El primer dato de esta elección es el triunfo de Marine Le Pen. Con este resultado, la extrema derecha fue la vencedora, de igual manera que en otros países europeos, formando parte de un fenómeno de giro a la derecha que viene expresándose a nivel internacional. Este triunfo es una señal de alerta, porque el “RN” es una formación que expresa un programa antiobrero, acompañado de un peligroso discurso xenófobo y racista. En los momentos en que este balance es publicado, Le Pen aprovechó su triunfo para exigir a Macron la disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de nuevas elecciones nacionales.
En segundo lugar, casi con el mismo caudal de votos, encontramos a la lista del presidente Macron, que luego de meses de movilizaciones de los Chalecos Amarillos en contra de su política antisocial, retrocedió dos puntos con respecto a la primera vuelta de las presidenciales de 2017 y cedió el liderazgo al RN. En este sentido, parte de la explicación podría ser que tanto Le Pen como Macron aprovecharon para jugar la carta de una falsa oposición entre ambos, intentando posicionarse como las principales opciones que competían entre ellas, una falsa polarización que rechazamos porque ninguno de los dos tiene nada bueno para ofrecerle a los trabajadores.
Luego, hay un fenómeno que vale la pena señalar y tiene que ver con la enorme crisis de los partidos tradicionales franceses, cuya alternancia había garantizado la vida política de este país durante las últimas décadas. En efecto, a la caída en picada del Partido Socialista que obtuvo un magro 6%, se le sumó la profunda caída de Los Republicanos. La formación de derecha obtuvo el 8% y parte de esos votos fueron a parar a Macron, que a su vez perdió a una parte de su electorado frente a los ecologistas.
Sin lugar a dudas la buena elección de los verdes que se convirtieron nada menos que en la tercera fuerza fue una sorpresa, que tiene su explicación seguramente en las grandes movilizaciones por el clima que se hicieron presentes en Europa en los últimos meses. Por su parte, otra de las sorpresas fue la mala elección de La Francia Insumisa de Mélenchon, quien retrocedió enormemente en sus posibilidades electorales, pasando de encarnar la oposición institucional “por izquierda” a Macron, a quedarse con solo el 6% de los sufragios.
Estos datos nos permiten hacer algunas apreciaciones. En primer lugar, hay que señalar que el resultado de esta elección refleja de algún modo el clima de movilización que se vive en el país, pero cuyo traslado al plano político no sucede de forma mecánica y cuesta mucho más lograr que esa representación se exprese políticamente en las elecciones. Nos referimos aquí al problema de que la progresiva movilización de los Chalecos Amarillos, expresando demandas sociales y democráticas contra el gobierno de Macron, no haya logrado encontrar un cauce claro para expresarse por medio de una lista con un programa definido, sino que lo que se vio en las urnas tiene que ver con esa dispersión y fragmentación que se ve también en las calles. En este sentido, también hay que tener en cuenta el porcentaje de abstención, que si bien fue menor que en el 2014, rondó en poco menos del 50% del electorado.
De este modo, la crisis de los partidos tradicionales abre la puerta a que surjan nuevas opciones políticas y es a partir de allí que se abre un abanico de opciones, en las que a la extrema derecha le resulta más fácil posicionarse como alternativa, acompañando los vientos que soplan a nivel continental, sin que esto les otorgue una victoria cristalizada definitiva.
En el marco de esta dispersión y en el contexto del triunfo de la extrema derecha que busca dar lugar a una suerte de oposición entre Macron y Le Pen, la ausencia de la izquierda revolucionaria en la contienda política -amén de la campaña de LO- es un grave problema que desperdicia una oportunidad política y que no se pone a la altura de las necesidades actuales, con la desaparición del NPA de la escena electoral a solo dos años de haber hecho una muy buena campaña alrededor de la figura de Philippe Poutou.
Porque hace falta más que nunca poner en pie una alternativa de clase, con un programa revolucionario, que logre concentrar la necesidad de enfrentar al gobierno de los ricos de Macron, con la pelea necesaria contra la extrema derecha de Le Pen, por la libre circulación e instalación de los inmigrantes, por los derechos de las mujeres y por un plan de salida frente a la urgencia climática.
Desde Socialismo o Barbarie entendemos que el NPA tiene que cumplir este rol de dar una alternativa de nuestra clase que pueda encausar políticamente los numerosos movimientos sociales que se vienen desarrollando sobre todo alrededor de los chalecos amarillos y de las marchas de la juventud por el clima. Porque se hace urgente la necesidad de construir un partido de trabajadores al calor de las luchas actuales.