Brasil

La conciliación de clases favorece a la contraofensiva bolsonarista

Derrotar a la extrema derecha en las urnas y en las calles es el único camino.

En octubre tendremos 400.000 candidatos compitiendo por 5.568 alcaldías y 58.000 escaños en los concejos. El resultado de esta elección tendrá un impacto importante en el proceso electoral del 2026 (elección de gobernadores y diputados estatales, presidente, diputados y senadores federales) y en la polarización política que vivimos desde 2013. Es con la perspectiva de llevar a cabo una campaña para enfrentar el bolsonarismo, los ataques de todos los gobiernos burgueses, vinculada a las luchas inmediatas de los trabajadores y construir una auténtica alternativa política de la izquierda socialista que construimos la Bancada Anticapitalista.


“Sólo el proletariado puede invertir su actividad social y política en la realización de la sociedad urbana. Sólo él puede renovar el significado de la actividad productiva y creativa destruyendo la ideología del consumo. Tiene por tanto la capacidad de producir un nuevo humanismo, diferente del humanismo liberal que está terminando su existencia: el humanismo del hombre urbano para quien y a través del cual la ciudad y su propia vida cotidiana en la ciudad se convierten en trabajo, apropiación, valor de utilizar (y no intercambiar valor) utilizando todos los medios de la ciencia, el arte, la técnica y el control sobre la naturaleza material”.

Henri Lefebvre. El derecho a la ciudad

Tendencia al desequilibrio y la polarización

Las elecciones municipales se desarrollan en un escenario global en el que se revitaliza la era de guerras, crisis y revoluciones descrita por Lenin. En este nuevo escenario, vivimos una combinación de múltiples crisis (geopolítica, política, económica, migratoria, colonial, climática, laboral, etc.) y una fuerte tendencia al desequilibrio de todo tipo. Situación que no podemos dejar de discutir al analizar las elecciones municipales, ya que la crisis crónica en las ciudades – tema que desarrollamos un poco más adelante – no puede dejar de verse impactada y agravada por la nueva realidad planetaria y viceversa.[1]

La base económica de esta crisis múltiple se produce porque todas las crisis históricas del capitalismo marcan la transición violenta (política, militar y económica) a nuevos modos de acumulación de capital. Después de la crisis de 1970, el régimen de acumulación fordista fue reemplazado por el capital financiarizado, lo que condujo a crisis más constantes, permeadas por un proceso de acumulación mucho más inestable que el anterior.

Este nuevo patrón, a diferencia de otros momentos, ha sido seguido por el surgimiento de otras crisis, como la crisis migratoria y la crisis climática: Brasil es un excelente ejemplo de cómo la crisis ambiental se materializa a partir del carácter cada vez más depredador y destructivo del capitalismo.

Luego de la crisis económica de 2008, entramos en un nuevo escenario de cambios estructurales en el patrón de acumulación capitalista, con el ascenso económico y geopolítico de China, el desarrollo masivo de la economía de plataformas, la fragmentación, la precariedad y la superexplotación del trabajo en todos los ámbitos. En este proceso, tenemos la apertura de campos de apreciación del capital que son cada vez más depredadores y bárbaros, como los conflictos armados y los genocidios y ecocidios en curso.

Además de la crisis económica, tenemos a) la guerra indirecta entre el viejo y el nuevo imperialismo en territorio ucraniano, el genocidio colonial contra Gaza y una especie de nueva “guerra fría” que plantea una vez más la amenaza del uso de armas nucleares; b) las catástrofes climáticas planetarias en curso –imparables dentro de los parámetros capitalistas– conducen al exterminio masivo de la flora y la fauna debido al calentamiento global; c) el surgimiento de formaciones políticas de extrema derecha –con características diferentes a las del siglo pasado pero que plantean peligros muy concretos para los derechos de los trabajadores y los oprimidos– que compiten por el poder y ascienden a él en varias partes del mundo.

Como se puede observar, esta no es sólo una crisis del modo de acumulación como las anteriores, pues tenemos incertidumbres crecientes y transformaciones estructurales en todos los ámbitos, en todos los elementos que condicionan el desarrollo histórico.

Este proceso no está exento de resistencia desde abajo en el campo de la lucha de clases. Ante el fracaso del reformismo sin reformas y el avance de la derecha radical, la resistencia desde abajo pone límites. Además de la bipolarización de la crisis geopolítica, también tenemos la continuación de una polarización asimétrica entre los de arriba y los de abajo.

La resistencia al genocidio de Gaza gana los corazones y las mentes de los jóvenes de todo el mundo, lo que provoca que las movilizaciones para poner fin a la masacre se generalicen en Israel; hay una importante resistencia a los ataques del gobierno de extrema derecha de Milei en Argentina; resurgimiento de la lucha sindical contra el fin de los derechos laborales y la caída de los salarios en los países europeos y Estados Unidos; rebeliones populares en varios continentes, con énfasis en la rebelión popular victoriosa en Bangladesh.[2]

En general, la aceleración de cambios estructurales de todo tipo no puede dejar de actuar –y ya está actuando– sobre la subjetividad de las masas. Una situación que requiere que la izquierda independiente, a partir de estos procesos fragmentados, impulse el surgimiento de un movimiento de trabajadores y oprimidos de carácter anticapitalista y socialista.

Se trata de un escenario global de policrisis –con énfasis en la crisis climática que vuelve a afectar a todo el país– que impacta a Brasil y sus elecciones municipales. Aunque todavía no tenemos expresiones masivas de la lucha de los trabajadores y oprimidos, no podemos descartar la posibilidad del estallido de movimientos de protesta. Es precisamente en esta perspectiva en la que tenemos que apostar.

Reanudación de la ofensiva reaccionaria

La polarización asimétrica de la lucha de clases –en la que no hay una derrota histórica de los explotados y oprimidos y tendencias hacia estallidos de todo tipo– vista en el escenario mundial encuentra una expresión importante en Brasil.

Aquí estamos viviendo un proceso de reanudación de la ofensiva reaccionaria tras la elección del gobierno Lula 3 (gobierno amplio burgués de conciliación de clases con intenciones de normalizar el régimen democrático burgués) en el que las elecciones municipales de octubre tendrán importantes consecuencias.

Volviendo un poco a la historia, ya se ha discutido ampliamente que la elección de Lula en 2022 no cambió cualitativamente la correlación de fuerzas. Lula fue elegido, pero no obtuvo mayoría en el Congreso Nacional y su amplio frente perdió en varios frentes.

La derrota electoral de Bolsonaro fue parcial y los resultados contradictorios para el frente de conciliación de clases liderado por el PT: Lula ganó con el 50,9% de los votos, frente al 49,1% de Bolsonaro, un estrecho margen del 1,8%; perdió en la región Norte y mejoró su elección en el Sudeste. Sin embargo, el bloque de derecha y de extrema derecha eligió gobernadores en Minas Gerais, Goiás y São Paulo.

El PL de Bolsonaro eligió 99 diputados y el Centrão 235 – Republicanos (42), PP (47), PL (99), PSD (42), Patriota (4) y PTB (1) -, lo que en conjunto da una bancada ultrarreaccionaria de 334 diputados federales. Esta bancada está polarizando la política nacional hacia la extrema derecha con proyectos como el Marco Temporal, el Proyecto de Ley contra la Violación, el secuestro del Presupuesto Federal y otros.

No podemos negar que hubo sólo un cambio cuantitativo en la correlación de fuerzas en relación con la extrema derecha –como veremos más adelante. Sin embargo, el lulismo (viejo y nuevo) utiliza estos datos para decir que estamos en una correlación de fuerzas ultradefensiva propia de derrotas históricas. Esta unilateralidad en el análisis sólo sirve para justificar su línea estratégica de sacar a los movimientos sociales de las calles y continuar capitulando ante la clase dominante incluso cuando existen condiciones para avanzar.

Poco después de la elección de Lula, tuvimos el ridículo intento de golpe del 8 de enero, el gobierno y la burocracia lulista no quisieron aprovechar la situación para avanzar un milímetro contra los golpistas y a través de medidas democratizadoras, en un momento en que el bolsonarismo estaba en clara defensiva.

Lula 3, en lugar de movilizarse para promover agendas democráticas, arrestando a Bolsonaro y a todos los golpistas, se dedicó por completo a políticas de ajuste fiscal, como fue el caso del nuevo techo de gasto presupuestario, y una reforma fiscal regresiva, que hace que los impuestos provengan centralmente del consumo. El nuevo techo de gastos, por ejemplo, resultó ser una trampa, ya que impone un límite que es insostenible en vista de las necesidades nacionales y sirve para presionar a la clase dominante para presionar por la eliminación de la salud y la educación de los gastos nacionales.

Si la estrategia del gobierno de conciliación burgués de desmovilizarse para llevar la política única y exclusivamente a los palacios ya ha creado desastres en gobiernos anteriores de Lula, con la crisis económica de 2008, el ascenso de la extrema derecha en el mundo y en Brasil, las crisis geopolíticas y climáticas; esta estrategia traidora adquiere contornos aún más trágicos hoy.

Fue en este escenario de retirada política que la extrema derecha salió de la defensiva. Apoyados por el Centrão, el agronegocio, el capital financiero (un verdadero bloque de poder), el espacio político dejado por Lula 3 y la burocracia (PT, PSOL, PCdoB, UP, CUT, UNE, MST, MTST y Marcha Mundial de las Mujeres) con las contrarreformas del gobierno, la extrema derecha ha retomado la ofensiva.

Desde la ofensiva reaccionaria de 2015, el Centrão venía imponiendo cambios en la dinámica presupuestaria y gubernamental, algo que se manifestó en la ampliación del control sobre el Presupuesto Federal para las Medidas Provisionales (MP) del Ejecutivo. Antes de 2001, los MP eran enviados al Congreso y debían ser votados en un plazo de 45 días, de lo contrario el orden del día quedaba bloqueado, lo que daba un enorme poder a la Presidencia de la República. Con los cambios, si el legislativo no vota al MP dentro del plazo señalado, éste caduca y el Ejecutivo está obligado a enviar otro para su consideración.

Se crearon enmiendas parlamentarias obligatorias, luego el Presupuesto Secreto del gobierno de Bolsonaro (transformado en Enmiendas de Bancada en el gobierno de Lula 3) y las “Enmiendas PIX”. Como resultado, la legislatura se quedó con alrededor del 25% del presupuesto federal y el 50% de los fondos discrecionales, cantidades mucho más altas que las de la gran mayoría de los países del mundo. A pesar de que el STF determinó que se alcanzara un acuerdo entre el Congreso y el Gobierno para dar mayor transparencia a las modificaciones, la lógica del control del Congreso sobre una parte importante del presupuesto permaneció intacta, lo que tendrá una importante repercusión en las elecciones municipales debido al importante aumento del poder económico del Centrão.

Estos cambios destruyeron el “viejo” gobierno de coalición establecido después de la Constitución de 1988 e impusieron un régimen político de gobierno diferente. En esto, el Congreso Nacional, particularmente la Cámara de Diputados, adquirió mucho más poder sobre la dinámica gubernamental y presupuestaria, estableciendo una especie de semiparlamentarismo reaccionario en el que el Poder Ejecutivo se divide entre el Gobierno y el Legislativo.

En el marco de este cambio de régimen político impuesto desde fuera y en contra de la Constitución de 1988, el Centrão y el bolsonarismo, tras las contrarreformas llevadas a cabo por Lula 3, asumen una ofensiva que se manifiesta concretamente en ataques ultrarreaccionarios en todos los ámbitos de la vida política nacional.

Como ejemplos tenemos el proyecto del Marco Temporal que impide a las comunidades originarias exigir la demarcación de nuevos territorios, el proyecto de ley que penaliza el aborto incluso en los casos previstos por la ley, la criminalización del consumo de drogas y, ahora, el proyecto de ley que prevé amnistía para los delitos del 8 de enero. Por no hablar de la abierta necropolítica llevada a cabo en los estados (incluidos los administrados por el lulismo) y las privatizaciones.

Sin embargo, pensar que estos ataques ocurren sin resistencia es ignorar la realidad. La movilización indígena hizo que Lula 3 vetara parte del plazo – veto que fue revocado por la Cámara y actualmente está siendo juzgado por el STF – y la movilización prácticamente espontánea del movimiento de mujeres hizo retroceder a Arthur Lira (Presidente de la Cámara) del procedimiento sumario.

La izquierda del orden, para defender la política lulista de no enfrentarse a la burguesía y a la extrema derecha, afirma que estamos en una situación ultradefensiva, sin embargo, desconoce totalmente el potencial de lucha que estas reacciones y las luchas sindicales están manifestando. Para la lógica capituladora, no podemos hacer propuestas concretas en estas elecciones para resolver los problemas reales de los trabajadores y tenemos que contentarnos con una campaña sin movilización callejera alguna.

Esta premisa sólo contribuye a que la contraofensiva ultrarreaccionaria avance aún más y rehabilite a los golpistas del 8 de enero. Dinámica extremadamente peligrosa que plantea la posibilidad de que el régimen golpista regrese al poder central en 2026 -con o sin Bolsonaro-, lo que tendría el potencial de imponer una derrota de talla histórica. Sólo podemos revertir este escenario a través de una lucha masiva, en las calles e independiente del gobierno y los patrones, les guste o no al lulismo y sus satélites (viejos y nuevos).

La crisis urbana potencia todas las crisis

Como ya hemos dicho, no se trata de elecciones municipales baladíes, estamos ante una nueva fase histórica de la lucha de clases encarnada por el estallido –mundial y nacional– de crisis superpuestas de todo tipo. En Brasil asistimos a desequilibrios estructurales que nos están llevando a otro mundo, una policrisis que encuentra su lugar de máxima realización en las ciudades.

Este escenario agrava la ya histórica y estructural crisis urbana y la hace reaccionar –a menudo de forma explosiva– ante la realidad. En la mayoría de los países, en Brasil esto no es diferente, la crisis urbana se manifiesta por la incapacidad/dificultad de presentar las condiciones mínimas para la reproducción biosocial, la movilidad, el empleo, la vivienda, la salud, la seguridad y la educación. Sin embargo, no es estático, tiene un movimiento de empeoramiento o alivio, dependiendo de las circunstancias socioeconómicas.

La mencionada policrisis global y nacional actúa sobre una serie de problemas urbanos y crea una tendencia estructural hacia la desigualdad y el colapso en varios ámbitos: la movilidad, el desempleo, la informalidad, la violencia, la inseguridad y la precariedad generalizada de la vida cotidiana.

A medida que las dinámicas económicas, sociales y políticas trascienden las fronteras de las ciudades, no estamos hablando sólo de metrópolis urbanas. Vivimos en un escenario en el que las ciudades medianas presentan los problemas de las metrópolis, es decir, no hay forma de escapar de las crisis urbanas agravadas por la nueva etapa.

En la historia reciente vimos cómo la crisis económica global impactó a América Latina y Brasil a partir de 2011/12. La caída de los precios de las materias primas y la inflación de los precios de los alimentos se combinaron con una serie de problemas urbanos (transporte, vivienda, trabajo precario) que llevaron a las jornadas de julio de 2013 (un proceso de cuestionamiento masivo de las instituciones y el sistema político en el que vivimos hasta el día de hoy). En otras palabras, dependiendo de las combinaciones situacionales internacionales y nacionales, el conjunto de crisis estructurales que albergan las ciudades puede conducir a escenarios explosivos.

Un elemento de magnitud sin precedentes y proporciones impensables en el agravamiento de la crisis urbana en los últimos tiempos en Brasil es la aparición de eventos climáticos extremos que afectan áreas cada vez mayores. El calentamiento global planetario encuentra en el territorio brasileño particularidades de una dinámica natural, política y socioeconómica que conduce a desastres de gran magnitud, como los observados en todo el estado de Rio Grande do Sul, que ahora se replican con los incendios que destruyen biomas en todo el territorio brasileño. [3]

El problema climático ha sido tratado superficialmente, pero es un elemento importante para exacerbar crisis urbanas que pueden conducir a contextos de explosiones sociales. Por lo tanto, para enfrentar la crisis climática, necesitamos dar respuestas urgentes por parte de las organizaciones sindicales, estudiantiles y populares de la izquierda socialista en estas elecciones, pero también en todos los momentos de la lucha de clases.

El neoposibilismo contribuye al desarme estratégico

Queremos hacer una breve polémica con lo que consideramos una verdadera quiebra estratégica y principista representada por las elaboraciones de Valerio Arcary, líder de Resistencia (tendencia interna del PSOL), líder y organización con quien hemos debatido en varias ocasiones desde las posiciones de nuestra corriente internacional, Socialismo o Barbarie.

Arcary es actualmente un teórico del neoposibilismo y de la revolución pasiva y ya no de la revolución permanente. Brevemente, podemos decir que el posibilismo es una vieja concepción reformista que Arcary y otros ex activistas revolucionarios desmoralizados actualizan. En definitiva, la operación consiste en renunciar a todas las líneas políticas revolucionarias –principios, estrategias y tácticas–, debido a las dificultades innatas de la lucha de clases en cualquier contexto o situación. Se adentra así en el campo de la política de lo posible, es decir, defiende políticas que no requieren confrontación con la clase dominante y la burocracia. Revolución Pasiva es un concepto gramsciano para dar cuenta de procesos de cambio sin radicalidad y participación de masas y la Revolución Permanente es la actualización programática del marxismo revolucionario en tiempos de guerras, crisis y revoluciones que supera la vieja división entre programa máximo y programa mínimo. Contrariamente al posibilismo defendido por Arcary, sitúa la acción autoorganizada de las masas en el centro del proceso.

Arcary, en su “Análisis de coyuntura”[4], para justificar la línea de campaña de Guilherme Boulos (candidato a alcalde por la fórmula PSOL-PT), hace un nuevo ejercicio de pura ideologización al servicio del lulismo.

La reciente operación ideológica del autor –hay muchas para justificar el camino hacia la derecha– pasa por el argumento de que estamos en una situación extremadamente defensiva en la que sólo hay una audiencia masiva para las propuestas “antisistema” de la extrema derecha. Afirma que hay derrotas históricas de la clase trabajadora y que sólo la extrema derecha es capaz de movilizarse.

Así, dice que “el argumento de que no hay que subestimar ni sobreestimar es una fórmula “elegante” pero escapista”. La “realidad concreta” que ve el líder de Resistencia es que estamos en una “situación ultradefensiva”, “la radicalización antisistema [sólo] está en la extrema derecha” y “un discurso antisistémico sería ir en oposición al gobierno de Lula”.

Como podemos ver, para él no tiene sentido apoyar una lucha defensiva directa contra los ataques de la extrema derecha y del gobierno. Se construye esta línea argumental para argumentar con la tesis – defendida por nosotros y otras corrientes – de que, a pesar de la ofensiva reaccionaria, tenemos importantes reservas de combatividad entre los trabajadores y los oprimidos (como vimos arriba) que deben ser activadas y son capaces de frenar y hacer retroceder a la extrema derecha y al Centrão.

Por lo tanto, en su línea argumental, la izquierda no puede confiar en ningún sector de las masas para resistir los ataques en las calles. No podemos presentar un programa de transformaciones mínimas ni criticar las candidaturas de conciliación de clases, ya que fue un programa moderado el que derrotó a Bolsonaro en 2022. Así, la única “salvación” ante la perspectiva del avance de la extrema derecha en las calles y en los palacios es elegir a Boulos en São Paulo.

La correlación de fuerzas “ultradefensiva” presentada por los neoposibilistas no es parte de un ejercicio concreto de análisis al servicio de una política revolucionaria justa –como en la metodología clásica del leninismo. Se trata, de hecho, de una autojustificación que exagera un escenario coyuntural para encubrir un cambio profundo en la concepción política que va mucho más allá de los análisis coyunturales. Es decir, un malabarismo ideológico que sirve para encubrir el giro de este dirigente y su organización, que hoy están mucho más cerca del reformismo que del marxismo.

Pasemos al argumento más episódico. Hay sectores de explotados y oprimidos que resisten de manera importante, como es el caso del movimiento de mujeres que enfrentó a Lira y Centrão contra el “PL Violación”; de los jóvenes universitarios y bachilleres que luchan a nivel federal y estatal contra la reforma de la educación secundaria, la privatización de la educación y contra las escuelas cívico-militares, el recorte de fondos y la precariedad de la educación; de los empleados de las universidades federales que se enfrentan al gobierno Lula 3 contra el aplanamiento salarial; trabajadores postales que luchan por defender el carácter público de la empresa y por sus derechos; Empleados del INSS y del Ibama para ajustes salariales y mejoras de carrera. Estos sectores bien podrían activarse para luchas más globales con una línea política que responda a sus necesidades y los unifique contra la extrema derecha, contra los ataques de Lula 3 y de cualquier gobierno, pero esto requiere otra estrategia con la que Arcary rompió de lleno.

Según él, en las elecciones de 2022 “sólo se pudo ganar con una táctica ultramoderada” y, por eso, la línea que propone para las elecciones municipales de São Paulo que “puede salvarnos en las elecciones de 2024 es una victoria para Guilherme Boulos. La relación política de fuerzas después de octubre depende, esencialmente, del resultado en São Paulo, donde podemos ganar, pero es difícil”.

Cuando el líder de Resistencia retrocede históricamente en su análisis, queda clara la verdadera naturaleza de su discurso. Obviamente, partimos del hecho de que Lula y el PT pasaron en los años 1980 de una formación obrera reformista y un líder sindical burocrático a un partido obrero-burgués y un líder de masas populista que ha encabezado gobiernos de conciliación de clases desde finales de los años 80. No podemos estar de acuerdo con la explicación errónea de que fue la moderación del discurso de Lula en las elecciones de 2022 lo que produjo su victoria contra Bolsonaro.

De hecho, la derrota de Bolsonaro sólo puede atribuirse a una combinación de factores vinculados a una reacción electoral a la ofensiva reaccionaria, la pandemia y los ataques a los derechos democráticos que crearon una reacción “democrática” ante el inminente peligro de golpe. Sucedió lo contrario de lo que dice Arcary, porque durante la disputa electoral de 2022, Lula gana puntos en la carrera electoral entre los más pobres (trabajadores que ganan hasta dos salarios mínimos) cuando se compromete a ajustar el salario mínimo por encima de la inflación[5]. En otras palabras, hubo una conexión mínima con los problemas reales de la clase trabajadora, exactamente lo que Boulos no está logrando en su campaña, ni desde el punto de vista político-programático, ni mucho menos desde el punto de vista de la movilización.

El neoposibilista, al retroceder un poco más en la historia, hace aún más evidente su pérdida de principios y de estrategia. Arcary intenta desandar la etapa que vivimos diciendo que hubo una “derrota histórica (…) [con] la restauración capitalista entre 1989/91”, que “los gobiernos liderados por el PT, entre 2003 y 2016, no son inocentes” y que “las derrotas acumuladas cuentan”.

Para él, estamos en medio de una etapa de derrota histórica que dura desde la década de 1980 y fue causada por la restauración capitalista de los estados burocráticos. En primer lugar, estas restauraciones fueron procesos contradictorios porque lo que se restauró al capitalismo fueron formaciones económico-sociales basadas en la opresión y la explotación. En segundo lugar, el aparato estalinista global sufrió un colapso importante, abriendo más espacio para disputas sobre el liderazgo del movimiento obrero, estudiantil y popular.

Por tanto, la restauración capitalista de los estados burocráticos fue un proceso histórico contradictorio. En gran medida, las rebeliones populares que comenzaron a surgir a finales de los años 1990 fueron posibles gracias al colapso del liderazgo estalinista. Es cierto que se profundizó entre las masas una crisis de alternativa socialista, pero ésta ya venía gestándose desde hacía décadas debido a las derrotas impuestas por esa excrecencia histórica que es el estalinismo.

Arcary, desde el punto de vista de su análisis histórico, está atrapado en una especie de túnel del tiempo que lo lleva siempre a principios de los años 1990, a una etapa política superada hace más de dos décadas. Después de los años 80, ya hemos vivido al menos una nueva etapa de rebeliones y estamos entrando en una mucho más grave de crisis múltiples, de tendencias al desequilibrio y de polarización que se revitaliza de la era de las guerras, las crisis y las revoluciones.

Este líder y su organización siempre sacan a Lula y al PT de las ecuaciones políticas para explicar los procesos que llevaron -y conducen actualmente- al avance de la extrema derecha. Lula y el PT son directamente responsables del crecimiento de la extrema derecha en Brasil debido a la política de conciliación con la clase dominante en sus gobiernos, de sacar de las calles a los movimientos que lideran y de distanciar o reprimir los procesos más radicalizados de los trabajadores y de los oprimidos. Por eso, decir cínicamente que los gobiernos del PT “no son inocentes” ante el avance de la extrema derecha es una burla.

En la combinación que condujo a la ofensiva reaccionaria de 2015, la crisis económica de 2012 y la unión de sectores de la burguesía con la extrema derecha para imponer niveles más profundos de explotación y un régimen político más autoritario, el papel del PT y sus gobiernos fue central. La política del PT, además del reformismo sin reformas, siempre ha sido oponerse a cualquier acción independiente de los trabajadores y los oprimidos. Reprimió las huelgas obreras de 2012, enfrentó el levantamiento popular de junio de 2013 y fue un engaño electoral en 2015. Este último factor fue decisivo en la ruptura entre el lulismo y las masas y facilitó la ofensiva reaccionaria, el impeachment del 2016, todas las medidas contra- reformas que siguieron al arresto de Lula y al ascenso de Bolsonaro.

La línea argumental que abstrae el papel del lulismo en la ofensiva reaccionaria sólo sirve para justificar la incorporación orgánica de Resistencia –así como de otras organizaciones– al lulismo, el campismo burgués y el neoposibilismo.

La otra parte de la operación ideológica que está al servicio de la capitulación ante las formaciones políticas burguesas es el argumento del peligro inminente del fascismo. El neofascismo es ciertamente un peligro y enfrentarlo debe ser central en la actual situación política de Brasil y del mundo. Pero esto no se puede lograr entrando en el campo democrático burgués, renunciando al programa obrero y, mucho menos, abandonando la estrategia de movilización permanente. Todas las corrientes que hicieron este cambio político fracasaron, desmoralizaron a líderes y activistas y liquidaron sus organizaciones para la perspectiva revolucionaria.

En la situación reciente, la posición de entrar en el frente amplio burgués y luego en el gobierno, no contribuyó ni un milímetro a derrotar a Bolsonaro en 2022 y no contribuirá en nada a derrotar a la extrema derecha en São Paulo ahora.

Cuando dice que “la izquierda de la izquierda puede ocupar un lugar (…) Puede demostrar que es un instrumento útil de lucha dentro de los espacios del Frente Único, si sigue, con paciencia revolucionaria, el verdadero movimiento de resistencia al neofascismo”, crea otra amalgama más porque confunde intencionadamente la táctica del frente único para luchar contra el fascismo con la entrada invariablemente desastrosa en un frente político con la burguesía.

Una cosa es participar y estimular frentes de lucha con sectores de masas –estos son foros para que todos los trabajadores luchen defensiva u ofensivamente– y otra cosa completamente distinta es participar en frentes políticos con sectores burgueses.

Convocar a votar a un candidato como Boulos para derrotar a Nunes o a Marçal (el hijo bastardo de Bolsonaro)[6] es una táctica necesaria y probablemente la adoptaremos de manera crítica en la segunda vuelta en São Paulo, otra muy distinta es ser parte orgánica de este frente electoral burgués para la conciliación de clases.

Al contrario de lo que nos cuentan, la entrada del PSOL en el amplio frente burgués de Lula y Alckmin en 2022 sólo contribuyó a sacar las luchas de las calles y entregárselas voluntariamente a la extrema derecha, algo que ha permitido al bolsonarismo la franca reanudación de la ofensiva.

Por supuesto, la mayor responsabilidad por los riesgos que se enfrentan en 2022 recae en el liderazgo histórico del PT y Lula. Sin embargo, los nuevos satélites del lulismo (Arcary, Boulos y la dirección del PSOL), al unirse al frente amplio, contribuyeron a sacar la lucha de las calles y a que la derrota electoral de Bolsonaro no se tradujera en un cambio cualitativo en la correlación de fuerzas.

Así, una cosa es convocar a votar para derrotar a la extrema derecha, esto es táctico, y otra cosa es entrar en frentes políticos con la burguesía, esto significa la pérdida de principios, estrategias y tácticas que permitan verdaderamente afrontar el peligro que representa la extrema derecha. Esto es un crimen contra la izquierda socialista. No contribuye a la lucha táctica contra el neofascismo y retrasa el futuro de la lucha por el socialismo.

Enfrentar a la extrema derecha sin capitular ante el gobierno

Las elecciones municipales funcionan como un importante termómetro político nacional y, además, establecen puntos de apoyo fundamentales para las elecciones estatales y federales.

Esta disputa ampliará o reducirá la capilaridad local de partidos y alianzas en un inmenso territorio nacional donde el voto está muy influenciado por viejos y nuevos caudillos locales – ahora retroalimentados con presupuestos parlamentarios cada vez más grandes y poco transparentes que, sumadas a los fondos partidarios, suman más de R$ 40 mil millones, cifra que está mayoritariamente en manos de Centrão.

El ascenso electoral del lulismo entre 2003 y 2012 estuvo acompañado de su conquista significativa de nuevos ayuntamientos. Pero, tras el inicio de la ofensiva reaccionaria (2015) y el impeachment de Dilma (2016), el descenso fue continuo y significativo hasta 2020: en 2012 el PT eligió alcaldes en 630 municipios, en 2016, en 256, y en 2020, en 183.[ 7] Así, las elecciones municipales se retroalimentarán desde el punto de vista institucional, y también tendrán una influencia importante en la lucha directa, lo que podemos llamar una polarización asimétrica.

Por un lado, tenemos la reanudación de la ofensiva ultrarreaccionaria basada en el agronegocio, la mayoría en el Congreso y el poder de la movilización callejera. Por el otro, la vieja fórmula gubernamental de conciliación de clases que ofrece la normalización de la democracia para los ricos, políticas más neoliberales con tintes de compensación social y confrontación con sectores que salen a luchar, como fue el caso de la reciente confrontación del gobierno con la lucha de los trabajadores de las universidades federales.

Este gobierno, además de estar formado por sectores de la burocracia, está integrado por representantes directos de la burguesía, por lo que no puede ni quiere ofrecer reformas mínimas que sirvan para movilizar y enfrentar dignamente al bolsonarismo -que se refleja prácticamente de forma universal en las candidaturas municipales vinculadas al lulismo.

Lula 3 y su frente democrático burgués ofrecen un polo en esta polarización que obviamente no quiere ni puede movilizar a sectores de vanguardia o vanguardias de masas. Esto se debe a que privilegia a la misma base social (burguesía) que la extrema derecha, cuenta con el apoyo de las mismas instituciones políticas que el Estado burgués y tiene los mismos objetivos centrados en mantener el orden capitalista cada vez más ultraliberal.

La cuestión que se plantea para la izquierda independiente es que tenemos que afrontar y superar esta polarización asimétrica, este bicampismo entre el campo burgués reaccionario representado por Centrão y el bolsonarismo, por un lado, y el campo democrático burgués en torno a Lula, que sólo ofrece contraataques. -reformas y algunas políticas de compensación social mínima, por el otro.

Es necesario luchar para construir un campo de independencia de clase, una estrategia que, si bien enfrenta a la extrema derecha, no capitula ante el campo democrático burgués y sus ataques a los trabajadores y oprimidos. Incluso en una situación marcada por una defensiva política de los explotados y oprimidos, no hay otra salida que estrategias como impulsar la movilización, las organizaciones independientes y democráticas y los partidos revolucionarios, sólo así podremos cambiar la correlación de fuerzas…

Ciertamente, no se puede hacer política sin encontrar tácticas adecuadas a la realidad y un análisis justo de la correlación de fuerzas. Sin embargo, estos no pueden oponerse a los principios y estrategias socialistas, como lo hacen sectores que estaban en el campo del marxismo revolucionario, pero que en los últimos años han roto con ese lugar y han pasado de las maletas y equipajes a un oportunismo más abierto. Esta operación sólo sirve a la extrema derecha y a la clase dominante.

Nuestra participación en estas elecciones desde la Bancada Anticapitalista[8] se basa en el compromiso con la dirección de la lucha de los trabajadores y oprimidos ante una situación de reanudación de la ofensiva reaccionaria que cuenta con una mayoría significativa del Congreso y el sectores más poderosos de la clase dominante. Responsable de los incendios, de los ataques a los derechos históricos de los explotados y oprimidos, de la amnistía a los golpistas y de la persecución política que se produce en diversos ámbitos –ver el caso del proceso de impeachment de Glauber Braga–.

Evidentemente, no es con la línea política que acabamos de criticar como derrotaremos al bloque Centrão con el neofascismo en São Paulo y otras ciudades en estas elecciones. Sólo afrontaremos la reanudación de la ofensiva de la extrema derecha con una táctica completamente opuesta a la que ofrece el viejo y el nuevo posibilismo.

En este sentido, desde la Bancada Anticapitalista, considerando que existen importantes reservas de combatividad –¡no estamos en una etapa de derrota histórica! -, realizamos una campaña con el objetivo de apoyarnos e impulsar las luchas en curso. Porque, aunque fragmentados, pueden alcanzar otras escalas con el empeoramiento de la situación socioambiental en la que vivimos. Atacamos sistemáticamente todas las expresiones de la extrema derecha en São Paulo y otras ciudades y nos diferenciamos de la izquierda de Boulos y su campaña burguesa de conciliación de clases. Esto presenta un programa tan ordenado que no logra establecer la más mínima conexión con los sectores explotados y oprimidos (véanse las últimas encuestas electorales en las que Nunes tiene el 27% de la intención de voto entre quienes ganan hasta dos salarios mínimos). mientras que Boulos, que se consolidó como líder de un movimiento que tiene a este sector de la clase trabajadora en su base, tiene sólo el 21%.[9]

Con una campaña burguesa y un programa que ni siquiera puede llamarse desarrollista, incluso si gana Boulos, no significará una victoria real contra la extrema derecha. Es por eso que en la primera vuelta de las elecciones llamamos a votar por Altino que, a pesar de una candidatura minoritaria, es independiente y vinculado a la lucha de los trabajadores y los oprimidos.

El Caucus Anticapitalista arranca y llama a Altino y a los demás candidatos independientes a construir una campaña que impulse luchas importantes en conjunto, como es el caso de la ley contra incendios convocada para el 22 de septiembre. Para avanzar en la tarea de luchar eficazmente contra la reanudación de la ofensiva reaccionaria en estas elecciones, necesitamos urgentemente articular las fuerzas en torno a esta candidatura para construir una campaña unificada en la clase trabajadora y la juventud que responda a las demandas inmediatas y tome medidas para construir un frente político de izquierda independiente después de las elecciones.

¡Es para la lucha independiente de la patronal y la burocracia, contra la reanudación de la ofensiva reaccionaria, que se prepara la Banca Anticapitalista, el activismo de la juventud Já Basta y la corriente Socialismo o Barbarie!


[1] En “Un mundo más peligroso, un mundo más polarizado. Parte 1” en https://esquerdaweb.com/um-mundo-mais-perigoso-um-mundo-mais-polarizado-parte-1/

[2] En “La revolución monzónica” en https://esquerdaweb.com/a-revolucao-das-moncoes/

[3] En “Brasil en llamas: crónicas de un ecocidio anunciado” en https://esquerdaweb.com/22800-2/

[4] En https://esquerdaonline.com.br/2024/09/09/analise-de-conjuntura

[5] En https://www1.folha.uol.com.br/poder/2022/10/datafolha-lula-amplia-vantagem-entre-os-pobres-apos-derrapada-de-bolsonaro-sobre-salario-minimo.shtml

[6] Fernando de Barros y Silva. El hijo bastardo. Revista Piauí, 216

[7] Todo lo contrario ocurrió con la derecha. En 2020, por primera vez, ningún partido desde 1988 alcanzó la marca de mil ayuntamientos, papel que recayó principalmente en el antiguo PMDB, ahora MDB. Sin embargo, a pesar de la mayor fragmentación de los votos de la derecha, los partidos del Centro (MDB, PSD, PP y DEM) eligieron en 2020 43 alcaldes de las 96 ciudades con más de 200.000 habitantes, incluidas 13 capitales. conquistaron 2.591 municipios de un total de 5.570. El PP cuenta ya con 681 alcaldes, el DEM se expandió un 70% y Avante y Podemos duplicaron el número de concejales. Ver datos en https://diplomatique.org.br/edicao/edicao-206/.

[8] Lea el manifiesto programático de la Bancada Anticapitalista

[9] En https://www1.folha.uol.com.br/fsp/fac-simile/2024/09/13/index.shtml

 

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