
A varios días del atentado contra Cristina Kirchner parece haber cada vez más preguntas y menos certezas. ¿Quién es Fernando André Sabag Montiel, el joven de 35 años que viste tatuajes nazis e intentó perpetrar un magnicidio sin antecedentes en la historia reciente de la Argentina? ¿Cuáles fueron las razones que lo impulsaron a hacerlo? ¿Actuó solo o como parte de una «célula» organizada? ¿Quién o quiénes lo ayudaron? ¿Qué papel cumplió la custodia policial durante el suceso? ¿Por qué fueron destruidas pruebas esenciales para la causa, como el historial del celular de Sabag?
¿Cuáles son los nexos entre Montiel y las organizaciones derechistas que operan en el país? ¿Qué relaciones tienen dichas organizaciones con el Estado y las fuerzas represivas? ¿Quiénes son los fascistas del grupo «Rittenhouse», que respaldaron el atentado? ¿Por qué los asesores de Patricia Bullrich visitaron el búnker de dicho grupo en junio pasado?
Muchas de estas preguntas son imposibles de responder en la medida que la investigación judicial, por ahora empantanada y poco transparente, no avance hacia resultados concretos. Pero una cosa es segura: Sabag no es «un loquito suelto» y el atentado no fue un acto de «violencia individual», como lo describió Patricia Bullrich.
Aún queda por determinar, concretamente, cuál fue el nivel de planificación del atentado y si existe algún tipo de «círculo» organizado detrás de Sabag. Pero es innegable que el accionar de Montiel recuerda a otros atentados de los últimos tiempos en distintos puntos del planeta. Todos ellos enmarcados por un clima de enorme polarización social y por el ascenso de formaciones derechistas y semi – fascistas a nivel internacional. Es el caso de Bolsonaro en Brasil y de Trump en EEUU.
No es casual que haya sido Sabag Montiel, y no otra persona, quien haya perpetrado el atentado. El hombre que empuñó el arma posee un ideario propio que justificaba, a sus ojos, el magnicidio.
La ideología neo – fascista del resentimiento social
Tras 10 días de investigación, ya se acumulan varios datos que transparentan las motivaciones políticas del atentado. La simbología nazi (el martillo de Thor, la Cruz de Hierro y el Sol Negro) que Sabag lleva tatuada en los brazos lo identifica como simpatizante del ideario hitleriano.
Sus apariciones televisivas testimonian su prédica «anti planes sociales» y de resentimiento social contra los sectores más vulnerables de la sociedad. Este «anti kirchnerismo radicalizado», como lo designaron distintos medios, es en realidad un rasgo distintivo de la ideología de los sectores proto – fascistas: la construcción de un «chivo expiatorio» al que se le adjudican todos los males de la sociedad. En este caso, el chivo expiatorio serían aquellas personas que cobran programas de ayuda social. No es casual que esta retórica «anti planeros» se radicalice luego de varios meses de una campaña estigmatizadora contra los movimientos piqueteros impulsada por todo el arco político burgués argentino, incluido el kirchnerismo.
A esto se suman los links de Sabag y Brenda Uliarte (hasta el momento la única cómplice confirmada del atentado) con la organización de derecha Revolución Federal. El peritaje del celular de Uliarte expuso el vínculo de la novia de Sabag con dicha organización, que organizaba escraches contra distintas figuras políticas, tanto oficialistas como opositoras. El pasado 18 de agosto, Uliarte publicó en su cuenta de Instagram una foto que comprueba su participación en una manifestación de dicha organización frente a la Casa Rosada.
En esa ocasión, las pocas decenas de manifestantes convocados por Revolución Federal arrojaron antorchas encendidas por encima de las rejas de la Casa de Gobierno. Durante la misma época, Revolución Federal organizó un escrache a la asunción de Massa como ministro de Economía, en el cual aporrearon el auto que transportaba al dirigente del Frente Renovador.
Revolución Federal es una organización pequeña en su capacidad de movilización: nunca mueve a más de 50 o 60 personas para sus «escraches». Pero esto no ha evitado que sus acciones tengan cierto impacto mediático, desmedido para la casi mínima representatividad de sus posiciones. Tras el atentado contra CFK, la organización se desligó de Sabag Montiel a través de twitter.
Hasta el momento, no se conocen pruebas que indiquen una participación directa de Revolución Federal en el planeamiento y la ejecución del atentado. Pero la filiación de Brenda Uliarte en dicha organización sí expone una innegable cercanía entre el ideario derechista del grupo y las motivaciones ideológicas de Sabag Montiel y la propia Uliarte para realizar el atentado.
El búnker Rittenhouse
El otro grupo organizado investigado por la Justicia es el que estaba ligado al «Centro Cultural Kyle Rittenhouse» de La Plata. El pasado lunes, la Policía Bonaerense detuvo a José Derman, un estudiante de sociología de 39 años que había publicado un video en el que festejaba el atentado de Sabag Montiel.
Derman es en realidad un fascista de pura cepa y su «centro cultural» un local neonazi, construido a imagen y semejanza de las cuevas de los supremacistas blancos estadounidenses. El local ubicado en la calle 5 entre 64 y 65 estaba decorado con íconos nazis e imágenes de referentes ideológicos de la derecha. Entre ellos Milei, el libertario que impulsa la destrucción de los sindicatos y los derechos laborales, Bolsonaro, quien coquetea en estos días con la idea de un golpe de Estado en Brasil, y Donald Trump, el ideólogo internacional de la llamada «nueva derecha». También había pintadas que pedían «justicia» (es decir, impunidad) para el Malevo Ferreyra, el ex policía y represor de la dictadura en Tucumán, separado de la fuerza tras fusilar a 3 jóvenes en 1992.
El nombre del búnker neofascista es un homenaje abierto a Kyle Rittenhouse, un supremacista blanco estadounidense que asesinó a dos personas e hirió a otra durante una manifestación del movimiento Black Lives Matters en 2020. Rittenhouse sería luego declarado inocente y sobreseído en un juicio escandaloso durante el cual recibió el apoyo público del propio Donald Trump. Con este nombre, no hace falta explicar cuáles eran las ideas de quiénes se reunían en el búnker Rittenhouse.
Los 3 allanamientos realizados por la Bonaerense contra los domicilios de Derman incautaron un proyectil de mortero de 83 centímetros, además de celulares, computadoras y dos handies.
El detenido ya era conocido en La Plata. Antes de abrir el «centro cultural» de la calle 5, estaba organizado en el grupo Fuerza Unidaria Argentina, un rejunte de protofascistas y obsesivos de las conspiraciones anticuarentena. Derman fue expulsado junto a Sebastián Poch de esa organización por su conducta errática.
Tras la apertura del Rittenhouse, Derman solía recorrer los bares platenses junto a Sebastián Poch intentando provocar a los clientes con discursos de odio. Había realizado escraches contra locales de partidos de izquierda, de organizaciones sindicales e incluso contra monumentos a la memoria. Además, tenía abierta una causa por acoso contra varias mujeres de la ciudad, todas ellas activistas feministas.
Con este prontuario, lo sorprendente es que recién ahora se hayan tomado medidas para sacar a Derman de la calle. Más sorprendente aún (o tal vez no tanto) resulta que, hace sólo 3 meses, el búnker Rittenhouse fuera visitado por allegados a Patricia Bullrich, la dirigente del PRO que se negó a repudiar el atentado contra CFK. Además, hay noticia de ciertos contactos entre el partido de Javier Milei y los «muchachos» del Rittenhouse de cara a las elecciones del 2021. Tal parece que la derecha «libertaria» y «republicana» tiene un alto umbral de tolerancia al fascismo.
La nueva derecha y el cuestionamiento del statu quo
La principal característica de la llamada «nueva derecha» es, quizás, su enorme heterogeneidad ideológica. Teorías conspirativas, ideas sueltas de la doctrina nazi, racismo, misoginia extrema como reacción a las conquistas del movimiento de mujeres. Todo esto se mezcla en una suerte amalgama que se repite en distintos puntos del globo (EEUU, Europa, Latinoamérica), absorbiendo en cada lugar algunos rasgos autóctonos.
En EEUU, por ejemplo, la nueva derecha trumpista abreva en la tradición supremacista del Sur confederado y de organizaciones como el Ku Klux Klan. Dentro de la Unión Europea se explotan los prejuicios contra la población inmigrante y los pueblos árabes. En Argentina, los Milei y los Bullrich combinan la reivindicación de la represión militar con la retórica «anti planeros».
En todos los casos hay algunos puntos comunes. El primero de ellos es la crítica de las instituciones de la democracia burguesa. Trump y sus acólitos culpan de todos los males al establishment político demócrata, Bolsonaro al establishment petista, Milei a la «casta» política (que no es otra cosa que el establishment del bipartidismo argentino).
Esta prédica aparentemente «anti sistema» les permite a los ideólogos de la nueva derecha aprovechar el descontento de masas que existe hoy en todo el planeta. 15 años de decadencia económica tras la crisis del 2008, una pandemia y ahora una guerra en Europa crearon millones de personas justamente enojadas con la realidad política que viven. Ante la falta de alternativas por parte del establishment, mucho de ese descontento pasa a ser capitalizado por la nueva derecha. Con esta excusa, los nuevos derechistas de todo el planeta buscan romper algunos de los «consensos» sociales de las últimas décadas. La embestida trumpista contra la «correción política», por ejemplo, busca legitimar políticas misóginas y racistas.
De lo que se trata en realidad es de derrotar las relaciones de fuerzas existentes, de barrer toda conquista obrera y popular. Los sindicatos, las leyes laborales, los derechos de las mujeres y la comunidad LGBT como el aborto legal. Nada de esto es en sus cabezas una conquista de los de abajo sino el «sistema» mismo. Todos estos derechos están siendo cuestionados por los Trump, los Bolsonaro, los Milei y las Bullrich del mundo.
Esa es la razón por la cual la nueva derecha cuestiona las instituciones democráticas y al establishment. Gran parte de su programa no puede ser aplicado en el marco de las democracias tal cual existen. Para construir el ultracapitalismo salvaje que predican, necesitan llevar los regímenes políticos hacia paradigmas mucho más antidemocráticos y represivos.
El atentado como método político
El atentado contra CFK no es el primer ejemplo de violencia política motorizado por los adeptos de la nueva derecha. En Estados Unidos, el trumpismo desplegó su verdadera imagen con el Asalto al Capitolio. Además de este hecho puntual, la base social de Trump perpetró numerosos ataques racistas (entre ellos el de Kyle Rittenhouse). En Brasil, los bolsonaristas ya han asesinado a más de un simpatizante lulista. Es imposible olvidar el asesinato a sangre fría de la militante Marielle Franco, en el que está envuelto el clan Bolsonaro.
Y estos son únicamente los casos de «violencia política» explícita. Muchos otros ataques, calificados usualmente como «crímenes de odio» o atentados individuales, son perpetrados todos los días por simpatizantes de la nueva derecha. Hace pocos meses, una ráfaga de tiroteos expuso en EEUU la extensión de la ideología del resentimiento social que impulsa la nueva derecha entre muchos jóvenes.
Hay quien intenta desestimar responsabilidades políticas en este tipo de hechos atribuyéndolos a personas «psíquicamente desequilibradas». Pero ambas cosas no son mutuamente excluyentes. Sucede que el capitalismo viene creando, durante las últimas décadas, millones de marginados. Las nuevas generaciones crecen en medio de una sociedad hostil, marcada por la crisis económica y la polarización. No hace falta más que ver la corta edad de muchos de los «tiradores» yanquis para ver los niveles de alienación en que se viven los más jóvenes.
Ahora, los sectores más reaccionarios de la burguesía están ideando una «solución»: utilizar políticamente a esos sectores resentidos, darles un programa político, designar un «enemigo interno» y poner armas en sus manos. Es que, para romper los consensos democráticos de las últimas décadas, la nueva derecha necesita actuar por fuera de las instituciones, llevar adelante «acciones directas» y contar con fuerzas de choque, aún si no están organizadas en forma de partido político. Este es uno de los rasgos en común que comparte la nueva derecha con el viejo fascismo.
La polarización extrema llegó a la Argentina
Este tipo de operaciones parece entrar en contradicción con toda forma de democracia. Pero están siendo impulsadas, en más de una ocasión, por sectores del propio Estado, especialmente aquellos ligados a las fuerzas represivas. Y, cuando no es el Estado quien las impulsa, sí es el Estado quien las deja correr.
Así sucedió con el grupo del búnker Rittenhouse, que llevaba un año activo cuando fue intervenido luego del atentado a CFK. El grupo Revolución Federal, contra el que hasta el momento no se han tomado medidas judiciales, también tiene un prontuario preocupante.
En algunos chats grupales difundidos por Horacio Verbitsky, simpatizantes del grupo arengaban acciones terroristas contra el kirchnerismo. «Esto se resuelve con sangre. Si este gobierno llega a tener un muerto o dos muertos, se cae», «se vienen tiempo violentos y hay que actuar», «hay que matarlos a todos» son algunos de los mensajes.
En los últimos meses, la Unidad Antiterrorista de la Policía Federal intervino para detener a varios «terroristas en potencia» luego de recibir datos del FBI. «Tienen características en común. Apenas superan los 25 años. Todos reivindican, en su forma, a ciertos aspectos del nazismo y al extremismo de la ultraderecha, evocan a masacres en Estados Unidos» (Infobae).
En Escobar detuvieron a «PNC», un joven que mantenía contactos con supremacistas blancos estadounidenses. Se le incautaron una pistola 9 milímetros y una horca. En Grand Bourg fue detenido «BJ». Tenía en su posesión un revólver y una bandera con la Cruz de Hierro, el mismo símbolo que lleva tatuado Sabag Montiel. En Tucumán se realizó el allanamiento más preocupante. Diez armas de fuego entre rifles y pistolas cortas, al menos una decena de armas blancas, munición y literatura nazi. Todo en manos de dos personas que planeaban atentados contra la comunidad judía. Se estima que tenían relaciones con grupos neonazis españoles.
A primera vista, todos estos sucesos pueden parecer inconexos. Pero no es necesario que todos estén conectados de forma organizada para que formen parte de un mismo fenómeno político, ideológico y social.
La nueva derecha surge allí donde se cruzan la acción «desde arriba» de determinados actores políticos (los Trump, los Bolsonaro, los Milei) con una base social que, «por abajo», es permeable a las ideologías revanchistas. Esto no significa necesariamente que Sabag Montiel haya recibido órdenes de algún dirigente político para perpetrar el atentado contra CFK. El problema es mucho más complejo.
Mientras continúe la crisis económica internacional del capitalismo, habrá cada vez más polarización. Los «centros» políticos no tienen soluciones para los problemas más acuciantes. Y la derecha se vuelca hacia políticas más extremas, que salen de los límites de la legalidad democrática y se expresan en la calle.
La historia del siglo pasado demostró que las amenazas reaccionarias no pueden ser derrotadas sólo mediante el discurso, como parece proponer el kirchnerismo con su campaña abstracta contra «el odio». Para terminar con la violencia fascistoide es necesario que los sectores democráticos ocupen las calles de forma masiva. Y para barrer al monstruo de la nueva derecha del mapa, es imperante terminar con ese sistema económico que alimenta día a día a los sectores revanchistas: el capitalismo.