“Marxistas” con el campo… enemigo

Las clases sociales del campo argentino, la renta diferencial, la explotación de los peones rurales y las retenciones.

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Capital–ganancia (ganancia empresarial más interés), suelo–renta de la tierra, trabajo–salario: ésta es la fórmula trinitaria que comprende todos los misterios del proceso social de producción” (Karl Marx, El capital, Tomo III).

En esta conocida definición Marx deja sentado que todo el “misterio” del proceso social de la producción capitalista se reduce a que la fuente de todo valor es el trabajo humano. El sistema capitalista se basa en la explotación del trabajo humano no pagado de la clase obrera fuente de la plusvalía, que se puede descomponer en ganancia, interés y renta agraria.

Así las cosas, sólo esquemas anticientíficos y antimarxistas pueden postular un antagonismo social esencial entre propietarios de la tierra y productores capitalistas. Se trata sólo de disputas alrededor de cómo distribuirse entre ellos el trabajo no pagado de la clase obrera rural e, indirectamente, también urbana.

Es esta verdad elemental la que fue tirada por la borda tanto por el PCR (maoísta) como por el MST (que en su momento era parte del “trotskismo” más oportunista, y cuyo status político resulta hoy francamente problemático, porque existe algo llamado salto de cantidad en calidad…). Expondremos aquí por turno el lamentable curso político de ambas corrientes y sus justificaciones “teóricas”.

La estructura capitalista del agro argentino y los desvaríos del PCR

El lock out agrario abrió un agudo debate en las filas de la izquierda. Y, justo es reconocerlo, una de las corrientes argentinas que más ha elaborado acerca de este tópico, y que fue incondicional sostenedora del paro patronal, es el PCR (Partido Comunista Revolucionario, exponente del maoísmo).

El PCR sostiene la insólita teoría de que la flor y nata de la burguesía del campo argentino sería una clase oprimida y expoliada por propietarios terratenientes, lo que proseguiría una línea de continuidad con un supuesto pasado “precapitalista” que conservaría hasta hoy rasgos “feudales o semi–feudales”.

Como directa consecuencia, y dado que el campo argentino no sería plenamente capitalista (como opinamos los socialistas revolucionarios [1]), lo que estaría planteado es ir junto con la burguesía agraria en su “lucha contra la opresión terrateniente–feudal” llevando a adelante una revolución “democrático–popular, agraria y antiimperialista”. Sólo una vez consumada ésta se podría comenzar a hablar de revolución obrera y socialista propiamente dicha.

Dislates semejantes no se leen todos los días. ¿En qué país vive y milita el PCR? Está claro que no en la Argentina de la Pampa húmeda ultra capitalista.

Se sostiene que “en la actual etapa de nuestra revolución (…) las lacras principales a batir son la dependencia del país del imperialismo y el latifundio en el campo”. [2] Es una verdad elemental que hay que acabar con el carácter semicolonial del país y con el latifundio en el campo. Pero el PCR parece olvidar que el campo argentino (agricultura, ganadería, caza y silvicultura) no aporta más que el 7% del PBI del país, y que depende enteramente de la evolución de la economía urbana que es la que le provee los insumos para la producción (medios de producción y materias primas) y el resto de los insumos para su reproducción. [3]

Es decir, pretende soslayar que la burguesía del campo (terrateniente, propietaria–productora y arrendataria) hace parte, y no puede dejar de hacerlo, de la burguesía de conjunto que domina el país, imperialista y/o de origen nativo (aunque no “nacional”). Y que en todos los casos tiene como base material fundamental la explotación de la clase obrera rural y urbana, pero, en su abrumadora mayoría, urbana: de los 14 millones de asalariados, poco más de un millón trabajan en el campo.

Extraña revolución social la que tiene en mente el PCR, que pierde de vista todos los datos objetivos de la formación económico–social del país, y que no estaría obligada a enfrentar al grueso de la burguesía industrial, comercial, financiera y agraria, a la cual están unidos por mil y un vínculos los propietarios latifundistas.

Partiendo de semejante premisa, los errores (y horrores) se apilan uno tras otro. El campo argentino habría seguido un camino de desarrollo “prusiano”: “El llamado camino prusiano implica el injerto de relaciones de producción capitalistas sobre la base del mantenimiento del latifundio y de relaciones atrasadas (…). Por eso, en nuestro caso, (…) nos vamos a encontrar con aquello que decía Lenin en 1920 (…) de que subsisten todavía restos de explotación medieval, semifeudal, de los pequeños campesinos por los grandes terratenientes”. [4]

Hace falta un grado inusitado de autoenajenación política, teórica y fáctica para afirmar que en el campo argentino del siglo XXI (para no hablar de la Pampa húmeda) quedan “restos de explotación medieval, semifeudal” sobre la base de un pequeño campesinado. Esto es sencillamente un disparate por varias razones, no sólo actuales sino también históricas.

Actuales, porque la mayor parte de los pequeños y medianos productores de la zona núcleo no tienen nada de “campesinos explotados al estilo feudal”: al producir para el mercado y explotar mano de obra asalariada, son burguesía agraria pequeña y mediana, productora o rentista. Volveremos sobre esto.

Históricas, porque en Latinoamérica (hispánica y lusitana) nunca hubo feudalismo. [5] Lo que hubo fue una suerte de “capitalismo colonial” apoyado mayoritariamente en relaciones de producción salariales bastardas que, en realidad, más bien escondían relaciones de esclavitud de un tipo particular. [6]

Por otra parte, en el territorio colonial de la Argentina (Virreinato del Río de la Plata) nunca hubo vasta proporción de población originaria o de esclavos de color, a diferencia de otras regiones. Por eso, la estructura del campo argentino (una formación sui generis, como veremos enseguida), promediando el comienzo del siglo XX, tuvo en un polo a grandes terratenientes capitalistas de la tierra (no terratenientes “feudales”) y, en el otro, a pequeños chacareros no propietarios originados en la inmigración europea (pero no siervos de la gleba), que las más de las veces eran explotados vía arriendo o aparecería como unidad familiar por estos grandes propietarios capitalistas de la tierra. Al mismo tiempo, en este escenario se fue desarrollando un creciente proletariado agrícola.

Milcíades Peña sostenía al respecto que “el monopolio terrateniente de la tierra y la subordinación de la agricultura a las necesidades de la ganadería extensiva impidieron que los chacareros se asentasen como productores familiares propietarios de sus tierras, y que a través de la competencia se produjera la paulatina diferenciación entre una burguesía agraria y una masa creciente de proletarios y semi–proletarios rurales. Es decir, no se produjo lo que Lenin denominaba un desarrollo tipo americano de la agricultura. Por otra parte, tampoco se dio en la Argentina lo que Lenin denominara ‘desarrollo prusiano’, vale decir, la transformación de los terratenientes en capitalistas agrarios que explotan grandes haciendas empleando mano de obra asalariada. O, mejor dicho, este tipo de desarrollo se produjo en la ganadería. En la agricultura, en cambio, tuvo lugar un ‘desarrollo argentino’ consistente en impedir el acceso de los inmigrantes a la propiedad de la tierra y en explotarlos no como asalariados, sino como productores familiares (arrendatarios, medieros, apareceros, etc.)”. [7]

En un sentido similar se había pronunciado en la década del 30 –es decir, antes que Peña– el especialista en el campo y socialista revolucionario José Boglich: “Boglich defenderá con énfasis (…) la tesis del carácter capitalista del campo argentino, extensivo a la formación social argentina en su conjunto. Se trata, para el autor de ‘La cuestión agraria’, de un país capitalista agrario atrasado y semicolonial. Él equivoco de entender el atraso como ‘resabios feudales en el campo’, sostiene, proviene del ‘error inveterado de suponer a nuestra clase campesina y a nuestra economía agropecuaria en un plano de igualdad con la de los viejos países agrícolas’. El campesinado ‘independiente’ o semiproletario del viejo mundo proviene de la sociedad feudal, del siervo de la gleba, ‘mientras que el agricultor argentino surge sobre la base del capitalismo colonizador, que le imprime modalidades peculiares y crea paralelamente a él un proletariado agrícola puro’. Allá ese campesinado es autóctono, aquí llega con el aluvión inmigratorio”. [8]

En síntesis, no hubo vía prusiana o, como la conceptualizó Lenin, “vía junker”, en la que los terratenientes de origen feudal asumían también el papel de capitalistas, pero estableciendo un nuevo tipo de obligaciones sobre la población rural, sujetándolos nuevamente a la tierra a través de formas atrasadas de tenencia. Menos aún hubo vía americana o farmer, que caracterizó el desarrollo agrario del norte de los Estados Unidos, con pequeños propietarios que laboran sobre reducidas unidades de producción para el mercado (razón por la cual tampoco son campesinos clásicos), usando poca o nula fuerza de trabajo asalariada a su cargo. En el caso argentino, los chacareros, característicamente, carecían de propiedad y eran explotados como unidades familiares por los terratenientes–capitalistas. Pero cuando finalmente accedieron a la propiedad, como en las últimas dos o tres décadas… dejaron de ser chacareros.

El específico y sui generis “desarrollo argentino” de la agricultura mostró que entre los “chacareros” se fue produciendo una creciente diferenciación social. Y de ésta deviene la aparición a partir de las últimas décadas del siglo XX de una vía de desarrollo más “clásica”, aunque en el marco de la mundialización capitalista: rentistas grandes y pequeños; surgimiento de figuras capitalistas hoy arquetípicas en la producción agraria como los pools de siembra y los contratistas capitalistas de servicios, y un sector donde se consolida la relación salarial.

Según el especialista Javier Balsa: “La perspectiva pareciera ser que, de no mediar modificaciones, se avanzará lenta pero fatalmente hacia un agro cada vez más capitalista: grandes arrendatarios capitalistas y/o productores mediano–grandes, que combinan una parte en propiedad con otra en alquiler; pequeños y medianos rentistas, y predominio de la mano de obra asalariada (algunos con altos niveles de capacitación). Esta tendencia será inexorable en la medida que se pierdan las características familiares de las unidades de producción. El resultado es la expansión de un modelo ‘inglés’ de agro capitalista”. [9]

Más allá de las denominaciones, es un hecho que en nuestro país el campo ha sido, desde el siglo XIX por lo menos, capitalista, y tenía por objetivo principal la producción para el mercado mundial y la realización de una sideral renta agraria diferencial en él. Y aunque el campo capitalista fuera inicialmente parte de un capitalismo colonial, estuvo en las antípodas de cualquier “feudalismo”, caracterización que sirvió siempre de coartada para las capitulaciones del estalinismo en nuestra región. Y es por eso que el PCR sigue defendiendo la fábula del “campo feudal” hasta el día de hoy, contra toda la evidencia empírica. Claro que a estas alturas más que de fábula debiéramos hablar de un escandaloso atajo “teórico” para sostener un sector social ultra reaccionario.

¿Propietarios “explotadores” vs. capitalistas “explotados”?

Es a partir de una completa incomprensión –histórica, teórica y actual– del carácter del campo argentino que el PCR desliza una “pintura” de las relaciones sociales implicadas en la producción agropecuaria de la Pampa húmeda totalmente irreal.

“(…) Se ha producido el importante avance del capitalismo en el agro pampeano que se observa particularmente en la última década (…), con un reforzamiento del latifundio y un extraordinario aumento de la renta, que se manifiesta en el aumento del precio de la tierra (renta capitalizada) sólo interrumpido entre 1999 y 2002 por la caída de los precios internacionales de los granos. La subordinación del capital agrario constante y variable –invertido fundamentalmente por los contratistas– al poder del latifundio, ejercido directamente por los grandes terratenientes o por los operadores de fondos, ha hecho que lo fundamental de las ganancias extraordinarias o plusganancias –asociadas al salto tecnológico producido y a la incorporación de nuevas tierras de peor calidad gracias a la soja– no hayan podido ser retenidas por los capitalistas agrarios sino que hayan sido apropiadas por los detentadores del poder de la tierra a través del previo control de esta en grandes extensiones” [10].

Aquí hay varios problemas. Uno no menor es que no se sepa en virtud de qué criterio los grandes propietarios–productores y pools de siembra que actualmente dominan parte importantísima de la producción del campo argentino no serían capitalistas de pleno derecho que se apropian de porciones tanto de renta como de ganancias.

“Los pools constituyen sociedades de inversores –pueden adoptar la forma de fondos de inversión o fideicomisos– que tienen como objetivo valorizarse aumentando la escala productiva. En los últimos años crecieron mucho en la Argentina; se calcula que habría unos 2700, que controlarían entre el 7% y el 10% de la tierra cultivada. Típicamente contrata ingenieros, veterinarios y otros asesores para el alquiler de campos y su explotación; toman seguros para cubrirse frente a contingencias climáticas; pagan los servicios de siembra y cosecha a contratistas; y termina la operación comercializando el producto y retornando el capital invertido, mas el rendimiento, a los inversores. Muchos se han formado con capitales de ciudades del interior y manejan entre 5000 y 20.000 hectáreas. Un pool de siembra que trabaja 20.000 hectáreas estaría facturando, en 2008, unos 15 millones de dólares, con un rendimiento promedio del 10% al 15% anual, en condiciones normales. Otros, en cambio, operan decenas de miles de hectáreas. A veces son empresas constituidas de manera permanente. Un caso representativo en la Argentina es el grupo Los Grobo, que opera (2008) 150.000 hectáreas, de las cuales el 90%, aproximadamente, son arrendados. Grobo financia rutinariamente casi toda su operatoria con fideicomisos. En este aspecto es una empresa capitalista típica, en el sentido de la división de clases en el campo ‘a lo Marx’, o sea, donde predomina el capitalista arrendatario, y utiliza un método de financiamiento distinto del bancario o mercado accionario” [11].

Yendo mas lejos, en una Pampa húmeda dominada por familias tradicionales propietarias–productoras; pools de siembra; arrendatarios y proveedores de servicios capitalistas de diversos tipos; empresas multinacionales proveedoras de semillas, fertilizantes y herbicidas; acopiadoras de granos y aceiteras; si no se trata de propietarios y productores capitalistas, ¿qué es lo que podrían socialmente ser? Porque reducir la “burguesía agraria” sólo a los “contratistas” a lo más que se parece es a un operativo espurio para que la realidad entre en el retorcido esquema del PCR.

Porque todo apunta a confirmar que se produjo una profundización y extensión de las relaciones capitalistas en el agro. En particular, la producción en la zona pampeana y obedece plenamente a la lógica de la ganancia. Esto explica el crecimiento de grupos capitalistas como Los Grobo, Adecoagro, Cresud, El Tejar, MSU, Cazenave, Olmedo Agropecuaria, United Agro. También entraron en el negocio agrario argentino grandes transnacionales proveedoras de insumos. Entre ellos, Monsanto, las empresas proveedoras de semillas, como Nidera, las que proveen pesticidas, como Bayer y Sygenta; y las que se dedican al procesamiento y / o comercialización, como Cargill, Bunge, Dreyfus o ADM. Crecientemente se borran los límites entre lo agrario, industrial, financiero y comercial. Grandes grupos empresarios que arriendan tierras, operan con criterios plenamente capitalistas”.

Además, entre los “contratistas” (proveedores de servicios para las distintas etapas de la producción agrícola), los hay que tienen en sus manos una gran acumulación de capital fijo bajo la forma de sembradoras, cosechadoras, etc. (burgueses con todas las letras) y también lo que poseen una o dos máquinas y las operan familiarmente alquilando el servicio. Los que, en todo caso, hacen parte de una burguesía pequeña que se basa en sus propios medios de producción.

Con un análisis como el que estamos desarrollando, se cae todo este insulso y ridículo esquema de “terratenientes ‘feudales’ que explotarían a los capitalistas agrarios”…

“¿De qué sectores sociales vienen los contratistas? Los hay de dos tipos: productores que tienen campos y compraron maquinarias que les sobran para trabajar su campo, y entonces se dedican a sembrar otros. Y gente que compró maquinaria y se dedica a hacer servicios a terceros. No son antiguos peones, ni pequeños productores, sino nuevas figuras que antes no existían. ¡Una máquina sembradora está en los 100.000 dólares! Son maquinarias que en productor chico no podría ni le conviene tener, y que para una persona que trabajo toda la vida como peón son inalcanzables” [12].

Sin embargo, el PCR cree encontrar un argumento a su favor cuando diferencia a “un productor e incluso un terrateniente convertido en verdadero ‘fabricante’ (que produce invirtiendo en equipos y en la contratación de obreros) y otra el terrateniente o sociedad de inversión que por su disposición de la tierra o el dinero concentra lo producido por otros” [13].

Sin embargo, científicamente, solo a esto se reduce el argumento anterior: Marx, en El Capital, en los capítulos destinados a la renta agraria, desde él vamos diferenciaba la posición “activa” que todavía tenia (mediados del siglo XIX) el capitalista industrial en la producción (relación que, como todos sabemos, se ha hecho cada vez más parasitaria por la vía de las sociedades por acciones y de los instrumentos de las finanzas), respecto del rol “pasivo” del terrateniente que hacia valer, a la hora de la valorización de sus tierras, la mera propiedad de las mismas.

“El capitalista es aun un agente que opera de manera activa y personal en el desarrollo de este plusvalor y de este plusproducto. En cambio, el terrateniente solo tiene que atrapar la participación en el plusproducto y en el plusvalor, parte que se acrecienta sin su intervención. Esto es lo peculiar de su situación. Pero puesto que esto ocurre sin su intervención, en su caso resulta algo especifico el hecho de que la masa de valor, la masa de plusvalor y la transformación de una parte de ese plusvalor en renta del suelo dependan del proceso social de producción, del desarrollo de la producción de mercancías en general” [14].

Como se ve, la anterior no es una distinción esencial desde el punto de vista de clase. Porque lo que caracteriza a todo capitalista (propietario pasivo o “productor” activo) no es cuan parasitario sea con relación a su papel en la producción, sino el hecho de que todos viven de explotar el trabajo ajeno; sea el plustrabajo obtenido por la vía directa de la producción –capitalista agrario– o por la “indirecta” de la intercepción de renta agraria como propietario. Esto es lo que une en un sólido bloque esencial a propietarios agrarios e ‘industriales’ agrarios –todos a estas alturas históricas capitalistas– contra la clase obrera, sea urbana o rural!

“En el caso del fideicomiso el prestamista cede el dinero para que se lo emplee como capital agrario. Por lo tanto, es acreedor a una porción de la plusvalía, en tanto el dinero encarna la propiedad privada de los medios de producción: tiene derecho a quedarse con una parte del valor generado por el trabajo impago, como sucede con cualquier otro capital dinerario. A su vez, el empresario que dirige la explotación recibe su porción en la explotación en tanto encarna el capital en funciones. Es esa división de los capitalistas en capitalistas dinerarios y capitalistas en funciones la que genera la división de la plusvalía en ‘ganancia empresaria’ e ‘interés’. Si en lugar de un fideicomiso, el crédito lo hubiera entregado un banco, no cambia la esencia de la cuestión; solo que en este caso el interés se dividiría entre una parte que va al propietario del deposito bancario, y otra parte corresponde al banco en calidad de ganancia del capital mercantil” [15].

En síntesis: la interpretación que plantea el conflicto agrario argentino en términos de un enfrentamiento entre el capital financiero –los pools– con el capital agrario productivo (“los contratistas” en palabras del PCR), no advierte que el mismo pool contiene en su seno al capitalista dinerario y al capitalista productivo. Por otra parte, la plusvalía que recibe el capitalista emprendedor también aparece bajo una forma fetichizada, esto es, no como resultado de un trabajo impago, sino como “el fruto de su trabajo”; por eso esta plusvalía es considerada un “salario” debido a su función de director del proceso productivo. Esta circunstancia es la que hace que los capitalistas en funciones muchas veces se presentan como “victimas oprimidas” –a la par de sus obreros asalariados– por el capital financiero. Esquema que es el que –ni mas ni menos– reproduce a pie juntillas el PCR.

¿Una relación económica no capitalista?

A los problemas fácticos y políticos se le agregan los anacronismos teóricos que le sirven de fundamento. Porque el PCR aborda de manera equivocada el problema de las fuentes de la renta agraria [16].

Se quejan de aquellos que hablamos de “capitalismo agrario” y no de lo que, según ellos, seria correcto: “del capitalismo en el agro borrando lo específico de la producción en el campo, que es que para poder concretarse necesita de la tierra (se entiende qué, precisamente, los capitalistas agrarios, por culpa de los terratenientes, carecerían de tierra para poder desarrollar sus negocios, L.P.)” [17].

Como remate a esta idea agregan: “así nos encontramos ante una situación en que, predominando las relaciones capitalistas de producción, lo que rige en lo fundamental la producción agrícola (como ocurre también en la minería) es la búsqueda de una ganancia extraordinaria por los monopolizadores de la tierra subordinando a esa búsqueda al capital agrario y su búsqueda de la ganancia normal” [18].

Pero aquí se confunde todo. El PCR parece olvidar que la renta agraria es, ni más ni menos, que la forma de valorización de la propiedad de la tierra bajo el capitalismo. Es decir, se trata de una relación económico–social plenamente capitalista independientemente del hecho que, efectivamente, el “productor” capitalista le paga una renta al propietario en concepto de uso de su tierra, renta que –en principio– se destina a fines puramente parasitarios que restan a la acumulación del capital. O que, en el caso de ser él mismo el dueño de la tierra, se pague la renta a sí mismo, “auto–explotándose” (en términos del PCR).

Porque al PCR, lo que parece escapársele, es el origen tanto de la renta agraria extraordinaria como de la ganancia normal que se obtienen en la producción capitalista en el campo. Como es sabido, el origen es uno y solo uno: el trabajo no pagado del asalariado del campo. Como dice Marx: “En el modo capitalista de producción el supuesto es el siguiente: los verdaderos agricultores son asalariados, ocupados por un capitalista, el arrendatario, que solo se dedica a la agricultura en cuanto campo de explotación particular del capital, como inversión de su capital en una esfera peculiar de la producción. Este arrendatario–capitalista le abona al terrateniente, al propietario de la tierra que explota, en fechas determinadas (…) una suma de dinero fijada por contrato (exactamente de la misma manera que el prestatario de capital dinerario abona un interés determinado) a cambio del permiso para emplear su capital en este campo de la producción particular. Esta suma de dinero se denomina renta de la tierra, sin que importe si se la abona por tierra cultivable, terreno para construcciones, minas, pesquerías, bosques, etc. Se la abona por todo el tiempo durante el cual el terrateniente ha prestado por contrato el suelo al arrendatario, durante el cual lo ha alquilado. Por lo tanto, en este caso la renta del suelo es la forma en la cual se realiza económicamente la propiedad de la tierra, la forma en la cual se valoriza” [19].

Que en este marco, estas dos fracciones componentes de la burguesía (productores–agrarios–capitalistas y propietarios–terratenientes–capitalistas–de la tierra) puedan disputarse –y de hecho lo hacen– en un más o en un menos (vía transferencias de valor en el mercado) el reparto de la renta agraria y / o de porciones de la ganancia “normal”. O mismo si lo hacen con su propio gobierno burgués (como ocurrió durante el conflicto con el “campo”), en nada menoscaba que la relación de renta agraria es una relación plenamente capitalista. Es decir, una relación supuesta por el capitalismo y que solo podrá ser liquidada expropiando a los propietarios agrarios y productores capitalistas como un todo por una revolución socialista!

Esto ultimo es lo que señalaba Marx: “La forma de propiedad de la tierra que consideramos es una forma específicamente histórica de la misma, la forma trasmutada, por influencia del capital y del modo capitalista de producción, tanto de la propiedad feudal de la tierra como de la agricultura pequeño campesina” [20]. Y agregaba: “(…) el monopolio de la propiedad de la tierra es una premisa histórica, y sigue siendo el fundamento permanente del modo capitalista de producción (…). Pero la forma en la que el incipiente modo capitalista de producción encuentra a la propiedad de la tierra no se corresponde con él. Solo el mismo crea la forma correspondiente a sí mismo mediante la subordinación de la agricultura al capital; de esa manera, también la propiedad feudal de la tierra (…) se transmuta en la forma económica correspondiente a este modo de producción, por muy diversas que sean sus formas jurídicas” [21].

En definitiva, lo que nos esta diciendo Marx, es que los monopolizadores de la tierra hacen lo propio sobre una forma de propiedad que ha sido transmutada en uno de los fundamentos del modo capitalista de producción: ¡la propiedad privada de la tierra! Pero en el caso de la Pampa húmeda, la realidad es que “el desplazamiento de mano de obra a raíz de la mecanización en el agro, y el aumento de la inversión por obrero, da como resultado el aumento de la composición orgánica del capital. Lo cual implica que la renta absoluta tiende a desaparecer. Además, si bien la renta diferencial I constituye la base de la renta agraria, la renta diferencial II adquiere importancia creciente. Estos cambios constituyen expresiones del desarrollo capitalista. Esta idea se opone a la tesis –defendida por el PCR, véase Gastiazoro (1999)– de que la renta absoluta tiene un gran peso en la actualidad en la Argentina”.

Elemento que, claro esta, no debe ser visto como contradictorio con el hecho cierto de la elevación del precio de las tierras (y la renta de las mismas) como subproducto del sideral aumento de las commodities en el mercado mundial; ni con la necesidad –absoluta e imperiosa– de expropiar a los grandes propietarios!

En síntesis: lo que ha ocurrido en los últimos años en la Pampa húmeda demuestra que hoy la propiedad de la tierra no impide el desarrollo capitalista en el agro incluso porque es masiva la superposición de las figuras de propietario y productor capitalista en la misma persona sea física o jurídica!

La fábula, que nos quiere hacer creer el PCR, con sus teorizaciones acerca de que la “gran propiedad terrateniente de origen feudal” obstaculizaría el desarrollo de las relaciones de producción capitalistas en el campo argentino, simplemente no pasa la prueba de los hechos. Esto, independientemente del hecho que la gran propiedad agraria es uno de los supuestos de la argentina capitalista semicolonial que hay que liquidar.

Un fantástico mundo donde los capitalistas generarían plusvalía

Pero a pesar de todo el PCR sigue a la carga. Como ya hemos puntualizado y contra toda evidencia, creen encontrar en los “pooles de siembra” un aliado para sus concepciones. Señalan: “El problema es de dónde y cómo surge la ganancia de los fondos de inversión en el campo (…). No surge del alquiler de la tierra, ni de la administración, sino de la producción misma que es realizada por los contratistas y sus obreros. El pool paga el arriendo de la tierra y paga a los contratistas para que realicen las tareas de siembra y fertilización, fumigaciones y cosecha (…). Pero no es en esta relación donde se produce la plusvalía. La plusvalía surge de la realización de esas tareas sobre el campo, del trabajo del contratista y sus obreros en la siembra y la fertilización, fumigaciones y cosecha (aquí, el maquinista generalmente a porcentaje). El precio que cobra el contratista por su ‘servicio’, en condiciones normales del capitalismo, tiene que cubrir la amortización de su capital constante fijo (maquinarias y equipos), el capital constante circulante que necesitan para que funcionen (combustible, mantenimiento, etc), el salario de los obreros que las hacen funcionar, y su ganancia. Ese valor que pone el contratista en el trabajo con sus obreros sobre la tierra (…), más todo el mayor valor creado por ese trabajo que supere el equivalente de la ganancia del contratista, queda en la tierra y va a ser apropiado por el fondo al apropiarse de la cosecha. Aunque el fondo tenga mejores condiciones de comercialización, no significa que su ganancia surja de eso sino de que tiene mayores posibilidades que el productor aislado de quedarse con una mayor parte de la plusvalía agraria, que sino es apropiada por los monopolios de la comercialización (…). Es el dominio de esas condiciones lo que procuran los operadores de fondos; de ahí que lo principal de su ‘inversión’ sea en el alquiler de tierras y la organización de su producción (administración), que es lo que les permite quedarse con el producto y, junto con él, con todo el ‘excedente’ de mayor valor creado en la producción” [22].

Pedimos perdón por esta larguísima cita. Pero es importante para desmenuzar el tipo de análisis del PCR. Porque lo que acá se está diciendo es que no solo el obrero es explotado en el trabajo agrario… sino también el contratista–burgués agrario! Se trata simplemente de esto lo argumenta el PCR.

Pero lo que ocurre es algo completamente diferente. Pasa que bajo las relaciones de producción capitalistas (sea en la industria o en el campo, esto es indistinto), tanto la ganancia normal, como la renta agraria (llamada también plus–ganancia) y el salario, surgen del trabajo del obrero. Es decir, no hay, no puede haber tal “producción” realizada conjuntamente por el “contratista y el obrero”, como si el contratista burgués fuera capaz de crear valor!

Por el contrario, como dejo clásicamente establecido Marx, en términos de la economía capitalista, el único que crea valor y trabaja (trabajo en el sentido específicamente capitalista del termino, de creación de valor y plustrabajo no pagado) es el obrero. Si esto no fuera así, nos internaríamos en un fantástico mundo donde los capitalistas no solo serian una clase explotadora… sino también explotados ellos mismos!

Desmintiendo esta visión, digamos que: “También los contratistas participaron del paro. Hay contratistas de todos los tamaños. Centralmente se dividen entre ‘contratistas productores’ y ‘contratistas puros’. Esto últimos son los mas grandes, trabajan para los pools de siembra, en general toman actividades para superficies superiores a las 2000 hectáreas (…). Los ‘contratistas productores’ se encargan de las superficies menores, como actividad complementaria al manejo de su propia explotación. Las empresas contratistas también se basan en el trabajo asalariado” [23].

La verdad, entonces, es muy distinta: el trabajador con su trabajo produce una parte que le es retribuida (el valor de su fuerza de trabajo) y otra parte que no le es pagada: el plustrabajo. Plusvalor que en el caso de la propiedad agraria tiene dos componentes: la que hace a la ganancia “normal” del capitalista agrario (pool y contratista) y un componente llamado plusganancia que es la fuente de la renta agraria. Es precisamente de este último componente de la plusvalía que surge la renta propiamente dicha y que va al propietario del suelo.

Como decíamos, esta claro esta que también es desde allí (del trabajo no pagado) que va a surgir la ganancia que va a parar al productor capitalista. En nada modifica esto que parte de esa ganancia pueda repartirse entre el propietario del suelo, el pool de siembra capitalista y el contratista capitalista según relaciones de fuerzas determinadas por una variedad de factores: desde las dimensiones de la propiedad de la tierra sobre las que se trabaja; pasando por la capacidad de las acopiadoras de apropiarse de renta y / o ganancia vía la monopolización de la comercialización de la producción en gran escala; hasta la importancia de los medios de producción y fuerza de trabajo que se pongan en acción.

En definitiva, son todos patrones que dependen de la explotación del trabajo de los peones rurales, independientemente de cómo se distribuyan luego entre ellos en el mercado el trabajo no pagado de los mismos.

La incomprensión de la renta diferencial [24]

Continuando con lo que venimos señalando, digamos que lo que confunde al PCR son los criterios bajo los cuales se reparte –entre el propietario–terrateniente–capitalista y el productor–arrendatario–capitalista (pool o no), el plustrabajo generado por el obrero agrícola.

Porque si la fuente de sus ingresos es la misma, el trabajo no pagado del obrero, las razones por las cuales pueden hacer “exigible” ese trabajo no pagado varían. Como en la industria, el productor capitalista hace valer su monopolio sobre los medios de producción con los cuales se realiza la producción en el campo. Por su parte, el propietario agrícola, lo que hace valer, es la propiedad sobre el medio de producción y / o fuerza productiva natural del trabajo que es la tierra para apropiarse plustrabajo.

Es decir, busca capitalizar la parte del planeta que es monopolizada por él, sin la cual, evidentemente, en ausencia de la misma, no podría haber producción agrícola. Marx dice que por intermedio de esta propiedad el terrateniente logra “interceptar” parte de la plusvalía generada en el trabajo agrario: “En la misma medida en que, con la producción capitalista, se desarrolla la producción de mercancías, y por consiguiente la producción de valor, se desarrolla la producción de plusvalor y plusproducto. Pero en la misma medida que se desarrolla esta ultima, se desarrolla la capacidad de la propiedad de la tierra de interceptar una parte creciente de ese plusvalor, por medio de su monopolio de la tierra, y por consiguiente acrecentar el valor de su renta y el propio precio de la tierra” [25].

Pero hay algo más. Esta el hecho que el propietario capitalista de la tierra puede serlo de una de fertilidad “extraordinaria”; es decir, muy productiva con relación a la fertilidad de la tierra más “pobre” puesta en producción en el orden mundial. Como es sabido, esto ultimo ha sido, históricamente, el caso de la pampa húmeda en la Argentina.

Es a este componente “plus” de la renta agraria a la que se llama renta diferencial de la tierra. Renta diferencial que se obtiene por la diferencia entre el precio de producción (costos de producción mas la ganancia media) individual de una unidad de producto de una tierra más fértil respecto del precio de mercado de la tierra menos productiva puesta en producción en el mercado mundial. Tierra menos productiva que, sin embargo, encuentra demanda para colocar sus productos en el mercado transformándose, de esta manera, en la reguladora del precio de mercado.

Porque la producción agraria, a diferencia de la industrial, en la medida que haya demanda suficiente, tiende a regularse no por un precio configurado como promedio de la rama. Menos que menos por el obtenido en las tierras de mayor fertilidad. Por el contrario, el precio regulador de mercado de los productos agrícolas se configura por los productos obtenidos en las peores condiciones, donde los costos son mayores.

Pero sí el precio de producción individual esta por debajo del precio de mercado (configurado por las tierras puestas en producción en las peores condiciones), lo que surge es una renta diferencial, un falso valor social que implica una transferencia de trabajo no pagado que se opera en el mercado hacia las tierras más fértiles.

“Desde el punto de vista del conjunto del capital de la sociedad, la renta diferencial constituye un ‘falso valor social’, ya que la misma no encierra contenido alguno de trabajo socialmente necesario gastado privadamente para producir mercancías agrarias. Pero debe pagarla a los terratenientes con la parte del valor social realmente producido por el trabajo que el conjunto de los obreros productivos ejecuta por encima del requerido para su propia reproducción como fuerza de trabajo para el capital. Esto es, el capital total de la sociedad debe pagar el falso valor social constituido por la renta diferencial a expensas del valor real extraído gratuitamente a sus obreros, o sea, a expensas de su plusvalía. Se trata, por lo tanto, de una apropiación de plusvalía por los terratenientes que resta a la potencia inmediata del capital total de la sociedad para acumularse. De ahí la potencia que tiene este, como sujeto concreto del proceso de producción y consumo sociales, para avanzar en la recuperación de la porción de plusvalía en cuestión que ha escapado de sus manos. Este avance tiene un límite específico en cuanto se manifiesta como la abolición de la propiedad privada del terrateniente sobre un medio de producción como es la tierra, límite que el capital total de la sociedad sólo puede superar a condición de avanzar por sobre su propia propiedad privada” [26].

La cosa es que la renta diferencial así obtenida, pasa entonces a engrosar lo que se da en llamar una plus–ganancia. Es decir, una ganancia por encima de la ganancia normal y que reclama “naturalmente” el propietario de la tierra en su calidad de dueño de estas tierras tan fértiles.

Dice Marx “En la agricultura, por el contrario, es el precio del producto obtenido mediante el empleo de la mayor cantidad de trabajo el que determina el precio de todos los productos de la misma especie. En primer lugar, en la agricultura, no se puede multiplicar a voluntad, como en la industria, los instrumentos de producción del mismo grado de productividad, es decir, los terrenos de idéntica fecundidad. Además, a medida que la población aumenta, se ponen en explotación tierras de calidad inferior o se hacen nuevas inversiones de capital en los mismos terrenos, proporcionalmente menos productivas que las primeras inversiones. En uno y otro caso se hace uso de una mayor cantidad de trabajo para obtener un producto proporcionalmente menor. Como las necesidades de la población han hecho preciso este aumento de trabajo, el producto de un terreno de explotación más costosa encuentra indefectiblemente mercado, lo mismo que un terreno de explotación más barata. Y como la competencia nivela los precios de mercado, los productos del mejor terreno serán vendidos tan caros como los del terreno de calidad inferior. Este remanente que queda después de deducir del precio de los productos del mejor terreno el costo de su producción es el que constituye la renta” [27].

Repetimos entonces. El propietario de la tierra hace valer “capitalistamente” a la misma como condición material excluyente para la producción agrícola. Y por ella cobra un alquiler, tal cual señalaba Marx como el prestatario de un dinero debe pagar un interés por el uso del mismo.

Pero en el caso que la tierra en alquiler se trate de una muy “productiva”, tierra que de suyo genera renta diferencial, no es que el terrateniente “explote” al productor capitalista por exigirle la entrega de esta plusganancia (al que se explota, claro esta, es al obrero rural o, en todo caso, a la clase obrera en el orden mundial en su conjunto vía renta diferencial) como dice el PCR, sino que exige el retorno de una renta diferencial a sus bolsillos, renta extraordinaria que le “corresponde” en calidad de propietario de la tierra.

Otro cantar es el hecho que esta relación es enteramente parasitaria porque le permite embolsarse algo que no le cuesta nada y que viene de la superior productividad natural de las tierras de las cuales es propietario; razón demás por la cual, un verdadero programa socialista revolucionario para el campo argentino, debe ser la lisa y llana expropiación de la tierra de todos los capitalistas del campo sean propietarios o “productores”, lo mismo da.

Es decir, usufructúa una fuerza productiva natural del trabajo incrementada que redunda en un tremendo abaratamiento del precio de producción de los productos obtenidos en estas tierras privilegiadas con relación al precio regulador de estos mismos productos obtenidos en las tierras menos fértiles en el mercado nacional y / o mundial.

Hay que repetir que habiendo demanda suficiente, los precios de los productos de la tierra se comercian en el mercado no al valor del mas barato sino de los mas caros; es decir, los que tienen mas trabajo incorporado. Esto en razón que la producción agrícola (como la minera y la hidrocarburifera) se apoyan en un recurso monopolizable y materialmente limitado como es la tierra, o en recursos naturales no renovables como el petróleo o el gas.

Al respecto dice Marx: “El aumento de la fuerza productiva natural del trabajo (…) no emana del capital ni del propio trabajo, sino del mero empleo de una fuerza natural diferente del capital y del trabajo, pero incorporada al capital. Emana de la mayor fuerza productiva natural del trabajo vinculada a la utilización de una fuerza natural, pero no de una fuerza natural que este a disposición de cualquier capital (…). Emana, por el contrario, de una fuerza natural monopolizable que (…) solo se halla a disposición de quienes dispongan de determinadas porciones del planeta y su anexos (…). La plusganancia (…) no emana por ello del capital, sino del empleo de una fuerza monopolizable y monopolizada por parte del capital” [28].

Y agrega respecto de esta improductiva transferencia de trabajo no pagado que se opera en el mercado en los casos de la renta diferencial: “Lo que la sociedad, considerada como consumidor, paga de mas por los productos agrícolas, lo que constituye un déficit en la realización de su tiempo de trabajo en producción agraria, constituye ahora el superávit para una parte de la sociedad, los terratenientes” [29].

Una vez clarificadas las fuentes de la renta y la renta diferencial, hay un aspecto subordinado. Este tiene que ver con la capacidad relativa de interceptación de renta y las transferencias de valor y plusvalor entre los distintos actores propietarios y productores capitalistas en el campo, que solo pueden entenderse a partir de los “principios” que acaban de ser enunciados.

En esto se pretende apoyar el PCR para confundir todo en lo que hace a las relaciones de clase fundamentales. Es que en la producción agrícola (como en la producción en general, que supone la competencia de distintos capitales), hay relaciones de fuerza relativas por las cuales el trabajo no pagado generado por el peón y / o el asalariado del campo se reparte en cantidades relativas al “poder” (que traducido en conceptos económicos es monopolio–propiedad o composición orgánica del capital) de cada sujeto capitalista que intervine en el negocio agrario.

No es lo mismo si se trata de un gran propietario agrario que pone en arriendo sus tierras que si se trata de uno pequeño: la capacidad del primero de hacer exigible toda la renta sé vera reforzada. Tampoco da igual si se trata de un contratista capitalista de inmensa magnitud (como los pooles de siembra que desvelan al PCR) sino de uno pequeño que todavía se basa en el trabajo familiar con uno o dos asalariados. El primero tendrá obviamente mas capacidad de apropiarse de toda la plusvalía generada en su producción; no solo la ganancia, sino incluso porciones de la misma renta agraria, cosa que el segundo muy probablemente no.

Precisamente, estas relaciones de fuerza relativas (dependientes del tamaño de su propiedad y/o de la composición orgánica de cada capital puesto en producción) entre los distintos actores capitalistas que operan en el negocio del campo son las que terminaran dirimiendo la distribución del trabajo no pagado del trabajador. Así, los proveedores de semillas y agroquímicos juegan un rol preponderante en la cadena de la producción agrícola; y gracias a esto se pueden apropiar de una proporción importante de la renta generada. Lo mismo ocurre con las cerealeras que concentran la compra y exportación de los granos a gran escala. Y ni hablar de aquel pool que toma en arriendo una enorme cantidad de superficie.

“El proceso social de trabajo resulta en una masa dada de mercancías con valores dados; en la circulación tales mercancías adquieren expresión monetaria especifica bajo la forma de los precios. Pero es obvio que en el intercambio, los precios en dinero no pueden mas que llevar a cabo la distribución del producto social entre los individuos comprometidos; no pueden por si mismos cambiar la masa de valores de uso distribuidos. En tal sentido, tampoco pueden cambiar la masa de valor ni de plusvalía representada por esas mercancías. De lo anterior se deriva que diferentes relaciones posibles de intercambio entre productores de una masa dada de mercancías solo contemplan diferentes distribuciones posibles de la masa total de valor y de plusvalor contenidas en tales mercancías. Debido a eso, justamente, Marx sostiene que las desviaciones precio–valor no pueden por si mismas alterar las sumas de valores y plusvalía incluida: ‘No es necesario detenerse a explicar aquí que cuando una mercancía se vende por encima o por debajo de su valor hay solo una distribución diferente de la plusvalía, sin que este cambio, en cuanto a la distribución de las distintas proporciones en que diversas personas se reparten la plusvalía, altere en lo mas mínimo ni la magnitud ni la naturaleza de esta” [30].

Como enseña Marx, hay que ser claros entonces: las relaciones de fuerzas relativas en el mercado, en nada atañen a la naturaleza de la producción de valor, plusvalor y plusganancia que proviene del trabajador; solo a su reparto relativo entre amigos–enemigos capitalistas. ¡El PCR cree haber encontrado un antagonismo esencial donde solo hay –por así decirlo– un pleito subordinado!

Como hermanos de sangre

“La discusión no es sobre el modo de producción predominante en la Argentina, que claramente es capitalista, sino si en este modo de producción se ‘armoniza’ o se agudiza la contradicción entre capital y propiedad territorial. Y ver cómo es esta relación en concreto en el país (…). Es decir, hay que ver en la contradicción entre la propiedad territorial y el capital cuanto pesa la propiedad territorial y cuanto el capital” [31].

Este es un “clásico” del etapismo en la argentina y Latinoamérica: el ver una contradicción esencial entre propietarios y “productores” capitalistas agrarios donde solo hay un pleito subordinado.

Esta fábula seria real si los propietarios de la tierra explotaran a los capitalistas productores. Pero esto no solo es teóricamente inconsistente, sino políticamente falso.

Como punto de referencia están las clásicas discusiones alrededor de esta cuestión. Hay que recordar que hace más de medio siglo, Milcíades Peña, había polemizado contra este tipo de posición. Mediante investigaciones históricas irrefutables, Peña demostraba que la burguesía industrial era “hermana desde los dientes de leche” de la burguesía terrateniente agraria; que había surgido como una diferenciación de la misma y que lo característico de ese proceso era tanto la capitalización de la renta agraria como la territorialización de la ganancia industrial: “(…) A partir de 1933 se soldó una íntima alianza entre los sectores agropecuarios e industrial de la burguesía argentina. En realidad, nunca hubo entre estos sectores neta diferenciación ni conflictos agudos, porque la burguesía industrial surgió de la burguesía terrateniente, y la capitalización de la renta agraria y la territorializacion de la ganancia industrial borran continuamente los imprecisos límites que las separan. Además, terratenientes e industriales estaban íntimamente vinculados al capital extranjero y todos se hallaban unidos por el común antagonismo contra la clase trabajadora” [32].

José Boglich se expresaba en el mismo sentido: “El entrecruzamiento de intereses entre la oligarquía, el capital imperialista y el capital local tornaba inviables políticas autónomas por parte de la burguesía nacional. No es posible, pues, dar crédito a las teorías del ‘antiimperialismo’ de las burguesías de los países atrasados, sino a lo sumo comprender el comportamiento de ellas como reacomodamientos ventajosos dentro de la lucha inter–imperialista” [33].

Efectivamente, la tendencia del desarrollo capitalista en la Pampa húmeda, lo que muestra, es como crecientemente se borran los limites entre las esferas agraria, industrial, financiera y comercial. Se trata de una tendencia histórica, secular, que en las ultimas décadas no ha hecho mas que profundizarse, mal que le pese al PCR.

Quizás toda esta larga discusión aparezca como muy “general”. Quizás sea muy compleja seguirla; ya es de por sí complejo el problema de la renta agraria. Pero atención: tiene una importancia estratégica inmensa. Cuando comenzamos este trabajo, el PCR nos trataba de convencer que el paro patronal del campo le estaba dando la razón (contra el trotskismo) a sus posiciones etapistas. Después el PCR nos quiso convencer que, en el campo argentino, había una pelea esencial entre terratenientes y pools “semi–feudales” y la burguesía agraria que seria “explotada” por los primeros Lo que sigue lógicamente de ahí es que los capitalistas agrarios serian “aliados” de los trabajadores (urbanos y rurales) en la perspectiva de una “revolución democrático–popular”. Por esto mismo, los obreros tendrían que apoyar un paro agrario patronal. No señor: a lo largo de todo este trabajo creemos haber demostrado que la clase obrera bajo ningún concepto debe subordinarse a ningún campo burgués para ser furgón de cola de ninguna “revolución democrática–popular” burguesa que solo esta en la oportunista cabeza del PCR.

Todo lo contrario: la clase trabajadora, actuando de manera independiente, debe encabezar una revolución obrera y socialista que en alianza con los sectores populares y con las auténticas capas medias del campo y la ciudad, expropie a los capitalistas urbanos y rurales en la perspectiva de la socialización de la industria y la producción agropecuaria [34].

[1] El PCR se queja de los que “hablan de capitalismo agrario y no del capitalismo en el agro” (Gastiazoro, ídem). Traducido: en la Argentina habría capitalistas en el campo pero la estructura económico–social del campo, como tal, no sería capitalista. Volveremos sobre esto.

[2] “Lo nuevo y lo viejo en el campo argentino”, Eugenio Gastiazoro, revista Teoría y Política.

[3] Naturalmente, estos productos también se los puede aportar el mercado mundial, tendencia a la que apunta el contenido objetivo del paro agrario patronal.

[4] Gastiazoro, ídem.

[5] Es sabido que el estalinismo, las corrientes populistas de izquierda e incluso cierto “trotskismo” sostuvieron la tesis acerca del carácter “feudal” de la conquista americana, tesis que hace rato se ha derrumbado bajo el peso de la evidencia histórica.

[6] Estas relaciones de esclavitud fueron de “hecho” en el caso de la explotación española de la población originaria y “de derecho” en el caso de la abierta esclavitud de los afro descendientes en el Brasil y el sur de Estados Unidos.

[7] Milcíades Peña, “Industria, burguesía industrial y liberación nacional”, Buenos Aires, Fichas, 1974, pp. 178–179.

[8] Horacio Tarcus, El marxismo olvidado. Silvio Frondizi y Milcíades Peña, Buenos Aires, El cielo por asalto, p. 98.

[9] Javier Balsa, El desvanecimiento del mundo chacarero, Buenos Aires, UNQui, 2006, p. 264.

[10] Gastiazoro, ídem.

[11] Rolando Astarita, ídem.

[12] Ganancias ricas, pobres empleos, Página 12, ídem.

[13] Gastiazoro, ídem.

[14] K. Marx, cit., p. 821.

[15] R. Astarita, cit.

[16] Al MST siquiera se le pasa por la cabeza el problema: ¡se mueve en el mundo de la empíria más superficial!

[17] Gastiazoro, ídem.

[18] Gastiazoro, ídem.

[19] K. Marx, cit., p. 796.

[20] K. Marx, cit. pp. 791–792.

[21] K. Marx, cit., p. 794.

[22] Gastiazoro, ídem.

[23] Marina Kabac, ídem.

[24] La elaboración de esta sección contó con el aporte de Juan José Funes.

[25] K. Marx, cit., p. 820.

[26] Juan Iñigo Carrera, “La formación económica de la sociedad Argentina”, Volumen I, pp. 16, Imago Mundi, Argentina, 2007.

[27] Karl Marx, Miseria de la Filosofía, Buenos Aires, Cartago, 1987, p. 124. Una cita muy valiosa mas allá de la imprecisión –en este texto temprano– de que como definió el mismo Marx luego en El Capital, en el caso de la producción agraria no hay, precisamente, nivelación de los precios, sino que los mismos se rigen por los de las tierras más improductivas puestas en producción.–

[28] K. Marx, El capital, tomo III, pp. 829–830.

[29] K. Marx, cit., p. 849.

[30] Anwar Shaikh, idem, pp. 111–112.

[31] Gastiazoro, ídem.

[32] Milcíades Peña, Masas, caudillos y elites, Buenos Aires, El Lorraine, 1987.

[33] H. Tarcus, cit., p. 100.

[34] En la pampa húmeda (la zona núcleo), la perspectiva de un Plan Nacional Agropecuario tiende a tener fuertes elementos de socialización de la tierra. En otras regiones menos favorables desde el punto de vista económico general, lo más probable es que esto se combine con diversas formas de cooperación agraria y acceso a la propiedad de la tierra en forma individual. Veremos esto en el último capítulo de este trabajo.

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