
Según la prensa, Dilma Rousseff, que actualmente es la titular del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) de los Brics, le comunicó a Massa y su equipo económico que el ingreso de Argentina a la entidad es inminente.
En la próxima reunión que los gobernantes del «bloque» mantendrán durante la primera semana de agosto se votaría el ingreso de Argentina.
El NBD es una iniciativa de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Presentadas como «economías emergentes» alternativas a las potencias clásicas yanqui y europeas, el NBD es parte de una serie de políticas comerciales y financieras de estos países para las inversiones e intercambios de monedas entre los países miembro. Si el relato de todos es la «multipolaridad» en oposición a la hegemonía estadounidense, dos de sus países miembro apuestan a una estrategia propia diferente al discurso de «soberanía»: convertirse en nuevas potencias imperialistas. Hablamos, obviamente, de China y Rusia.
Sin embargo, con la pérdida de hegemonía de Estados Unidos, es evidente que se abren márgenes de maniobra para los países dependientes (que en ningún momento dejan de serlo). La incorporación de Argentina al banco de los BRICS no es ninguna emancipación ni política de independencia. Pero abre el margen para movimientos comerciales y financieros que no tengan por jefes a los fondos yanquis. Se trata de un paso más a largo plazo del estilo del swap con China.
Para formalizar la incorporación, el banco debería recibir un aporte U$S 250 millones por parte del Estado argentino. Otra opción es la hipótesis de que algún país miembro financie un proyecto de «desarrollo» en la Argentina con un aporte específico a la entidad. Este «proyecto» podría tener en la mira las reservas de litio.
Rousseff dijo que le parecía más productivo concentrarse en la incorporación de Argentina al banco de los Brics. Se entiende que existen dos opciones, una es la incorporación y la otra es el mencionado «proyecto» de inversión.
La ecuación de Massa es simple: buscará entregar recursos naturales para las empresas chinas a cambio un puñado de divisas que le permita navegar las turbulentas aguas de la crisis devaluatoria. Al menos durante lo que resta del año electoral. Esto, a corto plazo. A mediano plazo, la incorporación de Argentina al Banco de Desarrollo de los BRICs podría significar un margen de maniobra mayor para las finanzas y el comercio internacional. A largo plazo, crece la influencia china en América Latina en general y Argentina en particular.
Swap
Uno de los puntos principales de las conversaciones entre Massa y la gestión china es la ampliación del famoso swap de yuanes. A través de este mecanismo establecido en 2009, los bancos centrales de ambos países intercambian una cierta cantidad de divisas que mantienen en sus reservas. Pero esas divisas no son de uso libre. Lo que Massa negocia con China es una nueva liberación de yuanes por un valor equivalente de 5.000 millones de dólares. En los últimos meses, China ya había autorizado el uso de 5.000 millones.
Obviamente, tener yuanes no es lo mismo que tener dólares. Pero el uso de esas divisas le permitiría a Massa financiar el histórico déficit comercial que atraviesa, pagando importaciones chinas con yuanes. Eso le permitiría alivianar la intensa presión devaluatoria que presiona sobre el peso desde hace casi un año y parece no tener fin.
Massa dijo que la liberación de esos 35.000 millones de yuanes por parte de China era un «gesto muy valioso». Según la consultora Ecolatina, el nivel actual de reservas del BCRA es negativo por 1.700 millones de dólares. Este panorama dejó a la moneda nacional al borde de una fuerte devaluación, que el gobierno busca evitar hasta terminado el calendario electoral. De ahí su búsqueda desesperada de divisas. Además del swap, Massa acudió hace pocos días a las oficinas del Fondo Monetario para negociar un distinto uso de las disivas desembolsadas por el organismo de crédito.