Mario Vargas Llosa: “el hombre que debe trabajar en una inmobiliaria”

El pasado domingo 13, en Lima, fallecía Mario Vargas Llosa. En su policroma biografía figura haber sido parte del boom latinoamericano de los años sesenta, poseer una prolífica obra literaria compuesta de novelas, obras de teatro y ensayos varios. Fue Premio Nobel de Literatura en 2010 y candidato a la presidencia del Perú en 1990.

Empecemos por “decodificar” el título de esta nota sobre Mario Vargas Llosa. En los años setenta, Borges vivía en un estrecho departamento de la calle Maipú. Predispuesto como era, recibía a cuanto escritor quería intercambiar alguna palabra con él. En cierta ocasión es Vargas Llosa quien lo visita. Luego de una charla amena con el “maestro” (el mote es del propio literato peruano), el visitante se muestra asombrado por lo chica que era la vivienda y la falta de espacio evidente que allí existía; le recomienda entonces al dueño de casa que trate de mudarse cuanto antes. El tema es que días después, al ser interrogado por un medio periodístico sobre dicha visita, Borges responde: “sí, vino a verme un joven escritor peruano que por lo que se ve, debe trabajar en una inmobiliario porque tenía sumo interés en que yo me mudara”.

En estos días y seguramente en los que vendrán, aquel o aquella lectora que quieran profundizar en la biografía del escritor fallecido, tendrán material de sobra. Aquí, trazaremos algunos ejes de la misma y pondremos el acento en su producción literaria y ensayística.

Como señalamos formó parte (junto a sus amigos Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes) del llamado “boom latinoamericano” de mediados de los sesenta. Tuvo su “primavera” castrista para luego renegar furibundamente de la revolución cubana. Viró a algo, que con cierta generosidad podríamos llamar liberalismo de izquierda hasta que en los 80 (Thatcher mediante, de quien se proclamó admirador) arriba a un neo liberalismo económico acérrimo. Escribimos “económico” porque defendió hasta sus últimos días, cierto liberalismo y laicicismo en temas propios de la sociedad civil, como la defensa del aborto, la enseñanza laica, o el matrimonio igualitario. De todas maneras, para que quede claro, sus posiciones políticas en los últimos años fueron sencillamente deplorables (¿hace falta repasarlas?).

Sin embargo, en su obra literaria (que como dijimos es fundamentalmente novelística), la política que siempre está presente, pareciera tener otra mirada. “La fiesta del chivo” (sobre la dictadura de Trujillo en República Dominicana), “Historia de Mayta” (sobre parte de la guerrilla campesina del trotskista Hugo Blanco), “El sueño del celta” (sobre un luchador antiimperialista por la independencia de Irlanda) o “Tiempos recios” (ambientada en el golpe de estado armado por los EEUU en la Guatemala de 1954), son muestras fieles de lo que decimos. Una especie de Jano parece habitar en su personalidad. Recordemos que su primera gran novela: “Conversación en la Catedral” de 1969, se halla ambientada en el Perú durante la presidencia de Belaúnde Terry, pero con un flashback permanente sobre la dictadura del General Odría que abarcó los años 1948/1956, es asimismo una autobiografía intelectual del autor.

Otras novelas, con altibajos muchas de ellas, logran algo que todo arte busca o debe intentar lograr: entretener y por qué no, hacer reflexionar. “Elogio de la madrastra”, “La tía Julia y el escribidor” (desopilante y autobiográfica también), “Pantaleón y las visitadoras” (llevada al cine), “El paraíso en la otra esquina” (sobre la relación entre Paul Gauguin y la feminista socialista Flora Tristán), e incluso la última que escribió “Le dedico mi silencio” sobre un desconocido (¿apócrifo?) compositor y guitarrista de la música criolla del Perú.

El ensayo lo tuvo entre sus cultores. El primero de ellos (con claras muestras de admiración) trata sobre el ya famoso cuando el libro se publica, Gabriel García Márquez, con quien mantiene más de una entrevista para que el trabajo vea la luz: “Historia de un deicidio” de 1971. Arguedas y las polémicas entre las corrientes indigenistas y algunas filo marxistas están también entre sus preocupaciones tempranas. Hallamos en dicha producción ensayística, escritos sobre sus amores literarios: Flaubert, “Los miserables”, juan Carlos Onetti, Borges o Pérez Galdós (a quien admira pero muchas veces es injusto y arbitrario con él) y la cultura francesa que tanto lo influyó (Sartre  y Jean Francois Revel, en especial). Fue agudo también en sus críticas a cierto arte contemporáneo a quien (muchas veces con razón, otras no tanto) estigmatizó en más de una oportunidad.

Trató de validar su postura neoliberal con ensayos sobre Popper, Von Hayek o Isaiah Berlín, recogidos en “La llamada de la tribu”, éstos son decididamente unilaterales y es más lo que omiten que lo que afirman apodícticamente. En cierta manera rinden tributo (tanto en el tema, como en el método) al primero de los nombrados, que en “La sociedad abierta y sus enemigos”, afirma que los totalitarismos del siglo XX son hijos directos de Platón, Hegel y Marx,  trasuntando un desconocimiento enciclopédico de la obra de los tres y en especial de los alemanes. Naturalmente, es la producción de Vargas Llosa que menos nos interesa.

No fue el creador de un estilo (García Márquez, Rulfo) o de una literatura (Borges, por qué no Saer), pero fue un novelista que en sus creaciones (nuevamente dicho)  entretenía y nunca te mantenía indiferente. No es poco. Precisamente en uno de sus ensayos que consideramos más logrados (“Cartas a un joven novelista” de 1997) señalaba:

La ficción es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla (…) Sin embargo el juego de la literatura no es inocuo. Producto de una insatisfacción íntima contra la vida tal como es, la ficción es también fuente de malestar y de insatisfacción. Esa intranquilidad frente al mundo real que la buena literatura alienta, puede, en circunstancias determinadas, traducirse también en una actitud de rebeldía frente a la autoridad, las instituciones o las creencias establecidas.

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