“El movimiento de lo real, la riqueza de lo real, la condena de todo ‘fijismo’, el apreciar el carácter mutable de las cosas, que todo lo que existe está condenado a perecer, no es solamente una herramienta de estudio fundamental [del marxismo], es un arma en manos de la política revolucionaria para no capitular ante los hechos consumados”
El marxismo de Marx y Engels
Esta nueva normalidad se expresa en varios terrenos que vamos a identificar en esta nota pero que debe partir, primeramente, de identificar someramente en qué punto estamos del evento sanitario que recorre el mundo.
La nueva normalidad
Lo primero es simple: la pandemia llegó para quedarse. Este es el primer elemento, el más material, de la nueva normalidad: la anormalidad de tener que convivir con un evento sanitario mundial como algo normalizado, como un evento incorporado en nuestras vidas por un tiempo que hoy no podemos estimar; algo que tuvo fecha de inicio, de comienzo, pero que no tiene fecha cierta de finalización y que ha inaugurado este siglo XXI.
Las especulaciones son variadas pero hay al menos dos o tres datos objetivos al respecto: a) de momento, no se puede especular a ciencia cierta que el coronavirus se vaya solo luego de haber impactado x cantidad de veces sobre la población mundial. Esto es lo que pasó con la “gripe española”, que luego de impactar tres veces, la segunda con la mayor ferocidad -recordemos que dicha “gripe” dejó 50 millones de muertos mundiales-, se terminó diluyendo; b) en segundo lugar, la expectativa está puesta en que aparezca una o varias vacunas que permitan prevenir y/o curar el coronavirus; la fecha estimada de llegada de la vacuna se espera para fin de año –en un proceso aceleradísimo- o, más certeramente, promediando el primer cuatrimestre del 2021; c) sin embargo, aun con la llegada de una o varias vacunas, aun a sabiendas que las primeras vacunas pueden ser demasiado toscas y no ajustarse del todo a los requerimientos de cura y / o prevención, etcétera, está el problema de su producción y distribución sobre una población mundial de 7000 millones de almas, lo que se agravaría en el caso que no alcance con una dosis y sean necesarias dos o más con lo cual la cantidad de vacunas producidas y distribuidas debería multiplicarse por la cantidad de dosis requeridas.
Vista esta situación, es evidente que la convivencia con la pandemia llegó para quedarse, y es la base de todo tipo de disfuncionalidades tanto económicas como sociales, educativas, etcétera, y hasta psicológicas y emocionales, que van a persistir, que plantean nuevos hábitos y nuevas realidades que, claro está, infringen o rompen para peor una normalidad capitalista ya de por sí adversa, por decir lo menos, para la inmensa mayoría de la población mundial.
La “desincronización” de la economía mundial
En segundo lugar, está la situación de la economía como subproducto directo de la crisis pandémica. Las caídas estimadas del producto mundial para este año se estiman, grosso modo, en algo entorno al 10% del producto (esto varía grandemente de país a país). Los economistas capitalistas estiman –¡o más bien desean!- una recuperación en V a partir de algún trimestre de este año, o a partir del año que viene, como si en materia económica fuera posible volver a la normalidad independientemente de los desarrollos de conjunto…
Ya con solo formular la cuestión se puede apreciar su poca verosimilitud. La economía no es una realidad independiente del resto de la sociedad, influye sobre la totalidad social y es influida por dicha totalidad. Es decir: no es una esfera desencarnada sino un “aparato” operado -en términos generales- por gente de carne y hueso: el trabajo vivo de sus trabajadores, como diría Marx, razón por la cual lo que le ocurra al “cuerpo sanitario” de los trabajadores no puede no afectarla.
Refiriéndose a las economías pre-capitalistas Polanyi señalaba que estaban “embebidas” en la sociedad, a diferencia del capitalismo donde la economía aparece como una esfera más autónoma. Pero que tenga mayor autonomía no quiere decir que sea independiente del resto de los desarrollos.
La disfuncionalidad creada por la pandemia sin duda influye sobre el conjunto de la organización económica. La economía internacional esta mundializada, las cadenas de abastecimiento y la línea productivas están organizadas de manera internacional; sin embargo, el impacto de la pandemia es desigual entre países y regiones con lo cual la disminución del ritmo y / o aceleración económica varía de lugar a lugar.
Es evidente que una economía racionalizada de manera internacional en sus unidades económicas más importantes, no pueden dejar de sufrir un funcionamiento que en vez de ser “sincrónico” se hace totalmente desigual (Husson). Esto se agrava con una economía organizada just in time, sin stocks, cuyas cadenas de aprovisionamiento internacionales están desorganizadas, etcétera.
Todo esto sin hablar de lo que ya está ocurriendo: los capitalistas han presionado por mantener la economía funcionando y reducir sus pérdidas, que las tienen, al mínimo; incluso presionan para recuperar la normalidad económica y recuperarse de dichas pérdidas pasando ajustes sobre los trabajadores (los ajustes funcionan y se legitiman sobre la base de naturalizar la nueva normalidad, por ejemplo, ceder salario y condiciones de trabajo a cambio de mantener el empleo, volveremos).
Pero ocurre que en una línea del ferrocarril o en multiplicidad de fábricas o, incluso y en primer lugar a nivel sanitario, por poner casos que son universales, los trabajadores y trabajadores se enferman colectivamente aquí o allá. La clase trabajadora no es un cuerpo inerte. Una cosa es que haya retrocedido la conciencia socialista o la organización sindical, otra que la clase trabajadora no tenga reflejos de autodefensa: los tiene y donde existe un colectivo de trabajadores y hay contagio, presionan por dejar de trabajar y resguardar su salud ya suficientemente expuesta.
Esta circunstancia, evidentemente, paraliza la producción aquí y allá, y en la medida que la economía es un “sistema en red”, “encadenado”, donde producción, distribución, cambio y consumo expresan una totalidad unificada, que funciona una tras de la otra y simultáneamente a la otra y antecediéndola, cualquier “agujero” o percance que se produzca en esta “red” evidentemente afecta al conjunto, y ni hablar cuando hablamos de una economía internacionalizada donde la mayor parte de los países y regiones, de una manera u otra, dependen hoy del mercado mundial y su red internacional de aprovisionamientos.
Es imposible que la economía mundial se normalice, entonces, si no se resuelve la pandemia, si no se pasa de la “nueva normalidad” a la normalidad lisa y llana, y eso puede llevar largo tiempo.
Por lo demás, existe un error de enfoque en aquellos economistas que insisten en que la crisis “venía de antes” (lo que es cierto en sí mismo) como si la pandemia no tuviese efectos algunos en la economía más allá que epidérmicos. Esto es una estupidez: la economía se rige por leyes que le son propias, que permiten explicarla, pero no es una esfera social aislada, cerrada, análisis que sería el colmo del economicismo perdiendo de vista que junto a la dimensión “sincrónica”, por así decirlo, está la dimensión histórica, concreta de las cosas, que plantean la interrelación de todas las esferas de la sociedad en las circunstancias concretas de tiempo y lugar.
La pandemia impactó sobre una economía mundial que venía con problemas de arrastre no resueltos desde el 2008. Pero, en todo caso, el evento sanitario que estamos viviendo multiplicó dichas disfuncionalidades e introdujo nuevas (así como también introdujo potencialidades para los capitalistas como el teletrabajo, ya volveremos sobre esto). Sería como afirmar que las guerras mundiales no afectaron la economía, cuando todo el mundo sabe que fue la II Guerra Mundial la que acabó con la Gran depresión y permitió relanzar la economía mundial en los “Treinta gloriosos” sobre la base de la destrucción de capital fijo operada y la reducción generalizada del nivel de vida de la clase obrera durante la conflagración.
Pues bien, de momento la pandemia no hizo más que agravar todos los problemas de la economía mundial particularmente afectando la “sincronicidad” del ciclo económico normal, lo que tiene como consecuencia deprimir la producción y el comercio internacional.
Ya hemos señalado en otros textos que se está frente a una “crisis doble” de oferta y de demanda donde las disfuncionalidades se ubican en ambos tramos de la economía, agregándole que existen sectores particularmente expuestos como el turismo mundial, la aviación, el comercio minorista, etcétera, doble o triplemente afectado por la crisis.
Todos estos casos, en particular, no tenían por qué ser los más afectados por los efectos de arrastre del 2008. Pero es evidente que con el cierre de fronteras y regiones, no hay manera de no afectar el turismo, por ejemplo, lo mismo que la aviación, o que el comercio minorista no se vea afectado por las cuarentenas y el llamado a quedarse en sus casas de la población (más abajo veremos el problema específico de la educación).
En todo caso, lejos de una recuperación en V, lo que puede esperarse, a lo sumo, una recuperación en serrucho o en W que dependerá, además de los problemas estrictamente de orden económico o geopolítico (guerra comercial y tecnológica larvada entre Estados Unidos y China, por ejemplo1), de la marcha de la pandemia misma, de si vuelve a golpear y con qué fuerza, y en que regiones, sabiendo, de momento, que como tal no se fue de ningún país, que más bien, en cada caso, se vive o una extensión de la primera ola, o el impacto de una segunda ola aunque todavía de magnitud menor o lo que sea.
Pero el hecho es, de momento, que la pandemia llegó para quedarse y que incluso su letalidad podría crecer (nadie sabe exactamente de qué maneras podrá ir mutando el virus y si lo hará), eso más allá que es verdad que se ha ido aprendiendo de la misma, que su letalidad sigue siendo relativamente baja respecto a estándares monstruosos como los de la gripe española, aunque no hay que perder de vista que, internacionalmente, aunque variable de región en región, la vida humana vale más que cien años atrás y que, en todo caso, esta es una conquista que nos han legado, a pesar de todos los problemas, las luchas sociales del siglo pasado2.
El retorno de las ideologías de “desmaterialización” del trabajo
El tercer problema de la nueva normalidad podríamos registrarlo en las condiciones de trabajo. Una enorme discusión mundial se ha suscitado alrededor del teletrabajo, por ejemplo. Aquí existen varias cosas para plantear. En primer lugar, y con carácter universal, el colectivo de trabajadores aparece resignando salario y condiciones de trabajo a cambio de no perder el empleo. Claro que entre los trabajadores, grosso modo, de arranque, aparecen dos condiciones de existencia muy distintas: una cosa es aquellos trabajadores y trabajadoras que están en blanco, con el empleo por así decirlo “asegurado” y otra muy distinta es el ejército de trabajadores informalmente ocupados (no hablemos de los desocupados lisos y llanos) que están en negro, precarizados, o directamente viven en la informalidad.
Dejando de lado esto, que ya es muchísimo, está el aprovechamiento capitalista de la pandemia. De nuevo, el aprovechamiento comienza por deprimir salarios, cambiar para peor condiciones de trabajo, aprovecharse de toda la fracción en negro, informal o desocupada, para justificar ajustes económicos y empeorar en términos generales las condiciones de vida de la clase obrera, naturalizando todo esto con la excusa de la crisis pandémica.
Pero aquí nos queremos referir a una cuestión específica que tiene que ver con todo el debate del trabajo a distancia o “teletrabajo”, una modalidad muy extendida en ámbitos estatales y de la educación (de cualquier manera, para la educación tenemos un punto aparte).
Similar también al trabajo por aplicaciones, que es otro rubro que vamos a desarrollar enseguida, alrededor del teletrabajo se crea una falsa ideología: ¿Cuál es esa ideología? Que “trabajar en casa” sería más “cómodo, “menos costoso”, “más piola”, “sin que nadie te vigile”…
De movida existe un problema: la atomización del trabajo en la propia casa rompe y escinde el colectivo de trabajadores. No solamente crea la ideología que, incluso, se pasaría a ser un “monotributista”, un “sujeto autónomo” dejando de ser un trabajador (como si esto significara ascender de categoría social), sino que se acaba el lugar donde se comparten experiencias, vivencias, de socialización, se pretende acabar con el colectivo de trabajadores como una fuerza social para imponer derechos y hacer valer una relación de fuerzas.
El “bienvenidos al siglo XXI” significaría naturalizar estas condiciones de trabajo atomizadas, precarias y alienadas donde, por lo demás, en la mayoría de los casos el trabajador o trabajadora debe conseguir sus herramientas de trabajo además de proveer gratuitamente al empleador el lugar de trabajo… Un tercio o un cuarto o más de la propia vivienda pasa a transformarse en parte de la empresa sin costo alguno para ella amén de la perdida de todo control sobre la jornada laboral porque, literalmente, desde que el trabajador se despierta hasta que se acuesta todo ese tiempo puede ser parte de la jornada laboral…
En el trabajo por aplicaciones pasa algo similar aunque no exactamente igual. La ideología que se crea es parecida en el sentido que “no habría patrón”, “somos monotributistas”, es un “trabajo piola”, “activo cuando quiero”, etcétera, con lo cual, aunque se mantiene una percepción de colectivo en las paradas y cruzándose en la calle con los colegas, dicha percepción se difumina por la falta de un salario formal y de una adscripción formal a una empresa que de la cara y daría la impresión que uno “no es más un trabajador o trabajadora” súper explotado por la empresa de aplicación, como es la realidad.
Esto por no hablar, por lo demás, que aquí el colectivo de trabajadores se ve afectado porque esta nueva rama de la producción y / o la distribución según el caso, mundialmente es joven y no sindicalizada: el “refugio” al cual ha ido a parar toda una nueva generación desplazada de sus trabajos reales o potenciales originales.
Lo que, por esto mismo, no deja de tener su contracara: una enorme potencialidad para fundar nuevas organizaciones en la medida que el sector vaya haciendo la experiencia, en la medida que el arribo de todo un nuevo sector hace de la rama algo menos “característico” (el sector original es paño para expresiones más “anarquistas”, sectores algo más cristalizados), abriendo el camino para toda una nueva experiencia trabajadora muy dinámica y generacionalmente joven.
La virtualidad como nueva forma de alienación
La misma abstracción reaccionaria se manifiesta en el ámbito educativo (se manifiesta o más bien impacta con todo su peso). Recientemente la mismísima ONU ha alertado por el peligro de la pérdida del estudio ni más ni menos que de 1000 millones de estudiantes. Lo que se está manifestando crudamente en el sector educativo no es solamente la posibilidad de que millones pierdan el año de estudio sino que, lisa y llanamente, queden desalentados para estudiar de por vida.
El capitalismo mundial ha considerado la educación como “servicio no esencial”… Por razones de acumulación de personas y de acumulación en el transporte, se ha dejado literalmente a parte de la franja poblacional generacionalmente más dinámica, más “plástica”, fuera de la casas de estudio. Total, la educación no sería “un rubro directamente productivo”, impacta en menor medida en la creación directa de valor –aunque sí es fundamental en la creación indirecta, en la valorización de la propia fuerza de trabajo- y, de paso, el sistema de saca de encima el movimiento estudiantil secundario y universitario, habitualmente “muy revoltoso”…
Lo que está ocurriendo con la educación es una desgracia social en la medida que es prácticamente la única esfera subsistente, real o potencial, de ascenso social. Aun con toda la degradación educativa mundial, con la elitizacion de la educación, con su estratificación en las décadas de neoliberal, no da igual –en la vida y laboralmente- si se tiene estudios primarios, secundarios, universitarios, que si no se los tiene.
El capitalismo se ha hecho más desigual, la distribución regresiva de la riqueza se ha hecho tan obscena, que por fuera de la educación es imposible romper –aún esto sea relativamente- las barreras entre las clases sociales (se nace pobre y se muere igual o más pobre aún3).
Esto coloca la lupa, críticamente, sobre la educación virtual. Como todo lo demás, la educación, el aprendizaje, es un proceso social: sólo nos realizamos y desarrollamos en sociedad, en algún tipo de interacción con los demás; la virtualidad, internet, si se tiene acceso, claro está, es una herramienta, un punto de apoyo secundario, una potencialidad, una fuerza productiva sin duda, etcétera, pero no puede reemplazar sine die la presencialidad, el aprendizaje colectivo en el aula, la interacción con el docente y los compañeros y compañeras de estudio, etcétera4.
Aquí también la pandemia y la “nueva normalidad” ha sido palco de nuevas ideologías y esta es una de las más fuertes: el mundo de lo virtual parece dejar de ser un desdoblamiento del mundo real para pasar a sustituirlo (muchas corrientes de la izquierda han comprado también, en su práctica cotidiana, esta ideología5).
La conclusión más general aquí es que tanto la producción como la educación y ni hablar de la lucha social (también en la izquierda se está instalando la ideología de los “planes de lucha virtuales”…) son actividades sociales que requieren de determinado grado de acción colectiva física, de presencialidad, que no es posible pensar que la “conexión colectiva a la red” pueda reemplazar -de manera persistente- las relaciones y aprendizajes que se llevan a cabo en el roce diario, cotidiano, con el otro o la otra; la pandemia nos ha traído una nueva forma de alienación que requiere un combate (repitamos que la adaptación de cierta “izquierda” a esta nueva forma de alienación no sólo es feroz sino también idiota6).
Desde ya que la virtualidad ha significado y significa cada día un nuevo revolucionamiento de muchísimas prácticas sociales; revolucionamiento que en muchos de sus desarrollos es progresivo, una herramienta de progreso.
Poder acceder a internet para estudiar, para obtener materiales de todo el mundo just in time, para que el desarrollo del marxismo, por ejemplo, nos tenga a todas las corrientes políticas y del pensamiento on line, con nuestros portales en varios países y varios idiomas, es una inmensa conquista, lo mismo que el reflejo que nos llega instantáneamente de todo el mundo, las páginas web que desafían el totalitarismo desde la izquierda como en China, como el grupo anónimo maoísta de izquierda Chuang, o los sitios del trotskista Au Loong Yu en Hong Kong, por poner solo un par de ejemplos, o cualquier denuncia que se pone en la red de cualquier abuso, o la coordinación por redes de una acción en medio de una rebelión popular (Egipto, Chile, Estados Unidos, etcétera), o lo que sea, son inmensamente progresivas: un punto de apoyo para la acción.
Pero otra cosa es pensar que pueda reemplazar duraderamente experiencias que necesariamente son colectivas, que requieren de procesarlas bajo el mismo techo, en la misma plaza, en el mismo lugar de trabajo, en la misma aula, y que si no se hace de esta manera, aunque se gane eventualmente otra cosa, algo se va a perder.
La socialización, las formas de la sociabilidad, cambian en el tiempo; es inevitable. Y no debe apreciarse la cosa de manera conservadora. Pero, de cualquier manera, pensar que nuestras relaciones cotidianas puedan quedar mediadas cual “átomos” trabajando o estudiando a distancia cuando, atención, la lucha de clases y el estado burgués centralizado subsisten, peligra construir una ideología que solo puede debilitar a los de abajo.
La dimensión psicosocial
Esto nos lleva a otro plano de la pandemia y las cuarentenas: al plano psicológico o psicosocial. La vida humana requiere mediación. Es decir: no se puede llevar adelante una vida sana, psicológica y socialmente, entre cuatro paredes.
La constitución de la psicología humana se establece en una relación que es social entre la persona, el “yo” por así decirlo, y el ambiente en el cual opera, que no es solamente la familia, obviamente, sino ámbitos muchísimos más amplios de socialización (algo que ocurre desde hace milenios).
Ya desde el vamos las cuarentenas han presionado por una socialización solo “familiar”, lo que es un marco demasiado restringido. El entorno inmediato se carga de demasiadas presiones que habitualmente se liberan con otros intercambios.
Los puntos de referencia, las rutinas, la autoestima, el medirse más objetivamente con los otros, etcétera, todo esto se ve afectado y ni que hablar, por ejemplo, entre los adolescentes, que están en plena etapa de construir sus rutinas, sus marcos de referencia, por ejemplo.
En realidad, todas las “capas generacionales” y de clase se ven afectadas por la ruptura de la normalidad, por la “nueva normalidad”, en el sentido que la cotidianeidad ha perdido parte fundamental de su socialización habitual, que la vida social se ha visto restringida.
Es verdad que la sociedad se cansa de las cuarentenas. Quizás las clases medias altas y altas se muevan con más desparpajo porque tienen más espalda, porque no les importa nada más que su ombligo.
Pero incluso entre los trabajadores, donde la preocupación por la salud es inmensa, sobre todo entre los que tienen trabajo y pueden ajustar sus gastos sin quedar en la calle y teniendo para comer, la perdida de socialización pesa.
Incluso más: la vida de las clases trabajadoras es habitualmente más colectiva que la de las clases altas, con lo cual la pérdida de la misma es también una olla a presión.
Esa olla a presión, esa restricción de las actividades habituales, de las posibilidades, de la “expansión emocional”, etcétera, se traduce inevitablemente en manifestaciones psicológicas como bajones, ansiedad, cambios de estado de ánimo repentino, etcétera.
Claro que no nos interesa hacer aquí de “psicólogos” de nadie sino, más bien, dar cuenta de los efectos sociales, de la restricción social sobre la psicología humana que supone la pandemia. Una sociabilidad más normal para los estándares históricos y de clase y geográficos, es más sana con respecto a la psicología cotidiana que una sociabilidad comprimida artificialmente por la pandemia y las cuarentenas.
Por lo cual, la salud mental pública, evidentemente, también es parte de la nueva normalidad.
Retomar las calles
Sin embargo, hay vida. La nueva normalidad no excluye la rebelión popular sino que la supone: veamos, sino, lo que está ocurriendo en los Estados Unidos.
Es decir: pasados meses de cuarentena, llegado el verano aunque no tenga nada que ver con bajar el contagio, pasado determinado momento donde la sociedad le tiene más miedo a la epidemia, etcétera, cuando se aprecia que su letalidad se concentra, sobre todo, en determinados deciles etarios, o gente con comorbilidades7, todo lo que está comprimido artificialmente estalla.
Este es un dato importante a entender: la pandemia y las cuarentenas, el distanciamiento social, han operado en un primer momento atrofiando la movilización popular. Pero esto no puede durar eternamente (otra ideología: ¡creer que nunca volverá la movilización en las calles!). La cuarentena y el distanciamiento social no anulan las contradicciones sociales, los conflictos de clase, los deseos y aspiraciones de multitudes de explotados y oprimidos; por el contrario, solo los comprimen para, eventualmente, hacerlos estallar con más fuerza.
Como ocurre con los gases cuando se los comprime, y cuando se comprime mayores masas de gases, en algún momento estallan. Y cuando se suman la pandemia, la crisis económica, los gobiernos negacionistas como el de Trump, el racismo visceral y endémico, la aperturas económicas de los gobiernos que sólo hasta ayer decían “defender la salud”, etcétera, todo tiene un límite: estalla la rebelión8.
De ahí la idiotez de los filósofos –que ya hemos señalado en muchas notas- de ver solo un lado de las cosas: la realidad mundial –como toda realidad- es contradictoria, está surcada por tendencias contrapuestas. Muchas de estas tendencias tienen que ver con el aprovechamiento del evento sanitario que estamos viviendo hacia la derecha. Pero otra de las tendencias habilitan desarrollos hacia la izquierda simplemente porque el movimiento de masas, las clases sociales, los explotados y oprimidos, no se pueden declarar por abolidos.
Las cosas pueden darse vuelta como una campana entre la cuarentena y lo que viene después, la “apertura”. Todo lo que estaba artificialmente comprimido, estalla, y no hace falta que llegue al extremo de una rebelión popular para adelantar que luego de un período artificialmente comprimido, sin lucha de clases, sin “sociedad civil”, la protesta retorne.
Esto es valido para la sociedad en general, como para el movimiento de los trabajadores en particular, el movimiento de mujeres y por qué no el movimiento estudiantil, al cual en particular se lo ha tratado de borrar de la realidad.
Claro que aquí han jugado un papel fundamental las direcciones sindicales y del movimiento e masas para aplacar las cosas. Pero las masas y sus reclamos frente a las injusticias, son más grande. Y aquí, nuevamente, tenemos el ejemplo enorme de los Estados unidos.
La moraleja del caso es que promediando la pandemia y las cuarentenas, promediando el encierro obligado, promediando la atomización social y el retroceso de las personas a sus hogares, promediando el intento de aprovechamiento capitalista de la circunstancia para imponer nuevas y mayores relaciones de explotación y alienación, hay que prepararte para recuperar las calles, hay que prepararse para la rebelión popular.
De ahí que para los marxistas revolucionarios sea fundamental mantener organizadas y activas sus organizaciones, nuestros partidos, defendiendo cada centímetro posible de acción callejera al tiempo que hacemos uso de las herramientas virtuales y cuidamos al colectivo militante.
La experiencia mundial enseña: ¡hay que prepararse para la rebelión que viene dando un paso adelante en la construcción de nuestros partidos!
1 No vamos a desarrollar aquí la cuestión geopolítica del conflicto creciente entre Estados Unidos y China, abundantemente tratado ya en nuestro portal (ver trabajo de Marcelo Yunes al respecto), pero, en todo caso, sí subrayar que el “marco restringido”, la “olla a presión” que significa el coronavirus, emponzoña más este conflicto en la medida que ambas potencias en creciente competencia han visto estrecharse los espacios de sus desarrollos por la crisis múltiples misma que estamos viviendo.
2 La presión que constituyó la Revolución Rusa así como las revoluciones anticapitalistas de posguerra obligaron en cierta forma a poner en pié Estados benefactores en los países imperialistas –en mayor o menor grado según el caso-así como dieron lugar a la ola nacionalista burguesa en el llamado “tercer mundo” que también operó en el mismo sentido. Si bien desde los años ’80, con el neoliberalismo, estó se vino cayendo a pedazos, la circunstancia contradictoria ha sido que el deterioro economico-social y laboral y educativo y en materia de salud publica, ha convivido, convive, con una valoración más que proporcional de la vida humana y los derechos individuales, valoracion contra los que se estrellan los gobierno social-darwinistas anti cuarentena, por ejemplo. Parte de esta contratendencia mundial ultra progresiva es el avance de la lucha del movimiento de mujeres, el movimiento contra la destrucción del plantea, ahora el movimiento antiracista, el despertar mundial de la juventud y de toda una nueva generación, el recomienzo de la experiencia historica que estamos viviendo, todos elementos a contratendencia de los desarrollos más reaccionarios del capitalismo neoliberal.
3 La migraciones, arriesgando la vida en una barcaza sólo para cuando llegas a un país central te basureen, como mínimo, vivas toda tu vida ilegal, etcétera, eventualmente el deporte, etcétera, subsisten como otras tantas vías de escape a la barbarie y/o acceso social eventual pero está claro que ninguna de estas “vías” es tan orgánica, tan masiva, como la educación.
4 Está clarísimo que el internet es una fuerza productiva, no se puede tener dudas al respecto. Pero como toda fuerza productiva tiene dos caras: si se la aprovecha en desarrollos emancipadores, por así decirlo, productivos en un sentido beneficioso en general, es progresiva, pero si es aprovechada para multiplicar la alienación de las personas, para someterlas más, para atomizarlas y fragmentarlas, es regresiva.
5 Han supervalorado tanto el aspecto progresivo del internet y la virtualidad, su necesario uso en la pandemia, que han desplazado de su horizonte la lucha por el colectivo de los trabajadores, por el colectivo estudiantil, por el colectivo de mujeres, etcétera (por cualquier manifestación que se exprese de manera práctica y activa, material y presencial).
6 Hay que distinguir aquí dos tipos de relacionamientos con la realidad. La realidad se nos presenta siempre a los revolucionarios de mantera contradictoria, supone tendencias tanto progresivas como regresivas. Aquellos que niegan los aspectos progresivos que vienen de esta realidad surcada por tendencias contradictorias, que no ven lo progresivo dentro de esa totalidad, tienen una relación sectaria o dogmática con esta misma realidad; pero aquellos que se adatan a alguna tendencia de la realidad tal cual es, que hacen ideología alrededor de la misma, que no la abordan críticamente, se adaptan oportunistamente a ella comprando tanto sus aspectos progresivos como los regresivos también.
7 Esto lo decimos sólo a modo ilustrativo. Hay que tomarlo con pinzas porque todavía el virus puede evolucionar para peor y la trayectoria mundial de la pandemia está absolutamente abierta.
8 Desde luego que esto no es mecánico, que confluyen una serie de circunstancias, pero atentos que si el grado de contradicciones de una sociedad está muy al rojo vivo y si, por los demás, se debió pasar por un largo período de pandemia y cuarentena donde, por lo demás, existieron muchos contagios y fallecidos, donde las autoridades se mostraron insensibles, etcétera, en estos casos las cosas quedan más dispuestas para la rebelión.