
Si el 2020 nos sorprendió con el estallido de la pandemia de COVID-19, el 2022 con el estallido de un conflicto de impacto mundial, la invasión de Rusia a Ucrania. Esto significó la vuelta de algo que no se veía desde el siglo pasado, un conflicto imperialista armado en plena Europa. Este hecho trajo múltiples respuestas a nivel mundial, aquí nos detendremos solo en una en particular, las políticas de rearme de las principales potencias imperialistas.
Así, una de las respuestas a la invasión rusa a Ucrania fue el aumento de los presupuestos militares en gran parte de los países miembros de OTAN. Uno de los casos más significativos fue el caso de Alemania, donde su nuevo primer ministro, Olaf Scholz, implementó un drástico aumento del presupuesto militar del país germano.
En ese sentido mismo sentido, en estos días han sido noticia internacional las declaraciones de Fumio Kishida, actual primer ministro de Japón. Más concretamente, en el marco de un acto de revista de la flota internacional en las cercanías de Tokio, el premier prometió reforzar la capacidad militar de su país en un plazo de 5 años. A su vez, habló sobre la «necesidad» de construir más barcos de guerra, armamento antimisiles y mejorar las condiciones de las tropas. A esto se le suma un aumento progresivo en el gasto presupuestario en defensa.

Esto constituye un cambio drástico en la política militar japonesa desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial hasta la fecha. Luego de la guerra, Japón fue ocupado por los Estados Unidos y se realizaron una serie de reformas que incluyeron una nueva Constitución. Ésta, entre otras cosas, implicó el desarme de Japón, se prohibió a las nuevas fuerzas armadas japonesas intervenir en el exterior, solo se les permite cumplir funciones de defensa. Esto fue el resultado de la necesidad del imperialismo estadounidense de desarmar a un agresivo competidor, pero también una concesión a sus gobiernos aliados en la región, muchos de los cuales habían sido ocupados militarmente por Japón y fueron víctimas de las atrocidades de su ejército.
Así, desde su derrota en la guerra Japón se ha visto privado de intervenir militarmente en otros países como sí lo han continuado haciendo muchos de sus aliados imperialistas como Estados Unidos. Las declaraciones de Fumio Kishida implican un cambio drástico en la política militar japonesa, que por primera vez en décadas se plantea un rearme militar. De hecho, desde el gobierno se estudia la posibilidad de habilitar “acciones preventivas” en el exterior, algo inédito desde el fin de la segunda guerra.
El gobierno japonés justifica esta política en base a las amenazas que le representarían para el país tanto China como Corea del Norte y también hace especial hincapié en el nuevo contexto abierto por la guerra en Ucrania. Sin embargo, esta política de rearme viene siendo propiciada desde hace años por el Partido Liberal Democrático que de forma más o menos abierta viene reivindicando el accionar de los militaristas y criminales de guerra del imperio japonés previo a su derrota. Así, el ex primer ministro Shinzo Abe inició la tradición de rendir culto a los criminales de guerra cuando visitó el santuario de Yasukuni, en el cual se encuentran sus restos.
Es evidente que este giro se hace en acuerdo con la potencia que le impuso su desarme en su momento; Estados Unidos. No podría ser de otra forma. En septiembre del 2021, el imperialismo norteamericano anunció el lanzamiento del AUKUS, una alianza militar con Australia y Gran Bretaña precisamente pensada para hacer frente a China en el futuro y controlar su avance en los países del Pacífico en el presente. El giro japonés coincide claramente con la política militar estratégica de Estados Unidos en Asia.
Así, el nuevo contexto de mayor polarización y mayores conflictos abierto por la guerra en Ucrania podría abrir la puerta para un serio rearme de lo que fue una de las principales potencias imperialistas en Asia Oriental.