El distanciamiento físico es importante para detener la propagación del virus, pero “son medidas defensivas que no nos ayudan a ganar. No se puede ganar un partido de fútbol defendiendo. También hay que atacar. Para ganar debemos atacar al virus con tácticas agresivas y específicas: probar cada caso sospechoso, aislar y cuidar cada caso confirmado y perseguir y poner en cuarentena cada contacto cercano”.
Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la Organización Mundial de la Salud, El coronavirus y el colapso de los sistemas de salud capitalistas Socialismo o Barbarie 30/03/2020
Desde principios de mayo, los países de Europa Occidental y Estados Unidos, los que entonces eran el epicentro de la pandemia, han venido ensayando flexibilizar las pautas de cuarentenas y distanciamiento social, ante la disminución de casos y muertes, en distinta gradación, incluyendo la reapertura de escuelas y negocios. Esta nueva política no obedece a un estricto criterio sanitario, sino más bien a la preocupación por la estrepitosa caída de los negocios, reflejada en las palabras del Secretario del Tesoro yanqui, Steven Mnuchin, quien advirtió sobre “daños económicos permanentes, a menos que Estados Unidos comience a reabrir negocios”; eso sí, de una “manera reflexiva”, aprovechando también cierto cansancio de la población ante la prolongación de las cuarentenas.
A más de dos meses de la declaración de pandemia por la OMS, y llegando a los 5.000.000 de infectados y 325.000 muertos, está claro que la inmensa mayoría de los gobiernos no siguió la política de testear masivamente, aislar a los confirmados y poner en cuarentena a todos su contactos cercanos. Esta política pareciera sencilla, pero requiere una acumulación anterior de recursos en la salud pública que, producto de décadas de vaciamiento los países no tienen, y una movilización general humana y de recursos actual, que no quisieron hacer: de ahí que hemos oído hasta el cansancio la preocupación por “achatar la curva” de los contagios, pero poco y nada de “subir el piso” de los recursos. Ello implicaba, en primer lugar, multiplicar las camas de cuidados intensivos, de respiradores y del personal entrenado en su manejo, y en segundo lugar, de brindar los equipos de protección personal adecuados a las y los trabajadores de la salud, e incrementar su plantel, que ha ido en disminución también a lo largo de décadas.
En notas anteriores hemos dado cuenta del faltante de los equipos de protección personal necesarios para el personal sanitario, lo que le provocó un alto porcentaje de contagios y víctimas. También del colapso de las terapias, de la limitación de internaciones y uso de respiradores, además del contagio masivo en las residencias de ancianos, el sector más vulnerable de todos, a los que se dejó librados a su suerte. Si no quisieron hacer lo elemental, ¿cómo entonces se iba a equipar el ejército de decenas de miles necesarios para rastrear los casos, y una vez ubicados, dónde se iba a alojar a los contagiados para aislarlos, con los hospitales colapsados? Y si esto es para los “países desarrollados”, ¿qué quedaba para el resto del mundo? Ejemplos como el de China construyendo un hospital en 10 días y movilizando miles de médicos y enfermeras a Wuhan no se ha visto en ningún lugar. Tampoco la campaña furiosa de testeo masivo como en Corea del Sur.
La Universidad J. Hopkins está tratando de formar en Estados Unidos una ”red de rastreadores de contactos, personas capacitadas para rastrear a personas posiblemente infectadas y mapear sus exposiciones a otros, parte detective, parte terapeuta y parte trabajadora social”; una iniciativa loable apelando a la solidaridad de la población, pero de tipo individual, movida por la impotencia ante la inacción estatal, pero sin posibilidad alguna de reemplazar la acción centralizada, más aún en un país de dimensiones continentales. De hecho es la misma Universidad la que está centralizando los datos de los contagios, muertos y testeos en el país, ante el continuo vacío estatal.
Recién ahora el CDC (Centro de Prevención y Control de Enfermedades) ha empezado a publicar los test realizados, casi 13 millones, pero ni siquiera logra coincidir con los datos de cada estado; así Florida informa 700.000 test mientras el CDC da cuenta de 900.000. Además, ante la ausencia de normas federales, cada estado decide los criterios epidemiológicos: lo que es fiebre, como posible síntoma, en un estado, no lo es en otro y en una confusa mezcla de restricciones, dentro de cada condado, como en Los Ángeles, conviven ciudades afectadas con otras menos, que pujan por eliminar todas las restricciones.
Desde principios de mayo, solo seis estados continúan con la cuarentena, y en uno de ellos, Wisconsin, la Corte Suprema estatal ordenó el 13 de mayo levantarla por “atentar contra la libertad”. Las cuarentenas se decretaron tardíamente por cada gobernador, en general a partir de fines de marzo (la primera de todas en California se decretó el 19/3) mientras el virus circuló libremente desde febrero. Ya a partir de fines de abril diversos estados fueron relajando las restricciones, hasta llegar a permitir la apertura de gimnasios y bares, permaneciendo cerrados sólo los cines, teatros y espectáculos deportivos.
La CDC había anunciado un protocolo de pasos de reapertura a seguir, pero fue desechado por Trump por “demasiado detallado” y tampoco se respetó el criterio que aconsejaba no empezar a salir de las cuarentenas hasta que no haya habido por lo menos dos semanas de disminución de casos, se tenga suficiente capacidad de testeo y de rastreo de contagios, y la suficiente capacidad de atención hospitalaria en caso de un rebrote. Porque si bien Estados Unidos pareciera haber pasado el pico de contagios (36.000 nuevos casos el 24/4 contra 20.000 el 19/5) y en su número de muertos (2.800 el 21/4 contra 1.400 el 19/5), como tituló el New York Times: “No se deje engañar por el aplanamiento de la curva”, ya que el descenso de los números está explicado por el descenso de sus estados más afectados, el de Nueva York que, junto a su vecino Nueva Jersey, concentran más del 30% de los casos del país. Illinois (Chicago) y California con 98.000 y 84.000 casos no registran descenso, mientras que Texas con 50.000 está en ascenso.
Trump ha alentado los levantamientos de las cuarentenas y más aún, demostraciones armadas como en Wisconsin, ahora fantaseando y presumiendo de conseguir rápidamente una vacuna a través de la “Operación velocidad de la luz”, una iniciativa de carácter público-privada al mando de un ex CEO de una empresa de biotecnología, en coordinación con un general del Ejército. Nadie sabe cómo funcionará en concreto el experimento, salvo que el gobierno pondrá miles de millones de dólares a las empresas que serán distribuidos por alguien que “ayudó a crear 14 nuevas vacunas”, según Trump: un caso único en la historia, no sólo por la burrada de las catorce vacunas, sino porque como si algún ejecutivo crease algo útil socialmente alguna vez.
Estados Unidos ha llegado a los 93.000 muertos. Algunos modelos, como el de la Universidad de Washington, en función del comportamiento pasado, pronostica 143.000 muertos, en un intervalo de entre 115.000 y 207.00, hasta agosto, no recogiendo variaciones sustanciales con el relajamiento de la cuarentena. Pero aún es demasiado poco lo que lo se sabe del virus: “teorías” como que “se va con el calor” han sido desechadas y también sobre su ritmo de propagación, que es sumamente desigual entre países, y aun dentro de cada país. El riesgo de un rebrote no está considerado en este modelo, que llevaría al país a la catástrofe de la “gripe española” de hace más de un siglo, y su posibilidad no inmuta a Trump ni a la mayoría de los gobernadores republicanos: “los empresarios primero” es su lógica.
Europa para los empresarios
Italia, Francia España y Reino Unido han sido los países más golpeados en número de contagios y muertos. Todos, excepto Reino Unido, han disminuido drásticamente el número de nuevos contagios diarios y muertes. Pero a la vez ha aparecido Rusia con una explosión de sus casos, que la ubican en el segundo lugar mundial en número de contagios. Porque ahora y no antes, es una pregunta para la que nadie tiene respuesta. El mismo Reino Unido muestra un retraso en su curva, a pesar de ser el último en entrar en cuarentena. Tampoco hay una respuesta clara porqué los países de Europa del Este no han sido castigados tan severamente, ni la especificidad de Bélgica, que tiene el mayor número de muertos per cápita de toda Europa. Alemania, con su elevado número de casos y su relativamente reducido número de muertos, también es un caso extraño. La superioridad de su sistema de salud pareciera una insuficiente explicación para sus 8.000 muertos contra los 35.000 del Reino Unido o los 27.000 de España.
Todos igualmente empezaron a relajar el distanciamiento social, como si sus casos fuesen idénticos. Alemania llegó a relanzar su campeonato de fútbol, sin público, aunque quizás quien más lejos haya llegado ha sido Francia, con su intento de reabrir sus escuelas; es que la medida “universal” ha sido el cierre de las escuelas, ya que las cuarentenas han tenido todo tipo de graduación: la clase trabajadora ha sido más o menos “esencial” en cada país, variando el grado de cierre, obligándola a exponerse no sólo para garantizar un mínimo funcionamiento social, sino también la ganancia empresarial.
Ahora empiezan a florecer supuestos “protocolos” de trabajo para garantizar el control de la pandemia en la “vuelta a la normalidad”, que olvidan responder a la siguiente pregunta: en las grandes urbes, ¿cómo ir a trabajar evitando la aglomeración masiva del transporte público? El consejo de Boris Johnson, de ir al trabajo caminando o en bicicleta sólo lo puede dar un cínico de su calibre. Escocia, a pesar de estar menos afectada que Inglaterra calificó a la medida de “potencialmente catastrófica” y no levantará el bloqueo.
Pero repetimos que los “relajamientos” para volver a la misma situación anterior son una apuesta muy peligrosa: sin capacidad de testeo (quien más lejos llegó fue España al controlar el 6% de su población), sin capacidad de rastrear los contagios, ni de actuar sobre los grupos vulnerables, pretender volver a exponer a “la primera línea” como si nada hubiese pasado. Es jugar el segundo tiempo con medio equipo: ni siquiera hay acuerdo del grado y tiempo de inmunidad que ahora tienen los contagiados que se curaron, ni se ha avanzado en el desarrollo de antivirales, menos complejos que las vacunas, que no curarían pero salvarían vidas.
Corea del Sur, que contuvo su curva en hoy unos sorprendentemente bajos 10.000 casos y 260 muertos en fecha tan temprana como principios de marzo, en parte a los testeos masivos, y en parte al brutal control social de su población (a los afectados se les coloca un brazalete electrónico para controlar que no rompan su aislamiento) se ha visto obligada recientemente a cerrar todos los bares de Seúl ante la amenaza de un rebrote.
En China, en la ciudad de Wuhan, donde surgió la pandemia, las autoridades ordenaron el trasteo de sus 11 millones de habitantes, cinco semanas después que la ciudad se había librado de la enfermedad, por la aparición de seis contagios. Por su parte, la ciudad de Jilin entró en un bloqueo parcial, se cerraron las escuelas y se prohibieron las reuniones ante la aparición de 21 nuevos casos. China parece haber aprendido del precioso tiempo que perdieron en diciembre negando la enfermedad y dilatando todo.
Mucho más cerca, el levantamiento de las ya de por sí débiles restricciones en Chile, llamada “nueva normalidad”, han provocado una explosión de casos en dos semanas llevándolo de 12.000 casos a más de 50.000, obligando a decretar la cuarentena total en Santiago. Hoy Chile es el país con más nuevos casos per cápita del mundo, porque las medidas de distanciamiento social no tienen efecto inmediato: los contagios que se manifiestan hoy pueden haber sido contraídos hasta catorce días atrás, y una vez que el factor de contagio se dispara la progresión es imparable.
Brasil es el otro ejemplo latinoamericano de no hacer cuarentenas: está ubicado tercero en número de contagios.
Los gobiernos capitalistas enfrentaron la crisis, visto lo pasado en China, con distintos grados de cuarentenas, de efecto limitado y primitivo, pero a falta de todo lo demás, que no están dispuestos a hacer, lo único efectivo hoy. Eso produjo una grave contracción económica, a la que han respondido en general con una emisión monetaria nunca vista para “salvar la economía” y que en muchísima menor medida ha llegado a los bolsillos de los trabajadores.
Pero salvar las vidas nunca fue su principal interés; obligados por las circunstancias impusieron medidas que pasado el pico de la crisis tratan de dejar atrás no por criterios epidemiológicos sino para los que gobiernan: garantizar la ganancia capitalista. Será obra de las y los trabajadores, ejerciendo en primer lugar la solidaridad entre los de abajo, enfrentar esta nueva circunstancia para garantizar la salud y no las ganancias. ¡La vida de la clase trabajadora primero!