
A Macri se le acaban las opciones para tapar los agujeros de una economía que hace agua por todas partes y genera, sobre todo en el exterior, unos rumores de nueva crisis de deuda que si no son más fuertes es sólo para evitar dañar políticamente a un gobierno pro mercados al que le quedan sólo dos alternativas. La primera es tironear más fuerte la manga del FMI para que dé más plata y más rápido. Por supuesto, las condiciones “técnicas” para que el gobierno pueda reclamar esos desembolsos extraordinarios no se cumplen ni remotamente; todo lo contrario, lo único que tienen Macri, Dujovne y Caputo para ofrecer a las misiones del Fondo son incumplimientos en todos los rubros. Pero la apuesta es que haya una decisión política de seguir sosteniendo al gobierno argentino. Esa voluntad sin duda existe de parte de Christine Lagarde, pero en este caso no decide ella sola; en el directorio del Fondo hay representados varios países y no todos están dispuestos a seguir teniendo paciencia con Argentina, por mucho que Macri les caiga bien. De modo que esa vía es posible, pero no segura. Al respecto, fue totalmente mentiroso e irresponsable el micromensaje de dos minutos que hizo Macri anunciando un acuerdo con el FMI que aún no es tal. Tan grosera fue la mentira que ni los “mercados” le creyeron y eso terminó impulsando la devaluación del 7,5% en un solo día, el miércoles 29.
¿Qué pasa si el FMI no termina aprobando un nuevo tubo de oxígeno verde para las exhaustas arcas fiscales? Pues se jugará la carta política que queda: recurrir directamente al dueño del circo, es decir, Donald Trump. Macri deberá ir personalmente a lamerle las botas a su viejo compinche de negocios turbios para ver si éste afloja los dólares que el FMI retacee y que serán la única barrera que se interpone entre el gobierno y un nuevo default.
No se registran muchos antecedentes de este mangazo sin intermediarios, aunque hay uno significativo: el préstamo de emergencia que concedió Bill Clinton al gobierno mexicano en 1994 cuando la crisis del llamado “efecto tequila”. Claro que, como dice un analista, “las circunstancias son diferentes.Los argumentos de la ayuda serían más políticos que financieros. Se habla de la convicción desde Washington de la importancia de mantener la estabilidad económica del país, en tiempos en los que Argentina es uno de los principales referentes regionales contra el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, además de las incógnitas que trae la situación brasileña” (C. Burgueño,Ámbito Financiero, 29-8-18).
El gobierno de Macri, además de ser el más derechista y ajustador de la historia reciente, demuestra una incompetencia que compite con ventaja con la de De la Rúa. Después de 32 meses, los resultados de la economía revelan que todo empeoró. Lo que el kirchnerismo dejó más o menos sano, anda mal; lo que dejó rajado, ahora está roto, y lo que los K dejaron sin funcionar, ahora está hecho trizas. Recapitulemos rápidamente los indicadores clave.
Los números de la macroeconomía, en rojo delarruesco
La inflación empezó a toda vela en 2016 con un 41%, y en 2017, el “año dorado” de Macri, fue de “apenas” el 25%. La de este año hay que estimarla de nuevo, hacia arriba, todas las semanas. El piso subió del 25 al 28%. Enseguida se fue al 30%. Tras el acuerdo con el FMI se esperaba un máximo del 32%, y con la disparada del dólar de esta semana ya estamos en un mínimo del 35 al 40%… si es que no pasa más nada, lo cual es definitivamente la hipótesis menos factible. Frente a esto, la inflación promedio de fines de la era K, del orden del 25-30%, parece un remanso de previsibilidad.
Pero el ítem deuda pública externa es sin duda el más negativo de todos y la madre de todos los problemas, porque pone de manifiesto la debilidad estructural de todos los países de la periferia capitalista dependiente, que en Argentina se agrava por rasgos propios: la escasez de divisas. El kirchnerismo había intentado esquivar el problema primero con la suerte de un ciclo de precios altos de materias primas, y cuando eso se agotó, sumado al desgaste de un esquema que seguía sin generar divisas suficientes, buscó eludir el endeudamiento al costo de un superávit comercial artificial que resentía la actividad económica. El macrismo, con muchos menos pruritos respecto del endeudamiento, se dedicó a tapar los múltiples agujeros de dólares con plata prestada, sin preocuparse en lo más mínimo de la carga de intereses a corto plazo que esa deuda generaba. Esto es lo que se ha vuelto insostenible en un plazo sorprendentemente corto (a la convertibilidad menemista le llevó diez años llegar a esta situación).
El déficit fiscal que dejó el kirchnerismo era importante, del orden del 5% del PBI, y era presentado por el macrismo y sus cráneos liberales como el gran problema de la economía. Pues bien, el macrismo sólo ha empeorado esa situación, con el agravante de que la composición del déficit es peor, porque en vez de faltar pesos (lo que se puede financiar con emisión al costo de aumentar la inflación, como hicieron los K), faltan dólares, hueco que se tapa con deuda en divisas, con la consecuencia de perpetuar y espiralizar el déficit.
En buena medida, esto sucede por la política fiscal irresponsable, incluso en sus propios términos, del macrismo, que recortó ingresos del Estado vía regalar plata a los capitalistas del campo y los exportadores, sin ninguna contrapartida más que aumentar impuesto a las Ganancias a los asalariados, aumentar las tarifas a la población en general y recortar sueldos estatales y jubilaciones, con el consiguiente impacto en el consumo y la actividad económica.
Justamente, en ese terreno el discurso macrista se ha desmentido a sí mismo. Después de años de cuestionar el crecimiento raquítico del PBI en el segundo mandato de Cristina y de prometer lluvias de inversiones, el resultado es éste: caída del PBI del 2,3% en 2016, crecimiento raquítico del 2,9% en 2017 motorizado casi exclusivamente por la obra pública electoral, pronóstico mentiroso del 3,5% para este año, con una realidad que, en el mejor de los casos, va a terminar con una caída del 1-1,5% del PBI. Imposible crecer, por otra parte, con una tasa de interés prohibitiva del 45%, que liquida el crédito productivo pero que a la vez no sirve para frenar la suba del dólar, combinando lo peor de los dos mundos.
A todo esto, Macri asumió la presidencia denunciando la bomba del cepo al dólar que le dejaba el kirchnerismo. La ironía es que el tipo de cambio terminó siendo la peor bomba del macrismo después de haber, supuestamente, resuelto el problema del cepo. Así, si la inflación macrista lleva acumulado un 120% de aumento (41% de 2016, 25% en 2017 y otro 25% en lo que va de 2018), la devaluación lleva un 165% desde la “salida del cepo”, y un 80% sólo en menos de ocho meses de 2018.
Para no hablar de otros engendros generados por el macrismo, en primer lugar el negociado de las Letras del Banco Central. Las Lebac fueron vendidas durante dos años y medio como un genial instrumento de control de la inflación, para venir a enterarnos por boca del nuevo presidente del BCRA, Luis Caputo, que se trataba nada menos que de “activos tóxicos” y que el FMI los considera una verdadera bomba que debe ser desactivada a cualquier precio, incluso comprometiendo los objetivos del programa acordado entre Macri y Lagarde. De hecho, la esterilización del peligro de las Lebac sólo pudo concretarse al costo de reventar una parte sustancial de los dólares aportados por el Fondo, que se suponía que no debían financiar dólares baratos ni fuga de capitales.
Los dólares más lejos, el default más cerca
Pero alguien se está beneficiando, porque, de manera insólita, el BCRA vende alegremente dólares baratos… sólo para que la divisa siga aumentando dos o tres horas después. Algo que va contra toda lógica capitalista, socialista, liberal o populista: si se venden dólares de las reservas, es para defender un precio. Y si no se quieren perder reservas, entonces se deja subir el dólar y no se venden dólares. ¡Pero el BCRA vende dólares y deja subir la divisa! ¿Será otro negociado para los amiguitos de Caputo y Cía. de la JP Morgan?
Ya que estamos con eso, digamos que los “mercados”, los grandes empresarios, los bancos y la clase alta y media alta (es decir, la gran base de sustentación social del macrismo) fueron los más fanáticos fugadores de divisas y atesoradores en dólares, desoyendo todos los consejos, ruegos y amenazas del gobierno. Y la cosa fue in crescendo: según datos del propio BCRA, el nivel de atesoramiento de divisas (es decir, de compra de dólares por parte de inversores y ahorristas, que por supuesto no van al circuito económico productivo sino que duermen en cajas de ahorro, Letes en dólares o cajas de seguridad en bancos argentinos o extranjeros) fue de 10.000 millones de dólares en 2016, 22.000 millones de dólares en 2017 y 20.000 millones sólo en lo que va de 2018, un total de 52.000 millones desde la asunción de Macri. Esto es, exactamente la mitad del ingreso total en concepto de endeudamiento nacional y provincial, estimado por el Estudio Broda en 104.000 millones de dólares. ¡Y a esto hay que sumar el déficit comercial, el turístico y los pagos de la deuda! (1)
Con estas cifras, no es de extrañar que “los mercados” tengan dudas cada vez más profundas de que el gobierno de Macri esté en condiciones de conseguir el financiamiento completo en dólares que necesita para terminar 2018 y, sobre todo, para 2019. Por fuera del financiamiento del FMI, e incluso si el organismo decide adelantar para el año que viene los desembolsos previstos de acá a 2020 en el acuerdo original, faltan, según quién haga el cálculo, entre 20.000 y 26.000 millones de dólares de financiamiento adicional.
Esa cifra se puede volver inalcanzable en un contexto de tasas de interés internacionales en alza, desconfianza creciente en los “emergentes” más vulnerables (Argentina y Turquía, en ese orden, al tope de la lista), riesgo país en los 700 puntos (traducción: todo crédito pedido en el exterior pagará una tasa de interés anual del 10-11% en dólares), ajuste fiscal con recesión y una crisis creciente de credibilidad del gobierno, que se manifiesta desde la “huelga inversora” hasta la corrida cambiaria. Es por eso que uno de los indicadores a tener en cuenta, además del riesgo país, es el precio de los CDS, los Credit Default Swaps, es decir, el equivalente a un seguro contra default.Los CDS argentinos ya están más caros que los de Turquía, lo que significa, sencillamente, que su riesgo de default es mayor.
Lo paradójico del caso es que mientras Macri ya piensa jugar la última carta del acuerdo directo y bilateral con Trump, es el propio presidente de EEUU el que agita las aguas y complica el panorama internacional para el gobierno argentino con sus ataques a Turquía, que empeoran las condiciones para todos los demás emergentes.
El estado de desorientación del gobierno es total, pero no es muy distinto a lo que ocurre con el conjunto de la clase capitalista argentina. El único consenso es que hay que mantener la línea de financiamiento con el FMI; fuera de eso, todo lo demás son dudas.
Están los que siguen diciendo que hay que mantener el ajuste antipopular a fondo, pero empiezan a asomar voces trémulas que temen que ya no haya plafón político y social para eso y reclaman más “consenso”, una especie de “acuerdo político nacional” que reparta un poco las responsabilidades y alivie algo la carga del ajuste (algo que reclaman sobre todo gobernadores e intendentes que se ven venir una situación insostenible en el corto plazo). Pero eso está todavía muy verde, y mientras tanto la economía se derrumba, los indicadores sociales se deterioran aceleradamente y la bronca crece. La situación nacional se está transformando en una carrera por ver quién llega primero: la crisis política, el estallido social o el default.
Notas
- Esta avidez por comprar dólares pese a que eso socava todas las bases del funcionamiento de la economía muestra que la metáfora del ex cómico (ahora cómico involuntario) Alfredo Casero en realidad se aplica a otros agentes económicos. Según ese inefable gorila, los trabajadores, jubilados y desocupados que piden lo básico están reclamando “flan”, es decir, un lujo inaceptable mientras “la casa se incendia”. Dejemos de lado que los gorilas y el propio gobierno demostraron ser intelectualmente incapaces de entender una metáfora tan transparente. La ironía del caso es que los propios empresarios y clase media acomodada son los que exigen dólares para atesorar en una economía que tiene la lengua afuera justamente por falta de divisas. Parafraseando la vieja frase de Clinton, “no es el flan, son los dólares, estúpido”.