Las jornadas de abril

Es la clase obrera la que hace la revolución.

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El MNR, a través del jefe de la policía, comandada por el general Selene que estaba incorporado en la Junta Militar, planificaba la conspiración que lo llevaría al poder. El golpe tenía que ser rápido, sin derramamiento de sangre. El MNR tenía previsto la incorporación de algunos regimientos del régimen a su bando.

Pero muy temprano, el 9 de abril, se vieron las dificultades de una movida rápida. El general Torres se mantuvo fiel al régimen y agrupó a cinco regimientos cercanos a la base aérea de El Alto.

Esta intentona de golpe se dará en horas de la mañana; ya en la tarde la derrota estaba consumada para el partido nacionalista. Siles Suazo anunciaba la “derrota” diciendo en su discurso: “Volveremos, venceremos, perdonaremos”.

El ejército, ya apostado en la periferia de la ciudad, se disponía a bajar y controlar la insurrección; para esto, corta la luz de la ciudad y da un ultimátum de rendición para las 4 de la mañana. El MNR propone la rendición para no crear más muertos. Es en esta noche del 9 de abril cuando el proceso se convierte en revolución proletaria.

Por supuesto que esta visión no es reconocida por el MNR y así es como se fue desvirtuando histórica y políticamente la jornada. En este texto tratamos de develar cómo es el proletariado minero y fabril el que realiza la revolución y no la militancia del MNR, que sólo se apodera del gobierno en una movida oportunista.

“El poder fue a dar a manos del frente de masas y, por un momento, se concentró en la clase obrera. Después, vista la impotencia de las masas ante sí mismas, el poder fue a dar a manos, en lo esencial, de la pequeña burguesía en su contenido pre-burgués” (Zavaleta Mercado, 50 años de historia: 69).

Veamos cómo se desarrollan estos acontecimientos desde las últimas horas del día 9 hasta el 12, en el que Torres firma la rendición en Laja. Queremos dar algunos detalles de cómo fue la contienda para que se entienda mejor el papel de la clase obrera en la destrucción del ejército.

Se darán tres batallas en la ciudad de La Paz. La primera son los enfrentamientos que se darán el barrio de Miraflores, donde se encuentra el Estado Mayor del ejército que tenía como refuerzo al regimiento Lanza. Otro punto de conflicto será el barrio Villa Victoria, del otro lado de la ciudad. Y, por último, se dará la batalla para tomar la base aérea de El Alto.

También se darán importantes enfrentamientos en la ciudad de Oruro, frenando el avance de los regimientos que pretendían asistir con material a los regimientos que estaban combatiendo en La Paz.

Los enfrentamientos empezarían en Miraflores con algunos militantes del MNR. Pero esto va tomando diferentes proporciones de lo que imaginaban los movimientistas. “Vecinos de la ciudad de La Paz se plegaron a la lucha al calor de los acontecimientos. A estas personas les faltaba una fuerte identificación previa con la insurrección, pero, al ver la magnitud de los acontecimientos, se plegaron y lucharon firmemente contra las tropas del ejército. Se sumaban y comprometían con el curso de una acción que habían iniciado otros pero que asumían como también propia” (M. Murillo, La bala no mata sino el destino: 58).

El regimiento Lanza estaba apostado en lo que hoy es la plaza Triangular y logró en primera instancia repeler la avanzada de los rebeldes, que luego se posicionaron en el cerro Laikakota. “En Laikakota no había un jardín como ahora, era solamente un amplio espacio geográfico. Era especial, tenía visibilidad a todos los sectores; de ahí se miraba fácilmente al Estado Mayor. Era el lugar estratégico para controlar la salida de los caimanes. Desde ahí fácilmente se podía lanzar granadas a los caimanes que salían del Estado Mayor. Ahí pelearon los del Ejército contra nosotros” (ídem: 72).

El enfrentamiento duró hasta la noche, cuando los rebeldes pueden dar duros golpes al ejército por estar en un lugar estratégico. La contienda terminó con la destrucción de dos compañías del regimiento y el intento de tomar el Estado Mayor.

“La fuerza popular resultaba cada vez más numerosa y los del ejército sufrían derrotas en cada esquina. La falta de refuerzos –ninguno de los regimientos de El Alto pudo llegar hasta el barrio de Miraflores– la falta de munición y el desorden logístico hacían que en la batalla el bando de los insurrectos llevara las de ganar. Combatieron durante todo el jueves 10, hasta que en horas de la tarde prácticamente todas las tropas del regimiento Lanza ya se habían refugiado en el interior del cuartel del Estado Mayor” (ídem: 74).

Por otro lado, las tropas del ejército pretendían tomar la Casa de Gobierno, pero en las inmediaciones de la Plaza Murillo tuvieron que retroceder por falta de suministros y la gran cantidad de bajas que estaban sufriendo. Esta compañía retrocederá también para refugiarse en el Estado Mayor.

“A lo último han entrado en gran cantidad [los obreros] y han tomado el Estado Mayor. Han rodeado, a nosotros nos han hecho formar una fila, a algunos los han matado”, comentaba el soldado Gonzalo Murillo. Así, a buena parte de la oficialidad se la fusiló dentro de los carteles que fueron tomados por la población. Esta acción se repetirá a lo largo de los dos días siguientes al comienzo de la insurrección.

Mientras tanto, en otro sector de la ciudad, Villa Victoria, el barrio fabril por excelencia, hacía frente al avance del ejército. La policía que se enfrentó con el ejército en el cuartel Calama no pudo mantener el combate, estaban en huida y es cuando van en dirección a Villa Victoria.

Es en este momento, sin premeditarlo, que se convierte en emboscada para el ejército. La población de Villa Victoria tenía algunos ex combatientes del Chaco y la masacre de 1950 estaba en el recuerdo reciente. La cuestión es que este barrio obrero no perdonó y cobró sus muertos. “Tranquilos hemos entrado al cementerio, pero más tranquilos porque Villa Balazos derrotó al Ejército en Villa Victoria, ya pudimos subir con ellos más. Hemos servido de cebo para subir al ejército en Villa Victoria, y ahí los han hecho bolsa” (ídem: 81, entrevista a Luis Baldivia). Es así como el ejército va teniendo las primeras derrotas entre el miércoles 9 y jueves 10. Después de esto los obreros se preparaban para subir a El Alto, donde estaban apostados los demás regimientos.

Los testimonios de los participantes coinciden en el carácter de Villa Victoria: “Entonces el barrio era obrero fabril, entonces para esas acciones se han armado y todos tenían ya sus armas, sus municiones, porque en diferentes choques que han tenido, han vencido a los militares y han saqueado armas. Eran casi participantes de la guerra del Chaco, eran hombres fabriles y de esa manera ha contribuido Villa Victoria a la revolución” (ídem, entrevista a Hugo Tapia).

Es la clase obrera la que hace la revolución, sin duda, pero seguiremos viendo la capacidad de lucha de esta clase y cómo van cayendo uno a uno los regimientos que intentaban poner freno a la masa proletaria que amenazaba con hacerlos desaparecer.

Los mineros entran en escena

Para el 10 de abril el ejército se preparaba para bombardear la zona de las insurrecciones; se esperaba que fuera una rápida victoria. Pero luego de que los mineros conquistaran el arsenal de Plaza Antofagasta y repartieran las armas y municiones, la revolución fue tomando cuerpo. También la captura de un tren por los mineros de Milluni, que traía equipo y armamento para reforzar los regimientos, fue decisiva para torcer la balanza a favor del proletariado.

Un dato fundamental a tomar en cuenta es que al ver el grado de confrontación muchos soldados se negaban a combatir; en muchos casos se pasaron al lado del proletariado.

Pero veamos antes la batalla que se dio en El Alto. Por orden de Torres se encontraban cinco regimientos del ejército preparados para descender la ciudad de La Paz. Fueron movilizadas tropas desde Guaqui, Achacachi, Viacha y Corocoro.

Desde la ciudad los revolucionarios se preparan para subir por dos sectores. La intención era dividir al ejército, o sea, hacerlo pelear en una correlación de fuerzas menor. Ésta es una enseñanza de la guerra del Chaco; veremos enseguida cómo se da esta lógica.

Al no poder bloquear la subida de los revolucionarios, el ejército se desarticula porque no puede trabajar en conjunto; en cambio, las fuerzas revolucionarias disponen un cerco a cada uno de estos regimientos hasta que cada uno de ellos va rindiéndose.

“Hicimos una especie de media luna y ahí fue el enfrentamiento; estuvo el regimiento Bolívar desde el Faro Murillo hacia La Ceja, y de La Ceja a este otro lado estuvo el regimiento Pérez de Infantería. Eso fue el 10 en la noche. No sé qué conexión había para conseguir esa conexión tan bonita entre los tres grupos para emboscarlos al Pérez y al Bolívar. Fue un cerco perfecto” (idem: 107, entrevista a Luis Baldivia).

Los distintos contingentes de revolucionarios fueron subiendo y haciendo el cerco a los regimientos. El primer regimiento en caer fue el Pérez, que llevó la peor parte al estar totalmente atrapado sin posibilidad de maniobra. Es acá cuando se quiebran los ejércitos y la deserción se vuelve a favor de los insurrectos, dando la victoria a la mayoría armada: “Se rindieron y entregaron sus armas pero les hemos tenido que devolver porque se dieron la vuelta la chaqueta y combatieron con nosotros. Muchos soldados del regimiento Pérez lucharon con nosotros contra el Bolívar (…) entonces el enfrentamiento tenía que ser contra el regimiento Bolívar, que ya nos metía morteros, hasta cañonazos, así que también los vencimos porque ya combatíamos con gente… Más muchos soldaditos que se han dado la vuelta, se pusieron la gorra al revés y la chaqueta, ellos nos ayudaron a combatir al Bolívar” (ídem: 109).

No antes podía esperarse que los soldados desertaran, sino en el momento justo cuando la derrota y la muerte se hacen cada vez más palpables.

Pronto la batalla se potencia con nuevos integrantes. El objetivo era terminar de destruir al ejército. Quedaría en pie el regimiento Bolívar; la suerte ya estaba echada: la multitud en armas no podía ser frenada.

Al amanecer del día 11 ya los regimientos no existían más. Las fuerzas represivas de la “Rosca” habían caído por el poder obrero. Se calcula que más de 35.000 fusiles pasaron a manos de la población, sin contar morteros y ametralladoras.

Sólo faltaba tomar la base aérea. Los mineros de Milluni se encargarán de eso, como habían planificado en una asamblea realizada antes de salir en marcha hacia la ciudad. La presencia de los mineros le da un carácter muy diferente a la insurrección: lo que había empezado como un intento de golpe de estado se ha convertido verdaderamente en una revolución.

“Los mineros de Milluni atacaron a los militares que ya estaban en retirada y les infligieron, a punta de dinamitazos, duros golpes en la retaguardia. Por atrás los han agarrado, mis compañeros contaban que llegando estaban cuando les han dado por atrás, en plena espalda” (M. Murillo, La bala no mata sino el destino: 112, entrevista a Venancio Calderón). Tal es la dureza de la revolución que termina destruyendo al último bastión de resistencia.

Mientras tanto, en la ciudad de Oruro la situación no era muy diferente. Todo empezó de parte de los mineros cuando intentaban tomar al cuartel Camacho. A pesar de lo desigual del enfrentamiento y de las pocas esperanzas de victoria, los mineros lograron doblegar la resistencia de los soldados y tomaron el cuartel. Ya adentro los mineros ajusticiaron a los heridos y a un oficial a cargo que quedaba en el cuartel; los demás escaparon.

Al parecer, desde el cuartel pidieron refuerzos a los cuarteles que estaban en la zona. Tres regimientos intentan dar apoyo al cuartel Camacho. El regimiento Ingavi desde Challapata y el Destacamento Andino partió desde Uncía. Por otro lado, parte el regimiento Colorados desde Uyuni.

El regimiento Ingavi saldrá con muy poca munición, sin prever que los mineros de la región estaban a la espera de los contingentes militares que podrían pasar por sus distritos. Ya en Machacamarca los esperaban ansiosos los mineros armados. Bastó matar al oficial a cargo para que todo el regimiento se rindiera. Éstos fueron llevados descalzos hasta la ciudad de Oruro, donde la población quería ultimar a la oficialidad, y una vez más por intercesión del MNR les salvan la vida, llevándolos a otro cuartel.

Por otra parte, al ver la adversa coyuntura, las tropas del ejército empezaron a retirarse hacia el gran arenal que se extiende hasta Machacamarca, seguidas por grupos insurrectos orureños que los perseguían disparándoles sin descanso. “Ya estábamos en el arenal. Fue una carrera de seis kilómetros a través del arenal. Era una pesadilla, no terminaba nunca y las balas seguían. Comenzaron a acercársenos de ambos bandos. Fue en el arenal donde me abandonaron mis clases: eran bachilleres orureños” (López, 1986, citado por Antezana Ergueta). Esta constatación, la de que los bachilleres orureños combatían en una batalla militar contra sus propios conciudadanos, iba a resultar de suma importancia.

La importancia de estos enfrentamientos fue que estos regimientos tuvieron que asistir al regimiento Camacho en vez de ir a La Paz; esto fue posible porque los mineros entraron en combate antes de que se desplazaran las tropas. Ya más tarde, cerca de La Paz, el general Torres firmaría la rendición del ejército en la ciudad de Laja. Pero no sin que antes el MNR se comprometiera, a través de Siles Suazo, a la preservación de la institución del ejército.

Siles proponía una “tregua” sin dar reconocimiento a la revolución, dando garantías de que la venganza no llegaría a los jefes militares que dirigieron la represión. Esto se llamó Pacto de Laja. Lo que decía la declaración del pacto no terminó de realizarse: “El Dr. Siles, jefe de la nueva junta de gobierno, en común acuerdo con el general Torres, compromete la inmediata convocación de elecciones democráticas en el plazo de cinco meses. Laja, 13 horas del 11 de abril de 1952” (E. de Oliveira Andrade, La revolución boliviana).

En cuanto Siles bajó a la ciudad se dio cuenta de que el MNR no controlaba la situación, sino que eran las masas armadas en las calles las que lo hacían. Veía como una situación imposible implantar las resoluciones de tan descarado acuerdo.

La cuestión es cómo se pudo derrotar al ejército en tan corto plazo. La respuesta está menos en la propia revolución que en los antecedentes de la Guerra del Chaco.

Zavaleta Mercado sostiene que el éxito “se fundó en dos pivotes: primero, obligar al Ejército a dividir el combate en infinidad de pequeños combates, con lo que se le imponía entrar en contacto con la masa de la población; en esas condiciones la deserción de soldados alcanzó una proporción enorme. Era la aplicación de la ‘táctica de los corralitos’ usada por los paraguayos al ejército boliviano, pero aplicada a una insurrección urbana. En el combate en la ciudad el dilema se planteaba en los oficiales en términos crudísimos: o arrasaban los barrios uno a uno, con la aviación y las armas pesadas, o se tenía que resignar a luchar casi con los mismos elementos de guerra que usaba el pueblo; es decir, las armas ligeras, con el factor adicional que el número de armas civiles no hacía sino aumentar por la deserción de los soldados o su captura”.

El “corralito” sobre el que hace hincapié Zavaleta era eficaz porque los insurrectos forzaban a los soldados a pelear en un terreno que no les era favorable, en un movimiento de tenaza que les permitía abrir combate simultáneo por distintos flancos. De alguna forma actuaron con las tácticas propias de una “guerra de guerrillas” urbana. La Guerra del Chaco no sólo había mostrado las contradicciones de clase, sino que daba los materiales y el conocimiento para destruir al propio ejército de la oligarquía.

Hoy la mayoría cree que la revolución del 52 estuvo comandada por el MNR; esto es parte del mito de la “revolución nacional” sustentado históricamente por el MNR y defendido hoy por el MAS. Hemos tratado de demostrar lo contrario, retomando el relato de la importancia de la clase obrera, factor determínate en la caída de la “Rosca” y sin el cual no se habría podido desarrollar la revolución.

La cuestión es que a esta clase obrera le faltaba el partido revolucionario para conducirla a la toma del poder; este papel pretendió asumirlo el POR, que en cambio dejó escapar la mayor oportunidad de la historia boliviana.

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