
*Trabajo y redacción de esta declaración: Ale Kur
Hace ya más de una semana que la escalada del conflicto en Palestina/Israel ocupa las primeras planas en los noticieros internacionales. Esta nueva escalada ya acumula por lo menos 150 muertos (la casi totalidad de ellos entre los palestinos), y una creciente destrucción sobre las ciudades palestinas de la Franja de Gaza, donde las bombas israelíes le quitan la vida a niños y familias enteras.
Los “hechos” en sí de esta nueva escalada se componen de tres aspectos: 1) el aspecto militar, que incluye los bombardeos israelíes sobre la franja de Gaza (y posiblemente una invasión terrestre) además de los misiles interceptados por el futurista “domo de hierro” israelí, 2) la represión por parte del Estado israelí a las protestas y movilizaciones de los civiles palestinos, y 3) el elemento más novedoso y profundo de la cuestión: crecientes elementos de “guerra civil” o de enfrentamientos por abajo en las ciudades mixtas de Israel (donde coexisten barrios árabes y judíos).
Los detonantes del momento actual del conflicto ya fueron desarrollados en gran cantidad de notas. Aquí señalaremos tres de ellos.
El primero fue la amenaza de desalojo, por parte del Estado israelí, de familias palestinas que viven en Jerusalem oriental. Esta ciudad, en la que viven por lo menos 200 mil palestinos, quedó en 1948 del lado “árabe” de la partición del antiguo Mandato Británico de Palestina, pero desde la guerra de 1967 fue ocupada por Israel, y luego anexada abiertamente en la década de los ‘80. Se trata del gran epicentro del conflicto: es una ciudad milenaria en la que se encuentran sitios religiosos que son centrales tanto para el judaísmo como para Islam, y que también son símbolos nacionales y culturales que hacen a la identidad de ambos grupos étnicos.
Jerusalem oriental es reclamada por el movimiento nacional palestino como la capital histórica de Palestina (en base a muchos siglos de poblamiento árabe ininterrumpido de la misma y a la partición de 1948). Pero es también reclamada por los sionistas como capital histórica de Israel, en base a argumentos esencialmente bíblicos. Los grupos fundamentalistas sionistas (apoyados de forma sutil o abierta por el gobierno israelí de Netanyahu, y más en general, por el Estado de Israel y su entramado de organizaciones civiles pro-colonización) pretenden llevar adelante una transformación demográfica de Jerusalem para hacer una ciudad mayormente (o exclusivamente) judía1, lo que requiere instalar allí colonos y expulsar a la población palestina.
Y aquí es donde volvemos a la fase actual del conflicto: en sintonía con dicha orientación, los tribunales israelíes suelen dictar el desalojo de familias palestinas con excusas de todo tipo que reflejan un criterio legal abiertamente discriminatorio. Por ejemplo: una ley establece que las familias palestinas que tuvieron que huir de sus hogares en la guerra de 1948 NO tienen derecho a reclamarlos ni a regresar al actual territorio israelí, por lo que sus propiedades pasaron formalmente a manos de propietarios judíos. Pero el mismo criterio no aplica a la inversa: si por una u otra razón las familias palestinas de Jerusalem hoy habitan propiedades que antes de 1948 pertenecían a familias judías, quienes hoy tengan en sus manos esos antiguos títulos de propiedad (por ejemplo, grupos de colonos sionistas que los compraron a sus antiguos propietarios) sí tienen derecho a reclamarlas. Esto es precisamente lo que desencadenó los enfrentamientos de las últimas semanas: en el barrio de Sheikh Jarra los tribunales israelíes terminaron dándole la razón a dichos grupos de colonos y ordenando el desalojo de varias familias palestinas (fuente: BBC).
El segundo desencadenante también tuvo su epicentro en Jerusalem Oriental. Como toda la ciudad está bajo control israelí, también lo está la Ciudad Vieja, donde se encuentran los lugares sagrados del Islam (como la mezquita de Al-Aqsa). Bajo el argumento del COVID, el gobierno israelí decidió restringir el acceso a la misma en pleno Ramadán, el mes islámico sagrado. En el marco de las tensiones existentes se trata de una provocación en toda la línea, que rápidamente se volvió explosiva. Se desencadenaron importantes protestas de los palestinos que fueron duramente reprimidas, dando lugar a fuertes enfrentamientos.
El tercer desencadenante fueron las constantes provocaciones de los grupos ultraderechistas sionistas, que se encuentran a la ofensiva y protegidos por el gobierno y el Estado israelí. La propia coalición de gobierno de Israel incluye sectores muy cercanos ideológicamente a dichos grupos, y el gobierno en su conjunto los alimenta con toda clase de leyes y medidas (como la declaración de Israel en 2018 como “Estado-Nación del pueblo judío” excluyendo explícitamente a los árabes-palestinos). Estos grupos se manifiestan cotidianamente bajo la muy explícita consigna de “muerte a los árabes”.
Estos acontecimientos terminaron por romper el frágil equilibrio existente entre los palestinos y el Estado de Israel, lo que se manifestó en los tres terrenos antes mencionados: el estallido de un nuevo conflicto entre las organizaciones militares palestinas de Gaza y las fuerzas armadas israelíes (un conflicto totalmente asimétrico donde el daño y las muertes son abrumadoramente mayores del lado palestino, y en especial de sus civiles), la irrupción de fuertes protestas de los palestinos tanto en Jerusalem Oriental como en Cisjordania (violentamente reprimidas por Israel), y elementos de enfrentamiento directo entre sectores de la población civil palestina y judía en las ciudades mixtas de Israel (y con los colonos judíos en Cisjordania).
No hay ninguna simetría
Dicho todo lo anterior, es necesario aclarar que un término como “conflicto” puede dar la falsa idea de que habría dos bandos enfrentándose en pie de igualdad, y que por lo tanto existiría igual responsabilidad en ambos. Este relato es de hecho el que quieren instalar buena parte de los medios de comunicación y el sionismo “light”.
En el mundo real, este conflicto nace de una asimetría estructural, profunda y permanente.
Una asimetría que se remonta por lo menos al mismo nacimiento del Estado de Israel en 1948, como producto de un cambio forzado de la demografía del antiguo Mandato Británico de Palestina.2 Hasta 1947, en dicho territorio la población judía era una minoría: apenas el 32% de la población3. Luego de la guerra que dio nacimiento a Israel, en los territorios ocupados por dicho Estado la población judía pasó a ser más del 80% de la población. ¿Como pasa un grupo demográfico minoritario a ser una importante mayoría en solo un año? en este caso, mediante la expulsión masiva de los otros grupos demográficos. Como producto de una política explícita de limpieza étnica por parte de los grupos armados sionistas, en 1948 alrededor de 700 mil árabes-palestinos debieron abandonar sus hogares4 (aproximadamente el 80% de la población árabe-palestina que habitaba hasta entonces en los territorios ocupados por Israel). Para asegurar que ese cambio demográfico se volviera permanente (premisa fundamental de la existencia de un Estado étnico judío), Israel le prohibió a los palestinos todo derecho al retorno, mediante una ley que rige hasta el día de hoy. En consecuencia, más de 4 millones de palestinos viven hoy en condición de refugiados.
Un segundo escalón histórico de esta asimetría estructural comenzó en 1967: como consecuencia de la “guerra de los seis días”, Israel ocupó militarmente las zonas que hasta ese momento estaban en manos árabes: Jerusalem Oriental, Cisjordania y la Franja de Gaza. Desde ese momento y hasta 1994, la población de dichos territorios careció de cualquier tipo de derecho político, siendo gobernada por el Estado ocupante. Pero además, Israel estimuló un proceso de colonización étnica judía de esos territorios ocupados, a través de la construcción de una importante cantidad de asentamientos. Esto implicaba, por un lado, desalojar a los palestinos que vivían y trabajaban en esas zonas. También implicaba apropiarse de las mejores tierras y recursos de los territorios palestinos (entre ellos, uno tan vital como el agua, fundamental tanto para la agricultura como para las ciudades). Pero de manera todavía más cínica, esto implicaba también romper la continuidad territorial de las zonas árabes, disgregándolas en un conjunto de islotes separados entre sí por los asentamientos de colonos, y completamente aislados del resto de los países.5
Desde 1994, la conformación de la Autoridad Nacional Palestina cambió muy poco la situación: si bien se lo otorgó una cierta autonomía a las ciudades de mayoría palestina en Cisjordania y Gaza (la llamada “área A” de lo acuerdos de Oslo), el ejército israelí sigue ocupando sus periferias rurales (“área B”, formalmente bajo administración palestina), así como los asentamientos judíos de Cisjordania, sus zonas de frontera y todo lo que Israel considere “estrátegico” (“área C”, bajo administación israelí directa). De esta forma, imposibilita la existencia de cualquier Estado palestino real y viable. Por otra parte, ni siquiera entraron en la discusión Jerusalem Oriental (anexada por Israel) ni la cuestión de los refugiados del ‘48. Por último, inclusive la autonomía mínima y formal de la Autoridad Palestina se encuentra directamente cuestionada por las incursiones regulares de las fuerzas armadas israelíes en sus territorios, como los ya acostumbrados bombardeos sobre la franja de Gaza, así como por la politica de bloqueo total sobre la misma implentada desde 2007 (que en su conjunto llevaron a su completo colapso económico y de infraestructura).
Pero las humillaciones a los palestinos no terminan aquí. En la década del 2000 Israel construyó un gran muro que impide a los palestinos de Cisjordania ingresar a Jerusalem (y a los asentamientos judíos de sus alrededores), excepto a través de los “checkpoints” donde soldados israelíes controlan quién puede cruzar y quién no. Una medida que lleva al extremo la segregación étnico-racial del territorio, configurando un régimen con similitudes al del Apartheid en Sudáfrica.
Esta política de segregación racial explícita es una constante en el Estado de Israel, y particularmente bajo el gobierno Netanyahu. Un episodio gravísimo y muy ilustrativo puede verse en relación al manejo de la pandemia de COVID. Israel vacunó a más del 60% de su población con la vacuna de Pfizer (unas de las más costosas del mundo), haciendo retroceder fuertemente los contagios. Sin embargo, pese a ocupar la mayor parte de los territorios palestinos, Israel no siente la menor responsabilidad hacia ellos en cuanto a la situación sanitaria: apenas vacunó a los palestinos que trabajan en empresas israelíes y donó una cantidad irrisoria de vacunas a la Autoridad Nacional Palestina. Es decir, pese a haber logrado controlar la pandemia en su propio territorio, permite que en Palestina el COVID siga en una espiral ascendente y descontrolada matando a cientos de personas. Para Israel la vida palestina vale notoriamente menos que la vida israelí, y especialmente que la de la población judía.
Para concluir con el apartado de las asimetrías, es necesario señalar que el PBI per cápita en Israel es más de diez veces mayor que en los territorios palestinos. Además, la economía palestina muy difícilmente pueda despegar mientras Israel bloquee sus fronteras y sus conexiones internas, controle sus recursos naturales (y gran parte de la tierra) y destruya regularmente su infraestructura. En el plano militar, Israel posee unas de las fuerzas armadas más modernas del mundo, y además cuenta con el apoyo incondicional de EEUU, la primera potencia mundial. En ambos planos, la diferencia en la relación de fuerzas entre ambos “bandos” es absolutamente abrumadora.
Conclusión
El actual relanzamiento del conflicto, por lo tanto, no tiene ni una pizca de “simetría”. Se trata del estallido de la olla presión acumulada durante 70 años de opresión a los palestinos por parte del Estado de Israel, de los colonos y del racismo sionista.
Por lo tanto, en el conflicto hay un bando opresor y un bando oprimido. Los oprimidos se lanzan a la revuelta utilizando los medios que tienen a su disposición, partiendo de la visión del mundo que concretamente tienen, y confluyendo con un conjunto de organizaciones políticas y militares que concretamente existen. Esos métodos, esa visión del mundo y esas organizaciones no necesariamente son los nuestros. Sin embargo, la existencia de un conflicto entre un opresor y un oprimido marca una obligación moral para la izquierda y los sectores progresistas: denunciar abiertamente al opresor y luchar por el fin de la opresión.
Por eso la corriente Socialismo o Barbarie busca impulsar la movilización unitaria masiva en defensa del pueblo palestino, para poner un alto a los bombarderos genocidas del Estado de Israel sobre Gaza, para detener la represión al pueblo palestino arabe-israelí, para presionar a los gobiernos del mundo para que rompan relaciones con el Estado de Israel. A su vez, plantea un programa de emancipación del pueblo palestino, para terminar con la ocupación sionista del país: Por una Palestina libre, laica y socialista.
1 Aclaramos aquí que el termino “judío”, tal como es utilizado para comprender el conflicto palestino-israelí, no es una denominación necesariamente religiosa sino antes que nada una identidad nacional y étnica. La religión puede ser (o no) un componente de esa identidad, pero no es necesariamente su definición central. Si una persona desciende de padres judíos (y especialmente por línea materna) es considerada por Israel como judía más allá de sus creencias religiosas. El proyecto sionista puede ser religioso pero también puede ser laico: de lo que se trata es de colonizar el territorio con miembros de su grupo étnico-nacional a expensas de la población originaria, étnicamente árabe.
De la misma forma, la definición de “árabe” y de “palestino” no implica tampoco ningún contenido religioso, y ni siquiera está asociado necesariamente a una religión (aunque su religión histórica y mayoritaria sea el Islam). El árabe es un idioma, y “palestinos” son los árabes que nacieron en (o habitan) el territorio histórico palestino, y quienes descienden de los anteriores.
Para complicar aún más la cuestión, no se trata tampoco necesariamente de una distinción de status legal. Hay casi 2 millones de palestinos habitando en Israel con ciudadanía israelí (los llamados “árabes-israelíes”).
Por lo tanto, la manera más precisa de distinguir a los dos grandes actores demográficos del conflicto es con las denominaciones étnico-nacionales “judíos” y “palestinos”, que sí conforman grupos sociales claramente diferenciados (por lo menos desde 1948).
2 Para una historia completa de la colonización sionista, leer “Israel: Historia de una colonización”, por Roberto Ramirez
4 El pueblo palestino recuerda este trágico acontecimiento como la “nakba” o catástrofe.
5 Sobre la cuestión de los efectos de los asentamientos judíos en Palestina, ver la muy interesante obra de Virginia Tilley: “PALESTINA / ISRAEL: UN PAÍS, UN ESTADO”
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