“¡Abajo la guerra!
¡Queremos la paz!
¡Viva el proletariado ruso!”
Consigna de la huelga general húngara en 1918
Introducción
El triunfo de la revolución rusa en 1917 cambió el curso del siglo XX. Por primera vez en la historia la clase obrera derrocó a la burguesía e instauró un gobierno revolucionario con el objetivo de construir el socialismo1. Las ondas expansivas de tal acontecimiento histórico no tardaron en manifestarse.
Para ese entonces Europa era terreno fértil para el desarrollo de movimientos revolucionarios, producto de la masacre desatada por la I Guerra Mundial y la crisis global del sistema capitalismo, particularmente entre las potencias perdedoras del conflicto bélico.
Tal fue el caso del imperio Austro-Húngaro, el cual implosionó en octubre 1918. Esto potenció la situación revolucionaria en Hungría, pues replanteó la lucha por la independencia nacional, lo cual se combinó con las exigencias de los sectores explotados y oprimidos por mejoras sus condiciones de vida, en particular la exigencia del campesinado por la reforma agraria y la lucha del movimiento obrero por mejores salarios y el control obrero de las fábricas.
Con este artículo sintetizaremos las principales enseñanzas de esta revolución obrera anticapitalista desde la teoría de la revolución permanente de Trotsky. De igual manera, estudiaremos los límites subjetivos del proceso, en particular la ausencia de una verdadera dirección revolucionaria y la consecuente deriva economicista que tomaron los Consejos obreros, los cuales no avanzaron hacia la toma directa del poder tomar el poder. En este sentido, Hungría demostró la dificultad de la clase obrera para elevarse políticamente en ausencia de los partidos revolucionarios.
Antecedentes históricos y políticos
Para comprender muchas de las particularidades de la revolución de 1919, es preciso hacer un recorrido histórico de la sociedad húngara, en particular de la rica experiencia de lucha acumulada desde el siglo XIX hasta los acontecimientos de 1919, entre las cuales hay líneas de continuidad en cuanto a reivindicaciones democráticas y tradiciones de lucha, particularmente lo que respecta a la lucha por la independencia ante las potencias europeas y las luchas campesinas contra la opresión en el campo.
A continuación analizaremos las particularidades del desarrollo político, económico y social de Hungría entre el siglo XIX y principios del XX.
Una historia de opresión nacional
Al ubicarse en el centro de Europa, el Reino de Hungría fue zona de disputa entre los imperios asiáticos y europeos. Por este motivo, uno de los rasgos más sobresalientes de la historia húngara es el reiterado sometimiento de su territorio a la dominación de potencias extranjeras que, en algunos casos, se extendió por siglos y propició el desarrollo de luchas por la independencia nacional.
En primer lugar, estuvo la conquista a manos del Imperio turco-otomano dirigido por el sultán Solimán, la cual inició en 1526 y se extendió por 150 años. Producto de esta conquista el Reino de Hungría se desmembró en dos partes, quedando la mayor cantidad de territorios bajo control de los turcos, mientras que una pequeña porción de tierra (llamada “Hungría real”) fue gobernada por Fernando de Habsburgo (Carpentier y Lebrun, 2014).
Posteriormente, Hungría pasó a control de la monarquía austríaca luego de arrebatársela a los turcos-otomanos en 1687. Esto permitió la reconstrucción del Reino de Hungría bajo el control absolutista de los Habsburgo, ante lo cual hubo diversos intentos de liberación por parte de la nobleza magiar (etnia que fundó el Reino de Hungría).
La principal lucha independentista inició el 15 de marzo de 1848, al calor de la “Primavera de los Pueblos” que azotaba al continente europeo. Ese día estalló una rebelión popular que se hizo del control de Pest2, donde tuvo protagonismo un grupo de intelectuales liderados por el poeta , quien redactó el programa de los 12 puntos que contenía las reivindicaciones de los sectores demócratas. Pocos días después, la Dieta húngara (parlamento) designó un gobierno y aprobó las Leyes de Marzo, una constitución liberal que en los hechos independizó a Hungría de Austria, aunque formalmente continuaba siendo parte del imperio con un autogobierno.
Esta constitución tuvo medidas progresivas para la época; por ejemplo estableció la responsabilidad del gobierno ante el parlamento (lo cual minaba el poder absolutista de la monarquía), introdujo la supresión de la servidumbre y la abolición de los privilegios estamentales con la igualdad fiscal, estableció la ampliación del sufragio censitario e instauró la libertad de prensa y de religión, entre otras medidas.
Pero como fue característico en muchos procesos revolucionarios burgueses, la constitución húngara presentó aspectos contradictorios: era progresiva al defender el derecho a la autodeterminación de los húngaros frente al imperio de los Habsburgo, pero era regresiva en su trato hacia otras nacionalidades oprimidas dentro de sus territorios. Por ejemplo, la carta magna reconoció la existencia de un Estado nacional húngaro donde el único idioma oficial era el magiar, aspecto que generó malestar entre los rumanos, checos, eslovacos y croatas que habitaban el territorio húngaro (Pecharromán, 2010), lo cual se transformaría posteriormente en un detonante de conflictos étnicos que minaron la potencialidad de la revolución húngara.
Dado que la monarquía de los Habsburgo estaba a la defensiva ante el estallido de movimientos revolucionarios democráticos en todo su territorio, su respuesta inicial fue ceder ante las reivindicaciones húngaras para mantener la unidad política del imperio. Pero cuando se produjo el reflujo de las revoluciones en Europa (particularmente la derrota de la revolución de junio en Francia) y dentro del imperio la monarquía aplacó los movimientos insurreccionales en Italia y Viena, la Corte se envalentonó para contragolpear y desconoció el régimen liberal de Hungría.
Esto radicalizó el movimiento nacionalista húngaro y el 15 de setiembre la Dieta conformó el Comité Nacional de Defensa, llamó al armamento del pueblo y fusiló al representante de la monarquía. Para finales de noviembre asumió la presidencia del gobierno Lajos Kossuth, un noble con posturas independentistas radicales, por lo cual se puso en marcha el plan hacia la independencia total de Hungría. Viena rápidamente intentó aplacar el movimiento secesionista y, además de la amenaza militar imperial, exacerbó a su favor los choques de los magiares con el esto de nacionalidades oprimidas. A pesar de esto, Kossuth pudo enfrentar la reacción imperial debido al apoyo popular del pueblo húngaro, lo cual le permitió erigir un fuerte ejército con el cual derrotó a los austríacos en abril de 1849 (Pecharromán, 2010).
Debido a esto, el zar Nicolás I acordó con el emperador austríaco Francisco José (nombrado en el cargo hacía pocos meses) enfrentar conjuntamente el alzamiento, porque era un foco revolucionario que, en caso de consolidarse, amenazaba con extenderse hasta el imperio zarista, a lo cual se sumaron tropas voluntarias de croatas, serbios, rumanos y alemanes. Esta alianza reaccionaria selló el destino de la guerra de independencia húngara, la cual sufrió una cruenta derrota en agosto de 1949, dando paso a la ejecución de 10 mil húngaros y a la intensificación de la opresión austríaca sobre Hungría: “Se prohibieron los periódicos húngaros mientras los austríacos controlaban férreamente las escuelas húngaras. Las propiedades confiscadas a los rebeldes húngaros fueron entregadas a los aristócratas de la corte vienesa. Entraron en el país miles de policías y espías. La nación húngara sufrió la humillación de la censura Habsburgo y la germanización.” (Alan Woods, La república soviética húngara de 1919, 1).
Fue hasta 1867 cuando el estatus político de Hungría mejoró a lo interno del imperio, debido a la derrota de Austria ante la Prusia de Bismark, por lo cual el emperador firmó el “compromiso de Ausgleich” con la aristocracia húngara y el imperio pasó a estar conformado por dos pueblos gobernantes, austriacos y magiares, pasándose a llamar en adelante Imperio Austro-Húngaro. Con relación al resto de nacionalidades, el acuerdo estableció una odiosa segmentación política: croatas y polacos fueron denominados pueblos de segunda clase, mientras que los checos, eslovacos, rumanos, rutenios, eslovenos y serbios eran pueblos sin derechos (Woods 2009).
De esta forma, la sociedad húngara de inicios del siglo XX estaba marcada por una fuerte segregación por nacionalidades, la cual combinaba el repudio húngaro hacia la opresión austríaca con el malestar de otras nacionalidades contra la opresión húngara. Esto representaba un factor de inestabilidad política, sobre todo si consideramos que en 1919 Hungría tenía una población de 21 millones, de los cuales solamente 10 millones eran magiares.
Además, esta división por nacionalidades se superponía con la explotación de clase, pues el nivel educativo y los salarios eran inferiores para los grupos más oprimidos: “En 1900 casi el 39% de la población era analfabeta. Entre los eslavos la cifra era del 49,9%, entre los serbios del 58,5%, entre los rumanos el 79,6% y entre los ucranianos el 85,1%. Los salarios húngaros eran un 33% inferiores a los austriacos y un50% inferiores a los alemanes. Los salarios de los trabajadores no magiares eran un 30% inferiores a los de los trabajadores húngaros.” (Alan Woods, La república soviética húngara de 1919, 3).
Un desarrollo económico atrasado, desigual y combinado
La economía húngara se caracterizó por ser mayoritariamente agraria, incluso preservando relaciones semifeudales en el campo hasta inicios del siglo XX. Por este motivo, un grupo muy reducido de nobles ricos controlaba el poder y las tierras en el país: el 5% de la población (correspondiente a la aristocracia) acaparaba el 85% de la tierra, equivalente a 20 millones de acres.Por ley era prohibido vender o comprar esas tierras, lo que garantizaba que las enormes fincas fuesen perpetuamente propiedad de una misma familia de la nobleza. Además, la gran mayoría de esas fincas se constituyeron a partir de 1869, cuando en el resto de Europa desaparecían los vestigios del feudalismo en el campo (Woods, 2009).
Aunque la servidumbre formalmente estaba abolida, en los hechos persistía y los campesinos vivían como “siervos” a finales del siglo XIX e inicios del XX. Alrededor de cuatro millones de campesinos pobres y trabajadores agrícolas sufrían las peores vejaciones en las fincas: ¡la ley permitía a los propietarios agrícolas golpear o azotar a los sirvientes entre 12 y 18 años, en tanto las heridas no tardaran en sanar más de ocho días! Algo similar ocurría en el ejército, donde los campesinos húngaros experimentaban abusos racistas por parte del mando austríaco. En cuanto a los “csiras” o vaqueros húngaros las perspectivas de vida eran terribles: tras laborar cuatro años en los establos respirando el estiércol de los caballos, terminaban enfermos de sus pulmones y sobreviviendo de la limosna en los pueblos (Woods, 2009).
Lo anterior explica que las expectativas de vida en las familias campesinas fuesen terribles: “Una familia campesina media, vivía en una cabaña con una sola habitación y a menudo era compartida por dos familias o más, algunas veces en una habitación convivían entre veinte y veinticinco personas. Seis niños de cada diez morían antes de cumplir el primer año de vida. La tuberculosis provocada por el hambre, era tan común que era conocida en Europa como ‘el mal húngaro.’”(Alan Woods, La república soviética húngara de 1919, 2).
Aunque un segmento del campesinado tenía parcelas de un acre (equivalente a media hectárea) no garantizaba el sustento mínimo para las familias, lo cual provocó que gran parte de la población campesina fuera expulsada de sus zonas de origen (Díaz, 1999). En primera instancia, esto se tradujo en un éxodo masivo de campesinos: entre 1891 y 1914 dos millones de personas migraron hacia los Estados Unidos (un 80% eran campesinos). En segundo lugar, propició que otros miles de campesinos buscaran trabajo en las grandes fincas de la nobleza, dando lugar al surgimiento del proletariado agrícola.
Esto introdujo cambios profundos en la estructura de clases y las relaciones políticas en el campo, producto de la combinación de vestigios semifeudales con elementos de la producción capitalista. La mezcla de tratos opresivos por parte del Estado y la aristocracia, las condiciones miserables de existencia de las familias campesinas y la proletarización forzada de miles de campesinos pobres, incrementó las contradicciones de clase y convirtió al campo en un potencial foco de inestabilidad, sobre todo por la persistencia en la consciencia de las masas de las insurrecciones populares y la guerra revolucionaria independentista de 1848.
Esto lo retrató con detalle un informe oficial sobre la situación en el campo: “La población de la gran llanura está formada por funcionarios del estado, campesinos ricos y proletariado agrario aislados unos de otros. El funcionario considera los distritos agrícolas húngaros como colonias y por lo tanto su empleo es considerado como un servicio colonial. Los campesinos ricos en cierta forma, son los guardianes del conservadurismo estable e inatacable, mientras que los trabajadores de la tierra recuerdan las grandes revoluciones históricas y ven el futuro sin esperanza. No obstante, todavía están presentes sus aspiraciones revolucionarias.”(Citado en Alan Woods, La república soviética húngara de 1919, 2-3).
Esta perspectiva se corroboró a inicios del siglo XX cuando se produjo una oleada de huelgas de trabajadores agrícolas por todo el país; por ejemplo la huelga de diez mil obreros de las fincas en 1905, o la huelga general de cien mil “jornaleros libres” de 1906.
Otra consecuencia de la expulsión de mano de obra desde el campo fue la creciente industrialización del país, particularmente en ramas como la minería y otras orientadas al procesamiento de productos agrícolas (harinas, azúcar, cerveza, alcohol, etc.).
El desarrollo industrial generó un crecimiento de las ciudades, las cuales absorbieron a la población migrante campesina que se proletarizó. Así, entre 1890 y 1914 la clase obrera duplicó su tamaño, pasando de 100 mil a 220 mil obreros, la mitad concentrados en Budapest (Díaz, 1999). A pesar de representar solamente el 17% de la población trabajadora del país, la clase obrera era la única con la capacidad de frenar la producción capitalista y que reunía las condiciones de cohesión social para organizarse y nuclear alrededor suyo al resto de sectores explotados y oprimidos: un 37,8% de la nueva clase obrera estaba concentrada en industrias de más de quinientas personas, las cuales jugarían un papel central en las huelgas contra la guerra y la revolución de 1919. (Woods, 2009).
Aparejado a su crecimiento cuantitativo, la clase obrera húngara también avanzó en su organización política bajo las banderas del Partido Socialdemócrata, lo cual también se expresó en un fortalecimiento de los sindicatos dirigidos por el partido: en 1905 tenían 50 mil afiliados, para 1917 la cifra ascendió a 160 mil y en 1918 (con el influjo de la revolución rusa y la alemana) llegaron a los 720 mil (Díaz, 1999).
Con respecto a la burguesía húngara, sus rasgos distintivos fueron la debilidad económica y el atraso político, por lo cual fue incapaz de resolver los problemas democráticos esenciales del país, principalmente la reforma agraria y la lucha por la independencia nacional. Al ser la parte más atrasada del imperio, en Hungría coexistían las grandes fincas de la nobleza con la naciente industria capitalista, sobre todo por la inversión de capitales extranjeros. Debido a esto, la economía húngara de finales del siglo XIX e inicios del XX estaba dominada por los grandes bancos, los cuales a su vez eran propiedad del capital financiero de las potencias imperialistas.
Además el desarrollo capitalista subsumió a la aristocracia de origen feudal, la cual terminó aburguesándose y siendo parte de los negocios capitalistas en el país; por ejemplo, en 1905 en los consejos de administración de fábricas, bancos y empresas de transporte, había 88 condes y 64 barones, y, en el caso del conde Istvan Tisza, era presidente del banco más poderoso del país (Woods, 2009).
Así las cosas, el desarrollo desigual y combinado del capitalismo en Hungría bloqueó cualquier alternativa de resolución de las tareas democráticas a través de la burguesía local o nativa, la cual carecía de un proyecto de desarrollo nacional independiente, pues se sometió por completo al dominio imperialista y cerró acuerdos con la nobleza para facilitar la explotación de la clase obrera y el campesinado. Esta “Santa Alianza” reaccionaria entre el imperialismo, la burguesía y la nobleza se constituyó en el principal soporte de todas las formas de explotación y opresión en el país: “Por todas estas razones, cualquier tentativa de destruir la humillante y secular dependencia de Austria y eliminar las relaciones feudales en el campo, necesariamente presuponía luchar abiertamente contra el capitalismo, y esto sólo lo podía hacer la clase obrera, junto con la gran masa de campesinos pobres y jornaleros agrícolas.” (Alan Woods, La república soviética húngara de 1919, 3).
Lo anterior significaba que la única vía para lograr la reforma agraria y la independencia nacional, era por medio de la revolución de la clase obrera en unidad con el proletariado agrícola y el campesinado. El siglo XX no tardó en demostrar la validez de esta perspectiva, primero en la revolución obrera anticapitalista de 1919 y, posteriormente, en la revolución obrera anti-burocrática de 1956.
La revolución de 1919
La I Guerra Mundial marcó un punto de inflexión en el desarrollo histórico, pues sumió en una profunda crisis a las principales potencias capitalistas europeas y sentó las condiciones objetivas para el ascenso de movimientos revolucionarios por todo el continente. Esto se manifestó con más fuerza en los países perdedores de la contienda bélica: para 1918 los gobernantes de los cuatro Estados derrotados (Alemania, Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria) habían perdido el trono, sumándose a Rusia donde el Zar Nicolás II fue depuesto por la revolución de 1917 cuando prácticamente tenía perdida la guerra con Alemania (Hobsbawm, 2002).
Pero más que la guerra en sí, fue la revolución rusa de 1917 la que en definitiva marcó el fin del “siglo XIX largo” y dio inicio al “siglo XX corto” (Hobsbawm, 2002), dando paso a lo que Lenin definió como la época de la revolución socialista.
En este contexto tuvo lugar la revolución de 1919, producto de la cual se estableció la República Soviética Húngara por 133 días (del 21 de marzo al 1° de agosto). A continuación haremos un repaso de este importante episodio revolucionario, del cual nos interesa rescatar la invaluable experiencia que realizó la clase obrera húngara con la puesta en pie de los Consejo Obreros, a través de los cuales se organizaron millones de obreros, campesinos y soldados para luchar por la independencia nacional, el control obrero de la industria y la reforma agraria. Asimismo, analizaremos los límites de este proceso, en particular la ausencia de una dirección revolucionaria consolidada para impulsar la elevación política de la clase obrera, tarea que los Consejos Obreros por sí sólo fueron incapaces de realizar. Todos estos elementos estarían presentes nuevamente en la revolución de 1956.
La clase obrera contra la guerra y la caída de la monarquía (18 de enero- 31 de octubre de 1918)
La guerra representó una enorme carga para la clase obrera. Quienes se alistaron como soldados afrontaron condiciones insoportables en las trincheras, no sólo por tener que sortear las balas enemigas, sino también por las pésimas condiciones en las que estaban dentro del ejército: ¡cientos de miles de soldados húngaros murieron de frío en los Cárpatos durante el invierno de 1914-15! Durante el transcurso de la guerra aumentó el descontento de los soldados, llegando al extremo de ser enviados a la fuerza al campo de batalla con los soldados alemanes y austríacos apuntándoles a la espalda. En total dos millones de húngaros perdieron la vida en la guerra (Woods, 2009).
Pero la suerte no fue mejor para quienes se quedaron trabajando en las fábricas, pues los capitalistas incrementaron las condiciones de explotación de forma brutal. La jornada laboral llegó a las 60 horas por semana y, para 1916, la moneda era un 51% inferior en comparación a antes de la guerra, lo cual representó una caída abrupta del poder adquisitivo de los salarios. Esto aumentó considerablemente el malestar entre los trabajadores y trabajadoras con la guerra, lo cual se manifestó en oleadas de huelgas reivindicativas y otras políticas.
Entre 1915 y 1916 hubo gran cantidad de huelgas, pero se intensificaron a partir de 1917 con el triunfo de la revolución rusa de octubre. La campaña anti-bélica bolchevique durante las negociaciones del tratado de Brest-Litovsk tuvo un enorme impacto en las masas húngaras, en particular su llamado a una “paz sin anexiones ni indemnizaciones”. Esto motivó el estallido de la primera huelga general contra la guerra en enero de 1918, donde obreros y soldados realizaron mítines masivos con consignas inspiradas por la revolución rusa: “¡Abajo la guerra! ¡Queremos la paz! ¡Viva el proletariado ruso!” (Béla Szántó, La revolución húngara de 1919, 20).
El clima insurreccional recorría las calles de Budapest, lo cual asustó a la burguesía y encendió las alertas en la cúpula del Partido Socialdemócrata. A pesar de esto, la ausencia de una dirección revolucionario bloqueó el desarrollo de la huelga general y dio margen a la dirección socialdemócrata para reafirmar su carácter de aparato contrarrevolucionario, volcándose de lleno a garantizar el retorno de los trabajadores y trabajadoras a las fábricas, lo cual lograron tras tres días de huelga (Szántó, 1977).
La política traidora del Partido Socialdemócrata (¡que llegó al extremo de delatar dirigentes obreros de izquierda!), aunque fue bien recibida por los empresarios, tuvo un elevado costo para el partido porque los desenmascaró como aliados de la burguesía ante amplios segmentos de la clase obrera, produciéndose una ruptura de la base con la dirección, aspecto que facilitaría el posterior surgimiento de alas de izquierda dentro del movimiento obrero: “La dirección del partido no pudo reparar la derrota sufrida por la disciplina del partido y, en consecuencia por la propia autoridad. Llevó a cabo una campaña de represalias contra todos los que se esforzaban por despertar en las masas la lucha revolucionaria de clase y hacer que se manifestase. En el Népszava (“La Voz del Pueblo”, periódico central del partido socialdemócrata –nota de VA-) aparecieron artículos difamatorios e incluso delatorios –y también opúsculos- que dieron abundante material para las persecuciones política iniciadas por el gobierno reaccionario…” (Béla Szántó, La revolución húngara de 1919, 21).
Pero la derrota de enero no apaciguó los ánimos revolucionarios en las masas obreras, pues continuaron las huelgas por fuera del control de la socialdemocracia. Esto lo reflejó un informe secreto del Ministerio de Guerra del 03 de mayo de 1918, donde se llamaba la atención sobre el particular protagonismo de las mujeres obreras en las jornadas insurreccionales: “Las mujeres obreras no sólo interrumpen con frecuencia e incluso paralizan la producción en las fábricas, además hacen discursos inflamatorios, participan en las manifestaciones, marchan en primera línea con sus hijos en brazos y se comportan de una forma insultante hacia los representantes de la ley” (Alan Woods, La república soviética húngara de 1919, 5).
El 20 de junio se produjo la segunda huelga general contra la guerra, la cual inició luego de que la policía asesinara con metralleta a varios trabajadores en huelga de una fábrica estatal de máquinas. Esto desató nuevamente los ánimos revolucionarios de la clase obrera, por lo que la lucha rápidamente se extendió a nivel nacional, sumó al proletariado agrícola y, más importante aún, dio paso a la constitución de los primeros Consejos obreros o soviets de Hungría (Woods, 2009).
A pesar de la enorme combatividad de la clase obrera y del apoyo del proletariado agrícola, nuevamente la huelga general se vio frenada por la ausencia de una dirección revolucionaria que llevara a fondo la lucha contra la burguesía. En esta ocasión la dirección traidora del Partido Socialdemócrata dejó que la clase obrera fuera a huelga sin aportar ninguna orientación, a sabiendas de que el impulso de las luchas espontáneas se agota ante la ausencia de un plan para ganar.
Esto lo capturó con lujo de detalle Béla Szántó, militante comunista que participó en la revolución de 1919 (posteriormente fue Comisario del Pueblo durante la República Soviética): “De nuevo se había producido una atmósfera revolucionaria. Pero la clase trabajadora carecía de dirección revolucionaria. La dirección del partido, en lugar de ponerse finalmente a la cabeza de las masas con propósitos revolucionarios, abandonó de hecho a los trabajadores a sí mismos. En enero había provocado la pronta liquidación de la huelga de las masas, sofocando así su carácter revolucionario; en esta ocasión en cambio, se comportó pasivamente, lo cual suponía mayormente la paralización de las fuerzas revolucionarias. «Nosotros no nos mezclamos en la huelga, no nos dejamos aventajar nuevamente; que los trabajadores hagan la huelga, sin embargo, hasta que se cansen». Este era, en general, el punto de vista predominante en los círculos dirigentes del partido. Pero entretanto la policía procedía al arresto en masa tanto de los delegados de las fábricas como de aquellos miembros de las direcciones de algunos sindicatos que tomaban parte activa en la huelga. Los trabajadores fueron llamados masivamente a filas y enviados al frente” (Béla Szántó, La revolución húngara de 1919, 21).
Tras ocho días de lucha intensa por todo el país, la huelga de junio terminó en derrota, pues aunque las masas estaban dispuestas a tomar el poder, la política de la dirección socialdemócrata garantizó que la clase obrera urbana y rural no pudiera dar golpe final al gobierno.
A pesar de esto, la caída del frente en Bulgaria en octubre de 1918 y la derrota del imperio Austro-Húngaro en la I Guerra Mundial, provocó una crisis total en el régimen político y reanimó las luchas obreras. El 28 de octubre se produjo una enorme movilización exigiendo la independencia de Hungría y dos días después estalló una nueva insurrección obrera, que contó con el apoyo de soldados, marinos y estudiantes. El 31 de octubre triunfó la revolución de octubre húngara; el gobierno reaccionario del primer ministro Itsvan Tisza cayó sin ofrecer la menor resistencia, porque la burguesía y la nobleza no tenían ninguna base social que les apoyara3.
Así, la clase obrera húngara (en unidad con el conjunto de sectores explotados y oprimidos) logró lo que la burguesía y sectores de la nobleza magiar fueron incapaces de realizar por siglos: pusieron fin a cuatrocientos años de opresión imperialista de la corona de los Habsburgo sobre Hungría. La bandera democrático-burguesa de la independencia nacional fue asumida como propia por la clase obrera y logró conquistarla tras un enorme despliegue de energías revolucionarias, algo que la marcó en su constitución identitaria como sujeto social. Esto sería patente durante la revolución de 1956, donde una de las reivindicaciones centrales fue la lucha contra la opresión soviética.
La revolución de octubre, los Consejos obreros y el desarrollo del doble poder (31 octubre 1918-21 marzo de 1919)
La revolución de octubrefue espontánea y veloz, sin una dirección revolucionaria y con poca claridad programática, similar a la de febrero de 1917 en Rusia: “Las masas de trabajadores, soldados y campesinos, carecían de programa y de un partido revolucionario, pero los buscaban a ciegas. A lo mejor, no comprendían claramente lo que querían, pero sabían muy bien lo que no querían. No querían el dominio de la oligarquía privilegiada y corrupta; no querían la monarquía o cualquiera de sus sustitutos; no querían las relaciones de tierra feudales y la opresión nacional” (Alan Woods, La república soviética húngara de 1919, 6).
Esa brecha entre saber lo que no se quiere pero no contar con una propuesta alternativa de sociedad, le dio margen a la burguesía y la nobleza para jugar su última carta, colocando en el poder al conde Miguel Karolyi al frente del Consejo Nacional, organismo de coalición entre el Partido Radical (organización de la burguesía liberal que estaba a favor de la reforma agraria y del sufragio universal) y el Partido Socialdemócrata.
Con este nuevo elenco gobernante, la burguesía y la nobleza apostaron a contener la revolución en los márgenes del sistema capitalista; un típico ejemplo de “cambiar algo para que no cambie nada”. Esto representó una enorme paradoja, pues aunque el motor de la revolución fue la clase obrera por medio de los Consejos, la representación política del proceso siguió en manos de los de arriba: ¡fue una revolución obrera usurpada por la burguesía! (Díaz, 1999).
El nuevo gobierno intentó contener a las masas impulsando una reforma agraria moderada (incluso él mismo entregó sus tierras), realizó algunas concesiones en materia de nacionalidades y formalizó la declaración de Hungría como república el 16 de noviembre. Pero la revolución hizo que todo cambiara abruptamente, dado que las masas ahora querían ir por todo y, por esto mismo, reformas que anteriormente podían haber sido “radicales” ahora se tornaban superficiales. El mismo Karolyi expresó esto a perfección cuando señaló que las “minorías de ayer se consideraban los vencedores de mañana” (Alan Woods, La república soviética húngara de 1919, 8).
Así las cosas, no pasó mucho tiempo para que la clase obrera procesara la experiencia con el nuevo gobierno y cayera en cuenta del abismo que existía entre la República que anhelaba y la que habían conseguido, lo cual abrió una nueva coyuntura de luchas reivindicativas ante la crisis económica e inflacionaria.
Más importante aún, fue la respuesta obrera ante el reiterado sabotaje de la producción por parte de los capitalistas, los cuales estaban más interesados en vender las fábricas antes que satisfacer las exigencias sindicales. Frente a esto, los Consejos obreros pasaron a la ofensiva mediante el control de las fábricas, el cual visualizaron como una “fase de transición” hacia la toma del poder, tal como se desprende de las resoluciones de una asamblea del sindicato de trabajadores siderúrgicos y metalúrgicos: “El control obrero es el único medio de transición mediante el cual la clase trabajadora está en condiciones, mientras no haya tomado el poder en sus manos a través de sus Consejo, de cerrar el paso al proceso de empobrecimiento (…) En consideración a esto, en todas las grandes empresas deben organizarse Consejos de control de fábricas, que, en calidad de órganos del poder obrero, controlen la producción de las fábricas, el suministro de materias primas y también el financiamiento y toda la marcha de los negocios. Los Consejos de control de fábrica deben organizarse no como instituciones paritarias, sino como representación unilateral de poder, y deben servir exclusivamente no para dirimir controversias entre trabajadores y empleadores, sino al contrario para controlar la producción” (Citado en Béla Szántó, La revolución húngara de 1919, 43-44).
En medio de este ambiente de polarización social se constituyó el Partido Comunista de Hungría (PC) en noviembre de 1918, liderado por un grupo de jóvenes comunistas que regresaban de la URSS, entre estos Bela Kun. Esto desató una feroz lucha por la dirección del movimiento obrero que, hasta entonces, era monopolizado por la socialdemocracia, a grado tal que la afiliación a un sindicato representaban el ingreso directo al partido. Este modelo sindical garantizó un control burocrático de las organizaciones obreras, pues era expresamente prohibido militar en otro partido que no fuese la socialdemocracia.
De ahí que la primera batalla entre comunistas y socialdemócratas fue por la libertad de afiliación política en los sindicatos, en la cual el PC logró un importante triunfo cuando se hizo de la dirección del sindicato de trabajadores siderúrgicos y metalúrgicos, el cual acordó en asamblea permitir la libre afiliación política entre sus miembros.
Ante el desarrollo del PC, la socialdemocracia no tuvo reparo en profundizar su giro a la derecha; primero alentando una campaña anti-comunista desde los órganos de propaganda del partido donde les acusaba de ser agentes capitalistas para dividir a la clase obrera, por lo cual agitó la consigna “¡Fuera comunistas de los sindicatos!”; en segundo lugar aprovechando su participación en el gobierno para utilizar el aparato represivo del Estado contra la prensa comunista, por ejemplo prohibiéndoles el acceso al papel de imprenta utilizado para periódicos, realizando redadas con la policía en las imprentas, etc. (Szántó, 1977).
La burguesía también cerró filas con la socialdemocracia, la cual cumplía a cabalidad el papel de policía dentro del movimiento obrero. En el principal periódico burgués del país se incitaba a la población para “hacerse socialista y los trabajadores volver a ser ciudadanos…Nosotros no comprendemos –decía el periódico- por qué razón los partidos se organizan separadamente (…) Para lograr una colaboración pacífica es necesario que cese también la lucha de clases”. En un tono similar se expresó el presidente Karolyi sobre los socialdemócratas: “Reconocemos la propiedad privada, no queremos tocar el principio de la propiedad privada (…) Esto es admitidito incluso por los socialdemócratas (…) ¿No han defendido la integridad territorial de Hungría en las negociaciones con Arad (con los rumanos)? (…) Éstos son ahora lo más fieles guardianes de la integridad territorial, de esta patria que nuestros antepasados ganaron con las armas y supieron conservar gracias a su habilidad ” (Citado en Béla Szántó, La revolución húngara de 1919, 58-59).
Los eventos de Hungría coincidieron con el desarrollo de la revolución alemana, donde el Partido Socialdemócrata lideró los ataques anti-comunistas, incluido el vil asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht el 15 de enero de 1919. Esto marcó un precedente para la socialdemocracia húngara que, a partir de ese momento, incrementó sus ataques contra el PC y por primera vez amenazó con el exterminio físico de los comunistas, tal como expuso Alejandro Garbai ante el Consejo de los obreros: “Tienen que ser colocados ante la boca de los fusiles –dijo- porque nadie puede tratar de dividir el partido socialdemócrata sin pagar por ello con la vida” (Béla Szántó, La revolución húngara de 1919, 43-44)4.
En este contexto se produjo el ataque al local del periódico socialdemócrata Népszava el 20 de febrero de 1919, con el saldo de varios muertos. Esto hechos fueron atribuidos a los comunistas, aunque todos los indicios apuntaban a su inocencia. Ante esto, la dirigencia del PC tuvo una orientación ingenua al desestimar la denuncia y no tomaron ninguna medida de seguridad para la dirección del partido (por ejemplo habilitar casas de seguridad clandestinas para dormir). Esto facilitó la labor policial que en horas de la noche realizó redadas y arrestó a toda la dirección del partido, lo cuales fueron torturados y golpeados en prisión durante varias semanas, acciones que la dirigencia socialdemócrata justificó por “el dolor que sentían por lo colegas caídos” en el ataque (Díaz, 1999).
A pesar de la represión liderada por la socialdemocracia, su apoyo entre la clase obrera disminuía constantemente. En el plano internacional sufrió un golpe tras las elecciones para la Asamblea Constituyente en Alemania y Austria, donde los partidos socialdemócratas quedaron en minoría y se trajo abajo las expectativas que promovía la dirigencia húngara de avanzar hacia el socialismo por medio de las elecciones democrático-burguesas.
Pero también pesaron las acciones de la socialdemocracia a nivel interno, pues era partícipe de un gobierno que aplicaba un programa de ajuste contra los trabajadores y trabajadoras. Una medida que fue determinante en la ruptura de la clase obrera con la dirigencia socialdemócrata fue el intento de suprimir los Consejos obreros en las fábricas, estableciendo en su lugar “comités obreros” sin poder real, cuyo propósito no era otro que restablecer el poder de los capitalistas en las fábricas.
En respuesta a este ataque, las bases socialistas se unieron con las comunistas para mantener sus Consejos y, en varias ciudades, el gobierno central perdió todo atributo de autoridad real: el Congreso de los Consejos obreros de la llanura húngara reclamó la socialización de los medios de producción, el fin de la paz civil y la expropiación de los terratenientes; en el condado de Somogy, los trabajadores rurales de las haciendas tomaron las tierras; la asamblea de torneros realizó el 9 de marzo una movilización por la dictadura del proletariados. Además creció el repudio ante la detención y tortura de la dirigencia comunista, a grado tal que el gobierno tuvo que liberar a 29 presos (aunque seguía en prisión gran parte de la dirección) y, por último, de forma masiva las organizaciones obreras se declararon en contra de las elecciones para la Asamblea nacional, de la cual no esperaban nada positivo (Szántó, 1977).
Este escenario de crisis revolucionaria interna, se complicó aún más luego de que los Aliados vencedores de la I Guerra Mundial exigieron delimitar nuevas fronteras de Hungría, lo cual significaba robar territorio donde habitaban cerca de dos millones de personas. La burguesía estaba totalmente desmoralizada y confundida, incapaz de dar una respuesta ante la oleada revolucionaria.
Ante esto, el impotente Karolyi renunció al gobierno el 20 de marzo de 1919, cerrando la efímera experiencia republicana y parlamentaria de Hungría (menos de cinco meses). El poder burgués se diluyó y la única clase capaz de asumir el poder era la clase obrera.
La “unidad” entre el Partido Socialdemócrata y Partido Comunista (marzo 1919)
Tras la renuncia de Karolyi, la burguesía entregó el poder a los reformistas del PSD como última carta para evitar la revolución. Pero era un “regalo” incómodo para los socialdemócratas, porque estaban profundamente desacreditados entre el movimiento obrero. Esto produjo la escisión de la socialdemocracia entre dos alas: una dispuesta a ejercer un papel abiertamente contrarrevolucionario (como Noske y Sheidemann en Alemania); otra más cauta y abierta a buscar un acuerdo con el PC que, para ese momento, constituía la principal fuerza política del país. Esta última terminó por imponerse, en gran medida porque no había capacidad de librar algún tipo de represión contra una clase obrera armada y con el ejército burgués en crisis tras la derrota en la guerra.
El acercamiento con los comunistas inició desde el 10 de marzo, cuando tres representantes del ala “izquierda” socialdemócrata (Bogár, Mausz y Sébok) se reunieron con la dirección del PC en la cárcel y le pidieron a Bela Kun que redactara una propuesta programática para reconstituir la unidad del movimiento obrero. Entre los principales puntos que incluyó en una carta hacia Bogár estaban: 1) Ningún apoyo al gobierno burgués, el poder a los soviets; 2) Rechazo a la integridad territorial del viejo imperio, ninguna guerra para “reincorporar” nacionalidades y territorios; 3) Por una república centralista de Consejos, eliminación de la burocracia y de las fuerzas armadas permanentes; 4) Control centralizado de los Consejos y descentralizado de la producción industrial, agrícola y distribución de productos; 5) Nacionalización de la tierra, oposición “enérgica” a los repartos individuales y aceptación de cooperativas agrícolas como método de transición; 6) Socialización de la banca; 7) Estatización de la industria y transportes; 8) Monopolio del comercio exterior y del comercio de productos de primera necesidad; 9) Protección de los trabajadores y trabajadoras; 10) Propaganda del socialismo por parte del Estado, separación de la Iglesia del Estado, etc. (Díaz, 1999).
Ante la crisis revolucionaria la dirigencia socialdemócrata no tuvo más remedio que aceptar la propuesta de los comunistas, porque de lo contrario la insurrección podría barrer con ellos también. Así se produjo uno de los hechos más insólitos en la historia de las revoluciones: la dirección del Partido Socialdemócrata corrió a firmar un acuerdo de unificación con los comunistas encarcelados, con el objetivo de construir un nuevo gobierno “obrero”. Era una medida desesperada por parte de la socialdemocracia, a grado tal que figuras del partido socialdemócrata, como Kunfi y Weltner declararon que, aunque ni siquiera habían leído la carta de Bela Kun, suscribían la plataforma programática sin reservas (Szántó, 1977).
Inicialmente Bela Kun no pretendía la unificación inmediata de ambos partidos, sino que aspiraba realizar un proceso de discusión programático. Pero el temor a quedar aislados o verse como sectarios, le llevó a escoger la línea de menor resistencia y cometer un grave error político, porque la unificación fue una maniobra para salvarle la espalda a la dirigencia socialdemócrata que era aborrecida por la inmensa mayoría de la clase obrera5. Así, lo que se produjo fue una unificación burocrática entre las cúpulas de ambos partidos, la cual no se consultó ante ningún organismo partidario de base.
Al respecto de esta táctica Lenin fue muy crítico. Desde un inicio advirtió sobre la posibilidad de una “artimaña”, posteriormente planteó a Bela Kun sus dudas sobre las garantías del acuerdo para que los comunistas fueran la parte dirigente del gobierno y, durante el Congreso de la Internacional Comunista realizado poco después de la revolución, señaló que la unificación era un peligro y que lo mejor hubiera sido conformar un bloque con los socialdemócratas, pero sin perder la independencia como partido para aparecer ante las masas como organización independiente y romper el acuerdo ante cualquier traición de la socialdemocracia, algo que era sumamente posible (Woods, 2009).
La unidad dio paso a la constitución del Partido Socialista Húngaro (PSH), donde los socialdemócratas acapararon los principales puestos dentro de la dirección del partido, en los sindicatos y en el gobierno: ¡Alejandro Garbai, quien semanas atrás declaró que los comunistas debían “ser colocados ante la boca de los fusiles”, fue designado presidente de la República Soviética Húngara!
Parte de las maniobras socialdemócratas fue variar el sistema electoral, a sabiendas de que una elección abierta de candidatos en lo soviets marginaba de los puestos de representación a los socialdemócratas, pues eran aborrecidos y abucheados públicamente por las bases obreras al identificarlos como traidores de la revolución. Por eso desde el aparato partidario impusieron una reforma electoral donde el centro de gravedad no eran las masas trabajadoras, sino que en adelante serían las comisiones de candidatos donde se designaban candidaturas de forma proporcional, asegurando que los socialdemócratas tuvieran una importante presencia en las listas de 200 ó 300 candidatos que eran votadas en cada distrito (un criterio territorial propio de la democracia burguesa).
Este mecanismo garantizó que los soviets tuvieran una amplia representación de los cuadros socialdemócratas, generando una distorsión política entre el ánimo revolucionarios de las bases y sus “representantes” en los organismos de poder. Las contradicciones no tardaron en hacerse patentes: “Para ofrecer una idea aproximada de la composición de los soviets en provincia, basta indicar que durante el primer congreso, que fue también el último, lo esencial de las declaraciones emitidas era hasta tal punto contrarrevolucionario y antisemita que resultó imposible publicar el informe de las sesiones” (M. Gabor, Los Consejos obreros en la revolución húngara de 1919, 171).
Visto lo anterior, es claro que la unidad burocrática de ambos partidos constituyó un error fatal en materia de estrategia revolucionaria; la dirección comunista liquidó el partido dentro del aparato contrarrevolucionario del PSD. Aunque Bela Kun y el resto de la dirección comunista eran los elementos más avanzados de la revolución húngara, al mismo tiempo eran un equipo sumamente inexperto que, en cuestión de cuatros meses desde que fundaron el PC, se vieron al frente de una revolución y se dejaron llevar por sus atrasos políticos, en particular una incomprensión del papel fundamental del partido revolucionario durante la insurrección y el ejercicio de la dictadura del proletariado6.
Bela Kun sospechaba que algo estaba, pues al día siguiente de firmar el acuerdo de unificación y luego de constituirse el “Consejo Revolucionario del Gobierno” expresó lo siguiente: “Las cosas han ido demasiado bien. No he podido dormir, he estado pensando toda la noche dónde nos hemos podido equivocar. Porque en uno u otro punto debe ocultarse un error. Ha sido demasiado fácil. Ahora nos damos cuenta de ello, pero temo que sea demasiado tarde” (Citado en BélaSzántó, La revolución húngara de 1919, 82-83). Los próximos 133 días demostrarían que su temor era correcto.
Alcances y límites de la efímera República Soviética Húngara (21 de marzo-1° de agosto de 1919)
La República Soviética Húngara tuvo una génesis similar a la Comuna de París de 1871, cuando la clase obrera tomó el poder luego de que la burguesía francesa abandonara la ciudad ante el asedio de las tropas prusianas. En el caso de Hungría la burguesía no abandonó el país, pero tras la derrota en la I Guerra Mundial, la implosión del imperio, el asedio de los Aliados por desmembrar territorialmente el país y el estallido de la revolución obrera, quedó desorientada y carente de iniciativas para recomponer su hegemonía como clase dominante.
Esto facilitó la constitución formal del gobierno de los soviets, pero impidió que la clase obrera, los soldados y el campesinado barrieran con el aparato del Estado burgués en la lucha por el poder, tal como hicieron los bolcheviques durante la revolución de octubre de 1917.
Lo anterior generó una situación bastante ambigua, pues la burguesía se retiró de la esfera de la representación política, pero quedaron remanentes del Estado burgués (en crisis, pero aún existentes), los cuales la socialdemocracia se esmeró por sostener y fortalecer desde el gobierno. Debido a esto, durante la efímera existencia de la República Soviética Húngara hubo una tensión constante entre las tendencias anticapitalistas emanadas desde la clase obrera representadas por los comunistas y las inercias conservadoras para restaurar el dominio burgués representadas por la socialdemocracia, la Iglesia y antiguos funcionarios.
- Algunas medidas progresivas del gobierno soviético
El grueso de las medidas progresivas del gobierno soviético fue en el campo de la reforma social, la salud y la cultura. Por ejemplo, se redujeron los alquileres un 20% y se repartieron viviendas lujosas para el alojamiento de varias familias obreras. También se suprimieron las cajas de socorro y mutuales, pues en adelante el Estado asumió los servicios de salud de forma gratuita tras nacionalizar todos los hospitales y centros de salud.
En el terreno cultural se incentivó el arte para el esparcimiento cultural popular. Todos los teatros fueron administrados por el Estado y dos tercios de las entradas eran vendidas a bajo costo por los sindicatos7. La escolaridad se declaró obligatoria hasta los 14 años y se reclutaron miles de personas para trabajar en la enseñanza. Además se impulsó la instrucción libre (o popular) para brindar cursos de alfabetización e idiomas (sólo en Budapest se organizaron más de diez mil conferencias para la juventud obrera). Junto con esto, se organizaron universidades para la clase trabajadora especializadas en la instrucción técnica y científica.
En cuanto a derechos democráticos se dieron pasos importantes. Se garantizó el voto para hombres y mujeres desde los 18 años, del cual estaban excluidos quienes vivían del fruto del capital o de la explotación del trabajo ajeno, así como quienes pertenecían al clero8. El divorcio pasó a ser una decisión unilateral y expedita (se realizaba en 24 horas). Siguiendo el ejemplo soviético, se autorizó el derecho al aborto en tanto se realizara en hospitales públicos.
- El papel contrarrevolucionario de la socialdemocracia desde el gobierno
Pero al mismo tiempo que se desarrollaban estas medidas progresivas, la revolución fue presa de las contradicciones de su gobierno obrero, dentro del cual predominaban los socialdemócratas que, desde un inicio, hicieron todo lo posible para frenar la revolución y allanar el camino para una eventual reconstitución del capitalismo.
El primer choque fue alrededor de la propuesta comunista por disolver los cuerpos represivos del Estado burgués: la policía, la gendarmería y la guardia de seguridad pública. Ante la rotunda oposición de los “comisarios” socialdemócratas, los obreros desarmaban por su cuenta a los policías en las calles; la alternativa de los socialdemócratas fue el “licenciamiento” de los miembros de esos órganos represivos y crear la “Guardia Roja”, a la cual se incorporaron los policías y gendarmes con licencia. De ahí que no fuera extraño que en todos los movimientos contrarrevolucionarios la Guardia Roja estuviera presente….apoyándolos directamente o dejándose desarmar sin oponer resistencia (Szántó, 1977).
Otro tema donde se impusieron los criterios conservadores de la socialdemocracia fue con respecto a la separación de la Iglesia del Estado, reivindicación histórica de los partidos socialistas europeos que, además, figuraba entre los acuerdos de programa suscritos con los comunistas para la unificación del partido. Ya en el poder los ministros socialdemócratas insistieron en no pelearse con la Iglesia para no “provocar la contrarrevolución”, aunque en realidad era una medida electoralista para no perder apoyo entre los sectores religiosos de la población. Esto bloqueó al gobierno central para tomar una medida progresiva al respecto, dejando la iniciativa en manos de los Consejo obreros locales, lo cual fue correctamente interpretado por la jerarquía eclesiástica como una debilidad que aprovechó para contraatacar, convirtiendo a las misas y actividades religiosas en centro de la contrarrevolución.
También hubo discordia entre comunistas y socialdemócratas sobre qué hacer con la burocracia estatal heredada del viejo aparato estatal imperial. Como era predecible, los socialdemócratas insistieron en garantizar la “estabilidad laboral” de esos funcionarios (en vez de plantear su reubicación en fábricas o en docencia), lo que equivalía a tener dentro del Estado obrero a los agentes de la burguesía. De esta manera, la nueva república soviética nació con una burocracia heredada del Estado burgués, la cual se comportó como una “organización erigida por encima de la sociedad” que saboteó los avances revolucionarios y obstaculizó la ejecución de los acuerdos del gobierno: “Los asuntos del proletariado siguieron siendo administrados –o más exactamente saboteados- por la antigua burocracia y no por los Consejos obreros mismos, que de esta manera nunca llegaron a convertirse en organismos activos. Los socialdemócratas se preocupaban bastante más de la existencia de los burgueses situados en el aparato burocrático que de la propia dictadura del proletariado” (Citado en Béla Szántó, La revolución húngara de 1919, 82-83)9.
Esta observación de Béla Szántó es de suma importancia, pues denota uno de los principales límites de la República Soviética Húngara, la cual no destruyó por completo el aparato estatal burgués y, por ende, edificó un gobierno obrero que convivió con los residuos de la institucionalidad burguesa que, aunque estuviera en crisis por la revolución, posteriormente fue un baluarte para el triunfo de la contrarrevolución de la mano de la invasión militar extranjera (lo cual veremos más adelante).
Esta brecha entre el funcionamiento del Estado y el poder ejecutivo de los Soviets (es decir, de la misma clase obrera en unidad con los sectores explotados y oprimidos) constituyó la principal debilidad de la revolución húngara, una grieta sobre la cual la socialdemocracia se escurrió para frenar el avance de las tendencias anticapitalistas. Al respecto son elocuentes las declaraciones del Presidente del Consejo de Gobierno Soviético, Alejando Garbai, quien aseguró que: “Yo estaba decididamente orientado hacia una política completamente distinta, partía de premisas teóricas y de principio completamente diversas (…) por esto no debe maravillarse de que yo no pueda integrarme en el universo mental en que se basa la dictadura del proletariado” (Citado en Béla Szántó, La revolución húngara de 1919, 99).
- Una política económica ultraizquierdista
En la gestión económica los comunistas tuvieron más espacio para imponer su agenda, posiblemente por la presión ejercida desde abajo por la clase obrera que, desde meses antes, avanzó con la toma de fábricas y estableció el control obrero; por eso resultó sencillo decretar la nacionalización de los bancos y las industrias. Pero en este punto afloraron las debilidades e impaciencia de la dirección comunista, la cual no esbozó un plan de transición al socialismo porque se decantó por instaurar el “socialismo ahora” y hacerlo mejor que lo bolcheviques (Woods, 2009).
Por ejemplo, en Rusia los bolcheviques sólo nacionalizaron los bancos y grandes industrias (las principales palancas de la economía capitalista), dejando para un futuro la integración de las medianas y pequeñas empresas, para lo cual era preciso un mayor desarrollo tecnológico y administrativo del Estado obrero. En Hungría, Bela Kun y compañía desplegaron una política ultraizquierdista, pues en los primeros cinco días de gobierno nacionalizaron todas las empresas de más de 50 trabajadores y, para finales del primer mes, extendieron la medida a otras 27 mil empresas (en su mayoría de poco más de 20 trabajadores). El resultado fue una gran cantidad de problemas económicos por la ineficiente administración de tantas empresas.
Otro ejemplo fue la política salarial, donde el criterio utilizado por los comunistas fue “a igual trabajo, igual salario”, lo cual se tradujo en la creación de cuatro categorías salariales: a) obreros instruidos y especializados, b) obreros no cualificados, c) trabajadores auxiliares y d) aprendices. Aunque tuvo efectos positivos para la revalorización salarial del trabajo femenino y de los sectores más precarizados de la clase obrera, al mismo tiempo representó una caída del salario de miles de obreros que ganaban por encima de lo estipulado en su correspondiente categoría, lo cual generó muchos conflictos por aumentos salariales y una estrepitosa caída del 60% en el rendimiento del trabajo personal (Díaz, 1999)10.
- La implantación del comunismo agrario
La política agraria también pecó de ultraizquierdista, pues la orientación fue la nacionalización de todas las tierras y la oposición “enérgica” a las reparticiones individuales (como expuso Bela Kun en su carta programática).
Recordemos que uno de los aciertos bolcheviques durante la revolución fue la colaboración revolucionaria entre la clase obrera y el campesinado, sellado mediante la implementación de la reforma agraria que, si bien no era medida socialista al permitir la propiedad privada de la tierra en pequeña escala, tenía la intención de ganar para la revolución a los sectores más desposeídos del campesinado (Trotsky, 2000). Esto garantizó que gran parte del campesinado apoyara al gobierno de los Soviets en medio de la guerra civil, pues garantizó la demanda histórica de reforma agraria, lo cual seguramente se retrotraería si vencían los ejércitos blancos contrarrevolucionarios.
Para el caso de la revolución húngara ocurrió todo lo contrario, porque la política de implantar el comunismo en el campo chocó con el campesinado que aspiraba a ser pequeño propietario. Para los dirigentes del PC húngaro, la nacionalización inmediata de la tierra se desprendía la estructura de la propiedad agraria del país, caracterizada por ser un “típico país de grandes propietarios terratenientes, y la inmensa mayoría de su población rural está compuesta por trabajadores asalariados, sin tierra, y por pequeñísimos propietarios. Por esto las relaciones sociales en el campo húngaro son muy propicias para una política agraria revolucionaria” (Hernán Díaz, El gobierno obrero húngaro de 1919, 121).
Con base a este análisis, Bela Kun creyó que su política de comunismo agrario era más “más inteligente que la de los bolcheviques rusos, porque nosotros no dividíamos las grandes propiedades entre los campesinos sino que instalábamos en ellas la producción socialista, basándonos en los trabajadores rurales para no convertirlos en enemigos del proletariado” (Alan Woods, La república soviética húngara de 1919, 13)11.Una orientación que resultó del todo equivocaba, porque partía de realizar una equiparación mecánica entre el proletariado agrícola con el industrial que, aunque tiene una relación salarial y por tanto califica como parte de la clase obrera, en su constitución socio-cultural tienen enormes vínculos con el campesinado y aspira a ser propietario: “como dice Schwartz parafraseando agudamente a Lenin, ‹el ‘proletariado rural’ aislado del proletariado urbano es esencialmente un ‘pequeñoburgués’ en mentalidad, furiosos contra los que tienen tierra, pero consumidos por el deseo de lograr para ellos mismos poder aferrarse a su propiedad de la tierra›” (Roberto Sáenz, China 1949: revolución campesina anticapitalista, 149).
Así, aproximadamente 700 mil familias campesinas pobres y más de 100 mil campesinos medios, entraron en conflicto con la República de los Soviets y se convirtieron en base social de la contrarrevolución: “No es asombroso que los campesinos húngaros, cuya tercera parte estaba compuesta de pequeños propietarios, no hayan comprendido el sentido de la socialización; esta parte de los campesinos no quería oír hablar de ‘comunas’ o de bienes pertenecientes al Estado. Resultó vano que se les exhortara a apoyar el poder obrero y campesino: se rehusaron a suministrar cereales a los obreros de la ciudad y ésta fue la razón por la cual Hungría, Estado agrario, sufrió una escasez de pan” (M. Gabor, Los Consejos obreros en la revolución húngara de 1919, 171).
- La intervención extranjera, el problema militar y la derrota de la revolución
La revolución húngara se produjo en un momento sumamente complejo para el imperialismo y las burguesías europeas, pues luego de la carnicería de la I Guerra Mundial y tras el triunfo de la revolución de octubre en Rusia, se produjo un ascenso revolucionario por todo el continente. 1919 fue un año de mucha intensidad en la lucha de clases: insurrección en enero en Berlín; proclamación de la República Soviética de Bavaria; crisis revolucionaria en Austria; enormes movilizaciones obreras en Francia, Gran Bretaña, Holanda, Noruega, Suecia, Yugoslavia, Rumania, Checoslovaquia, Polonia, Italia e incluso en los Estados Unidos.
Por eso la consolidación de la República Soviética Húngara era clave para extender la revolución al centro de Europa, lo cual estaba claro para el imperialismo y explica que desde un inicio fue asediada militarmente por los ejércitos Aliados y de los países vecinos.
A sabiendas de esto, era fundamental poner en pie un verdadero ejército revolucionario para defender la República Soviética ante la eminente intervención extranjera (tal como sucedía en ese momento en Rusia). Pero nuevamente la política del gobierno en este punto fue suicida: se mantuvo intacto el ejército anterior y se rebautizó con el nombre de Ejército Rojo con un decreto del 30 de marzo. Lo anterior explica que el “Ejército Rojo”, conformado por tropas y oficiales del antiguo régimen, se desmoronara cuando iniciaron las incursiones de tropas extranjeras y, en varios casos, destacamentos enteros se pasaron a las filas de la contrarrevolución.
Los ataques empezaron el 16 de abril con las tropas rumanas, luego se sumaron los serbios por el sur y, por último, incursionaron los checos desde el occidente; todas estas incursiones contaron con la ayuda técnica y militar del imperialismo francés. Durante las primeras semanas avanzaron sin mucha resistencia del ejército o del campesinado, levantando como peticiones la rendición total de Hungría, el desarme del ejército, la dimisión del gobierno y la ocupación del territorio por las tropas de los Aliados (Woods, 2009).
A pesar de los retrocesos del Ejército Rojo, la clase obrera en Budapest se sumó a la guerra desde el 2 de marzo y repelió la invasión, retomando muchas ciudades y pasando a la ofensiva. En este momento la dirigencia socialdemócrata comenzó a criticar las tácticas militares, en particular contra los “métodos duros” y la supuesta “crueldad innecesaria”. Incluso el 24 de junio se produjo un intento de golpe de Estado encabezado por los “Socialdemócratas Nacionales”, el cual fue derrotado en menos de 24 horas. Así, la guerra contrarrevolucionaria tuvo dos frentes: el militar con las invasiones de tropas extranjeras y el interno con los ataques de los políticos socialdemócratas.
En los próximos meses hubo avances y retrocesos militares, pero la tendencia hacia la derrota parecía irreversible por los errores políticos de la dirigencia comunista, en particular la pérdida de apoyo entre el campesinado que facilitó la incursión de las tropas invasoras. La dirigencia comunista titubeó una y otra vez para enfrentar las maniobras derrotistas de la socialdemocracia que estaba en contacto con los ejércitos invasores para rendirse.
El último acto se produjo el 1° de agosto cuando Bela Kun y los dirigentes comunistas renunciaron al gobierno y se exiliaron en Austria para “evitar un derramamiento de sangre inútil” (Woods, 2009).Inmediatamente se conformó uno nuevo con los dirigentes sindicales socialdemócratas y, sin que fuera necesario un solo tiro, se disolvió la República Soviética y se creó la República Popular de Hungría. En cuestión de seis días, el gobierno socialdemócrata deshizo todas las medidas asumidas por los soviets. Finalmente, el 6 de agosto se produjo un nuevo golpe de Estado por un puñado de militares.
Con la entrada de las tropas rumanas a Budapest se desató una campaña de “terror blanco” contra la clase obrera, la cual los dirigentes socialdemócratas no criticaron esperando tener un espacio dentro del nuevo régimen: “Los terratenientes y capitalistas se vengaron de los ‘actos de crueldad’. Los soldados heridos del Ejército Rojo fueron sacados de los hospitales y asesinados, los blancos utilizaron los métodos de tortura medievales más bárbaros: en este periodo murieron asesinadas cinco mil personas” (Alan Woods, La república soviética húngara de 1919, 17).
Así se selló la derrota de la revolución de 1919, lo cual permitió que la burguesía reconstituyera su dominio sobre la clase obrera y el campesinado. El retroceso fue tal que, en 1920, la Asamblea Nacional restableció el Reino de Hungría bajo la regencia de Miklós Horthy, un duque y ex comandante de la armada austro-húngara que dirigió las tropas contrarrevolucionarias desde el sur del país. Su mandato fue el primer régimen fascista en Europa, el cual prosiguió con el “terror blanco” y garantizó los intereses de un puñado de capitalistas y terratenientes: “Cuarenta familias ricas eran prácticamente dueñas de dos tercios de Hungría bajo Horthy. Un tercio del total de la tierra laborable estaba en manos de 980 grandes terrateniente; de una población total de nueve millones, un millón ciento treinta mil campesinos no tenían tierras. Los sindicatos eran reprimidos y el pequeño Partido Comunista cumplía su trabajo en la mayor ilegalidad y cometía los errores sectarios tan fáciles de cometer en tales condiciones, con algunos líderes en la cárcel y otros asesinados” (Peter Fryer, La tragedia de Hungría, 49).
El régimen fascista de Horthy se extendió hasta 1944, cuando abdicó ante el avance del Ejército soviético en medio de la II Guerra Mundial. A pesar de que se sumó al Eje fascista en 1941 para invadir Yugoslavia, cuando fue detenido por los Aliados no lo juzgaron por crímenes de guerra y lo dejaron libre (posiblemente un reconocimiento a su trabajo contrarrevolucionario en 1919), por lo que pudo exiliarse en Portugal, donde murió en 1957.
Pautas de la lucha obrera en Hungría
Este repaso histórico nos permite sintetizar algunas pautas de la lucha obrera en Hungría desde mediados del siglo XIX hasta inicios del XX, intervalo durante el cual se produjeron las revoluciones de 1848 y 1919. En particular nos referiremos a tres elementos que estarán presentes en la revolución: a) la lucha por derechos democráticos, tales como la independencia nacional y la reforma agraria; b) el desarrollo de los Consejos obreros, estableciendo sus potencialidades y límites; y c) el papel fundamental de la dirección revolucionaria durante la revolución.
- Una tradición de lucha por derechos democráticos
Como analizamos en el primer acápite, la Hungría de inicios del siglo XX era una nación económicamente atrasada y cuya revolución democrático-burguesa resultó truncada en 1848. Esto impidió que la débil burguesía magiar pudiese resolver las tareas democráticas más acuciantes para la nación, pues eso ponía en riesgo la continuidad de las formas de explotación y opresión del capitalismo húngaro que tantos beneficios reportaba a los capitalistas, la nobleza y las potencias imperialistas.
Debido a esto, las banderas de lucha por la independencia nacional y la reforma agraria fueron incorporadas por el proletariado como parte de su programa, tal como quedó demostrado en la revolución de 1919, donde la acción revolucionaria de la clase obrera con el campesinado conquistó la independencia ante el imperialismo austríaco y la transformación del país en una república.
Esta fase de la lucha de clases en Hungría coincide plenamente con los postulados de Trotsky en la teoría de la revolución permanente que, en su tesis II, sostiene que en los países de desarrollo burgués retrasado (en particular los coloniales y semicoloniales) “…la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el Poder, como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas” (León Trotsky, La teoría de la revolución permanente, 519).
Lo anterior explica que el proletariado húngaro se erigiera como la única clase social capaz de resolver los problemas nacionales más importantes, por lo que en un inicio ganó al campesinado para la revolución. Pero esta unidad se rompió por la política ultraizquierdista de Bela Kun por imponer el comunismo agrario, lo cual chocó con las aspiraciones campesinas de una reforma agraria y allanó el camino para el fortalecimiento de la contrarrevolución.
Lenin, al respecto de la revolución rusa, caracterizó que la clase obrera llegó al poder principalmente como “agente de la revolución democrático burguesa”, por lo que empezó por resolver los problemas democráticos más importantes (paz, reforma agraria, derechos de las nacionalidades) y, de forma progresiva, enfocó las cuestiones socialistas mediante “la lógica de su dominación” (Trotsky, 2000b). Trotsky recordaba esto en sus debates de estrategia con el estalinismo, en particular contra la concepción etapista de la revolución que segmentaba las tareas democráticas de las socialistas, entre las cuales no había vasos comunicantes y terminaba por hipotecar la independencia de la clase obrera al colocarla como furgón de cola de un sector burgués “progresivo”.
Pero también aplica para comprender el error estratégico de las medidas ultraizquierdistas que impulsó Bela Kun y la dirección del Partido Comunista húngaro, quienes confundieron gobierno de los Soviets con revolución socialista, un razonamiento mecánico que les impidió comprender la trascendencia de las tareas democrático burguesas relativas a la reforma agraria.
En este sentido son valiosos los apuntes estratégicos de Trotsky para diferenciarse del etapismo estalinista y de los desatinos producto de la impaciencia ultraizquierdista; lo determinante en estrategia revolucionaria no pasa por el carácter democrático o socialista de las tareas realizadas, sino que radica en quién y cómo las realiza12: “Hay que saber que la dictadura del proletariado no coincide, ni mucho menos de una manera mecánica, con la noción de revolución socialista. La conquista del poder por la clase obrera se produce en un medio nacional determinado, en un período determinado y para la solución de cuestiones determinadas. En las naciones atrasadas dichas cuestiones de solución inmediata tienen un carácter democrático: liberación nacional del yugo imperialista y revolución agraria, como en China; revolución agraria y de los pueblos oprimidos, como en Rusia (…) El tránsito orgánico y por evolución de la democracia al socialismo es concebible sólo bajo la dictadura del proletariado” (León Trotsky, El problema de la revolución permanente, 560).
A pesar de la derrota de 1919, la bandera democrático-burguesa de la independencia nacional fue asumida como propia por la clase obrera y la marcó en su constitución identitaria como sujeto social. Esto sería patente durante la revolución de 1956, donde una de las reivindicaciones centrales fue la lucha contra la opresión soviética, algo que analizaremos más adelante.
- La experiencia organizativa de los Consejos obreros
Durante la revolución la clase obrera avanzó en sus formas de organización, pasando del sindicalismo a la conformación de Consejos obreros o soviets. ¿Cómo se explica esto? Primordialmente por la presión o necesidad que tenía la clase obrera para responder a los problemas nacionales históricos (independencia nacional, reforma agraria) y los coyunturales derivados de la I Guerra Mundial (desempleo, alto costo de la vida), para lo cual la forma reivindicativa del sindicalismo resultaba insuficiente13.
Por eso es válido caracterizar a los Consejos obreros como la forma organizativa en que se tradujo el avance en la consciencia del proletariado húngaro. Pero, contradictoriamente, al mismo tiempo fueron la expresión de sus limitaciones, en particular su dificultad para llevar la lucha revolucionaria hacia la toma del poder por la clase obrera y el campesinado. Durante la revolución, en cuestión de seis meses, los Consejos obreros pudieron tomar el poder en dos ocasiones, pero en el último minuto lo entregaron a representantes políticos externos: en octubre de 1918 al gobierno burgués de Karolyi; en marzo de 1919 al gobierno “obrero” encabezado por los traidores del Partido Socialdemócrata.
Lo anterior confirmó los límites del proceso revolucionario en su fase espontánea. Aunque la clase obrera húngara demostró una enorme capacidad de lucha y avanzó subjetivamente hasta la conformación de Consejos Obreros y el control de las fábricas, la ausencia de una dirección revolucionaria al frente de la revolución fue determinante para que no tomara el poder y, por ende, lo delegara en figuras o partidos que no los representaban directamente.
En sus estudios sobre los soviets en la revolución rusa, Trotsky analiza que estos organismos no entrañaban “ninguna fuerza mística” ni estaban libres de los vicios propios de cualquier organismo de representación: “El soviet es la forma de representación revolucionaria más elástica, directa y clara. Pero esto se refiere exclusivamente a la forma, y la forma no puede dar de sí más de lo que sean capaces de infundirle las masas en cada momento determinado” (León Trotsky, Historia de la revolución rusa, 205).
Por eso no se podía hacer un fetiche de los soviets como organismos para la revolución14, pues la experiencia que siguió a la revolución rusa demostró que estos organismos sin partidos revolucionarios al frente resultaron incapaces de tomar el poder: “Después de Octubre, parecía que los acontecimientos se desarrollarían en Europa por sí solos y con tal rapidez que no nos dejarían siquiera el tiempo de asimilarnos teóricamente las lecciones de entonces. Pero ha quedado demostrado que, sin un partido capaz de dirigir la revolución proletaria, ésta se torna imposible. El proletariado no puede apoderarse del Poder por una insurrección espontánea. Aun en un país tan culto y tan desarrollado desde el punto de vista industrial como Alemania, la insurrección espontánea de los trabajadores en noviembre de 1918 no hizo sino transmitir el Poder a manos de la burguesía” (León Trotsky, Lecciones de Octubre, 15).
Esto fue justamente lo que ocurrió en la revolución húngara de 1919, donde los Consejos obreros fueron el eje para conquistar la independencia nacional y poner bajo control obrero las fábricas, pero no lograron avanzar hacia la conquista del poder para dar paso a la transición al socialismo. Una demostración más de lo complejo que resulta la elevación política de la clase obrera y el movimiento de masas, en lo cual la experiencia histórica demuestra que el partido es un factor imprescindible: “La lucha de clases, la revolución, es lucha de partidos, es lucha por el poder. Y no se puede concebir ningún evento de la lucha política, e incluso militar, sin ellos (…) Si está claro que no existe signo igual entre la clase obrera y el partido (los partidos), al mismo tiempo no puede elevarse políticamente sin ellos” (Roberto Sáenz, Ascenso y caída del gobierno bolchevique, 381).
La naturaleza contradictoria de los consejos obreros se manifestaría nuevamente en la revolución de 1956 contra la ocupación rusa, pues fueron incapaces de constituir un gobierno revolucionario emanado desde su interior y, por ende, delegaron el poder en el ala “reformista” de la burocracia encabezado por Nagy, aspecto que facilitó el posterior contraataque de la burocracia soviética.
- El papel decisivo de la dirección revolucionaria
La ausencia de una verdadera dirección revolucionaria constituyó uno de los factores decisivos que medió en la derrota de la revolución húngara de 1919. La fundación del Partido Comunista en noviembre de 1918 no subsanó este vacío, porque era imposible que se consolidara en cuestión de meses. Así, en medio de la vorágine revolucionaria, un inexperto equipo de dirección encabezado por Bela Kun sucumbió ante las presiones e incurrió en todo tipo de errores: en un lapso de semanas pasó del oportunismo al unificarse con los socialdemócratas a un giro ultraizquierdista cuando ejecutó su política agraria.
Profundizando sobre el caso de Alemania, el historiador trotskista Pierre Broué hacía hincapié en que el “drama” o debilidad de los Consejos obreros alemanes era la ausencia de un verdadero “partido de los consejos” para impulsarlos a la toma del poder, tal como hicieron los bolcheviques en Rusia. Una ausencia que tuvo por resultado el fortalecimiento de las fuerzas contrarrevolucionarias, dado que en política no hay vacíos: “Esta confusión, la ausencia de una organización revolucionaria que impulse, hacia la mayoría en los consejos y hacia el poder mismo de los consejos, una lucha consecuente, deja el campo libre a los adversarios de los consejos en su mismo seno” (Broué, Revolución en Alemania (1), 107).
Algo similar ocurrió en Hungría, pues el Partido Comunista renunció a convertirse en la dirección de los Consejos obreros cuando se unificó con el Partido Socialdemócrata. En la concepción de Bela Kun (al menos la que sostenía en 191915) la relación entre el partido y la clase estaba determinada por la actividad espontánea de las masas, donde la acción revolucionaria es concebida como un fenómeno objetivo dentro del cual no tiene ninguna jerarquía la dirección revolucionaria. Esto lo reflejó en la carta programática que remitió al socialdemócrata Bogár: “¿Quién llevará a efecto la dictadura proletaria en Hungría? Esta cuestión, tan debatida por algunos, es para mí relativamente de segundo orden. Yo creo que esto no depende, en realidad, de las personas, sino que es un asunto de las masas proletarias mismas, y que a la cabeza marcharán los que sean colocados a la cabeza por sus convicciones y también, cabe añadir, por su valentía” (Citado en Béla Szántó, La revolución húngara de 1919, 75-76).
Está idealización de la acción espontánea de las masas, propició que Bela Kun no problematizara los peligros de la unificación con la socialdemocracia, pues en última instancia el movimiento de masas iba a encargarse de colocar al frente de la revolución a las personas más firmes y valientes. Un criterio objetivista bajo el cual no tiene relevancia la lucha de tendencias políticas y, por lo mismo, donde la unificación con los socialdemócratas era un atajo válido para constituir el gobierno soviético, porque la fuerza inercial de la revolución se encargaría de alinear las fichas por su propia cuenta.
Una concepción del partido cercana a la que sostuvo Rosa Luxemburgo, la cual se opuso al modelo centralizado de Lenin aduciendo que pretendía “estrechar el movimiento más que desarrollarlo”. Luxemburgo apeló a la iniciativa de las masas para hacerle frente a las inercias reaccionarias del enorme aparato burocrático de la socialdemocracia alemana, pero en medio de esta lucha perdió de vista la importancia de la organización específica de la vanguardia revolucionaria, lo cual percibía como un operativo sectario que dividía al partido de la clase obrera. Esto explica su famosa frase: “Los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son, históricamente, infinitamente más fecundos y más preciosos que la infalibilidad del mejor comité central” (Citado en Broué, Revolución en Alemania (1), 27).
Pero como señalara agudamente Trotsky, en la revolución proletaria la relación entre la dirección y las masas es diferente al de las revoluciones burguesas, porque las últimas se nutrieron de la potencia de una clase poseedora de riquezas, instrucción y organización (universidades, prensa, municipios, etc.), por lo cual el factor consciente de las masas jugó un papel secundario a pesar de que eran la fuerza motriz. Caso contrario sucede en las revoluciones proletarias, donde la clase obrera es la principal fuerza de combate pero también es la dirección política, por lo cual requiere de un partido propio cuya dirección cometa la menor cantidad de errores en el camino hacia la insurrección y la toma del poder (Trotsky, 1975).
Sobre el caso específico de Hungría, Trotsky no dudó en achacar la derrota de la revolución a la inexistencia de un verdadero partido comunista, por lo cual fue imposible que la clase obrera retuviera el poder: “En este país, no conquistaron el Poder los comunistas, aliados con los socialdemócratas de izquierda, sino que lo recibieron de manos de la burguesía espantada. El partido comunista se fusionó con el partido socialdemócrata, demostrando así que no era comunista de veras y que, por tanto, no obstante el espíritu combativo de los proletarios húngaros, era incapaz de conservar el Poder que había obtenido tan fácilmente. No puede triunfar la revolución proletaria sin el partido, fuera del partido o por un sucedáneo del partido” (León Trotsky, Lecciones de Octubre, 67-68).
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1 En el caso de la Comuna de París de 1871 la clase obrera asumió el poder luego de que la burguesía parisiense abandonara la ciudad ante el asedio de las tropas prusianas.
2 Budapest, actual capital de Hungría, se conformó tras la unificación de dos ciudades separadas por el río Danubio: Buda, antigua capital del Reino con barros elegantes de la nobleza; Pest, con una composición social popular y posteriormente epicentro del movimiento obrero húngaro.
3Itsvan Tisza fue asesinado el 31 de octubre durante la revolución, a manos de un soldado que lo identificó y le disparó.
4 Aunque la militancia trotskista se formó en lucha contra el aparato contrarrevolucionario estalinista desde los años treinta en adelante, no hay que perder de vista que la socialdemocracia jugó un papel similar desde la I Guerra Mundial en adelante, algo patente en los fuertes debates de Lenin, Trotsky y Luxemburgo. Esto es relevante porque es plausible que con la profundización de la lucha de clases a nivel internacional resurjan expresiones políticas similares a la socialdemocracia; el “rescate” de Kautsky por ciertos sectores de la izquierda estadounidense da cuenta de ello.
5 Además la composición social del PSD cambió sustancialmente tras la revolución de octubre de 1918 cuando obtuvieron cierto grado de poder, por lo que el partido se llenó de arribistas pequeñoburgueses, artesanos, empleados de bancos, antiguos oficiales y ex policías, cambiando el carácter obrero de la base del partido (Garbor, 1970).
6 Además de la inexperiencia, la dirección comunista encabezada por Bela Kun reflejó las típicas presiones centristas por la unidad de toda la izquierda y ofrecer la línea de menor resistencia dentro de la revolución. En el caso del Partido Bolchevique, Kámenev y Stalin cedieron a estas presiones durante la revolución de febrero en Petrogrado, apoyando al gobierno provisional y alentando la unidad con los mencheviques (Woods, 2009).
7 Lenin polemizó fuertemente con Laszlo Rudas por la excesiva atención que los comunistas húngaros dedicaron a la política cultural (y otras actividades secundarias como celebraciones, desfiles y discursos) en Hungría, pero no porque tuviera diferencias por el fondo con las medidas de socializar el acceso al arte, sino porque representaban un derroche de energía ante el asedio militar contrarrevolucionario en todas las fronteras del país, algo que poco después liquidaría la República Soviética: “¿Qué tipo de dictadura [del proletariado] se consigue con la socialización de los teatros y sociedades musicales? ¿Realmente pensáis que ahora éstas son las tareas más importantes?” (Béla Szántó, La revolución húngara de 1919, 82-83).
8 Antes de la revolución, en Hungría predominada una “democracia rentista” donde sólo los propietarios podían votar: de 18 millones de personas, sólo votaban 750 mil (Szántó, 1977).
9 A pesar de su corta existencia de 133 días, la República Soviética Húngara promulgó 531 decretos, lo cual arroja un promedio de cuatro por día. En parte esto obedeció a las necesidades por implantar un nuevo orden social, pero también da cuentas de la hipertrofia administrativa del gobierno, propio del “mundillo ministerial” del cual era afín la socialdemocracia. Para una comparación, entre 1917 y 1924 el gobierno bolchevique emitió 56 decretos.
10 Agreguemos que fue producto de la insistencia de Lenin que los comunistas húngaros decretaron la jornada de ocho horas (Woods, 2009).
11 En este punto Bela Kun tuvo una postura más cercana a Rosa Luxemburgo que, al respecto de la política agraria de los bolcheviques, crítico la repartición de tierras: “No sólo no es una medida socialista; no permite encarar esas medidas; acumula obstáculos insuperables para la transformación socialistas de las relaciones agrarias…La toma de las grandes propiedades agrarias por los campesinos, siguiendo la consigna breve y precisa de Lenin y sus amigos: ‘vayan y aprópiense de la tierra’, llevó simplemente a la transformación súbita y caótica de la gran propiedad agraria en propiedad campesina” (Rosa Luxemburgo, La Revolución Rusa, 237). La comparación entre la experiencia histórica de la revolución rusa y la húngara, es categórica para afirmar el acierto de Lenin y el error de Luxemburgo.
12 Este criterio es extensivo para las revoluciones de posguerra (China, Cuba, Vietnam) que, aunque avanzaron en la expropiación de la burguesía, no estuvieron protagonizadas por la clase obrera ni avanzaron hacia el socialismo. Por el contrario, dieron paso a Estados burocráticos comandados por sectores de la pequeño burguesía urbana o campesina, donde la propiedad estatizada fue puesta al servicio de la acumulación en beneficio de la burocracia.
13Además tuvo peso el efecto demostrativo de la revolución rusa.
14Lenin emprendió una campaña contra la “fetichización sovietista” luego de las jornadas de julio, cuando los soviets (dirigidos por los mencheviques y socialistas revolucionarios) tenían una política reaccionaria alentando a los soldados a proseguir en la guerra mundial y perseguir a los bolcheviques. Por un tiempo evaluó impulsar los comités de fábrica como organismos de lucha por el poder (Trotsky, 1975).
15 Posteriormente giraría hacia el ultraizquierdismo en tiempos de la III Internacional, sosteniendo muchas polémicas con Lenin y Trotsky.