“El equipo de la sede de la Internacional, calle Godefroy-Cavaignac, a dos pasos del apartamento de Mandel, venía de todos los continentes. Estaba compuesto por el británico John Ross (…), Livio Maitan, el pequeño italiano que vivía en París, el biólogo sueco Tom Gustafsson, Jean-Pierre Beauvais, periodista (…), el cineasta mexicano Manuel Aguilar Mora y Daniel Bensaïd, un guevarista y filósofo apasionado con un gran talento para la enseñanza, que expresaba más respeto que afección por Mandel. Los otros eran el irlando-americano Gerry Foley, durante muchos años redactor en jefe de la revista anglófona Inprecor, el valenciano Miguel Romero (…), el americano Barry Sheppard. Durante un cierto tiempo Janette Habel fue la única mujer del grupo (…) El grupo se completaba con el japonés Sakaï (…) y un visitante ocasional venido de Australia o Nueva Zelandia. Se encontraban dos veces por semana, bajo la presidencia de Mandel y Udry, para debatir los últimos eventos (…)”
Stutje; 2022; 343/4[1]
Uno de los libros leídos durante el ya más que lejano viaje a Francia es una biografía sobre Ernest Mandel publicada originalmente en 2007: Ernest Mandel. Un révolutionnaire dans le siecle. Biografía que nos sirve de disparador para una serie de apretadas reflexiones sobre el movimiento trotskista[2].
Mandel como figura
Se trata de una biografía seria y documentada, con varios trazos de la vida de Mandel y eventos de la IV Internacional. No es una obra estrictamente política. No trata, sistemáticamente, las vicisitudes del sector de la IV Internacional orientada por Mandel. Pero da algunas pistas interesantes sobre capítulos importantes de dicha historia; pinceladas sobre algunos rasgos de este sector del trotskismo.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta comienzos de los años 1960, un Mandel todavía joven fue el “segundo violín” de Michel Pablo, dirigente trotskista de origen griego mayor que Mandel aunque relativamente joven también. Pablo poseía más audacia política. Pero fue una figura sumamente controvertida, con fuertes rasgos empíricos y oportunistas que llevó a la rama de la IV dirigida por él a una profunda adaptación al estalinismo. Hizo “historia” con la idea que se venía una “tercera guerra mundial”, que había que “prepararse para siglos de Estados obreros degenerados por el estalinismo» y que, por lo tanto, había que realizar “entrismo” en sus partidos. Era un abordaje desequilibrado que produjo la división de la IV Internacional en 1953.
En su obra Trotskismos (2002), Bensaïd sorprende con un balance justificatorio de Michel Pablo. Se trata de un folleto que tiene varios elementos agudos en relación al balance de la URSS, pero que defiende varios de los cursos más errados de su corriente:
“A principios de los años 1950, la dirección de la internacional intenta, bajo el impulso de Michel Raptis, alias Pablo, redefinir un proyecto político coherente. En abril de 1950 da inicio la guerra de Corea. Los años cincuenta están marcados por el clima de guerra fría, el macartismo en Estados Unidos, el juicio y ejecución de los esposos Ethel y JuliusRosenberg (…) La orientación que se perfila entonces en la Internacional está directamente ligada al pronóstico de una nueva guerra mundial inminente. Esta ‘guerra que viene’ adoptaría la forma de una ‘guerra civil mundial’ o de una ‘guerra revolución’. En el contexto de la Guerra Fría, esta eventualidad no tiene nada de inverosímil (sic). En marzo de 1951, Pablo publica un artículo titulado ‘¿A dónde vamos?’, donde analiza ‘la realidad social objetiva’ como ‘compuesta esencialmente por el régimen capitalista y el mundo estaliniano’ (…)”, (Bensaïd; 2002; 64/5).
Un pronóstico impresionista equivocado (el impresionismo ha sido siempre una marca en el orillo del movimiento trotskista sin Trotsky) que dio lugar, entre otras cosas, al llamado “entrismo sui generis” en las organizaciones estalinistas (que, entre otras cosas, venían de asesinar trotskistas[3]).
Del antidefensismo se pasaba, sin solución de continuidad, al embellecimiento del estalinismo. Es decir: de la incorrecta presión antidefensista en plena Segunda Guerra Mundial con la URSS bajo ataque por parte del nazismo (es decir, una igualación mecánica de fascismo y estalinismo, una evidente aberración política), se pasa en la posguerra a una aberración opuesta pero simétrica: el embellecimiento del estalinismo… Estos zig zags tenían –y tienen- que ver con la marginalidad y pequeñez de la Internacional (con las dramáticas presiones a las cuales se vio –¡y se ve!- sometido el movimiento trotskista[7].)
En fin, todo el capítulo V de este folleto de Bensaïd, titulado “Esperando a Godot”, es una justificación injustificable de la orientación pablista en la IV Internacional. Orientación que Bensaïd presenta como un “necesario aggioramento” y que Stutje ubica críticamente con más equilibrio (señala a Michel Pablo, por lo demás, como una figura cuyo impacto fue duradero sobre el propio Mandel[4]).
A comienzos de los años 60 Mandel rompe con Pablo (que fue llevado por sus desviaciones a transformarse en un fanático “tercermundista” y asistir al gobierno nacionalista burgués de Ben Bela en Argelia, entre otros cursos no independientes). Sin embargo, los rasgos oportunistas, impresionistas y, desde otro ángulo, doctrinarios fueron una característica en Mandel[5]. Esto más allá que un posicionamiento general contra el sectarismo y la marginalidad sea una determinación absolutamente correcta que nos desafía a resolverla manteniendo un curso independiente (es decir, no adaptándose a los aparatos[6]).
El mandelismo, como corriente, en general no logró hacerlo: tuvo desvíos tanto a derecha como a izquierda (actualmente, más bien, en estos tiempos todavía “light”, la adaptación es, sistemáticamente, para el lado del oportunismo). El 9º Congreso de la Cuarta Internacional –Secretariado Unificado- (1969) votó por mayoría una orientación pro-guerrillera que fue un crimen político. El capítulo más “sufrido” de la autobiografía de Bensaïd, es una suerte de –implícito- reconocimiento de esto:
“Mismo si guardamos nuestras distancias sobre la teoría del ‘foco’, no podemos menos que reconocernos, al menos en parte, en la autocrítica de Regis Debray [que Bensaïd critica correctamente en otras parte de su obra, como una autocrítica deslizada al real politik] sobre las ilusiones de un ‘leninismo apresurado’. Debemos hacer, así, nuestro examen de conciencia. ¿La lucha armada votada en el 9º Congreso Mundial? Una generalización a contratiempo (…) el episodio argentino [la visita en 1973 de Bensaïd para polemizar con Moreno en defensa de la lucha armada…] resta como el más doloroso de mi vida militante” (2004; 197/8).
Los aportes más importantes de Mandel acaecieron sobre todo en el terreno teórico y propagandístico más que político y constructivo propiamente dicho; terrenos estos últimos donde su personalidad era débil. Una cuestión clásica es que las personalidades más “propagandísticas”, por así decirlo, suelen ser poco dúctiles políticamente (el doctrinarismo tiene ese origen y solo se puede resolver con experiencia práctica en el terreno). Y viceversa: los pragmáticos, los que tienen “cintura política” empírica no basada en una apreciación profunda -estudiada teóricamente- de los eventos, suelen ser dirigentes con poca formación política; con fuertes rasgos que los deslizan hacia el oportunismo –inmediatismo-. Es lo que pasó con algunos dirigentes provenientes del morenismo luego del estallido de esta corriente en 1990[8].
Algunos capítulos de la biografía de Mandel son más apasionantes que otros. Aunque, como señalamos, el texto de Stutje es serio. Los dedicados a la elaboración económica de Mandel, sobre todo al Tratado de economía marxista[9], otro cantar es El capitalismo tardío que es una obra valiosa[10], nos parecieron “grises”. Pero otros nos resultaron sumamente ricos, entre ellos los dedicados a la experiencia de Mandel en la Segunda Guerra Mundial. Y también los dedicados al “enredo polaco”, cuarenta años después, en los años 1980 –por “enredos” nos referimos a las desavenencias dentro de la corriente mandelista respecto de la actuación y la política en Polonia bajo la dictadura de Jaruzelski a partir del golpe dado por este en diciembre de 1981-.
Como síntesis del libro podríamos afirmar algunas cuestiones que empalman con la “pintura” del viaje a Francia, sobre todo las características que emergen de una militancia revolucionaria llevada adelante desde un centro imperialista. Bélgica, Alemania y Francia fueron los centros de actuación de Mandel, agregando que su foco central estuvo puesto siempre en Alemania, en la cual apostaba a una serie de potencialidades estratégicas que no se terminaron verificando:
“[Mandel] rechazaba la idea [sostenida por el estalinismo] que el pueblo alemán fuera portador de una culpabilidad colectiva [por el nazismo]. Un pensamiento así chauvinista había que evitar que infecte al proletariado (…) Alemania no era solamente una tierra de tiranía sino la cuna del movimiento socialista, el país de Rosa Luxemburgo [tenida en alta estima por Mandel] y el corazón de la revolución europea. El pseudónimo de Mandel, Ernest Germain, reconocía esta deuda”, Stutje; 2022; pp. 89, 91.)
A priori esta apuesta estratégica era correcta. Está claro que Alemania era -¡y es!- uno de los países más industrializados del orbe, y con una clase obrera de la mayor tradición histórica. Sin embargo, Mandel no logró sopesar –o tener en cuenta- la doble derrota histórica vivida por su clase obrera: la derrota de la Revolución Alemana de 1919/23, que, a la postre, daría lugar al nazismo y la partición del país -¡y de su clase obrera, otro crimen histórico del estalinismo!- luego de la segunda guerra (Moreno tenía una sensibilidad particularmente correcta frente a este segundo punto, Actualización del programa de transición). Alemania, sin ninguna duda, sigue siendo un país estratégico en las perspectivas del socialismo internacional. Pero estas dos derrotas históricas siguen pesando hasta el día de hoy–el hilo rojo de continuidad se cortó[11]-. No perdemos de vista, a la vez, el enorme peso de los mecanismos de cooptación sobre los trabajadores y los sindicatos, posibilitados por ser Alemania la más poderosa de las potencias imperialistas europeas.
Un “judío no judío”
Mandel fue una de las principales figuras del trotskismo en la posguerra. Este carácter de figura se aprecia en el hecho que fue parte del firmamento político e intelectual –sobre todo- en los años 1960 y 1970, participando en debates con los más granado de la intelectualidad y la vanguardia.
De su dedicación a la causa de la IV Internacional no hay dudas más allá de las diferencias que tenemos con su trayectoria. Creemos recordar que Nahuel Moreno afirmaba que personalmente Mandel era fraterno (por ejemplo, siendo un “opositor” a la línea oficial de la IV lo alojó varias veces en su casa). Lógicamente, estaban las diferencias políticas y sobre todo que, según Moreno, Mandel era muy pequeño burgués. Tampoco tenemos dudas sobre su sensibilidad y compromiso con los explotados y oprimidos (su “empatía con los desconocidos” según la aguda definición de Bensaïd del compromiso militante).
La afirmación de Moreno sobre el carácter demasiado pequeñoburgués de Mandel no debe ser abordada esquemáticamente, desde un ángulo sectario “de clase” (un abordaje reduccionista con el que no acordamos).
Interpretamos su afirmación no como una cuestión de origen social, sino vinculada a una crítica alrededor de una mirada, quizás, demasiado condescendiente respecto de los desarrollos fuera del centro imperialista. Se trata de una pérdida de visión crítica, como si los desarrollos fuera de los países imperialistas fueran “progresivos” per se. Es decir: la pérdida del ángulo de clase de lo que visto desde Europa occidental pueda considerarse como “exotismo”… Una suerte, quizás, de “eurocentrismo” no intencional[12].
El padre de Mandel, David Mandel, era de origen judío aunque de prácticas ateas. Nacido en Europa oriental, se trasladaría posteriormente a Holanda y Alemania estando comprometido desde joven en la izquierda socialista, amén de haber devenido -en cierta forma- simpatizante trotskista en los años 1930. Tuvo un comportamiento político intachable, y es bastante evidente que el “linaje político” de la familia de Mandel es un dato fundamental en su biografía. Durante la Revolución Alemana de 1918/9, papá Mandel militó en Alemania, donde asumió por un corto período de tiempo tareas en el aparato de la incipiente III Internacional, conoció personalmente a Karl Radek, militó al lado de Walter Pieck, que sería futuro presidente de la RDA[13], etc. Pero se desmoralizó con el asesinato de Luxemburgo y Liebknecht. De ahí pasó a Ámsterdam, emprendiendo un exitoso negocio de comercio de diamantes, para luego retomar el activismo político antes y durante la Segunda Guerra Mundial, repudiando firmemente los Juicios de Moscú (le causaron repugnancia, lo que habla de su estatura moral) y ayudando a los pequeños grupos trotskistas emergentes en Bélgica y los Países Bajos durante la guerra. Fallecido tempranamente David Mandel, a la edad de 57 años, Ernest viviría a lo largo de su vida con su madre, de fuerte personalidad, en la casa familiar (que se nos aparece en el libro de Stutje como un a suerte de “pequeño “palacete”). Como nota al pie, señalemos que Bensaïd provenía de una familia bastante pobre cuyo padre era un judío argelino en su juventud boxeador y su madre una costurera francesa enviada a trabajar a Argelia… Posteriormente, vivirían en Toulouse (importante cuidad del sur de Francia cerca de los Pirineos y de la frontera española), donde tenían un pequeño bar al cual asistían vecinos, muchos de ellos comunistas e inmigrantes españoles simpatizantes con la derrotada causa de la República Española. Todo el ambiente estaba permeado por la simpatía con el Partido Comunista francés, del cual el joven Bensaïd se hizo rápidamente crítico.
Stutje destaca sobre la personalidad de Mandel la aguda categoría deutscheriana del “judío no judío”, característica de mucha de la intelectualidad judía de izquierda en el siglo pasado y más atrás, en la cual se puede incluir al propio Marx, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Tony Cliff y muchísimos otros militantes socialistas revolucionarios. ¿Qué supone esta “categoría”? Un rechazo, que no significa renegar de los orígenes, a una identidad exclusivista judía como cortapisa para un afincamiento universal en relación al sufrimiento de todos los oprimidos (la solución del problema judío era vista como parte del progreso general de la humanidad y la clase obrera socialista[14]). Es desde este mismo anclaje que hay que abordar textos como La cuestión judía del propio Marx, lo que no significa renegar del sufrimiento del pueblo judío en los campos de concentración del nazismo, sino colocarlos entre los sufrimientos de los explotados y oprimidos en general (entre ellos, claro está, los del pueblo palestino oprimido por el sionismo[15]).
Un capítulo de la biografía de Stutje está dedicado a la reflexión del propio Mandel sobre la cuestión judía, lo mismo que la obra de Bensaïd tiene anotaciones sugerentes al respecto del “enigma del marrano” (la figura del marrano alude a aquellas personas que detrás de su “religión” oficial esconden, en realidad, otras creencias –aparece, en realidad, como la figura del rebelde y heterodoxo -herético-[16]). Creemos coincidir con la crítica de Traverso acerca de una determinada ceguera en Mandel en el abordaje de qué de específico tuvo la masacre judía por parte del nazismo (lo que no debe dar lugar, repetimos, a un “exclusivismo” en su abordaje, exclusivismo que destilan las usinas del sionismo internacional transformando el holocausto en una suerte de –cínica- “religión civil” del Occidente imperialista): “[El genocidio nazi fue] una genuina ruptura civilizatoria, que rompió la base de la solidaridad humana elemental en la cual la existencia humana estuvo basada hasta el momento” (Traverso, Understanding the nazi genocide. Marxism after Auschwitz[17]). Esta es una afirmación aguda, aunque no hay que perder que vista que existieron otras rupturas civilizatorias en el curso de la humanidad incluso durante el período de acumulación primitiva capitalista (las colonias y la esclavitud señaladas, por ejemplo, por Hanna Arendt en Los orígenes del totalitarismo).
Sin embargo, dándole la palabra al propio Mandel, desde los años ‘80 su abordaje parece haberse modificado:
“La sociedad burguesa en su conjunto se caracteriza por una combinación sui generis de racionalidad parcial y de irracionalidad global (…) en la medida en que efectivamente existe un fondo irracional en el proyecto de guerra nuclear, esto no implica en modo alguno que este proyecto sea irrealizable. Auschwitz era igualmente irracional (…). Sin embargo, fue realizado. Es la presencia del acostumbramiento político e ideológico de las masas a lo irracional y a lo monstruoso lo que es decisivo en la etapa actual (…) Este es el objetivo central de la ofensiva (…) contra la ciencia, contra la razón, contra los ideales de la revolución burguesa y del Siglo de las luces; incluso contra los ideales igualitarios elementales presentes en la tradición religiosa judeo-cristina. La barbarie de las ideas precede la barbarie de los hechos” (“La teoría marxista de las crisis y la actual depresión económica”).
Es un apunte agudo, y sobre todo actual, en el planteo que la barbarie en las ideas precede la barbarie en los hechos. (Actual afirmamos en relación a la situación de creciente polarización internacional que estamos viviendo, y la “era de calamidades” que significa este capitalismo voraz del siglo XXI.)
Una de las páginas más gloriosas de Mandel ocurrieron durante su extrema juventud, en la cual entró y salió de los campos de concentración nazis con enorme suerte; su vida no pareció correr peligro ni parece haber sido torturado. En su primera detención, su padre pagó un rescate millonario aprovechándose de la corrupción que campeaba en el nazismo. En su segunda -o tercera- detención tuvo la suerte de ser aprehendido como activista político y no como judío. Está claro que la política de exterminio judío en Europa occidental tuvo como víctimas a decenas de miles pero fue incomparablemente menor a las masacres de millones –no solo judíos, sino también soldados soviéticos, gitanos, personas con capacidades diferentes, etc.- en Europa oriental y la URSS.
Por ejemplo, Francia deportó algo en torno a 75.000 judíos de los cuales unos 65.000 pasaron por el campo de internamiento de Drancy ubicado al norte de París (el padre de Bensaïd estuvo detenido ahí, pero gracias a los enormes esfuerzos de su esposa, que era católica, logró no ser deportado). Sólo el 3% de los deportados judíos franceses sobrevivió, una cifra incomparablemente mayor a de los soldados franceses no judíos detenidos cuando la derrota en 1940, de los cuales retornó el 97% (una foto de un Althusser joven enrolado en el Ejército Francés lo muestra pasando en buenas condiciones de detención en Alemania durante la guerra; muestra en el Hotel de Ville, París, 2016). Grajeas de la riqueza aun bárbara –por barbarie, se sobreentiende- de la historia europea; su lugar en el centro de la contemporaneidad que en estos mismísimos momentos cada día se desplaza más al Asia-Pacífico.
Mandel reconoce que era un joven loco y con mucha suerte; además de valiente, agregamos nosotros. De Abraham León -un par de años más grande que él, y más maduro políticamente como dirigente al frente de la sección belga de la Cuarta Internacional en plena ocupación nazi y que tuvo la desgracia de ser asesinado en Auschwitz-, retuvo una afirmación pertinente sobre todo cuando caen tiempos aciagos: detrás de toda gran catástrofe hay siempre una gran oportunidad. Definición que Mandel interpretó, quizás, con excesiva ingenuidad frente a los desarrollos concretos.
Abraham León escribió en medio de las enormes tareas de la lucha contra el nazismo, lo que le da más valor, una de las obras cumbres del marxismo sobre la cuestión judía: La concepción materialista de la cuestión judía. Muy discutida, pero que impresiona por su seriedad en el abordaje materialista histórico de la cuestión, sabiendo incluso que fue escrita por alguien joven en plena segunda guerra y bajo la ocupación del nazismo; es decir, en la clandestinidad. Entre sus últimos mensajes a Mandel, antes de ser trasladado a Auschwitz, le pidió a éste que fuera publicada una vez terminada la guerra, mandato que cumplió con una introducción de su puño y letra en 1946.
Por colocar un párrafo de su riqueza, veamos la siguiente definición a contracorriente del sentido común:
“La catástrofe económica de 1929 coloca a las masas pequeño burguesas en una encrucijada. El impedimento en el pequeño comercio, el artesanado y las profesiones liberales alcanzó proporciones desacostumbradas. La pequeño burguesía consideraba con creciente hostilidad a su competidor judío, cuya habilidad profesional, resultado de una práctica de siglos, le permitía a menudo sortear mejor los ‘tiempos difíciles’. El antisemitismo llega a encontrar eco en grandes capas de obreros artesanales, influidos desde siempre por la pequeña burguesía.
“Es falso, pues, acusar al gran capital de crear el antisemitismo. Se sirvió del antisemitismo elemental de las masas pequeño burguesas y lo convirtió en la llave maestra de la ideología fascista. Por medio del mito del ‘capitalismo judío’, el gran capital trata de monopolizar en su provecho el odio anticapitalista de las masas (…)” (León; 2010; 240).
Una definición aguda que muestra tanto el origen material del –injusto, aunque explicable- sentimiento popular antijudío, como el uso que hizo de él el nazismo para desviar el odio de clase contra el núcleo de la clase capitalista (el ángulo de clase fue reemplazado por el ángulo racial).
Mandel estaba contento con ser deportado a Alemania en pleno nazismo con la idea que este país era el centro de la revolución europea, lo que es verdad, debía serlo:
“Si la clase obrera alemana entrara en acción, la revolución europea tan esperada arribaría y sería imparable. [Stutje recuerda que los análisis del trotskismo eran compartidos por Roosevelt, Churchill y Stalin –es decir, el temor de estos últimos a la clase obrera alemana-. El bombardeo de Dresde, por ejemplo, tuvo el objetivo de evitar dicha irrupción.] (…) Explicar que la revolución europea era inminente, constituía igualmente un talón de Aquiles (…) No era algo [tan sencillamente] plausible después de 25 años de derrota (…) Tampoco era fácil comparar el fin de la Segunda Guerra mundial con el fin de la Primera” (Stutje; 2022; 72/3).
Como nota al pie, en febrero de 1945 los Aliados deciden el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde, ciudad alejada de la guerra y sin ninguna función en ella salvo, quizás, la industria para la guerra. Ordenan un bárbaro bombardeo durante varios días que se cobra la vida de 100.000 habitantes, que no deja piedra sobre piedra de la ciudad (se ensaña sobre la población en su conjunto). Ingleses y estadounidenses comparten la acción genocida sólo para reforzar la decisión de la población alemana de no rendirse (¡y para que Goebbels haga campaña contra la barbarie realizada por las “potencias democráticas”![18]).
La enfermedad del objetivismo
Muchas de las definiciones de Mandel eran desequilibradas. Su “optimismo antropológico” en las posibilidades de la humanidad, sensibilidad que compartimos, se transformaba, demasiado a menudo y sin mediaciones, en análisis desequilibrados ingenuamente optimistas, que muchos de sus camaradas de militancia resumían como una suerte de “optimismo de la voluntad y optimismo de la inteligencia”, en vez del más equilibrado aforismo gramsciano de “optimismo de la voluntad y pesimismo de la inteligencia”…
Atención que, de todos modos, la enfermedad del objetivismo caracterizó a prácticamente todas las corrientes del tronco tradicional del trotskismo en la posguerra, morenismo incluido, objetivismo subproducto de un desequilibrio metodológico entre los factores objetivos y subjetivos del análisis (un rasgo en ruptura con la tradición clásica del marxismo revolucionario). La marginación política, y el hecho que el estalinismo parecía estar llevando adelante “revoluciones socialistas”, facilitaron este desbarranque:
“Él [Mandel] tenía cierta característica de objetivista en su convicción de que una sección [de la cuarta] debía forzosamente emerger del movimiento de masas polaco (…) HubertKrivine consideraba que el objetivismo y la capacidad de predicción son todo salvo sinónimos, y en el 13> Congreso Mundial de la IV en 1991, el rompió con Mandel” (Stutje; 2022; 390/1[19]).
Respecto de Polonia en los años 1980, Stutje agrega: “Su posición marginal [en el terreno de los acontecimientos] lo obligaba a Mandel a tener confianza en las espontaneidad de las masas y su voluntad de liberarse del jugo estalinista (…)” (ídem, 394). Esto tenía una miga de verdad, evidentemente: las masas polacas en ebullición querían liberarse del estalinismo. Pero para donde se “liberaban”, ya no podría ser un producto “espontáneo”. Como es archisabido, el proceso antiburocrático polaco, luego de la derrota de 1981, fue canalizado por la Iglesia Católica hacia la restauración del capitalismo.
Este tipo de ilusiones estuvieron presentes también en corrientes como el morenismo, que afirmaba que si se publicaban las obras de Trotsky en la URSS, el trotskismo se haría de masas… El optimismo de la voluntad debe estar presente siempre en el centro de nuestras convicciones revolucionarias porque sino es imposible aplicarse a la transformación del mundo. Pero es evidente que una de las cosas que marcaron más negativamente al trotskismo en la posguerra, fueron los análisis delirantes despegados de la realidad, es decir, la falta de análisis crítico de la inteligencia; falta de análisis sopesado que se seguía del contraste entre la marginación del movimiento trotskista y un proceso de revoluciones anticapitalistas que parecía marchar “objetivamente” hacia el socialismo…
Mandel tuvo la suerte de estar en el candelero del trotskismo a lo largo de varias décadas. Mientras que el trotskismo latinoamericano se nos aparece más militante y más obrero, más sacrificado desde el punto de vista de las condiciones de existencia, es evidente, también, el contraste respecto de las posibilidades intelectuales y culturales para cualquier militante y/o dirigente europeo.
Aun siendo una corriente minoritaria, pero estando en el centro del mundo, es más sencillo tener rasgos cosmopolitas[20], aunque hay que evitar cualquier eurocentrismo –algo que no siempre se aprecia en las corrientes europeas[21]-. Aunque también están los peligros de adaptación a la “zona de confort” de otro nivel de vida… Distancias que se agigantan por la falta de una verdadera Internacional (una cuestión de la cual se suele hablar a menudo pero no entender en su verdadero significado[22]).
La vida revolucionaria de Mandel fue bastante florida, aunque también abnegada desde el punto de vista militante. Afirmamos esto aunque en ciertos aspectos nos parezca una vida privilegiada. La biografía de Stutje da cuenta de largas y reiteradas vacaciones en los cuatro puntos cardinales del globo, aunque también es verdad que Mandel fue un exitoso periodista, lo que justificaba su recorridos, algo que no conocíamos[23]. Muchos vínculos, reconocimiento intelectual, participante en la crema del debate internacional durante varias décadas, invitado a Cuba por el castrismo para la discusión sobre la planificación en 1964 y mucho más. En el debate en Cuba, Mandel se inclinó por las posiciones del Che, que apelaba a los incentivos morales para desarrollar la economía contra los criterios conservadores que provenían desde la URSS (los mecanismos comerciales para la evaluación de la eficacia económica). Hay que señalar que la posición del Che y de Mandel estaba a la “izquierda” de la burocracia oficial pero no significaba una superación crítica: no tenía como centro la democracia obrera[24].
Mandel parecía tener los pies poco en la tierra. Sus análisis podían dilatarse hasta el ridículo del objetivismo, sin contrapeso alguno. Su visión del estalinismo, un problema central durante su época, fue casi totalmente acrítica. Mandel fue incapaz de apreciar el trabajo destructor del mismo:
“El 4 de noviembre [1989], un millón de personas se manifestaron en Berlín del este. El hecho que la mayoría estuviera compuesta por obreros y jóvenes (…) era ‘la marca de toda verdadera revolución’, como escribió Mandel. El contó 7000 afiches, ‘y ni una sólo demanda la reunificación alemana’ (…) Le declaró a un público sorprendido reunido en la Mutualite de París que los obreros habían retomado el hilo roto por el asesinato de Rosa Luxemburgo (Stutje; 2022; 398).
A lo que contrapone Bensaïd: “En el otoño de 1989, el Muro de Berlín cae en medio de un gran fracaso histórico. ¡Champagne y Alka-Seltzer! Champagne para celebrar la muerte de un cadáver (…) Alka-Seltzer, porque las piedras del muro nos alcanzaron también (…) (2004; 370).
Bensaïd agrega que era totalmente cierto que el trotskismo combatió al estalinismo, pero que, evidentemente, la derrota histórica del movimiento obrero y de sus grandes esperanzas que el hecho terminaba de decantar, no podía dejar indemne al marxismo revolucionario, y cuenta la anécdota de que la charla de Mandel en la Mutualite (enero 1990) había dejado a todo el mundo atónito (no convenció a nadie[25]).
Con los pies más a tierra, sin embargo, Bensaïd (sin perder de vista su agudeza y creatividad) se nos aparece como el reverso “perfecto” de Mandel: una mirada extremadamente melancólica. Mirada que si atrapa parte importante del “espíritu” de la encrucijada de los años 1990, y, por lo demás, también tiene aguda sensibilidad sobre una serie de problemas que siguen estando presentes hoy vinculados a la crisis de alternativa socialista, sin embargo, carece del equilibrio necesario: deja la marca de un cierto “escepticismo”, por así decirlo –marca que caracteriza hoy a su corriente, que luce con bajísima moral militante amén de sus rasgos oportunistas-.
Varios de los rasgos de Mandel no eran del agrado de Bensaïd. Si bien afirma que no fue un “gurú”, como lo habrían sido según él Pablo, Posadas, Lambert o Cliff; y que, además, sólo desde el exterior se identificaba a su corriente como mandelista, señala que: “trabajando a su lado, me inspiraba más respeto que afección. Como la Françoise de Proust, parecía más generoso con la humanidad en general que atento a sus próximos más cercanos. El diálogo con él no era fácil. Administraba a su interlocutor una lección en forma de monólogo, o lo sometía a un interrogatorio a fin de obtener las informaciones susceptibles de confirmar sus propias opiniones. La relación raramente era recíproca e igualitaria. Salvo con Charles-André Udri, que él trataba a justo título como alter ego y heredero destinado a asegurar la sucesión” (Bensaïd; 2004; 364). Una característica que, salvando las inmensas distancias, claro está, nos recuerdan más a Plejanov que a Lenin… (aunque, para ser justos, habría que ver si estos rasgos no eran ya los de una edad más avanzada en Mandel que en tiempos anteriores[26]).
Un universo de contrastes
Suena duro, quizás, pero la figura de Mandel resume, si se quiere, dos polos: altísima capacidad propagandística y debilidad política y constructiva, elementos que, paradójicamente, además de erudito y rico teóricamente, lo hacían doctrinario, esquemático. Es difícil sacar una conclusión equilibrada. Si brilló intelectualmente, aunque defendiendo un marxismo demasiado sociológico para nuestro gusto, políticamente su balance es discutible (dejando una herencia con fuertes rasgos oportunistas). Simultáneamente, Mandel y también Bensaïd, con todo, se las arreglaron para tener una existencia política menos marginal que la del promedio del trotskismo –aunque no es lícito hacer esto a costa de los principios, evidentemente-.
Mandel era extremadamente erudito, de eso no hay dudas. Muchos de los camaradas que militaron con él destacan que era un “marxista iluminista”, por así decirlo, con una confianza infinita en las posibilidades de la humanidad. Señalan que esta era una de las fuentes de su optimismo. Y es cierto que una determinada cuota “iluminista” es necesaria en una época de calamidades como la nuestra para no perder las potencialidades que anidan en la humanidad. Pero, simultáneamente, es evidente que una de las lecciones del siglo pasado es que todo es una lucha: es el socialismo o la barbarie.
En esto cabe una aguda reflexión de Marx en un reportaje realizado por un periodista norteamericano al final de su vida, cuando pasaba este una temporada en un balneario y el periodista le pregunta como podría resumir la vida, y Marx contesta: “Lucha. El mejor resumen de la vida es la lucha”. Daba a entender que, efectivamente, apropiarnos de las tendencias progresivas de la realidad para hacer de ellas un punto de apoyo para la transformación social no es algo automático ni mecánico ni que dependa de los astros ni ninguna ley social por encima de la lucha de clases: ¡es una lucha! (algo que quizás a Mandel, en cierto modo, sin ser injustos igualmente, se le perdía de vista por ser hijo del iluminismo, efectivamente -no tanto las luchas sino las tendencias a la barbarie-).
Michael Lowy destaca esta debilidad:
“Existen sorprendentes lagunas en su obra: encontramos muy poco a propósito del debate sobre el ‘antihumanismo teórico’ de Althusser o sobre la discusión en torno a la concepción marxista de la naturaleza humana. Pero ello puede explicarse por su reticencia a embarcarse en controversias estrictamente filosóficas. Más inquietante es la falta de atención dedicada a los crímenes contra la humanidad: el Gulag estalinista, Hiroshima e incluso Auschwitz (hasta 1990). No puede decirse que estos acontecimientos históricos estén ausentes en sus escritos: hace mención a ellos (especialmente en los diez últimos años [al parecer Mandel llegó en los últimos años de su vida a varios ángulos críticos, como estos que señala Lowy o el balance del estalinismo]), pero con un estatus un poco marginal, sin otorgarles todo su significado histórico-mundial en calidad de desastres de la modernidad”.
Y Lowy agrega:
“Mandel era un heredero demasiado orgulloso de la Ilustración, discípulo de las Luces francesas y de su filosofía optimista del progreso histórico, como para percibir estos acontecimientos históricos como rupturas civilizatorias (…)” (“El humanismo revolucionario de Ernest Mandel”).
Sus expectativas políticas desmesuradas las llevó con él hasta sus últimos años, como cuando en 1990 terminó participando en una reunión del Comité Central del PCUS en pleno derrumbe con confianza ciega en que Gorbachov no podría restaurar el capitalismo.
Esa falta de ángulo crítico fue una debilidad como marxista, tanto en lo teórico como en lo político. Y también es verdad que hacía gala de un marxismo economicista y/o sociologista que se condice con el objetivismo. Roland Lew, marxista especialista en China originario en la corriente mandelista, de tintes luxemburguistas, llamaba la atención sobre la convivencia contradictoria en Mandel tanto de la tendencia que confiaba en la autodeterminación de los explotados y oprimidos como de su inconsecuencia en este terreno (su fe ingenua en los aparatos).
Todos los marxistas revolucionarios somos una unidad contradictoria de elementos que, claro está, sino logramos pasar por grandes revoluciones, difícilmente hagan síntesis (es decir: caracterizados por una u otra unilateralidad). A este respecto, quizás, Marx sea la gran excepción, ¡pero precisamente por eso es Marx! Porque una experiencia práctica universal revolucionaria permite sacar conclusiones siempre más concretas. Pero para esto hay que tener incluso la suerte de pasar por dichas experiencias así como, también, una gran formación teórica. Lógicamente, este último elemento depende del esfuerzo subjetivo, de la seriedad con la que se aborda el marxismo –Lenin decía que el marxismo es una ciencia y que, como tal, hay que estudiarlo, cuestión que suscribimos a pie juntillas-.
En todo caso, el sociologismo es una forma vulgar del marxismo, economicista, mecánica. Forma vulgar que no logra un equilibrio correcto entre factores objetivos y subjetivos del análisis. Es una “escritura” del marxismo donde la historia se hace “sola”[27]. Y de ahí, también, el abordaje mandeliano tan acrítico del curso de la URSS, que, justo es decirlo, Mandel corrige -en cierto modo- en uno de sus últimos trabajos. En particular en una obra valiosa titulada El poder y el dinero. Podríamos afirmar que este texto es uno de los más inspirados de Mandel, aunque el dedicado a la Segunda Guerra Mundial también es muy bueno, así como El capitalismo tardío y varios de sus otros artículos y ensayos –todos tienen una miga de calidad, es decir, hay que estudiar a Mandel como a otros grandes marxistas revolucionarios de la posguerra, a todos críticamente-.
En fin: no estamos haciendo acá un balance político de la corriente mandelista, cuestión que abordamos en otros textos (“Crítica de las revoluciones ‘socialistas’ objetivas”). Simplemente, se trata de una semblanza que como toda esta serie de textos, “Mirador París”, intentan apreciar el mundo y sus tendencias. Y al movimiento trotskismo también, desde dicho mirador, con toda la carga política y cultural que ello implica. Esto con el objetivo de enriquecer a la joven militancia de nuestra corriente y al resto de la militancia socialista revolucionaria que le sea de interés.
Bibliografía
Daniel Bensaïd, Une lente impatience, Stock, France, 2004.
- Trotskismos, El Viejo Topo, España.
Abraham León, La concepción materialista de la cuestión judía, Editorial Cannán, Buenos Aires, 2010.
Michael Lowy, “El humanismo revolucionario de Ernest Mandel”, Viento sur, 05/04/2018.
Ernest Mandel, “La teoría marxista de las crisis y la actual depresión económica”, Ernest Mandel, archivo internet, conferencia dictada en Atenas en junio 1983.
Antonio Negri, Historia de un comunista, Traficantes de sueños, tomos I y II, Buenos Aires, 2021, 2022.
Roberto Sáenz, “Crítica y reivindicación de Nahuel Moreno”, izquierda web.
Jan Willem Stutje, Ernest Mandel. Un révolutionnaire dans le siècle, Editions Syllepse, París, 2022.
Enzo Traverso, Understanding the nazi genocide. Marxism after Auschwitz. To te memory of Ernest Mandel (1921-1995), revolutionary interllectual and ‘non-Jewisj Jew, whose life and work taught me what internationalism is, Pluto Press, Londres, 1999)
[1] Para las proporciones actuales, el mandelismo era una verdadera corriente internacional (aunque no una Internacional con mayúscula). Corriente de la cual Bensaïd habla como una “internacional bonsái”. En su momento, es probable que la LITCI morenista tuviera un equipo internacional de una envergadura similar aunque, sin duda alguna, menor alcance internacional.
Stutje afirma sobre Mandel algo semejante a Moreno: a lo que daban más valor era a la construcción de su corriente internacional. Lo que es el ángulo de mira correcto, aunque sin partidos reales no se llega a ningún lado. Esta es la dialéctica de la construcción revolucionaria: ámbito internacional, anclaje militante en varios países.
[2]Al momento de escribir esta nota tengo terminado también Una lente impatience, autobiografía de Daniel Bensaïd que posee señalamientos de valor que aprovechamos para citar en este artículo.
[3]Sobre todo en los años ’30 y durante la segunda guerra, la militancia trotskista debió tener cuidados físicos en dos frentes: el fascismo y el estalinismo. Es decir: la militancia ponía en riesgo su vida frente a estos dos enemigos, uno más artero que el otro. Se dio el caso de Pietro Tresso, militante trotskista italiano de nota que se evadió de una prisión fascista junto con otros dos militantes estalinistas, solo para que estos le den muerte a él después de la evasión…
[4]Fue Pablo, por ejemplo, el que instó a Mandel a dedicarse a la economía.
[5]Atención que como señalara agudamente Karl Korsch, el oportunismo y el doctrinarismo muchas veces se dan la mano. Por lo demás, este rasgo del Mandel doctrinario nos los recordó nuestro compañero Roberto Ramírez.
[6]La preocupación por salir de la marginalidad fue, también, una marca de Moreno que muchos de su sucesores, por llamarlos de alguna manera, es decir, los cuadros formados por él, “resolvieron” -trataron de abordar, más bien- pésimamente, en general de forma oportunista y doctrinaria (muerta, sin vida, de aparato)
[7] Marx aborrecía a los sectarios, aunque también repudiaba el rebajamiento oportunista. Sectarismo y oportunismo son dos “enfermedades” en el movimiento revolucionario con las cuales hay que intentar estar permanentemente en guardia.
[8] En realidad pasó de todo: en la dispersión del estallido muchos se fueron a la casa, otros a un curso sectario ridículo y otros a un oportunismo sin fin amén de los que se dedicaron al puro comentario de la realidad. Los menos lograron construir; construcción que es la verdadera prueba de pudding (pastel) como dirían los ingleses (es decir, la capacidad de transformar la realidad, de enarbolar un marxismo creativo).
[9]Esta obra siempre nos pareció vulgar (¡sobre todo los horrendos capítulos dedicados a la URSS!). Al adoptar el formato de un “manual” que quería demostrar empíricamente los análisis de Marx, aparece como una obra rebajada. Román Rosdolsky, enorme erudito marxista de origen polaco que estudió en profundidad los Grundrisse (Génesis y estructura de El capital) y con quien Mandel estaba en contacto y respetaba, la consideraba una obra “débil” (Stutje).
[10]En esta obra, más madura desde el punto de vista económico junto con Las ondas largas del desarrollo capitalista, Mandel intenta explicar por qué el capitalismo entró en una fase de desarrollo en la posguerra. Más en general, también, por qué el sistema capitalista no puede derrumbarse automáticamente, un ángulo correcto. (Ángulo correcto criticado equivocadamente por Moreno, aunque se autocriticaría de su catastrofismo en los años 1980 –Conversaciones con Nahuel Moreno-.)
[11]Charlando con Roberto Ramírez, me insistía que a Mandel le costó tomar en cuenta los quiebres experimentados por la clase obrera alemana con las tragedias del siglo veinte. También es verdad que a finales de los años 1960 los ascensos estudiantiles en Alemania federal y Francia se retroalimentaron, con Rudy Dutschke a la cabeza. Era un importante dirigente estudiantil alemán de origen socialdemócrata radicalizado vinculado al propio Mandel, aunque no se hizo trotskista y también fuera fuertemente impactado por Herbert Marcuse. Dicho ascenso estudiantil renovó las esperanzas de Mandel en Alemania, esperanzas que no se confirmaron.
[12]Insistimos en la no intencionalidad porque, por ejemplo, Stutje plantea que uno de los aspectos originales en su Tratado de economía marxista es el intento de abarcar el conjunto de la económica mundial en todos sus desarrollos, incluyendo los países del llamado “tercer mundo” así como una serie de capítulos dedicados a las formaciones económicos-sociales en los inicios de la civilización.
[13]Pieck fue detenido al mismo tiempo que Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht pero, inexplicablemente, escapó a su suerte.
[14]Traverso señala que esta perspectiva pareció tener un dramático mentís con la masacre judía en la Segunda Guerra Mundial, masacre que aplastó a las tendencias más de izquierda del propio movimiento judío dando lugar al triunfo de su ala derecha: el sionismo (Los marxistas y la cuestión judía, una obra valiosa sobre la cuestión) .
[15]Otra obra de Traverso, El fin de la modernidad judía, es instructiva sobre el giro reaccionario que significó –y significa- la dominación del sionismo en la comunidad judía internacional.
[16]Coincidimos en la crítica de la ortodoxia como un crítica a un abordaje conservador de los desafíos del marxismo. Eso no quiere significar renegar de las adquisiciones clásicas del marxismo sino, por el contrario, ser más consecuente con los fines del socialismo en la “heterodoxia” (herética) viva que en el formalismo doctrinario.
[17]La justa ruptura con la idea teleológica del desarrollo en el marxismo que defiende Traverso en esta obra tiene la unilateralidad que trasunta una idea de no alternativa “barbarie o barbarie”, en vez de la clásica y más abierta de “socialismo o barbarie” («Siglo veinte y dialéctica histórica«, izquierdaweb).
[18]Creemos recordar que Moreno criticaba este bombardeo como un ataque directo al proletariado alemán.
[19]La ruptura de Hubert Krivine (no confundir con Alain Krivine) con Mandel fue una comedia de enredos que arrastró hasta cierto punto también a Zbigniew Marcín Kowalewsky, de origen polaco y especialista en Rusia y los países del Este europeo, y que tiene antecedentes juveniles de simpatías por las guerrillas latinoamericanas de los años 1970. Se creó un ámbito de desconfianzas en la dirección del mandelismo en los años 1980 porque un ala de los dirigentes, entre ellos Krivine y Kowalewsky, tenían una visión muy crítica de las perspectivas pos-golpe en Polonia, mientras que otra ala encabezada por Mandel y Udry, opinaban, más o menos, que “no había pasado nada”… En fin: discusiones legitimas en el seno de una corriente internacional, lógicamente, pero que agarraron a Mandel ya en un momento de decadencia política donde llegó, también a embellecer a Gorbachov y su perestroika (al parecer, Mandel atendía a los visitantes en su estancia en Moscú, en un local del PCUS… ¡Por favor! ¡Cuanta ingenuidad! ¡Cuanta falta de reflejo sobre el mundo real!).
[20]Decimos eventualmente porque existen corrientes europeas como LutteOuvrière en Francia, por ejemplo, que asumen de manera sectaria su afincamiento francés; no parecen aprovecharlo para colocarse en un nivel cultural superior.
[21]Recordamos una anécdota personal en una visita al SWP, años 2002 y 2003, donde uno de sus dirigentes, Mike Gonzalez, se disculpaba con nosotros por la mirada extremadamente eurocéntrica de Alex Callinicos… Muchos trotskistas europeos viven en “su mundo” con la excusa que no saben otro idioma que no sea ingles o francés.
[22]Hemos señalado esto en las notas anteriores sobre nuestro viaje parisino. Sin embargo, afirmarlo no significa entenderlo. La riqueza del mundo. La síntesis cualitativamente superior que significa una verdadera internacional con expresión en todo el mundo.
[23]Trabajó para varios medios que lo enviaban a cubrir diversos eventos, facilitándole de esta manera sus recurrentes viajes. Atención que también es verdad que el afincamiento europeo, es decir, en el centro todavía del mundo, facilita los viajes. La biografía de Antonio Negri, con una trayectoria totalmente diversa a la de Mandel, refleja este mismo rasgo (Historia de un comunista. Salvo en sus partes teóricas, demasiado posmoderna para nuestro gusto, su autobiografía tiene riqueza).
[24]Catherine Samary, reconocida intelectual mandelista especialista en la ex Yugoeslavia, se encargó de subrayar la unilateralidad del abordaje mandeliano en este debate (incentivos morales no es igual a democracia obrera). Por otra parte, en un debate con Alec Nove en los años 1980 sobre la economía de la transición, Mandel se fue para otro lado: afirmó a la democracia obrera como liso y llano mecanismo de reemplazo del mercado, perdiendo de vista la necesidad de la continuidad durante un cierto tiempo de la acción común de tres reguladores: la planificación, el mercado y la democracia obrera.
[25]Esto último le costó a la mayoría del trotskismo, que hacia especulaciones fuera de lugar sobre la realidad de la clase obrera en la URSS. En sus últimos años Moreno arribó, quizás, a una comprensión más critica de la realidad de los países del Este europeo y la URSS, aunque no por ello su teorización dejó de estar marcada por un crudo objetivismo que desarmó a la vieja LITCI cuando “el mundo se vino abajo”. Cuando la caída del Muro de Berlín, que desbloqueó estratégicamente la perspectiva socialista, pero en lo inmediato y mediato abrió una enorme crisis de alternativas).
[26]Es un dato objetivo que la edad consume los nervios, sobre todo entre los cuadros y militantes, y eso socava la necesaria paciencia que hay que tener con todos los compañeros y compañeras.
[27] Un ejemplo del burdo sociologismo de Mandel es su artículo «El lugar del individuo en la Segunda Guerra Mundial».
Por mucho que los morenistas, tan atomizados como poco creíbles, hagan por levantar la figura del poco conocido Nahuel Moreno, frente a Mandel, no lo van a lograr. Moreno intentó ser el heredero de Trotsky, y principal figura en la Cuarta Internacional y nunca lo logró, pues no se trata de tener un nuevo Marx, Lenin o Trotsky, sino de organizar a los mejores, a «los que se atreven», como diría Luxemburgo, y en esto Mandel le lleva años luz de ventaja a Moreno.
Yo participé en su escuelita, bien organizada al estilo pequeño burgués, donde Moreno aparacía como el sabelotodo que enseñaba lo que era el marxismo, pero nunca como usarlo en la práctica para entender la realidad y transformarla. Eran charlas escolásticas, para crear el mito hacia el hombre que todo lo sabía: Moreno.
En Perú, los jóvenes que se iniciaban en el marxismo, tenían una barrera enorme con un dirigente argentino, emisario de Moreno para convertirnos en aliados ante el IX Congreso de la Cuarta, quien decía «No hace falta leer a Marx o Lenin o Trotsky, ya los leyó Moreno para nosotros». Moreno en el Perú fue fatal. Lanzó la peregrina teoría de que en este país no se podían construir partidos bolcheviques, porque carecíamos de intelectuales. Dijo semejante arrogancia, en el país de Mariátegui, en los años 60, donde los intelectuales daban batalla para organizar a la izquierda de la revolución cubana, la de la II Declaración de la Habana, a la que confluyeron figuras intelectuales peruanas que echaban por los suelos el desdén morenista contra los peruanos. Surgieron pensadores de la talla de Aníbal Quijano, Cotler, Germaná, Portocarrero y una larga e innecesaria lista de quienes, entonces, se la jugaron.
Así, quienes recordamos y rechazamos el morenismo, lo hacemos contra una corriente apenas pragmática, sumamente manipuladora en términos de organización. Frente a una Cuarta Internacional que por encima de sus defectos y errores, avanza con el arma de la autocrítica al frente, vemos a una corriente atomizada, sin proyecciones revolucionarias que en la Argentina de hoy, por sectaria, ha bajado la guardia frente a un Milei, quien llega al poder sin una pizca de objeciones por parte de quienes pudiendo enfrentarlo, prefirieron sentarse de brazos cruzados para ver marchar triunfante al enemigo. Lamentablemente, eso se pagará caro.
Por el otro lado, la Cuarta, la de Trotsky a la que incluimos a Liebneck, Rosa Luxemburgo, Walter Benjamín, Mariátegui, avanza sorteando las piedras del camino, pero avanza irreductiblemente a la derrota del capitalismo y por la vicrtoria del socialismo mundial.