
La agencia Bloomberg desarrollaba 4 posibles escenarios por el impacto económico del Corona virus, estimando en el caso más extremo una pérdida de 270 billones de dólares para la economía global. El Banco de Desarrollo Asiático lo estimaba entre 77 y 350 billones. El Instituto Mc Kinsey consideraba que las posibilidades son una rápida recuperación, una desaceleración global o una pandemia y recesión global con una caída del PBI mundial entre 0,5% y 1,5%.
Mientras estas agencias hacían sus estimaciones, se produjo el terremoto: Rusia y Arabia Saudita rompieron los acuerdos del grupo OPEP+ provocando el derrumbe del 30% precio del petróleo, el mayor en un día desde la guerra del Golfo en 1991.
En simultáneo se produjo la mayor pérdida bursátil en Wall Street desde la crisis de 2008 y en Europa se producían caídas similares, lideradas por la Bolsa de Milán con la noticia de la cuarentena global en Italia.
Esta sucesión de eventos se produce en el marco de una débil economía mundial, amenazada ya antes de todos estos desarrollos por una recesión global.
Semejante bombazo sacará a Argentina y su crisis de deuda de la primera plana de todos los medios especializados, pero no ayudarán ni un milímetro en el proceso de renegociación que intenta llevar adelante el gobierno
Producto del impacto global el riesgo país subió a 2.800 puntos, retomando niveles de 2005, y los bonos argentinos continúan bajando. Los optimistas argumentan que esto facilitará la renegociación porque sus poseedores tienen menor valor en sus manos. Los realistas observan que la caída de los valores de los bonos coloca los coloca en el radar de los fondos buitres, con los que no hay acuerdos posibles: compran a bajo valor bonos basura para cobrar su valor total, aunque tengan que litigar todo el tiempo que sea necesario.
Apenas asumido, el gobierno definió a la deuda como su tema central, tanto es así que obtuvo la sanción de una Ley apoyada por todo el arco opositor patronal, y subordinó cualquier tipo de anuncio de proyecto económico a la renegociación de la deuda «para no mostrar las cartas». El fracaso o éxito de este gobierno está explícitamente atado a la negociación de la deuda externa.
El ministro Guzmán por su parte enunció como principio «crecer para pagar» que pasó a «ajustar para pagar» con la sanción de la Ley de Ajuste (llamada de Solidaridad) y después a «reperfilar para pagar» cuando postergó los vencimientos en pesos. “Crecer”, ajustar o reperfilar… siempre pagar.
El Jefe de Gabinete había definido al mes de marzo como plazo límite para renegociar la deuda: en el medio pasaron el apoyo político del FMI al nuevo gobierno, el reperfilamiento de la deuda en pesos, las advertencias a «los especuladores» y el viaje a Buenos Aires de los representantes de los Fondos de Inversión poseedores de la mayor parte de los bonos para negociar la oferta. Quedó claro que el cronograma oficial según el cual a fin de mes el paquete estaría cerrado no era realista: los lobos son indiferentes a los discursos.
El reciente decreto de Fernández para formalizar el inicio de la renegociación de deuda con tenedores de bonos bajo legislación extranjera es una foto del tamaño del colapso por lo que no incluye. El mismo abarca algo menos de 70.000 millones de dólares mientras solo en 2020 Argentina enfrenta vencimientos en Pesos por 1.8 billones (unos 29.000 millones dólares) casi equivalente al circulante de efectivo. 1 billón vence hasta fines de junio, la mitad en manos del sector privado
Como si esto fuese poco, hay unos 30.000 millones de dólares de deuda en bonos bajo legislación local, no incluidos en el Decreto, que cede soberanía a los tribunales de Nueva York, Londres y Tokio, como una muestra de «buena voluntad». Además, claro, de la deuda con el principal acreedor del país: el FMI.
El esquema inicial de Guzmán era suspender pagos por un plazo inicial, una baja de los intereses y de capital en alguna combinación aceptable por los acreedores. El primer avance lo tuvo al conseguir el apoyo del Fondo, que «entiende» que es necesario un ajuste de deuda… salvo la suya «porque no se lo permiten sus estatutos». En todo caso, le otorgarían una postergación en los plazos al precio de las consabidas “reformas estructurales”: reformas jubilatorias, laborales y fiscales de ajuste a los trabajadores y las amplias mayorías populares.
Pero Guzmán ni siquiera ha podido renegociar la deuda en pesos bajo legislación argentina con mayoría de tenedores locales: en los dos vencimientos de bonos más importantes, el Bono Dual y el Bogato solo logró patear la pelota un poco para adelante. Les permitió así obtener ganancias importantes a los denostados especuladores, que apostaron a que el gobierno terminaría pagando parcialmente, como finalmente hizo en un caso, reconociendo el 100% del valor en otro
Ahora, la incertidumbre global ha bloqueado la ilusión, que solo estuvo en la cabeza del gobierno, de una salida consensuada a la crisis de la deuda. Ni la promesa de los supuestos miles de millones de dólares de Vaca Muerta queda, ya que con estos precios internacionales el negocio del shale es inviable.
La bestia de Trump podrá declarar que la gripe mata más y «la vida y la economía continúan» pero la amenaza de recesión global ya ha provocado un «vuelo de capital» desde los países emergentes hacia los centrales y Argentina no será ajena a este proceso.
La salida universal de todos los gobiernos patronales a las crisis de deuda, renegociándola o yendo al default es un violento ataque a las condiciones de vida de los trabajadores, ataque que es una elección política y no una consecuencia inevitable. Hay otra salida, que empieza por la ruptura con el FMI y el no pago de la deuda, para dejar de enriquecer a los parásitos de siempre y la vida merezca ser vivida para la clase trabajadora.