El principio del fin
Por último, nos queda ver cómo esta revolución que había conformado la COB y poseía las armas, llega a un punto donde inevitablemente empieza a retroceder. El impulso que dio la revolución no podía mantenerse eternamente; el imperialismo a través del MNR empezó a trabajar en la conformación de lo que todo Estado no puede dispensar, que son sus fuerzas represivas.
Este partido originalmente pequeño burgués, pero rápidamente devenido en burgués, siempre estuvo en contra de la revolución, sólo que al verse inmerso en una situación como la que produjo el proletariado del 52, no le quedó otra alternativa que controlar la situación.
Así es como se llega al Primer Congreso de la COB. En este primer congreso, realizado en octubre de 1954, ya el partido de Paz Estenssoro había consolidado el aparato estatal y burocratizado toda la dirección. Todas las movidas para sacar a los revolucionarios que aún quedaban fueran hechas para llegar al primer congreso con propuestas ya realizadas en los pasillos del Palacio Quemado.
Las resoluciones se separaban lo más posible de las tesis de Pulacayo, que habían sido la base programática de su conformación. Pero lo que termina de definir el carácter de este congreso fue la resolución de la conformación de un ejército con la ayuda de Estados Unidos.
Al respecto Oliveira dice lo siguiente: “Desde un inicio [la COB] se posicionó en contrario a la reorganización del Ejército; (luego) Lechín terminó por aceptarla. En el apogeo de su poder, la milicias agrupaban entre 50 y 70.000 hombres armados, contra los 8.000 soldados del ejército a construirse” (ídem: 125)
Así es como termina la etapa de ascenso revolucionario; más tarde empezará el desarme de estas milicias y la consolidación del Estado, así como la consolidación del gobierno del MNR, que de Paz pasa a Siles Suazo.
Posteriormente, el retroceso de la revolución se fue haciendo cada vez más imparable. En una completa “vuelta de campana”, en 1964 caía el tercer gobierno nacionalista, nuevamente de Paz Estenssoro.
El nuevo jefe era el general Barrientos, el mismo bajo el cual cayó muerto el Che en su fallida aventura boliviana. Barrientos tuvo la política de ganarse al campesinado contra la clase obrera minera.
Sin embargo, la inmensa riqueza de la historia de la clase obrera boliviana no termina allí. Tendrá nuevos capítulos a comienzos de los años 1970, inhibidos nuevamente a sangre y fuego con la dictadura del general Banzer.
El “tándem” Siles Suazo-Paz Estenssoro volverá a gobernar Bolivia en la década del 80 con la ayuda de Lechín, cuando caía la dictadura. Lo hicieron para terminar de “cerrar el círculo” de la revolución de 1952: dieron un brutal giro neoliberal que, cerrando y privatizando la minería, impuso una derrota histórica al proletariado minero, “la única clase moderna de Bolivia”, como decía Zavaleta Mercado.
Una derrota de la cual la clase obrera boliviana aún no se ha repuesto, de ahí la “dominación plebeya” encarnada por el gobierno del MAS y su recuperación del tramposo relato de la “revolución nacional”.
De ayer a hoy
De las conquistas que se lograron en el 52 queda bastante poco. Pero algunas son para tomar en cuenta. La principal es la memoria colectiva de que la clase obrera minera tiene una trayectoria de lucha y es reconocida por la población. Esto se puede percibir fácilmente cuando los mineros bajan desde sus distritos a la ciudad de La Paz.
Por otro lado, la COB hoy día sigue siendo una limitante –a pesar de su oficialismo– contra las medidas que quiere imponer el gobierno; es un centro de aglutinación del descontento social.
Sin embargo, todavía se sigue peleando por la conformación de un Instrumento Político de los Trabadores, propuesta que ya hace dos congresos de la COB es parte de sus resoluciones, pero hasta hoy no ha sido posible todavía crear un Partido de los Trabajadores que termine dando una alternativa de clase. En parte porque todavía sigue pesando la burocracia sindical masista en todos los organismos de los trabajadores.
Como hemos señalado, la nacionalización de las minas se revirtió en 1985. Pero en este último período, desde las “guerras del agua” y el Octubre del 2003 que abrió el ciclo de rebeliones en Bolivia, a través de incansables luchas con muertos y heridos, los trabajadores mineros han podido lograr que se nacionalice Huanuni, Colquiri y Vinto.
Por supuesto que esto todo muy mediado por el gobierno del MAS, y en una etapa donde no quedaba otra salida. Esto ocurrió entonces como conteniendo una posible “mini-rebelión” que podría ser difícil de parar si, como ya ha sucedido varias veces, es sobrepasada la dirección burocrática.
Por otro lado, y dado su carácter de clase, el gobierno incentivó solamente la producción minera a través de las cooperativas. La pequeña propiedad es lo que le interesa al gobierno. Es antiestatista y antiobrero en su política.
Los ataques que han sufrido los trabajadores hacen pensar a la gente que el neoliberalismo de los años 90 era muy parecido a la época actual.
Las cooperativas mineras tienen hoy 130.000 socios y pueden movilizar hasta 30.000 “cooperativistas” en las manifestaciones.
La cuestión es que estas cooperativas se organizan para pagar lo menos posible de ganancias. Su proyecto de país no viene aparejado con la nacionalización de la minería y la industrialización del país, como se planteó en la agenda de Octubre, sino que realizan las cosas para apaciguar las aguas, como fue la “nacionalización” de los hidrocarburos en el 2006, que sólo fue un reajuste de los contratos de consignación y que dio más aire en cuestión de ingresos al Estado.
Hacemos este recuento porque creemos que hay cierta similitud, en pequeña escala y a otro contexto, con el gobierno del MNR del 52: a éste le tocó reabsorber una revolución proletaria, al MAS, una rebelión popular plebeya.
En la primera se realizaron las nacionalizaciones de las minas o de las tierras con la reforma agraria de manera que no las controlaran de manera directa y desde abajo los propios trabajadores sino el aparato del Estado.
Ciertas reformas que ha hecho el MAS hoy en día sólo son de un nivel superficial, sin tocar la gran producción. En el caso de la minería, no se ha movido un dedo para industrializar los minerales. Todavía Bolivia sigue exportando la mayoría de sus minerales como salen de la tierra, sin ningún procesamiento o separación. En algunos casos se vende, por ejemplo estaño, pero al no tener la tecnología para separar minerales, se termina regalando esos otros minerales. Para no hablar de que sigue siendo una economía totalmente dependiente de los precios del mercado internacional.
Hacemos esta comparación porque es muy característico de los gobiernos reformistas que tienen algún peso en el movimiento de masas engañar constantemente a la población con medidas a mitad de camino. Pero la población en Bolivia ya tuvo experiencias suficientes, como fueron los casos del Gasolinazo o del Tipnis (que hemos tratado en ediciones anteriores de esta revista), con el resultado del descontento mayoritario con el MAS.
Lo que dejó la experiencia de 1952
Como señalamos arriba, lo más importante que dejó la revolución de 1952 está en la memoria colectiva: de alguna parte tiene que salir la inmensa capacidad de movilización que expresan los explotados y oprimidos en Bolivia. Bolivia es un país marcado, incluso hasta hoy, por una de las más grandes revoluciones proletarias ocurridas en el continente latinoamericano en todo el siglo pasado, más allá de que haya resultado fallida.
Hoy el proceso no es básicamente obrero, sino popular. Con el proletariado minero diezmado en la década del 80, la recomposición de una nueva clase obrera ha venido siendo un proceso lento. Esto mismo ha debilitado la COB en beneficio de las organizaciones representativas del campesinado o la población originaria urbana, y aprovechado por el MAS como gobierno capitalista de frente popular, defensor de la propiedad privada, la grande y la pequeña.
En este contexto, retomar la experiencia de 1952 tiene una condición política: que la clase obrera avance en su independencia de clase. Para esto hace falta la independencia de la COB y la formación de un partido revolucionario, tarea pendiente desde hace décadas.
En este sentido, la conformación del Instrumento Político de los Trabajadores es un paso transitorio importantísimo para proponer una alternativa a los trabajadores y que un amplio sector vaya haciendo una experiencia de independencia de clase. Esto podría crear las bases hacia la formación de un partido revolucionario que en el momento oportuno pueda ser el instrumento para dirigir una nueva revolución que retome las banderas de 1952. Hoy esta tarea está por realizarse.