“Por primera vez, la población urbana en la tierra será más numerosa que la rural. En verdad, dada la imprecisión de los censos en el tercer mundo, esa transición sin igual puede haber ya ocurrido (…) En 1950, había 86 ciudades del mundo con más de 1 millón de habitantes; hoy son 400, y en 2015 serán por los menos 550. En efecto, las ciudades absorberán casi dos tercios de la explosión poblacional global desde 1950 y hoy el crecimiento es de un millón de bebés y migrantes por semana. La fuerza de trabajo urbana del mundo se duplicó desde 1980, y la población urbana actual es de 3.200 millones de personas (…) En cuanto al campo, en todo el mundo, llegará a su máxima población y comenzará a encogerse en 2020. En consecuencia, las ciudades serán responsables por casi todo el crecimiento poblacional del mundo, cuyo pico, de cerca de 10.000 millones de habitantes, se espera acontezca en 2050” (Mike Davis, Planeta favela)
Continuamos aquí con la versión editada del informe internacional del autor de esta nota para la reciente reunión de nuestra corriente y de la cual publicamos la primera parte en el suplemento pasado de “Marxismo en el siglo XXI”.[1]
Prolongando lo que señalábamos más arriba (ver la parte 1 de este texto, izquierda web), uno de los elementos más significativos de esta nueva etapa mundial es la crisis que se está expresando en los regímenes democráticos burgueses, crisis cuya expresión más característica podemos señalar alrededor de tres aspectos: a) los elementos de creciente descomposición social que arrastra el capitalismo, b) el crecimiento universal de formaciones de extrema derecha que incluso llegan al gobierno (sobra la base del punto a); c) la fragmentación creciente que exhiben las fuerzas políticas tradicionales (el sistema de partidos tradicional tiende a derrumbarse y lo que surge es un “arcoiris” de formaciones políticas, en muchos casos con anclaje poco orgánico).[2]
1- El vaciamiento de los regímenes democrático-burgueses
Desde hace años se cocina la crisis del centro burgués –una crisis creciente de una fuerza que es más coherente, más “racional” que las formaciones que la están desbordando por extrema derecha, marcadas por el “irracionalismo”; una dinámica general caracterizada por una bipolaridad asimétrica: expresiones a derecha pero a izquierda también (sociales y políticas). Por ejemplo: ver hoy mismo, al cierre de esta nota, las marchas en París contra Macron y, asimismo, las marchas históricas que sigue habiendo en Londres por Palestina, entre otras tantas manifestaciones de la bipolaridad que caracteriza la coyuntura internacional.
Los elementos de polarización geopolítica y las guerras entre Estados e irregulares por así decirlo (la “guerra” en Gaza es irregular porque enfrenta a uno de los ejércitos más pertrechados del mundo con las fuerzas guerrilleras de Hamas) y los elementos de polarización económico-social cada vez más dramáticos (la divisoria entre ricos y pobres, para decirlo por ahora de manera sencilla), se traducen en el plano político en una crisis de los regímenes tradicionales de la democracia burguesa, que ven desfondada su base de sustentación social. Regímenes que clásicamente son de relativa estabilidad y hoy viven un vaciamiento hacia formas bonapartistas o semi-bonartistas de Estado.[3]
Sobre los elementos de polarización económico-social que están detrás del “vaciamiento” de las formas democrático burguesas, queremos desarrollar algunos aspectos generales que nos parecen de suma importancia. La base material de esta circunstancia es que el capitalismo voraz propio de esta nueva etapa mundial no tiene límites en sus formas de explotación: la precarización extrema del trabajo, las formas de trabajo bajo algoritmo, la creación de un inmenso ejercito industrial de reserva y un también inmenso lumpen-proletariado, la estratificación social que se deja correr incluso en ciudades del primer mundo como Los Ángeles, la utilización de mano de obra inmigrante sin ningún derecho (como ciudadanos de segunda o tercera clase, o ni siquiera eso), la avanzada generalizada contra los sindicatos (además del contra-movimiento de sindicalización), etc., expresan la búsqueda consciente de una clase obrera no sólo mas explotada sino cualitativamente más sometida.[4]
Esta avanzada capitalista neoliberal ya lleva 40 años y sigue sin parar, salvo en países como los EE.UU. y el Reino Unido, donde está en curso un proceso de recomposición obrera de potencialidades históricas, además de las conquistas obreras históricas subsistentes en Francia y la Argentina, entre otros países, y el aumento general del nivel del salario en China y todo tipo de contrapesos que veremos más abajo: los pesos y contrapesos en el análisis son fundamentales para la apreciación de la coyuntura mundial.[5]
Si, como afirma Marx, la frontera entre el trabajo necesario y el trabajo excedente se corre para un lado u otro dependiendo de la lucha de clases (Marx era mucho menos “economicista” que las interpretaciones vulgares al uso; en realidad, no era economicista[6]), dicha relación de fuerzas, que dependió en el siglo pasado de la forma más extrema de la lucha de clases, la revolución social, es evidente que se ha modificado en las últimas décadas en detrimento de los explotados y oprimidos. La Revolución Rusa, los cataclismos de la I y II guerras mundiales, las revoluciones anticapitalistas de posguerra, etc., impusieron límites revolucionarios y reformistas a la explotación capitalista en prácticamente todo el mundo.[7] En Europa Occidental bajo la forma de conquistas sociales, en los EE.UU. bajo la forma del consumismo, y en Sudamérica más al estilo “europeo”, imperaron formas de Welfare State o nacionalismos burgueses, también en el Mundo Árabe e India: formas que hicieron concesiones a las masas en las décadas de posguerra. Conquistas que fueron retiradas sistemáticamente a partir de la contraofensiva neoliberal con la derrota del ascenso de los años 70 y la caída del Muro de Berlín.[8]
La “era de rebeliones populares” que estamos viviendo de manera dispar en estos últimos 20 años, no ha alcanzado para modificar esta dinámica estructural. Se lograron algunas conquistas apreciables pero transitorias en algunos países de Latinoamérica en la primera década del siglo, sobre todo en Bolivia, Argentina y Venezuela, donde hubo rebeliones populares. Sin embargo, estas conquistas están siendo desmontadas en este período reaccionario. El encargado de esto en Venezuela es el mismísimo Nicolás Maduro, en un país devastado por no haber tomado medidas anticapitalistas.[9] En la Argentina, las concesiones pos Argentinazo del kirchnerismo fueron epidérmicas y Milei las está demoliendo. Y en Bolivia, alrededor del negocio del gas es donde parece haber sido más profunda la cosa, aunque no tenemos una caracterización seria del país en el último período. (No llegamos a hacer pie en dicho país desde nuestra corriente. Hicimos un gran esfuerzo “físico” y de elaboración en Bolivia y hasta cierto punto también en Honduras y Paraguay, pero sin éxito.)[10]
Incluso en países con gobiernos de colaboración de clases como los de Lula y el PT en sus dos primeros mandatos (que se erigieron preventivamente para evitar una rebelión popular y no como subproducto de ella, es decir, en condiciones de estabilidad), mayormente se trató de asistencia social y una suerte de reformismo sin reformas (o con contrarreformas realizadas de una manera más gradual).[11] A partir de 2013/14 se produjo en Brasil un giro reaccionario que dio lugar después (2015/2016) a la destitución de Dilma Rousseff y a los gobiernos de Temer y Bolsonaro, que dieron un giro radical a contrarreformas “de un saque” que el nuevo mandato de Lula y su Frente Amplio se han negado a revertir, cosa que no nos sorprende pero que, vergonzosamente, algunas corrientes justifican: “Mismo en Brasil, un país incomparablemente más complejo [que Venezuela], si los gobiernos liderados por el PT hubiesen anulado las privatizaciones, por ejemplo, o si hubiesen hecho una reforma tributaria que penalizara a la burguesía con impuestos sobre el patrimonio o las herencias, podemos prever las posibles represalias [sic]. Por mucho menos, el gobierno de Dilma Rousseff fue víctima de movilizaciones reaccionarias, y el impeachment fue aprobado por el Congreso Nacional sobre el falso pretexto jurídico de las bicicletas financieras” (Arcary, “Dez anos de ‘inverno’ reaccionario”). ¿Qué es esto sino una incondicional justificación del curso absolutamente conciliador del gobierno del Frente Amplio? ¿Dónde queda la lucha de clases en un esquema así, que es pura y simplemente el apoyo incondicional a un gobierno de conciliación de clases, para peor integrando sus filas por intermedio del Frente Amplio al cual se ha sumado el PSOL?
Otra vez nos topamos con las clásicas excusas oportunistas de la “excepcionalidad histórica” o “el cuco de la extrema derecha” para suspender la aplicación de los principios más elementales del marxismo revolucionario. Todo se justifica en aras de que, supuestamente, la izquierda habría “subestimado la ferocidad contrarrevolucionaria del enemigo de clase” (Arcary, ídem), lo cual es también una exageración. Los gobiernos de extrema derecha son un peligro en curso, eso es absolutamente real. Pero también es verdad que son de un grado de peligrosidad menor –al menos hasta el momento– que el fascismo de los años 30 y que exagerar su fuerza le hace flaco favor a la tarea de enfrentarlos en las calles y no solo institucionalmente.[12]
En síntesis, una primera apreciación se impone: en un mundo sin revoluciones sociales, las conquistas económico-sociales de la clase obrera retroceden sin fondo a la vista. Otra cosa son las conquistas democráticas y de género, cuya dinámica ha sido más contradictoria expresando la bipolaridad de la lucha de clases que también marca este periodo, aun si están siendo atacadas por la extrema derecha.
De cualquier manera, y como expresión de los rasgos característicos de este nuevo siglo XXI y de esta nueva etapa, la profundidad de la polarización social no tiene antecedentes desde cien años atrás, al menos en los países más importantes de Occidente, y este es el principal factor material del vaciamiento de la democracia de los ricos que se extiende urbi et orbi.
2- Descomposición social y regímenes iliberales
Los fenómenos son variados y específicos: elementos marcados de creciente descomposición social en enormes porciones del planeta con la creación de un lumpen-proletariado de dimensiones colosales caracterizado por todo tipo de elementos de degradación social extrema (¡solo basta ver el contexto de muchas películas de Netflix producidas en varias partes del mundo para apreciar lo que afirmamos!).[13] A esto le podemos sumar los elementos de lisa y llana estratificación social. Ya no se trata solamente de diferenciaciones de clase, sino de una estratificación expresada en fenómenos en pleno desarrollo como la gentrificación de las ciudades, el hecho de que las familias trabajadoras o pobres vivan en verdaderos “guetos del siglo XXI”, los barrios privados con las alambradas electrificadas, las familias burguesas que van de compras en helicóptero (como en San Pablo), y fenómenos que ya no expresan diferenciaciones de clase simplemente, sino un abismo social: “95% del aumento final de la población de la humanidad [2050, luego comenzaría una disminución, R.S.] ocurrirá en las áreas urbanas de los países en desarrollo cuya población se duplicará para casi 4.000 millones de personas en la próxima generación. En los hechos, la población urbana conjunta de China, de India y de Brasil [San Pablo está poblado de una cantidad de personas en situación de calle que impacta R.S.][14] ya es casi igual que la de Europa y América del Norte.
Más allá de esto, la escala y la velocidad de la urbanización del tercer mundo superan completamente los de la Europa victoriana. Londres, en 1910, era siete veces mayor que en 1800, pero Daca (Bangladesh), Kinshasa (Congo) y Lagos (Nigeria), hoy son aproximadamente cuarenta veces mayores de lo que eran en 1950. Y China, que se urbaniza a una velocidad sin precedentes en la historia humana, sumó más habitantes urbanos en la década de 1980 que Europa entera (incluyendo Rusia) en todo el siglo XIX” (Mike Davis, ídem).
Mike Davis explica en la obra que estamos citando que la característica de las “súper ciudades”, las megalópolis, es precisamente que la cantidad de habitantes supera con mucho los servicios esenciales que pueden proveerlos. Y, repetimos, no hay películas en este mundo globalizado que no se ambienten en dichas megalópolis, con los elementos de “submundo” que implican. Solo basta pensar en sus tamaños para darnos una idea de la multiplicidad de la crisis social que está por detrás del vaciamiento de las formas de democracia burguesa y la emergencia de demagogos, bonapartismos y formas iliberales de gobierno.
Por no hablar de otros fenómenos de esta crisis económico-social que están detrás del vaciamiento de estos regímenes, como la redistribución regresiva del ingreso: la emergencia, en un polo, de súper millonarios de extrema derecha como Musk, que copan el espacio público con decisiones e iniciativas del orden privado, como la posesión arbitraria de la red X, la conquista del espacio, etc. (lo cual es un fenómeno nuevo: la privatización de la naturaleza en toda su extensión, incluso extraterrena), y la extrema pobreza en el otro polo.
La inmensa mayoría de la humanidad vive hoy sometida al más extremo reino de la necesidad que se conozca desde la segunda posguerra. De ahí que en Honduras, por ejemplo, las maras tengan influencia de masas en la juventud, grupos en general de religión evangélica que controlan las rutas de la droga, en los cuales se puede entrar pero no se puede salir sin una bala en la nuca; o las caravanas o circuitos internacionales de la inmigración en los que busca la salvación otra porción de la humanidad. La respuesta exclusivista de la extrema derecha frente a estos fenómenos sociales desgarradores y extremos es azuzar el egoísmo y resentimiento entre las clases medias en retroceso. Pero socialmente, se pueden tocar dos fibras, dependiendo del carácter y las condiciones de la lucha de clases: la solidaridad y ayuda mutua que vienen con la conciencia de clase, versus el darwinismo social del sálvese quien pueda, de la guerra de pobres contra pobres.
En síntesis: una “infraestructura”, o mejor dicho un “inframundo social” donde la vida no es vida y que actualiza, en otro contexto, definiciones como las de Frantz Fanon en su obra clásica Los condenados de la tierra. Esta obra explica –justifica, promueve– la “violencia absoluta” de muchos de los movimientos de lucha en lo que en su momento se llamaba “tercer mundo”. Circunstancias que hoy se han extendido universalmente y que citamos a modo de metáfora del “mundo social” de hoy (ya hemos hablando del drama en Gaza en la primera parte de este ensayo): “La ciudad del colonizado (…) la ciudad negra, la ‘medina’ o el barrio árabe (…) es un lugar de mala fama, poblado por hombres de mala fama, allí se nace en cualquier parte, de cualquier manera. Se muere en cualquier parte, de cualquier cosa. Es un mundo sin intervalos, los hombres están unos sobre los otros, las casuchas unas sobre las otras. La ciudad del colonizado es una ciudad hambrienta, hambrienta de pan, de carne, de zapatos, de carbón, de luz (…) no hay un colonizado que no sueñe cuando menos una vez al día en instalarse en el lugar del colono” (Fanon; 1963; 34).[15]
Este es el trasfondo social y metaforizado de varias cuestiones que venimos discutiendo en la corriente pero que abordamos desde el punto de vista de polo y bipolo, es decir, sin subestimar ni sobrestimar el giro a la derecha y el crecimiento de las formaciones de extrema derecha en todo el mundo (es significativo que una situación social como la de los países coloniales en la posguerra llevara hacia la izquierda, mientras que hoy lleva hacia las formaciones islámicas o al crecimiento de la extrema derecha).
Dentro del fenómeno generalizado del crecimiento de la extrema derecha queremos detenernos en un elemento relativamente nuevo: la emergencia de los gobiernos i-liberales. Los gobiernos liberales son gobiernos burgueses clásicos, que combinan de una manera inestable el neoliberalismo y la democracia burguesa, y, por lo demás, conviven con algunas de las “revoluciones democráticas” profundas que se han vivido en las últimas décadas como el desarrollo universal del movimiento de mujeres y lgbtt.[16]
Los gobiernos i-liberales son aquellos que cuestionan conquistas de la revolución burguesa[17]. Cuestionan las formas republicanas con democracia burguesa, la división de poderes, la libertad de prensa, las libertades democráticas, el derecho de huelga y a la protesta social, la sindicalización de la clase obrera, etc. (ver al respecto las últimas declaraciones de Musk contra los sindicatos), tendiendo a generar poderes ejecutivos autocráticos. Cuestionan conquistas como el derecho al aborto y el matrimonio igualitario: la Corte Suprema en EE.UU. tiene una enorme mayoría conservadora que va contra estos derechos. Y lógicamente, como un tema de primer orden, rechazan a los inmigrantes como la causa de todos los males y propagan la islamofobia. En un mundo que no se recuperó del todo de la crisis del 2008, se explotan las pasiones contra el distinto (otro color, otro idioma, otra religión) como aquél que viene a sacarnos el puesto de trabajo o a cuestionar nuestras tradiciones. A la riqueza de lo multicultural se le opone el exclusivismo provinciano.[18]
Es decir, no sólo están las tensiones entre los de arriba y los de abajo. La burguesía también está dividida en cierto modo, sobre todo la “burguesía política” y los medios de prensa tradicionales, alrededor de la democracia burguesa y el cosmopolitismo versus el nativismo.[19] Esto nos lleva someramente al tema de los movimientos poblacionales y el rol que cumple hoy la inmigración, producto de la catástrofe y la barbarie. Son millones de personas que escapan de la catástrofe centroamericana, africana y de Medio Oriente, tratados como esclavos.[20] En la Argentina hay poco racismo y ese clivaje Milei todavía no lo agarró del todo (en su momento trató de tomarlo un importante senador peronista hoy en la Cámara de Diputados, Miguel Angel Pichetto), pero es como algo que está instalado en el país: el paraguayo o boliviano que “viene a quitarle el trabajo al argentino”.[21]
Semanas atrás hubo grandes disturbios en Gran Bretaña a causa del asesinato de tres niñas que estaban en una actividad de danza, y entró un pibe de 17 años y las acuchilló. Enseguida salieron a decir que era un inmigrante; luego se supo que el pibe es nativo de Inglaterra, aunque sus padres son de Ruanda. La extrema derecha hizo disturbios (riots) en un montón de ciudades; después empezó a haber movilizaciones muy progresivas contra la extrema derecha salidas de las propias comunidades afectadas.
Como señalamos en la primera parte de este texto, los gobiernos iliberales promueven, también, un enfrentamiento entre la razón y la sinrazón. Apelan al resentimiento social; utilizan las redes sociales para distribuir fake news a repetición y se apoyan en lo más bajo del sentido común. Como señalamos en nuestro texto anterior, en esto tienen valor obras como El asalto a la razón de George Lukács, que si bien expresa cierta confianza positivista a-crítica en el progreso (no tiene una visión multilineal de la historia, sino lo opuesto), aborda con erudición la tradición del pensamiento filosófico irracional de la filosofía alemana, cuestión que sirve para iluminar aspectos del presente sobre estos gobiernos: “(…) Schelling representa un marcado retroceso reaccionario con respecto a la filosofía alemana clásica. También ésta había intentado, dentro de sus limitaciones idealistas, desentrañar, en lo económico, en lo histórico y en lo social, la objetividad de la práctica humana. El papel decisivo que la especie humana desempeña en la filosofía de Hegel [en la historia, R.S.]” (Lukács; 1968; 153).[22]
Hay una cuestión de la actual etapa y coyuntura que tiene su profundidad: los sectores más atrasados no podían expresarse en la vida política porque sabían que son “políticamente incorrectos”. Pero en las redes, por el anonimato, sí lo hacen. Y la extrema derecha explota eso: lo más atrasado, lo más resentido.
Como señalamos más arriba, todo esto tiene una base material en las estrecheces de la economía mundial. Los artículos que hablan del avance de Marie Le Pen en Francia, por ejemplo, expresan que su base social es la pequeña burguesía en decadencia con reflejos defensivos de lo que puede perder. Y una de las cosas que más atacan, como ya hemos dicho, es la asistencia social, como pasa en la Argentina con los movimientos de desocupados; consideran que se les da a los inmigrantes, a los “ladrones”, a los “violadores”, a la “casta”, un dinero que debería dárseles a ellos: “El destaque que se le da a la Gran Recesión [en la obra de este autor, R.S.] no deriva de un determinismo económico simplista (…) Más allá de sus efectos materiales inmediatos, los eventos de casi 15 años atrás inauguraron un momento histórico en el que la intensificación de algunas de las tendencias más deletéreas del neoliberalismo coinciden con una crisis de legitimidad de éste último y, por extensión, del sistema de partidos políticos que permanecen incapaces de colocarlo en cuestión. Es esa coyuntura más amplia que sirve para explicar por qué, mundialmente, la política en la última década tendió a los extremos” (Rodrigo Nunes; 2022; 11).
En síntesis: la contradicción entre gobiernos iliberales y regímenes todavía clásicos de la democracia burguesa es otro de los elementos de inestabilidad internacional de esta coyuntura mundial reaccionaria cruzada por todo tipo de crisis y bipolarización –asimétrica– en la lucha de clases y conflictos entre Estados. En la próxima nota nos dedicaremos a eso.
Bibliografía
Valerio Arcary, “Dez anos de ‘inverno’ reaccionario”, esquerda on line, 08/08/24.
Mike Davis, Planeta favela, Boitempo, Brasil, 2006.
Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, Fondo de Cultura Económica, México, 1963.
George Lukács, El asalto a la razón, Grijalbo, España, 1968.
Rodrigo Nunes, Do transe a vertigen. Ensaios sobre bolsonarismo e um mundo en transicao, Editora Ubu, San Pablo, 2022.
[1] Este texto tendrá una tercera parte que saldrá en el suplemento del próximo domingo.
[2] Este último aspecto es fundamental del nuevo paisaje político. Se trata de formaciones (sean de centro izquierda o de extrema derecha) sin anclaje orgánico, pura “espuma” electoral, basadas en la mayoría de las casos en la utilización de las redes sociales y diversas formas de “inorganicidad”. Fenómenos que poco tienen que ver con la inserción orgánica de sus organizaciones más allá de la apoyatura institucional que logran por la vía electoral. Entre éxitos electorales y representación institucional por arriba, y orgánica en la sociedad civil por abajo, las tijeras no dejan de abrirse. Este patrón se expresa tanto en las formaciones de extrema derecha como por la izquierda en formaciones como Podemos de España, Syriza en su momento en Grecia o, incluso, el FITU en la izquierda, cada vez más vaciado orgánicamente y más adaptado a las reglas de juego del régimen.
[3] Los elementos o formas bonapartistas varían en cada caso concreto y, al menos en los países de Europa Occidental y los más importantes del continente americano, es más sencillo que se expresen formas bonapartistas en los gobiernos (Trump, Bolsonaro, Milei, etc.) que a nivel del régimen político. Traspasar los rasgos bonapartistas de estos tipos de gobiernos al régimen político como tal se está demostrando difícil. En algunos casos porque las relaciones de fuerzas no dan, y en otros porque la burguesía no está dispuesta a ir tan lejos y prefiere mantenerse en los marcos de ciertos checks & balance en materia institucional y de la “libertad de prensa”.
Otra historia es lo que ocurre fuera de estas regiones, donde, sacando a Japón, Australia, quizás Corea del Sur (un régimen que tiene el control electrónico de las personas más desarrollado del mundo) y otros países que se nos escapan en estos momentos, los regímenes bonapartistas lisos y llanos están a la orden del día aunque mantienen formalmente la mecánica electoral.
Lo que pasa en China y el sudeste asiático es que se trata de países que, en general, no pasaron por la revolución burguesa, salvo, distorsionadamente, Japón con la “revolución Meiji”. Países donde la “masa” es una e indiferenciada. Las personas, en su individualidad, valen poco y nada, y esto da lugar al bonapartismo como régimen “natural” (Roland Lew señalaba esto en relación a China, lo mismo que desde el punto de vista liberal burgués el historiador John King Fairbank).
[4] Nuevamente, las relaciones de explotación y opresión se dan la mano mucho más allá de las miradas economicistas: la burguesía no solo quiere explotar a la clase obrera, quiere someterla y, hasta cierto punto, “lumpenizarla”.
[5] Un concepto de Michael Husson, que hemos utilizado en varios textos y calza perfecto en esta caracterización del capitalismo actual, es que éste se parece más que nunca al capitalismo “en estado puro”, es decir, con menos trabas que en la posguerra a la actuación internacional de la ley del valor. Es interesante el contraste con las elaboraciones de los años 70 de sociólogos de renombre como Clauss Offe, que afirmaban que la ley del valor no regía más en los Estados capitalistas (en las relaciones económicas al interior de esos Estados). Su tesis era que la ley del valor estaba en retroceso…
[6] Bensaïd se encarga de subrayar los elementos no económicos inscriptos en El capital en obras como La discordancia de los tiempos y otras, yendo contra el economicismo al uso incluso en su propia corriente. Mandel era erudito, pero tenía fuertes rasgos sociologistas y economicistas en su elaboración teórica (“Mandel según Stutje, Bensaïd y Moreno”, izquierda web).
[7] En China, Vietnam y Cuba, bajo la forma de concesiones a las masas luego de las revoluciones anticapitalistas; en el Mundo Árabe y Latinoamérica, bajo la forma de regímenes nacionalistas burgueses, y así de seguido (aunque hay que evitar esquematismos en este abordaje estilizado).
[8] Recordamos acá un ejemplo pequeño pero ilustrativo en la Bolivia de Paz Estensoro de los años 80 (presidente tanto en la fase nacionalista burguesa como, posteriormente, en el giro neoliberal), la ley 21.060 que liquidó la minería y al proletariado minero que había sido la vanguardia de la revolución socialista frustrada de 1952…
[9] La devastación en Venezuela es dramática. Si bien defendemos la independencia del país respecto del imperialismo, nos parecen escandalosos los apoyos al gobierno bonapartista de derecha de Nicolás Maduro expresado en las posiciones campistas como las de Ignacio Ramonet y otros vástagos de dicho régimen.
[10] En este período tan despolitizado y con tantos rasgos de barbarie social, es dificilísimo hacer pie en países como Bolivia u Honduras, por poner dos casos donde hicimos grandes esfuerzos sobre una base poco fértil para el desarrollo del socialismo revolucionario en la actualidad. El lugar estratégico para el desarrollo y puesta en pie del socialismo revolucionario en esta etapa es claro: los países centrales de cada continente, con un desarrollo capitalista relativo –aunque desigual– mayor, siguiendo las leyes constructivas más clásicas del marxismo revolucionario, en sociedades con un estudiantado masivo y relativamente politizado y de proletariado industrial. Es decir, “leyes anti-populistas” que se aparten de la adoración a los movimientos desocupados o la adaptación al lumpaje, como son los casos del PO y el PTS argentinos en cada caso (el campesinado no está tan de moda en los países occidentales, aunque sigue teniendo mucho peso en la izquierda tipo PC en India; ver “¿A dónde va India?”, Marcelo Yunes, izquierda web).
[11] Todo el trotskismo brasileño, incluyendo la corriente más dinámica hasta ese momento como el PSTU, se mareó y entro en una crisis con los gobiernos de Lula. En una dinámica opuesta a la del trotskismo argentino, perdieron totalmente densidad e impacto político y terminaron en divisiones, sobre todo la división entre el PSTU, muy vaciado desde el punto de vista militante y perdido políticamente, y Resistencia, con un giro ultra oportunista sin fin a la vista. La presión del lulismo es el factor objetivo de este derrumbe político y militante, pero no explica todo. La cerrada negativa a hacer un balance del objetivismo y del estalinismo, además de los errores del morenismo, los mató. De ahí que en Brasil, más que en la Argentina, se note a todo un sector de ex cuadros del PSTU que todavía andan en la búsqueda de un balance sobre qué pasó con su corriente.
En la Argentina, un fenómeno similar ocurrió una década antes con la crisis del viejo MAS. Pero entre el Argentinazo y la construcción de nuevas corrientes como SoB y la del PTS, ese tema se fue resolviendo. A nuestro modo de ver, las corrientes residuales morenistas como el MST e IS valen poco y nada en términos estratégicos. El PO es un caso aparte, porque aprovechó de manera políticamente rudimentaria la crisis del viejo MAS para crecer, pero se dividió a la mitad y carece también de todo balance de su propia corriente, y no se diga del siglo XX.
[12] El mantra del frente único se utiliza de manera oportunista en el caso de autores como Arcary y la corriente alrededor de Jacobin. Se justifica con eso cualquier tipo de tácticas oportunistas y un comportamiento político cobarde que se niega a tomar las calles contra la extrema derecha (la confianza en la institucionalidad fue el camino de la derrota de la socialdemocracia en los años 30).
[13] Es “raro” lo que afirmamos pero es así. Las redes de películas y series globalizadas como Netflix, producen en las más vastas partes del mundo, y transmiten una serie de “radiografías sociales” hasta en las películas más “sonsas”, que expresan una fuertísima circunstancia social distópica que es muy actual. La vida sometida al “reino de la necesidad” más extrema se aprecia en ellas, sean películas de acción, sobre el mundo del tráfico de drogas, realizadas en la India, Asia, África o donde sea. El “planeta favela” con sus megalópolis rodeadas de villas miseria del cual hablaba Mike Davis, es más actual que nunca. Una humanidad multitudinaria y multitudinariamente viviendo como “bestias”.
[14] Hablo de San Pablo porque es una ciudad a la que voy habitualmente; París impacta por otros rasgos, como su multiculturalidad, aunque San Pablo también es hermosamente multicultural; solo Buenos Aires es “aburrida” en ese sentido.
[15] El final de la cita de Fanon nos remite a lo que hemos señalado en la primera parte de este ensayo y en muchos otros lugares, sobre “los sueños que se sueñan despiertos” de los explotados y oprimidos.
[16] El movimiento emancipatorio de mujeres tiene expresión hasta en el Irán de los ayatollah, mientras que las paradas gays y las Marchas del Orgullo recorren el mundo multitudinariamente. No ser parte de estos movimientos que revolucionan las relaciones familiares tradicionales y entre las personas, es ser un retrógrado si se es de “izquierda” o ultramontano si se es de ultraderecha: uno de los motivos extra económicos más comunes de los movimientos de extrema derecha es la defensa de la familia.
[17] Hay gobiernos iliberales como Trump, Bolsonaro, Meloni o Milei y regímenes iliberales como el ruso, el chino, Pakistán, la India de Modi, etc. De cualquier modo, en este texto nos estamos refiriendo más bien a los gobiernos iliberales y sus tensiones con las formas de democracia burguesa, con los regímenes democrático-burgueses.
[18] La oposición de lo nativista versus lo cosmopolita es un clásico de los movimientos reaccionarios de extrema derecha. Lo de reaccionario viene bien acá para entender que la globalización misma alentó un fenómeno de “multiculturalidad” en varios “núcleos” o “nexos” del sistema capitalista mundial, que en las actuales condiciones de crisis económica y de estrecheces sociales, explotan estos movimientos. No es casual, por ejemplo, que se quejen de todos los organismos y fondos de asistencia social, considerados como un gasto de sale de sus impuestos para aquellos que son vistos como la “otredad” (los “otros de nosotros”).
[19] Insistimos en lo de la “burguesía política” y los medios porque la burguesía económica no tiene principio alguno salvo la ganancia. Como afirma un editorialista agudo del diario argentino La Nación, a la “burguesía de a pie”, la económica, le interesan las medidas económicas, el desmonte de las conquistas económico-sociales; no se horroriza por nada de lo demás. Es la burguesía menos “iluminista”, más cholula y de más bajo nivel de la que se tenga memoria. Por eso tampoco hay grandes estadistas, una idea que nos sugirió años atrás nuestro compañero Roberto Ramírez, gran analista internacional.
[20] Marx insistía en que los movimientos de población seguían como la sombra al cuerpo a los movimientos de acumulación del capital, a los cambios de su “geografía”. Esto es así, sumando el hecho de que los que emigran siempre lo hacen para escapar de una tragedia y de las condiciones de barbarie de su propio país. La gran emigración irlandesa del siglo XIX escapó de la hambruna; mucha de la inmigración más politizada en Brasil y Argentina escapaba de la persecución a los socialistas en Europa, y lo mismo puede decirse de las emigraciones de origen judío que escapaban de los guetos y las purgas.
[21] En el caso que conocemos de Costa Rica, el racismo es contra las y los trabajadores nicaragüenses que escapan del desastre del país de Ortega. La decadencia iliberal del otrora movimiento sandinista es colosal, más parecida a las imágenes de la película de Coppola, Apocalipsis now, que a la revolución de 1979.
[22] Llama la atención el parecido de algunas temáticas del irracionalismo con la elaboración de Althusser; esto salta sobre todo en la crítica de Lukács a Schelling, aclarando que nosotros no hemos estudiado a este filósofo alemán de manera independiente.