueva etapa presenta problemas teóricos gruesos. En el pasado se decía “hay que hacer política, no hay que estudiar porque ya está todo dicho por Lenin, Trotsky” o quien fuera. Hoy afirmar eso es de sectas dogmáticas intrascendentes. El problema, sin embargo, es que en el campo específico de nuestra investigación no hay grandes elaboraciones ni mucho menos discusiones que no consistan en repetir viejos dogmas (una tendencia en sentido contrario es la generosa reseña que viene haciendo Nicolas González Varela a nuestro tomo 1 y que estamos publicando en nuestro suplemento de los domingos).[4]
En el campo de balance del estalinismo hay mucho desarrollo de la historiografía a partir de la apertura de los archivos de la ex URSS, eso es así, y es la materia prima de la investigación teórica, pero precisamente en el campo de dicha investigación teórica y estratégica, del balance de las revoluciones anticapitalistas del siglo pasado, de la teoría de la transición socialista y en el campo del partido revolucionario y de la estrategia revolucionaria, no hay gran discusión. En realidad, sí hay más discusión sobre los problemas de estrategia, de la hegemonía, el legado de Gramsci, etc., pero se carece en gran medida de debate sobre la teoría de la revolución y, sobre todo, de la transición.
Hay una gran y apasionante discusión sobre la “marxología”: los dimes y diretes, por así llamarlos, sobre la obra de Marx (y en menor medida de Engels, aunque este aparece más en los debates de la ecología marxista).
El campo de reflexión que intentamos abrir “valientemente” (Nicolás dixit) con El marxismo y la transición socialista todavía no está de moda. Recordemos que Hegel señalaba en sus clases sobre la Filosofía de la historia, que las obras siempre tienen su momento histórico, su actualidad (Wirklichkeit), lo que reenvía a la idea de “realidad efectiva”: tiene que ver con que es el desarrollo de la realidad lo que pone en “vigencia” una determinada obra u elaboración; lo que hoy está en un cono de sombras mañana podría “brillar”: las obras deben esperar su tiempo. Y, lógicamente, con la disrupción del mundo capitalista que estamos viviendo, con la crisis del libre mercado, la perspectiva anticapitalista recobra más actualidad, lo mismo que temáticas como, por ejemplo, la planificación económica.
Por supuesto que hubo muchísima discusión sobre teoría de la revolución a lo largo de casi todo el siglo XX, hasta su eclipse transitorio luego de la caída del Muro de Berlín. Bensaïd refleja mucho esto en su elaboración, aunque se pasa de “rosca” en su mirada melancólica de las cosas. También hubo muchísima discusión sobre el carácter social de la URSS y demás Estados no capitalistas, con conceptos que iban desde Estado obrero degenerado, la consideración de dichos Estados como directamente “socialistas”, las variantes capitalistas de Estado, colectivistas burocráticas, socialistas de Estado, etc.[5]
Como la URSS se derrumbó y, junto con el resto de los países del Este europeo, es un “agujero negro” respecto de la perspectiva socialista, mucha discusión sobre qué enseñanzas se desprenden de ella, no hay. China es un caso distinto, la discusión sobre este país tiene enorme actualidad, aunque en general, salvo excepciones como la de Au Loong Yu, se hace sobre parámetros que no son los del marxismo revolucionario (el “enamoramiento” con China crece en proporción directa a su enfrentamiento con Trump).
Entonces, el tema es si la corriente y el partido logran abrirse un campo de elaboración teórica sentando un mojón con una elaboración que es nueva, que es un intento de reconsiderar los debates estratégicos sobre la revolución y la transición socialista, no citando mecánicamente a nuestros maestros en general, sino poniendo en correspondencia –bajo contraste, por así decirlo– la elaboración del marxismo revolucionario (Trotsky, Rosa, Lenin, Gramsci, Rakovsky) con la obra de Marx y Engels. Ocurre que Marx y Engels están supuestos pero no explicitados en la obra de Trotsky (que es quien más “tiempo de vida” pudo tener para realizar la evaluación de los desarrollos de la URSS; recordemos, por si hace falta, que fue asesinado en agosto de 1940). Hay en nuestra obra un intento de re-proponer la reflexión de balance estratégico sobre las sociedades pos capitalistas a la luz de la obra de Marx y Engels.
2- La necesidad de abrir las categorías del marxismo
Eso nos permite y, sobre todo, nos obliga a abrir y repensar las categorías del marxismo: para pensar la categoría de Estado obrero, pensar la categoría de Estado. Para pensar la categoría de burocracia estalinista, pensar la categoría de burocracia. Para pensar la categoría de revolución socialista, pensar la categoría de revolución social en Marx. Ir a los fundamentos en el marxismo clásico de las categorías usadas por los marxistas revolucionarios frente a los desafíos de su tiempo: “Encontramos una fuerte referencia implícita a Kant en la crítica de las categorías económicas de Marx. Al igual que Kant con los científicos naturales, Marx criticó a los economistas por aceptar las categorías económicas simplemente como dadas y repetirlas acríticamente, como ‘formas objetivas de pensamiento’ que determinan la conciencia cotidiana y la vida cotidiana. Las categorías de la vida económica cotidiana como valor, precio, dinero, mercado, salario, beneficio, interés, etc., que los economistas asumen, son, no obstante, comparables a las categorías trascendentales de Kant, porque determinan y posibilitan nuestras experiencias en la vida económica cotidiana.
”Experiencias que simultáneamente deforman, es decir, preforman ideológicamente, ya que su contenido formal mistifica el mundo de los fenómenos económicos. Las relaciones económicas aparecen como ‘cosas sensoriales-extrasensoriales’ o ‘cosas sociales’ dotadas de un ‘poder aparentemente trascendental’ como el dinero o el capital. Las relaciones sociales parecen estar regidas por relaciones de ‘cosas’ extrañas dotadas de propiedades místicas y dominadas por poderes anónimos, como ‘los mercados’” (Krätke, “Marx y Kant”).
Y efectivamente, aunque nuestra filiación teórico-filosófica es la de Marx y Hegel (eventualmente también Spinoza, debemos seguir estudiando esto) y no la de Kant, de cualquier manera Hegel superó a Kant conteniéndolo y seguramente es el mismo caso para Marx; y es muy aguda la referencia del autor a la crítica de las categorías que “preforman” –deformándola– nuestra experiencia, algo absolutamente verificado en los países no capitalistas burocráticos respecto del problema de la propiedad estatizada como “propiedad social”, por ejemplo (ya lo veremos más adelante y está desarrollado in extenso en nuestro tomo 1).
En el mismo sentido, el marxista socialdemócrata alemán agrega: “Pero esto sólo es posible [es decir, la crítica del sistema, R.S.] si [se] comprende la naturaleza de las categorías económicas. Si, por lo tanto, es capaz de desarrollar los ‘conceptos básicos puros’ incluidas las contradicciones que subyacen en ellos. Así, para Marx, ‘crítica de la economía política’ significa: desplegar, desarrollar sus conceptos cargados de contradicciones, en absoluto evidentes y desconcertantes, desarrollar el concepto de valor, desarrollar el concepto de capital, desarrollar el concepto de competencia, etc. Mucha gente malinterpreta hoy este programa crítico como filosofía. Sin embargo, se trata de ciencia social crítica explicada por sí misma” (ídem).
En todo caso, no coincidimos para nada con Krätke en que esta crítica no tenga elementos filosóficos (por el contrario, ¡opinamos que los tiene y son muy importantes!) o incluso “metapolíticos”, como nos señala Varela desde el mismo título de su reseña: “Metapolítica de la transición” (en varias partes).[6] Porque es un hecho que nuestra obra intenta llevar a cabo un trabajo de demolición o desmitificación de conceptos como “burocracia obrera” o “propiedad estatizada”, que tan desencaminados han estado para entender qué de real se procesaba en la degeneración burocrática de la ex URSS, por ejemplo, y qué enseñanzas ha dejado esto para la teoría de la revolución y de la transición socialista.[7]
Hacer una evaluación crítica de la experiencia de la transición, de la transición frustrada al socialismo, obliga a reabrir las categorías marxistas, a poner en práctica una revalorización de cómo funciona el materialismo histórico en la transición: cómo funcionan las categorías de economía, política, Estado, etc., en la transición, donde, hay que decirlo de una vez y lo hemos fundamentado en nuestro tomo 1, funcionan distinto que en el capitalismo. Y también una cosa que saltó todo el tiempo en la redacción de nuestra obra y en esta escuela, que es nuestra filiación filosófica del marxismo pero no como un ejercicio abstracto sino “en función” de la experiencia histórica de la lucha contra el capitalismo y por el socialismo (por la perspectiva comunista).
El tomo 1 tiene como “superpuestas” una determinada teoría del Estado, de la transición y de la revolución. La teoría de la revolución la dejamos de lado en esta escuela, así como los capítulos más filosóficos del tipo “Alienación y fetichismo”. La “vara” se inclinó más hacia estudiar este verano la teoría de la transición, o sea el capítulo 2 sobre el Estado, el capítulo 5 sobre la burocracia y el 6 sobre la propiedad.
Y aunque desarrollaremos esto más abajo, dejemos sentado que poner en discusión el carácter específico de la burocracia estalinista y de la propiedad estatal no capitalista, obliga a “poner a jugar” las categorías del materialismo histórico en las sociedades no capitalistas o pos capitalistas. Digo pos capitalistas a propósito, para que se vea que es un “capítulo teórico” (es decir, una temática) que está esbozado en nuestros clásicos, pero no desarrollado. Marx y Engels tenían mucha preocupación de no ir más lejos de lo que los hechos, las “tendencias en obra”, los podían llevar. Esas tendencias en obra eran aspectos que ellos veían en el capitalismo o incluso en las sociedades históricas (el llamado “comunismo primitivo”), prefiguraciones anticipatorias de las sociedades pos capitalistas. Pero ellos no vivieron las sociedades pos capitalistas; apenas alcanzaron a vivir la Comuna de París, que duró diez semanas.
Le correspondió a la generación marxista revolucionaria posterior medirse con las sociedades pos capitalistas, aunque el desarrollo de sus fuerzas productivas fuera atrasado (pos capitalistas en el sentido de la expropiación de la burguesía). Y esto significó, simultáneamente, precisamente por el aislamiento de la Revolución Rusa, medirse desde el punto de vista teórico con el fenómeno inédito de la burocratización de una revolución socialista.
Entonces, nuestra elaboración intenta llenar un bache teórico-estratégico.[8] Porque ahora no hay más excusas para decir “no, si Marx y Engels dijeron que no se podía ver más lejos de lo que las tendencias en obra nos podían llevar, no se puede decir nada”: ¡las tendencias en obra nos llevaron más lejos, porque el siglo XX estuvo lleno de revoluciones anticapitalistas y se trata de sacar las conclusiones del caso! Entonces, el tema es cómo funcionan las categorías del marxismo en las sociedades pos capitalistas o no capitalistas, y si el marxismo, el materialismo histórico y la dialéctica marxista, nos sirve para entender críticamente qué pasó en esas sociedades burocratizadas, donde el capitalismo fue expropiado pero la transición fue inhibida, no llevó al socialismo (obviamente opinamos que son herramientas formidables para ello, pero para eso hay que ponerlas a funcionar según sus propios criterios: es decir, de manera materialista y dialéctica, viva, vital, y no doctrinaria, esquemática, muerta).[9]
Este es uno de los esfuerzos teóricos de nuestra elaboración, que es teórica y no sólo ni esencialmente historiográfica.[10] Pueden leer toneladas de libros muy interesantes de Pierre Broué o de Jean Jaques Marie –historiadores trotskistas de la corriente lambertista, muy serios–, o pueden leer a Isaac Deutscher, que escribe bien pero es un filósofo de la historia objetivista, más cerca en el tiempo a Lars T. Lih, historiador del bolchevismo, de Kautsky y Lenin con un ángulo “filisteo” (defensor de la democracia burguesa). Los dos primeros, y tampoco Lih, en tanto historiadores no se meten en la teorización, trabajan en el marco de las teorías de Trotsky o de la historiografía de la URSS (Lih es discípulo de Stephen Cohen, historiador estadounidense de Bujarin, recientemente fallecido);[11] y afirman que “el oficio del historiador no es teorizar”. Al mismo tiempo, los tres son “historiadores desde arriba”, porque hacen mucha historia de las corrientes internas del bolchevismo, el estalinismo y la socialdemocracia alemana, pero hacen poca historia social de la URSS (no queremos ser injustos: sus obras están cruzadas por dicha historia social, son valiosas y llenas de enseñanzas y datos, pero su objeto específico no es el carácter de la ex URSS como tal).
Uno de los principales, sino el principal, historiador social “marxista” de la URSS del siglo XX fue Moshe Lewin (esto mismo afirma Bensaïd, y coincidimos), que está muy poco traducido al castellano; tiene un librito corto muy bueno, traducido y en pdf, que se llama El último combate de Lenin, un texto del 67 (también está en castellano El siglo soviético, pero no lo recomendamos porque la traducción es tan mala que el libro queda arruinado). Lewin estuvo en la URSS durante la guerra; los soldados rusos lo salvaron de los nazis en su retirada de Lituania, vivió y trabajó en la URSS en los años 40, así que tenía de ella experiencia de primera mano. De cualquier manera, tampoco Lewin hace una obra teórica exhaustiva sobre lo que fue la URSS, utiliza la categoría de estatalismo para definirla (creemos que su texto más teórico, que realmente es una joyita, es Rusia-URSS-Rusia, 1995).[12]
Estas y montones de obras históricas más no te dan la clave teórica, te dan una sospecha de que lo que terminó pasando fue un desastre (es obvio que fue un desastre, pero el problema es la “medida” de tal desastre, con un concepto de “medida” no cuantitativo sino cualitativo)[13], pero, insistimos, no te dicen teóricamente qué pasó. No conceptualizan ni sacan lecciones de la experiencia, porque son historiadores y porque no querían meterse con la palabra escrita de Trotsky (sobre todo Broué y Marie). Por ejemplo, en el trotskismo en general nadie se quiso meter con la elaboración de Rakovsky porque terminó capitulando en el 34, además de que, salvo fragmentos, el estalinismo destruyó su obra.
De todos modos, esto que señalamos no se aplica a todos. Deutscher es más un “filósofo de la historia” que un historiador. De esto lo acusa Broué en su Trotsky y tiene total razón, porque lo que hace Deutscher es criticar a Trotsky desde el punto de vista de una teoría (su teoría) objetivista de la revolución. Perdiendo todas las perspectivas históricas, toda distinción entre revolución burguesa y proletaria, el historiador polaco ve a Stalin como Napoleón: un bonapartista que, a pesar de todo, cumple un rol revolucionario en la historia (“Deutscherismo y estalinismo”, izquierda web).
Hay otras obras, más actuales, de mayores alcances, no específicamente históricas, que también aportan elementos de reflexión, aunque en este caso sean obras de “clasificación” de los debates en el marxismo occidental sobre la URSS (Western Marxism and the Soviet Union. A survey of Critical Theories and Debats Since 1917, Marcel van der Linden, Historical Materialism 17, Brill).
También Mandel tiene sus reflexiones, que hemos citado en otros textos (su mejor obra sobre la URSS es la última: El poder y el dinero, que hemos estudiado en profundidad y citado en El marxismo y la transición socialista), y Tony Cliff tiene obras sobre Lenin y Trotsky de las cuales hemos leído hasta el momento sólo el tomo I de su Lenin.
3. ¿Estado obrero o dictadura proletaria?
En el capítulo 2 sobre el Estado o semi-Estado de la transición hay un conjunto de determinaciones y es mejor verlas en un intercambio de ideas entre todos; el centro es la diferencia entre Estado obrero y dictadura del proletariado. ¿Cuál es la definición de Estado, en relación al Estado de la transición, que arroja más luz sobre la experiencia histórica y que es más cercana a la teorización de Marx? Estado obrero no es un concepto que usa Marx, sino dictadura del proletariado, “la forma política al fin descubierta mediante la cual la clase obrera puede procesar la transformación económica”.[14]
La carga de la prueba de la definición está puesta en el carácter político: quién domina efectivamente el Estado. Porque en la transición socialista, la condición de poder político antecede a la transición económica, a diferencia de la transición del feudalismo al capitalismo, donde la condición de dominio económico de la burguesía antecedió a su dominio político.
La dictadura del proletariado como “la forma política al fin descubierta mediante la cual la clase obrera puede procesar la transformación económica” es una definición de Marx contemporánea a la Comuna de París. La forma político-social revela la mecánica, la dialéctica de la transición.
Esta no es la definición clásica del ala izquierda del marxismo, el trotskismo, que se inclinó por otro tipo de definición que tenía que ver con el carácter de la propiedad.
En todo el capítulo 2, se intenta demostrar que la definición de Estado obrero, per se, es una abstracción, porque no identifica el tipo de relación de dominio que realmente representa el poder de la clase obrera, que está mucho más claramente definida como dictadura del proletariado. Como de alguna manera el mismo “título” (fraseo, palabras) lo dice, tiene más peso el elemento político-social en la definición que el elemento social-abstracto que aparece en la categoría “Estado obrero” (sin connotación específica de dominio).[15] El capítulo trata de hacer una recapitulación de la teoría del Estado en Marx aplicada a la transición al socialismo, tratando de explicar que la dictadura del proletariado da más peso al dominio político que al problema económico-social. El acto revolucionario es político-social, la transformación económica es el proceso de transición que se inicia con la revolución, pero no se agota en ella. El proceso de transición económica una vez expropiada la burguesía es mayormente “reformista”, de ahí que no se entendiera nada la “tercera revolución” de Stalin –Deutscher dixit–, la contrarrevolucionaria colectivización forzosa, por la simple razón de que, en última instancia, a la economía no se la puede violentar políticamente, son ámbitos de esferas distintas.
El problema central de la dictadura proletaria no es cuánta propiedad hay estatizada o cuánta se le expropió a los burgueses; puede haber mil formas distintas, convivencia de propiedad estatizada con propiedad privada. Lo que define el carácter del Estado no es la propiedad, es el poder.
Entre todo el conjunto de cosas de este capítulo, lo más importante es entender esta simple cuestión, entender que el marxismo economicista define por lo abstractamente social el carácter del Estado, y no por el dominio de la política, cuando en la transición las cosas se definen a partir de la política, no de la economía. Aparentemente, esto va en sentido contrario al sentido común del marxismo, pero recordemos que si algo caracteriza a la dialéctica es el ser contraria al sentido común. En el terreno de la economía, en la transición subsisten autoexplotación, desigualdad, etc., elementos que se irán resolviendo-disolviendo en la transición misma en concomitancia con el desarrollo de las fuerzas productivas y de la revolución mundial.
En definitiva, el capítulo 2 intenta inclinar la vara alrededor de una definición que está en Marx (esta definición de Marx de dictadura proletaria) versus otras del marxismo revolucionario del siglo XX que fueron en sentido contrario: que habría un Estado obrero, aunque la clase obrera no esté en el poder. Había consenso en que la clase obrera no estaba en el poder político, pero como tenía el “poder social”, era un Estado obrero…
La definición nuestra es distinta en varios sentidos. Está claro que es distinta de la definición de Estado obrero tradicional; y también de otra definición, que es la de capitalismo de Estado de la corriente anglosajona. ¿Por qué decía esta corriente que era capitalismo de Estado y no Estado obrero? Porque seguía habiendo separación entre trabajo muerto y trabajo vivo, concepto de Marx de El capital. Trabajo muerto es el trabajo acumulado, el sistema de máquinas, el “cuerpo inorgánico de la producción” (capítulo 6 “inédito” de El capital, tomo 1); lo que en Marx figura como “modo de producción específicamente capitalista”. El cuerpo inorgánico de la producción es lo que le quita todo el poder al artesano y todo está puesto en el sistema automatizado (más cerca en el tiempo el “americanismo” del que habla Gramsci y comenta Nicolás en sus notas). Como esto seguía siendo así en la URSS, para esta corriente del trotskismo anglosajón había allí un capitalismo de Estado. A nuestro modo de ver, esta es una abstracción, un abuso del concepto, porque en la URSS y demás revoluciones anticapitalistas, los capitalistas fueron expropiados. En estas condiciones, hablar de “capitalismo de Estado” es confusionista. Es verdad que Lenin utilizó en algún momento la definición para dar cuenta del trust único de empresas que significaba la industria estatizada, pero solo lo hacía “entre comillas”: su definición del carácter de la Rusia soviética era la de “Estado obrero con deformaciones burocráticas”.[16]
Hay otra definición que es la de colectivismo burocrático, una idea de explotación colectiva de la clase obrera como un nuevo régimen social; suponían que venía un nuevo régimen social a reemplazar al capitalismo, lo que significó una total pérdida de perspectivas históricas (¡ningún colectivismo burocrático reemplazó al capitalismo imperialista en la posguerra!). En nuestra concepción, no hubo ningún nuevo régimen social, ningún nuevo modo de producción, ni la economía de transición es un modo de producción específico: fue la degeneración de una revolución obrera, de la transición, que dio lugar a la conformación de una específica formación económico-social; no un nuevo régimen de acumulación ni un nuevo modo de producción.[17]
Nosotros damos continuidad a la definición de Christian Rakovsky, que tiene mucha coherencia porque “da vuelta” –realiza una inversión dialéctica– el concepto de Lenin en el debate sobre los sindicatos de “Estado obrero con deformaciones burocráticas”. Rakovsky afirma de hecho que ocurrió una inversión de determinaciones: de Estado obrero con deformaciones burocráticas, pasamos a un Estado burocrático con restos proletarios comunistas.[18]
Es interesante porque no es que da un salto mortal; una elaboración marxista no da saltos mortales en relación a la elaboración anterior, ni da saltos atrás como hace el doctrinarismo (la “ortodoxia” mal entendida). Intenta dar un paso adelante crítico, pero sobre los hombros de los maestros (esta idea lo sacamos del marxista inglés Tony Cliff); una línea crítica de continuidad con la elaboración anterior, por supuesto en una correlación con la realidad.[19] Rakovsky invierte dialécticamente la definición de Lenin.
Trotsky también continúa la definición de Lenin, pero es más una “reforma” del concepto de Lenin, de Estado obrero deformado a degenerado (está claro que era, igualmente, un salto en calidad, pero por “mera” acumulación de cantidad; en Rakovsky se aprecia una “inversión dialéctica” más aguda).[20] Nosotros decimos que no: hay un salto en calidad que hay que atrapar teóricamente, y eso lo hace Rakovsky. Porque seis millones de muertos de la colectivización forzosa más todo lo de los años 30, la superexplotación de trabajadores y campesinos, el estajanovismo, las Grandes Purgas, el sistema del Gulag (sistema de trabajos forzados para construir infraestructuras), todo el fenómeno del estalinismo en su apogeo, es un dramático salto en calidad que la categoría de Trotsky no termina de atrapar.
El capítulo 2 tiene otras cuestiones teóricas. Por ejemplo, superpuesta al carácter de clase del Estado, la reabsorción del Estado en la sociedad. Hay dos ideas acerca del Estado en el marxismo: una es la idea de Estado de clase, de dictadura proletaria, fundamental para el debate con los posmodernos y autonomistas.[21] Y hay otra idea que es la del Estado separado, como aparato que se escinde de la sociedad.
Sobre esto hay un trabajo de Marx no publicado durante su vida, Crítica a la filosofía del Estado de Hegel, de 1843, donde Marx, que todavía es un demócrata radical en transición al comunismo, afirma que “la democracia es forma y contenido a la vez”. Quiere decir que la democracia es la tendencia a que la sociedad esté cada vez más en el Estado, a que las tareas de la transición sean ejercidas de forma cada vez más colectiva. Si la sociedad está en el Estado, algo sobra; como el continente mayor es la sociedad, lo que sobra es el Estado.
Esto reenvía a la idea del capítulo 3 de La revolución traicionada de Trotsky, “Sociedad y Estado”. Trotsky dice que el síntoma de que algo no funciona en la URSS es que el Estado, en vez de tender a desaparecer, no deja de crecer. El Estado separado se reafirma con el estalinismo. Hay una línea de continuidad en Trotsky en relación a Marx, porque un índice del funcionamiento de la transición es que el Estado tienda a hacerse cada vez más «chico» –el Estado como aparato, se sobreentiende– y la sociedad cada vez más grande –asumiendo las funciones “estatales”, entre ellas la planificación económica–.
Hay una idea en uno de los capítulos, sugerida por Moshe Lewin, sobre cómo la política “bolchevique” cambia de carril insensiblemente, del terreno de la lucha de clases al terreno del fortalecimiento del Estado, a las relaciones entre Estados (la geopolítica). No es lo mismo fortalecer el Estado soviético como tal, menos aún en tanto que aparato, que fortalecer la Internacional comunista y expandir la revolución: son dos carriles distintos. Lo que pasa es que al fundar un Estado te colocás en relaciones de Estado, es inevitable; pero ¿qué relación domina?, ¿la relación de Estado o la lucha de clases?
Trotsky y Lenin decían: podemos y debemos tener relaciones con el Estado inglés, pero no podemos subordinar la lucha de clases en Inglaterra a nuestra relación con el Estado inglés, porque entonces le hacemos el juego a la burguesía inglesa.
En el terreno teórico hubo un cambio de carril, que se expresó en que el Estado se hipostasió, se hizo cada vez más grande en tanto que aparato separado de las masas.
Entonces, Estado de clase y Estado separado son dos abordajes teóricos del marxismo respecto del Estado. Pero hay muchas cosas más, por ejemplo, que la relación entre Estado y economía en la transición no es la misma que bajo el capitalismo clásico; las relaciones dialécticas entre uno y otro terreno son distintas.
En el caso de la burguesía, en el bonapartismo la burguesía pierde el poder del Estado. El marxismo vulgar dice que Hitler era representante de los grandes capitales; el marxismo no vulgar dice que es más complejo, que Hitler mantuvo su autonomía relativa respecto de de los capitalistas. Hitler hacía el trabajo sucio, pero no es que fuera un representante directo de los grandes capitales; estos finalmente se “rindieron” a Hitler porque le tenían más miedo a la revolución, pero no era el tipo de gobierno que ellos querían. Sin embargo, en la Alemania nazi el capitalismo subsistió.
¿Qué decía el trotskismo tradicional? Por analogía con el capitalismo, si la clase obrera pierde el poder político no importa, “el Estado sigue siendo obrero”. Pero no es así, la economía y la política, el Estado y la economía, funcionan distinto en la transición. Las fuerzas productivas ponen límites materiales insuperables a la transformación social, pero lo que determina todo en última instancia es la política, la lucha de clases, porque no hay solución para el desarrollo de las fuerzas productivas en el marco nacional –estamos hablando de países atrasados o dependientes–; si no se expandía la revolución, la URSS degeneraba (¡y degeneró!).
Si al otro día de la revolución es “la misma mierda” (definición de Marx sobre la “socialización de la miseria”, creemos recordar que en La ideología alemana), perdés a las masas. Esto es un poco lo que pasó a la salida de la guerra civil, en la aguda crisis del invierno de 1920/1, en Kronstadt, en la tijera entre reivindicaciones inmediatas e históricas, en las huelgas obreras contra el gobierno bolchevique, en el enojo contra el gobierno de Lenin y Trotsky, que trataban de explotar a su favor los mencheviques (que no por eso debían ser ilegalizados) y forman parte de los relatos actuales de la historiografía autonomista.
Si la guerra de todos contra todos sigue, perdés a las masas, porque parece que la revolución no quisiera cumplir su promesa emancipatoria. El debate sobre los sindicatos es instructivo: “dejemos funcionar a los sindicatos para que nos cacheteen con las necesidades inmediatas, porque estamos desbordados por las necesidades históricas” (mi interpretación de Lenin).
Literalmente: la dirección bolchevique no pudo dirigir Rusia ni la Internacional comunista. Trotsky y Lenin les entregaron la Internacional al demagogo populista Zinoviev (Lars T. Lih), al ultraizquierdista Bela Kun y a Radek (que cada día se levantaba con una idea distinta, esa semblanza hace de él Trotsky, así como señala que Bujarin fue un eterno adolescente). Lenin y Trotsky siempre llegaban –tarde– para tratar de corregir el rumbo cuando ya se había hecho el desastre.
Se suponía que el partido bolchevique estaría atento a las tareas históricas. Cuando fue Kronstadt, el menchevismo se había fortalecido por abajo levantando reivindicaciones inmediatas. Había bronca, no todo el mundo entendía la guerra civil.
Cuando hablamos del poder proletario, de la democracia proletaria, de la democracia socialista, de los soviets, de este tipo de régimen de democracia directa y representativa, hablamos de un mecanismo de relojería súper delicado, que es el poder de la clase obrera. En el embate revolucionario se fusila, pero cuando se toma el poder empieza otra historia, que es muy delicada porque la levadura de las masas no sigue siempre igual.
Todo esto dicho teóricamente te reenvía a la idea de democracia como forma y contenido, muy buena para entender este problema de la desaparición del Estado.
Después, obviamente hay distintos tipos de Estado; no todos funcionan igual. Esta imagen tan clara de la economía como un terreno específico separado de la política, una sociedad civil tan clara, el mercado, etc., es una excepcionalidad del capitalismo. En las sociedades anteriores y en la sociedad de transición socialista, no es así.
Hay un ejemplo que da Pierre Vidal Naquet. En Grecia antigua, para tener propiedad tenías que ser ciudadano. Podía ser que fueras ciudadano y no tuvieras propiedad (o tuvieras muy poca). Las relaciones entre política y economía estaban invertidas: tenías propiedad si eras ciudadano, no eras ciudadano si tenías propiedad. Es por esta inversión entre economía y política que la lucha de clases en la Antigüedad no era entre amos y esclavos, sino entre ciudadanos con propiedad y ciudadanos sin propiedad. Los ciudadanos podían tener propiedad o no tenerla, pero los esclavos no podían tener propiedad. Estaba prohibido el acceso a la propiedad para ellos. Por esto mismo, el derecho comercial por antonomasia era el derecho de gentes, porque era el derecho de los contratos en los límites del imperio griego para tratar con los extranjeros (Pashukanis).
En el capitalismo, siendo propietario sos ciudadano de primera; en la Antigüedad no. La relación entre economía y política está invertida, porque si no eras descendiente de las viejas gens, si no eras ciudadano, no podías acceder a la propiedad. En el capitalismo es al revés, cuanta más propiedad tenés, más ciudadano sos.
Bibliografía
Nicolás González Varela, “Metapolítica de la transición. A propósito del libro de Roberto Sáenz: El marxismo y la transición”, partes I, II y III, izquierda web.
- W. F. Hegel, Ciencia de la lógica, Ediciones Solar, Argentina, 1968.
Michael R. Kräte, “Kant y Marx”, Sin Permiso, 02/01/25.
Karl Marx, “Notas marginales al Tratado de economía politica de Adolf Wagner, 1879/80”, traducción de Aricó, Blanco y Di Lisa, Dos Cuadrados, Estado Español, 2022.
Roberto Sáenz, “El debate sobre la planificación”, izquierda web.
León Trotsky, Literatura y revolución, Editorial Antídoto-Gallo Rojo, Argentina, 2004.
[1] Su plataforma es el sitio marxista clásico yanqui Monthly Review, que tuvo en su cabecera a Paul Sweezy y que desde siempre ha sido, en el terreno geopolítico, pro-chino (pro PCCH). Coincidimos en su mirada de la ecología marxista y, obviamente, no en su mirada geopolítica campista.
[2] Roberts también es de tendencia pro-china y a contrario sensu del mundo anglosajón del trotskismo, identifica propiedad estatizada con socialismo, por decirlo redondamente. Por lo demás, nos resulta economicista y algo mecánico en sus análisis, pero esto no niega que sea un economista marxista serio.
[3] Es imposible estudiar seria y realmente sin subrayar, tomar apuntes, hacer cuadernos con dichos apuntes, etc., y no por algún esquematismo sino porque la profundidad y la complejidad de la estructura conceptual de los textos de valor, clásicos o aportes actuales, se resisten a ser comprendidos sin una seria aplicación al trabajo teórico y político.
Lo mismo vale, claro está, para la formación militante: sin sentarse en la silla a estudiar algunas horas por día es imposible formarse en el campo del marxismo.
[4] El sitio de Historical Materialism acaba de publicar un texto sobre la obra del economista marxista Frances Charles Bettelheim, pero no tiene gran ambición: “Charles Bettelheim and the value-form: the problem of the real socialisation of the productive forces in socialist transition”, Roberto Mozzachiodi.
[5] En el socialismo revolucionario, en el mundo latino fue y es mayoritaria la posición de Estado obrero degenerado para la ex URSS (aunque esto ha cambiado mucho en las últimas décadas), y en el mundo anglosajón (Gran Bretaña y Estados Unidos), la variante capitalista de Estado.
[6] Por metapolítica encontramos una definición de Alain Badiou que nos pareció interesante y expresa en gran medida la intencionalidad de nuestra obra: “Badiou argumenta en contra de las tradiciones de la filosofía política, que él asocia con autores como Hannah Arendt y Claude Lefort, proponiendo no pensar ‘la política’ (le politique) sino sobre ‘política’ (la politique), como una forma activa de pensar, una forma del pensar-práctico. Avanza en pensar la proximidad de esta propuesta como ‘la orientación metapolítica del pensamiento de Althusser’ (…)” (Wikipedia, entrada sobre Metapolítica).
Acá podemos señalar dos cosas. Una, que nosotros no vemos cómo excluir la idea del abordaje filosófico-político o «metapolítico», aunque nos parece aguda la distinción que hace Badiou de pensar de manera “filosóficamente activa” (es decir, desde un ángulo de filosofía política que se corresponda con lo que se desprende en ese terreno en la experiencia de la transición), y segundo, que efectivamente parte del atractivo de los textos de Althusser, más allá de las diferencias que tenemos con él, es el carácter político-filosófico y no abstruso-abstracto de muchos de sus textos (son intervenciones filosófico-políticas en determinadas coyunturas o determinados debates que los hacen atractivos más allá de que nosotros estamos lejísimos de sus posiciones estructuralistas y objetivistas).
[7] Krätke reivindica la tradición del “marxismo sociológico” de la escuela del austromarxismo que a nosotros no nos simpatiza en lo más mínimo (otra de las tradiciones con rasgos objetivistas desprendidas de la Segunda Internacional).
[8] Juan Dal Maso ha sacado en izquierda diario un par de artículos rutinarios sobre la teoría de la revolución permanente, pero en ningún caso la aprecia realmente a partir de las circunstancias concretas de la revolución en el siglo pasado: la burocratización de la Revolución Rusa, la emergencia de revoluciones anticapitalistas en la segunda posguerra. En esas condiciones es imposible salir de un abordaje vacío y doctrinario de la obra de León Trotsky. Dal Maso, Juan. «Marxismo y procedimientos lógicos: el caso Trotsky«. Ideas de Izquierda, 02/03/25.
[9] Lenin exigía este mismo abordaje del marxismo en su crítica del evolucionismo vulgar en sus textos filosóficos de 1914, 1915 y años subsiguientes («Karl Marx», “Apuntes sobre la Ciencia de la lógica de Hegel”, “En torno a la cuestión de la dialéctica”, «Sobre el significado del materialismo militante», el texto de su aporte a la revista “Bajo la bandera del marxismo”, etc.).
[10] Hemos recibido algunas críticas al hecho de que nuestra obra no desarrolla “lo suficiente” las cuestiones históricas, la historia de la URSS y demás países no capitalistas. Pero nuestra obra no es historiográfica: intenta aportar desde el ángulo de la teoría marxista al análisis crítico de la degeneración burocrática de la URSS y las enseñanzas que ha dejado hacia el futuro, aportar a la teoría de la revolución y la teoría de la transición socialista, razón por la cual, efectivamente, no se trata de una puesta al día historiográfica porque ese no es el objeto de nuestro esfuerzo.
[11] A su vez, el joven historiador Eric Blanc es discípulo de Lih y activo promotor de una política socialista reformista para los EE.UU., donde considera que es imposible pensar en una política revolucionaria de toma del poder…
[12] Esto es lo que afirma uno de los principales discípulos de Lewin, Denis Paillard.
[13] “Algo, o una cualidad como la que reposa en tales relaciones, se halla empujado más allá de sí mismo en lo carente de medida, y se pierde por vía de la simple variación de su magnitud” (Hegel, 1978: 475).
[14] En sus reseñas a nuestra obra, Nicolás González Varela aprecia bien la “unicidad” entre economía y política que se observa en la transición socialista, pero quizás se le pierden dos cosas: a) que en ningún caso afirmamos que la transición se la podría pasar sin algún tipo de Estado (qué tipo de Estado es igualmente un debate, porque Nicolás parece pensar que sería alguna forma de “capitalismo de Estado”), y b) que no se nos escapa que la base material del Estado burocrático son las relaciones de autoexplotación subsistentes en la transición, que, como afirmara clásicamente Pierre Naville, de relaciones por así decirlo “multilaterales” en una transición auténticamente socialista, se transformaron bajo el estalinismo en relaciones de explotación unilaterales. O como afirma Nicolás: “Como hemos constatado en la Historia [nosotros ponemos historia con minúscula, porque la mayúscula la dejamos para la humanidad activa transformadora de la naturaleza y la sociedad], el Estado reproduce siempre, temprano o tarde, la apropiación que impera en la sociedad” (“Metapolítica de la transición”, III).
[15] Hal Draper insiste en lo mismo en su Karl Marx Theory of Revolution, tomo 1, cuando afirma que Marx utiliza la categoría de dictadura proletaria y no una difusa de algún tipo de sociedad cuando se trata de dar cuenta del dominio proletario en la transición. A pesar de que Draper defendía la errónea definición de colectivismo burocrático para la URSS, definición que, de todas maneras, no entra directamente en su obra, tiene total razón en la connotación política que aprecia en Marx, político-social, en la definición de dictadura proletaria.
En esto, como en muchas otras cosas, se ve una continuidad en la obra de Marx porque ya desde su juventud diferenciaba una revolución política con un contenido social de una revolución social con un contenido político: esto último le parecía una definición absurda (El marxismo y la transición socialista, tomo 1).
[16] Volveremos sobre esta discusión en nuestro tomo 2. En el Sur global, más precisamente en Latinoamérica, la definición hegemónica entre las corrientes sobre la URSS siempre ha sido la de Estado obrero (es decir, en el “mundo trotskista” influenciado por el mandelismo y el morenismo). Esto hizo que no nos diéramos cuenta del peso de la definición de capitalismo de Estado en el mundo anglosajón (influencia del cliffismo y el schachmanismo).
[17] La transición es formación económico-social en todos los casos, no un nuevo modo de producción. Si fuera un nuevo modo de producción debería dar lugar a un nuevo derecho, una nueva cultura, etc., todas definiciones contras las cuales se erigió el bolchevismo en su época revolucionaria (ver algunos de los geniales capítulos de Trotsky al respecto en sus variadas recopilaciones de Literatura y revolución; los más geniales, “Cultura proletaria y arte proletario”, “Arte revolucionario y arte socialista). La transición es formación económico-social, el comunismo es un nuevo sistema: “(…) esencialmente, la dictadura del proletariado no es la organización económica y cultural de una nueva sociedad, sino un régimen militar revolucionario en lucha para instaurar esa organización” (Trotsky, 2004: 126).
[18] Nicolás nos señala que no decimos nada en nuestra obra acerca de los “restos proletarios y comunistas” de la revolución (supone que es la propiedad estatal, y esto es en parte así porque la defendemos de la privatización). Pero esto es relativo, amén de que recién en el tomo 2 abordaremos la problemática de la planificación (un adelanto de ello podemos verlo en “El debate sobre la economía planificada”, izquierda web). En “Causas y consecuencias del triunfo de la URSS sobre el nazismo” nos explayamos sobre el carácter progresivo de la planificación aun en manos de la burocracia para el triunfo del Estado “soviético” sobre el hitlerismo. Lo mismo acabamos de subrayar en nuestro texto “Liberation day (¿o el día del ‘derrumbe’ del viejo orden?)”, izquierda web.
[19] Es decir, la elaboración científica no avanza según la lógica del “nuevismo” sino mediante un estudio escrupuloso de nuestros clásicos en correlación con los desarrollos de la realidad (“El debate sobre la planificación”, izquierda web).
Criticamos también la lógica del “nuevismo” cuando abordamos el futurismo italiano en nuestro texto “Ensayo de interpretación del modernismo”, izquierda web.
[20] En sus “Cartas desde Astrakán” Rakovsky insistía en que, como afirmaba Lenin, toda afirmación global es política, agregando que causa y consecuencia cambian de lugar permanentemente en el proceso histórico. Por lo tanto, se sobrentiende la inversión de causalidad que opera en su análisis entre obrero y burocrático: de un Estado obrero con deformaciones burocráticas la cosa se invierte a Estado burocrático con restos (obreros) de la revolución (escribimos década y media atrás una larga nota al respecto pero nos parece que no está digitalizada ni encontramos el archivo ahora, al trabajar esta intervención oral). «Las ‘Cartas de Astrakán’ de Christian Rakovsky», Revista Socialismo o Barbarie 21, Noviembre 2007.
[21] La variante autonomista es la otra crítica al bolchevismo junto a la kautskiana (incluso se pisan un poco): lo que hicieron los bolcheviques estuvo todo mal; cualquiera que los criticara tenía razón; las circunstancias de la guerra civil, de la radical novedad del poder proletario, todo eso queda fuera del cuadro. Prácticamente, que entre el gobierno bolchevique y el estalinismo hay un hilo de continuidad…