
Las declaraciones del juez Ramos Padilla ante la Comisión de Libertad de Expresión en el Congreso de la Nación, así como la posterior ira del gobierno nacional, generan ese tufillo nauseabundo que evoca el subsuelo pútrido del Estado burgués argentino con sus servicios de inteligencia desbocados.
El marco en el que se dan estas declaraciones es el de una serie de operaciones político-judiciales cruzadas. Por un lado está el armado de la causa de los famosos “cuadernos de la corrupción” (la cual nació muy floja de papeles y siguió un muy cuestionable proceso) manijeada por el Poder Ejecutivo y la coalición Cambiemos. En la misma, la Fiscalía -bajo la titularidad de Carlos Stornelli- y el juzgado -a cargo de Claudio Bonadío- hicieron y deshicieron a su antojo, con la mira puesta en investigar al anterior gobierno. Pero en su devenir, se abrió una caja de Pandora que puso en evidencia la íntima y corrupta relación entre la clase capitalista y el Estado nacional alrededor de la obra pública.
Como respuesta a esta jugada, del otro lado le respondieron con una denuncia en el juzgado federal de Dolores a cargo del juez Ramos Padilla, en la cual se acusa al fiscal Stornelli y al falso abogado Marcelo D´Alessio de extorsionar al empresario Etchebest para quedar a salvo de la causa de la “cuadernos”. Pero como consecuencia de la investigación se abre otra caja de Pandora, en la medida que parece estar acreditándose la existencia de “una red paraestatal de espionaje ideológico, político y judicial de grandes magnitudes (…) vinculadas con el poder judicial, ministerios, fuerzas de seguridad, poderes políticos y medios de prensa (y que) operaba en coordinación con el gobierno de los Estados Unidos» (Página 12, 13/03).
Las declaraciones de Ramos Padilla son de una gravedad institucional de primer orden, en tanto y en cuanto pone a la luz pública la existencia de una red de espionaje interno contra la población, y al servicio de no está claro qué sector. No porque supongan algo que no se supiera; sino porque al hacerlo en los ámbitos institucionales oficiales, le da una pátina de veracidad que los saca de las sombras de las teorías conspirativas y lo lanza a la palestra pública.
Como explicara Marcelo Yunes años atrás, en ocasión de la muerte del Fiscal Nisman: los servicios de inteligencia “son el brazo ‘legalmente ilegal’ del Estado capitalista para todos los trabajos sucios que no puede hacer a plena luz del día. (…) Son la única institución del Estado que está protegida por un secreto que no sólo es casi absoluto, sino sancionado legalmente. (…) Los nombres de los agentes, sus actividades, su presupuesto, etc., están más allá de todo control de cualquier otra institución, incluso la Justicia y el Parlamento”
Cuadernos, fotocopias, arrepentidos, extorsiones, falsos abogados, fiscales y servicios. Vuelan heces de un lado al otro. El aire se vuelve espeso y agrio. Y entre tanta porquería empiezan a asomar las entrañas corroídas de la Argentina capitalista.
Ante este espectáculo, lo menos que se puede decir es: “algo está a podrido en la Argentina”
Cuando la Corte te corta el rostro
Ante las declaraciones del Juez Ramos Padilla en el Congreso, el gobierno nacional no tuvo mejor idea que jugar la carta de la persecución contra el magistrado. Al final de la semana pasada, Macri instruyó al ministro de Justicia Garavano para que presente el pedido de juicio político contra Ramos Padilla por “prejuzgamiento y parcialidad en la investigación”. El presidente declaró el domingo, en una puesta en escena de entrevista representada por Luis Majul, que fue él quien dio la orden de actuar contra el juez en medio de una investigación. El objetivo era claro: jugar todas las cartas del Poder Ejecutivo con el fin de ponerle freno a la investigación antes de que llegue a nada. Pero la jugada no pudo ser más torpe. El mismo día que se presentó la denuncia empezaron a llover las impugnaciones al gobierno por intervenir y obstruir el accionar de la Justica, en una causa que amenaza con dejar al descubierto algunas de las tramoyas que articulan el oscuro funcionamiento del poder político en su gobierno.
Pero quizás el mayor golpe se lo dio la mismísima Corte Suprema de Justicia de la Nación que, lejos de condenar al juez, decidió por unanimidad darle su apoyo mediante la asignación de recursos humanos y financieros para que pueda llevar a cabo su investigación.
El corte de rostro del Supremo Tribunal no es un dato menor. La CSJ es la cabeza de uno de los poderes del Estado, y como es el único que no debe someterse al escrutinio público mediante el mecanismo electoral, es a priori el más estable (y conservador) de los tres poderes institucionales. En ese rol tiende a jugar de árbitro y ponerse ora del lado del oficialismo, ora del lado de la oposición. En esta oportunidad le marcó la cancha sin reparar en mayores consideraciones, a punto tal que el mismísimo Presidente de la Nación quedó en offside. El objetivo desplante al gobierno que supone el apoyo a Ramos Padilla es una muestra de que el gobierno de Cambiemos está inmerso en una crisis profunda y de que la misma burguesía, frustrada ante el fracaso de su gobierno, empieza a mirarlo con hastío.
Lo podrido es la Argentina capitalista
Como venimos marcando desde las páginas de “Socialismo o Barbarie”, la Argentina atraviesa una crisis orgánica; es decir que ante la crisis nacional (económico, política y social), la clase dirigente ha perdido el rumbo y no tiene ningún plan para sacar al país del atolladero al que lo llevó su dirección.
Esto es lo que torpe, ideológica e instintivamente señala el oficialismo cuando dice que Argentina lleva 70 años de crisis. Más allá de lo arbitrario del número, el lapso señalado abarca a todos los sectores políticos de la clase capitalista: las distintas realizaciones del peronismo, los intervalos radicales y los gobiernos militares. A esta crónica del desastre hay que sumarle la frustración de los doce años kirchneristas que no produjeron ninguna transformación de fondo en la Argentina y el estruendoso fracaso de la experiencia del gobierno de los CEO “dirigida por sus propios dueños”.
El espectáculo decadente que brindan tanto Cambiemos como el kirchnerismo, en definitiva, no es el traspié ocasional de dos variantes políticas capitalistas en particular; sino el fracaso en sí de la Argentina capitalista como tal. La crisis es innegable, el tema es quién pagará la factura del desastre
Para sacar al país de esta crisis crónica no basta con modificar el personal político entre el ala “progre” y el ala conservadora de la política patronal. Como reconoció Cristina Kirchner, ambos buscan las distintas formas de que los de arriba “se la lleven en pala”. Lo que hace falta es una alternativa distinta que dé vuelta la realidad y la ponga sobre sus pies. Esto es, pasar de la Argentina ordenada desde los intereses de las patronales y el imperialismo, al país ordenado desde las necesidades de los trabajadores las mujeres y la juventud.
Esta es la tarea para la que se debe preparar la izquierda. La crisis de los de arriba pone al orden del día la necesidad de la unidad de la izquierda revolucionaria para poder plantarse como alternativa convincente frente a los ojos de las amplias masas. Sólo la unidad de la izquierda puede levantar una alternativa real que traiga nuevos vientos y disipe tanta inmundicia.