Massa y el anuncio del «swap» con China: alcances y límites de un «piloto de tormenta»

En respuesta a la crisis del dólar y la corrida contra el peso, el gobierno anunció que las importaciones provenientes de China se podrán pagar en yuanes.

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Swap con China

El swap con China implica un ingreso de yuanes equivalente a 1.040 millones dólares para mayo, por lo que el total de 790 millones de dólares de importaciones del gigante asiático se pagarían sin la mediación de la moneda estadounidense.

El anuncio del acuerdo llega en medio de las turbulencias de una corrida cambiaria contra el peso, que llevó al «dólar blue» a cotizar casi 500 pesos. La crisis se había desatado después del anuncio de la cifra oficial de inflación de marzo, de un récord del 7,7% en apenas un mes. La crisis cambiaria amenazaba con llevarse puesta toda la gestión económica de Massa, haciendo del gobierno un fantasma de poder. La corrida tuvo un retroceso el día de hoy, 26 de abril, en lo que parece ser una respuesta anticipada a los anuncios económicos de la tarde y a la intervención del gobierno con el aval del FMI.

El «swap» es un acuerdo de intercambio de moneda en determinados plazos para las relaciones comerciales bilaterales. Es una suerte de «préstamo» de yuanes destinados a una sola función: comprar productos chinos con dinero chino a cierto tipo de interés. Es decir, Argentina se ahorra dólares pagando un poco más caro lo que importa de China. Hasta ahora, este tipo de acuerdos era una cosa limitada, que aliviaba un poco las necesidades de dólares del país pero lejos estaba de tener un peso determinante. Pero el anuncio del nuevo swap tiene un peso diferente: China es el principal importador de Argentina y con este acuerdo se ahorra sumas grandes de dólares.

El dólar es una moneda nacional, la de Estados Unidos, pero es la primera y la única en la historia en tener un carácter directo de moneda mundial. Antes de la Segunda Guerra Mundial, todas las monedas nacionales se remitían directamente al oro como medida de valor universal. Luego de los acuerdos de Bretton Woods, la potencia norteamericana logró llenar de billetes verdes todas las arterias del intercambio internacional: era el principal acreedor y primer socio comercial de casi todo el planeta. Para contrarrestar en algo esta hegemonía es que surgieron competencias como el euro, que le permite a países como Alemania ser el principal socio comercial de la zona en la que circula.

Según datos de la Reserva Federal yanqui, el 88% de las operaciones internacionales de divisas se hacen en dólares y el 60% de las reservas de Estados y Bancos Centrales son en esa moneda.

Para entender el problema basta ver los datos del comercio internacional argentino. El principal destino de las exportaciones es Brasil, cuya moneda es el real, pero se realizan en dólares; el segundo es China, cuya moneda es el yuan, pero los intercambios son en dólares. Y el principal importador es China. Entonces, para poder intercambiar con normalidad con sus principales socios comerciales, Argentina necesita la intermediación de la moneda de Estados Unidos.

Pues bien, uno de los principales problemas económicos de Argentina, estructurales y de largo plazo, es que no produce los dólares suficientes para funcionar. En 2022, el saldo de cuenta corriente (que cuenta todos los ingresos y egresos comerciales y financieros) fue de un déficit de 3.788 millones de dólares. Y ese déficit se debe financiar, por lo que la deuda argentina debía crecer. Entonces, sin producir más, Argentina debía entregar más pesos para la compra de dólares. Este problema es una de las grandes fuentes de crisis de tipo de cambio, de inflación, de deuda, etc. Así planteado, queda en evidencia lo absurdo y peligroso del planteo de la dolarización de la economía nacional.

Ya va siendo obvio el peso de lo anunciado por Massa. China representa del 21% de las importaciones argentinas (17.502 millones de dólares en 2022) y el 8% de las exportaciones. El intercambio comercial bilateral tiene un déficit a costa de Argentina de 7.927 millones. La necesidad apremiante de dólares se alivia en parte, lo que explica que se haya frenado hasta ahora la corrida contra el peso.

La ampliación del swap alcanza hasta ahora solamente al mes de mayo, pero nada indica que no se pueda seguir extendiendo. De hecho, la política china viene siendo esa, la de un activo intento de desplazar al dólar. Hace apenas tres semanas Brasil anunciaba un acuerdo similar con el que es también su principal socio comercial.

Massa se ha encargado de probar su fidelidad al sometimiento argentino a Estados Unidos de muchas maneras. Lo ha dicho muchas veces y parece estar haciendo su futura campaña presidencial en los pasilleos en Washington DC. Pero las bondades del FMI para con el ministro peronista no habían sido suficientes para frenar la escalada del dólar de esta semana. Con rápido pragmatismo, se apoyó en el creciente peso internacional del gigante asiático para frenar la corrida contra el peso y la fuga hacia el dólar.

Nada está resuelto

A largo plazo, de extenderse en el tiempo acuerdos como este, podría significar un salto en calidad en la influencia China en Argentina en particular y en América Latina en general. La batalla por la influencia de las monedas es parte de la lucha geopolítica por la hegemonía.

Pero incluso en el caso más extremo, todavía muy pero muy lejano, de que los intercambios comerciales con China se desligaran completamente del dólar, ninguno de los problemas estructurales de Argentina estarían resueltos. Para nada, bajo ningún punto de vista. Massa hizo de una manera muy diferente lo que ya venía haciendo: capear la crisis con la gestión del regateo de divisas.

Primer problema estructural sin resolver: la economía argentina es poco competitiva. Argentina produce «demasiado» en términos internacionales, necesita que entren más dólares de los que puede producir. Cuenta con una serie de industrias más desarrolladas y competitivas (la automotriz, del neumático, petrolera, el complejo agroindustrial, etc.), pero son «islas de desarrollo en un mar de atraso», como dijo Milcíades Peña. Al no haber prácticamente «producción para la producción» (maquinaria, tractores, motores, etc.), todo se importa. Y la infraestructura general sobre la que funcionan esas industrias (como los transportes y la energía) es propia de un país con poca y ninguna industria.

Esas ramas obtienen muchas ganancias, pero sobre la base de una desinversión general del país. Además, subsisten muchas industrias más pequeñas, resabios de la «sustitución de importaciones», cuyos productos son directamente invendibles a nivel internacional.  La existencia del peso, en estas condiciones, permite que el atraso no se convierta en destrucción de producción. Funciona como elemento «proteccionista» de la economía nacional.

La mayoría de los países dependientes tuvo de una u otra manera este problema, y lo resolvieron a la manera neoliberal: con destrucción de industrias y ramas económicas enteras. Las promesas de «desarrollo» ultra liberales son la de la destrucción de lo no competitivo y, por lo tanto, desempleo de masas. El peronismo lo subsidia con proteccionismo… y eso es lo que ha entrado en crisis en los últimos años. En estas condiciones, no se puede esperar ninguna mejora en cuanto a flujo de divisas.

Segundo problema estructural sin resolver: la interminable crisis de la deuda. Al final del 2022, la deuda total argentina ascendía a 276.694 millones de dólares. La única manera de pagarlo es saqueando la economía nacional, y no hay un solo gobierno capitalista que se plantee romper con ese «compromiso». Y no hay yuan que valga, la deuda se paga en dólares. Así, a muy largo plazo no se puede esperar otra cosa que la perpetuación de la dependencia y el atraso, porque toda inversión, todo desarrollo, tiene sobre su cabeza el yunque de la deuda. Incluso si se lograra superávit comercial, cada dólar de más debería irse de nuevo automáticamente hacia los acreedores externos. Con el pago de la deuda, no se puede esperar ninguna inversión, ningún desarrollo, ningún crecimiento que no derive en más dependencia y crisis a largo plazo.

Tercer problema estructural sin resolver: la dependencia absoluta del dólar. Sí, China es el primer importador y segundo exportador del país. Sí, Estados Unidos ha sido desplazado a un lejano tercer puesto en ambos rubros. Pero hay muchos peros. Por ejemplo, si China representa el 21% de las importaciones eso significa que hay un 79% restante que se da en dólares, ni más ni menos. El yuan no es una moneda de libre circulación, por lo que sirve solo y nada más que para los intercambios con China. Para intercambiar con Brasil, con Estados Unidos y con la India (los principales socios comerciales del país aparte de China) se sigue dependiendo del dólar. Además, la deuda y el crédito internacional, como hemos dicho arriba, es en dólares.

Bonus track: la fuga. Derivado de todos los problemas anteriores está el delirante dato de que, en términos netos, Argentina es un país acreedor, no deudor. Sí, aunque nuestros lectores no lo puedan creer: los activos internacionales de argentinos en el exterior se calcula que ascienden a unos 400 mil millones de dólares. La deuda es de, como dijimos, unos 296 mil millones. Es casi un PBI el que los empresarios han fugado del país. Y esto se debe a todos los problemas antes mencionados.

No es verdad que Argentina no es «rentable». Pero los beneficios de los capitalistas en el país son los del saqueo: darle cobre y sacar oro, invertir muy poco para ganar mucho. Con la deuda externa y el ajuste, los trabajadores le financian la fuga a los empresarios. Las riquezas producidas por los trabajadores argentinos son convertidas en pobreza nacional por los capitalistas locales y extranjeros.

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