La justa alegría deportiva y la trampa de la “Unidad Nacional”

Argentina Campeón Mundial. La final del Mundial de Fútbol más "mundializado", la fiesta popular y el cuento de la Unidad Nacional.

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Foto: TN

Las redes sociales hicieron del Mundial de Qatar una cosa cotidiana para los millones que no estuvieron ahí. Si bien esto ya había pasado en otros mundiales, el cruce de videos, fotos e intercambios en todo tipo de redes sociales (IG, Facebook, Twitter, Tic Toc, etc.), hicieron que la atención estuviera puesta no solamente en los partidos sino en todo lo que pasaba alrededor en una escala y amplitud no vista antes: un Mundial mundializado, universalizado, visto desde todos los rincones del globo hasta en sus más mínimos detalles.

No se trató solamente del negocio de patrocinadores (que lo hubo y muy grandes) y del privilegio evidente de los que pudieron asistir a él en vivo y en directo (que el mundo son “dos mundos en uno” dada la desigualdad escandalosa que hay en el capitalismo contemporáneo, es algo que no es novedad). El Mundial fue también un momento de “condensación”, de intercambio cultural masivo entre el Mundo Árabe y el resto del mundo, expresado esto y mucho más en millones de interacciones de internet. Cada partido, cada momento de protagonismo de una u otra selección, fueron acompañados por las vivencias del mundo polarizado de este siglo XXI (es decir, cruzado de una u otra forma por determinaciones políticas).

Primero fue el propio Qatar, con las denuncias internacionales de su impúdica riqueza cimentada en la explotación de fuerza de trabajo migrante (una cuasi esclavitud) y la renta petrolera, por no olvidarnos de su régimen social reaccionario. Estuvo el gesto de la selección iraní de apoyar abiertamente la rebelión en curso en su país negándose a cantar el himno nacional en el primer partido. Luego, el intento de algunos jugadores de protestar por la persecución a personas LGBT en el país sede. Hubo incluso quienes tomaron nota del inicio del partido Inglaterra-Francia y sus himnos: se cantaron uno detrás de otro «God save the King» (Dios salve al rey) y «La Marsellesa» (la canción de la Revolución Francesa).

La historia y las heridas abiertas por ella en cada país participante fueron parte de lo que se habló en todo el mundo. No era solamente el fútbol. No por nada despertó tanta sorpresa y simpatía la selección marroquí, que podía tomarse una revancha simbólica de sus viejos colonizadores con el deporte, así como al realizarse el Mundial en un país árabe estuvo muy presente el reclamo Palestino.

Una de las cuestiones que más impactaron en la Argentina fue el masivo apoyo popular a su selección en países víctimas del colonialismo y el imperialismo: sobre todo Bangladesh, pero también la India, Haití y varios más. Es decir, y aunque parezca de “otro planeta” en este mundo “posmoderno”, la cuestión colonial, la dependencia, la asimetría entre países y naciones, sigue bien presente en la conciencia popular.

En este marco, el festejo por el triunfo deportivo argentino es una inmensa y legítima expresión de alegría popular (casi diríamos de euforia popular). El pueblo argentino, sobre todo en sus sectores populares, tienen muy arraigados y vinculadas las expresiones deportivas, las prácticas del festejo deportivo, con las prácticas de la lucha popular. No es casual por ello que una de las hinchadas más apasionadas a nivel internacional sea la de Argentina, donde el futbol lleva y trae expresiones que se manifiestan, también, en la lucha de clases (los canticos, los bombos, las hinchadas, etc).

En la Argentina y el mundo el Mundial fue más que fútbol: fue intercambio cultural masivo, mundializado, fue política y protesta internacional, y con el triunfo argentino, no puede no convertirse también en un hecho político nacional. Ni el débil y «delaruizado» Alberto Fernández, ni el «mufa» de Macri pueden apropiarse sencillamente de esto como lo hizo la dictadura con la copa del 78, que además tuvo a Argentina como sede.

Sin embargo, las clases sociales y los partidos patronales existen. Por eso ha comenzado la campaña de la “Unidad Nacional”, el «somos todo lo mismo», “estamos en el mismo barco” o “cuando nos unimos, las cosas salen adelante”… Es decir: el intento de identificar a los explotados que festejan y a sus explotadores detrás de la bandera nacional.

El Mundial fue un evento deportivo pero también político y comercial. Y en la Argentina, país campeón mundial, pasa lo mismo. Pero eso festejamos el triunfo deportivo pero no nos sumamos a las manifestaciones de unidad nacional. No vamos al Obelisco, pero esperamos que esta legítima alegría popular sirva a los de abajo para imponerle al gobierno, la oposición y las patronales nuestras reivindicaciones.

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