El 28/1 el presidente norteamericano Donald Trump presentó finalmente su «plan de paz» para Israel-Palestina, anunciandolo como el “acuerdo del siglo”. Desde que asumió su gobierno en 2017 Trump fijó siempre una clara posición a favor de los intereses de la derecha israelí (por ejemplo, trasladando la embajada norteamericana a Jerusalén y dando luz verde a la construcción de asentamientos en Cisjordania), pero todavía estaba pendiente la formulación de una propuesta integral para el conflicto. Ésta finalmente sale a la luz cuando le resta solo un año de mandato (si no es reelecto en las presidenciales de noviembre de 2020, un nuevo gobierno asumiría en EEUU en enero del ‘21) y cuando se encuentra apretado por el proceso de “Impeachment” por parte de su propio Congreso.

Es importante aclarar desde el principio que el “acuerdo” de paz presentado por Trump no es un acuerdo alcanzado en una mesa de negociación entre palestinos e israelíes, sino que fue elaborado unilateralmente por Israel y acordado con… las dos grandes alas de la política israelí (el gobierno de Netanyahu y la oposición también sionista de Gantz). En ese sentido, circulan bromas que dicen que el acuerdo es para llegar a la paz entre las propias facciones de la derecha Israelí (a costa de los palestinos).

La “propuesta de paz” se basa en el principio de la “solución de los dos Estados” establecida en los acuerdo de Oslo de 1993, pero en una versión totalmente diluida de los mismos (que ya de por sí tenían fuertes límites). Veamos algunas de las características principales de esta nueva propuesta (seguramente se nos escapen muchas otras que se irán aclarando con el correr del tiempo):

1) La ciudad entera de Jerusalén seguiría siendo la “capital indivisible” de Israel, lo que le niega a los palestinos su reclamo sobre Jerusalén Oriental -donde el movimiento palestino considera históricamente que debe erigirse la capital de su propio Estado. Se trata del sector de la ciudad que estaba en manos árabes hasta que Israel la ocupó militarmente en 1967 (en la “guerra de los seis días”), anexandola de manera definitiva en 1980 pese al rechazo de toda la comunidad internacional. Se trata también del lugar donde se encuentran los principales sitios sagrados de varias religiones (como la mezquita de Al Aqsa).
Con el “plan Trump”, al futuro Estado palestino le correspondería solamente un barrio periférico de Jerusalén Oriental, para poder erigir allí su capital.
Con respecto a los lugares sagrados del Islam en la zona, estos seguirían dentro del actual statu quo: bajo soberanía israelí, administrados por la monarquía jordana, y supuestamente abiertos para los visitantes musulmanes.

2) Israel pasaría a anexar el valle del Jordán, que limita con el reino de Jordania y que hasta 1967 estaba en manos árabes -pasando luego a ser ocupada militarmente por Israel. Actualmente esta zona pertenece al “área C” de Cisjordania definida por los acuerdos de Oslo, y tiene un importante valor para la agricultura palestina. Israel la considera vital para la seguridad nacional por cuestiones de táctica militar (es un terreno fácilmente defendible donde frenar una posible invasión extranjera). A cambio, se le permitiría a los palestinos cierto uso agrícola de la zona, pero bajo las leyes y control israelíes.

3) Israel pasaría a anexar los asentamientos del área “C” de Cisjordania (región que hasta 1967 también estaba enteramente en manos árabes). Estos asentamientos no solo implicaron quitarle territorio a los pobladores locales palestinos (inclusive en varios casos demoliendo sus hogares o suprimiendo sus tierras de cultivo) para dárselo a los colonos sionistas, sino que también significaron disgregar al territorio palestino en un conjunto de islotes sin conexión territorial entre sí. La anexión de los asentamientos significa terminar de cristalizar esta situación, dándole un carácter legal.

4) De esta forma, el territorio del futuro “Estado palestino” tendría forma de archipiélago, pareciéndose más a un conjunto de municipalidades que a un verdadero Estado. A cambio, Israel construiría puentes y túneles para conectar entre sí estas zonas.

5) El futuro Estado palestino no compartiría fronteras con Jordania: estaría rodeado por todos lados por Israel, excepto la franja de Gaza que limita con Egipto (país que, por otro lado, posee un gobierno que cierra habitualmente esa frontera con el argumento de frenar los movimientos del «terrorismo» palestino).

6) El Estado palestino no podría tener sus propias Fuerzas Armadas sino que estaría “desmilitarizado”. En el mejor de los casos se le permitiría, bajo ciertas condiciones, poseer una especie de «policía local», pero esencialmente su “seguridad” estaría a cargo de Israel -es decir, a los efectos prácticos continuaría la ocupación militar.

7) El área del futuro Estado palestino duplicaría supuestamente el territorio del actual área «A» de los acuerdos de Oslo (es decir, el área donde la Autoridad Nacional Palestina ya ejerce control político y de seguridad), mayormente incorporando otras zonas de Cisjordania que hasta el ‘67 estaban en manos árabes y que desde entonces están bajo ocupación militar israelí. La mayor parte de Cisjordania, sin embargo, quedaría en manos de Israel, inclusive áreas que en negociaciones anteriores estaban destinadas a Palestina. A cambio, Israel cedería a los palestinos una franja de territorio en la región sudoeste del país (de dudoso valor económico).

8) Sobre el “derecho al retorno” de los palestinos expulsados en 1948 y sus descendientes… no habría ninguno. Israel quedaría ratificado como “Estado nacional del pueblo judío” lo que significa en última instancia negar todo derecho a los palestinos a habitar en él (excepto la minoría que quedó dentro de sus fronteras en la guerra del ‘48).

9) Por último, para “endulzar” el plan, EEUU se compromete a brindar ayuda económica por 50 mil millones de dólares para reactivar la economía palestina -lo que significa, también, para apropiarse de ella.

¿Qué significa este plan? que el futuro “Estado palestino” quedaría reducido a una muy pequeña parte del territorio del antiguo Mandato Británico de Palestina (posiblemente alrededor de un 10%), en lo que de hecho funcionaría como un conjunto de  reservas de población originaria – al estilo de los bantustanes establecidos por el Apartheid en Sudáfrica hasta la década de los ‘90. De esta forma, Israel conseguiría lo que siempre quiso desde su fundación como Estado: quedarse con la mayor parte del territorio de la Palestina histórica, pero quedándose con la menor parte posible de su población originaria (los árabes).

Por su parte, el «Estado» palestino que resultaría de eso sería inviable en lo geográfico (por falta de continuidad territorial real) y en lo económico (por no poseer tierras, agua ni recursos naturales en cantidades suficientes para explotar), no podría defenderse (por estar desmilitarizado) y por lo tanto no tendría herramientas para ejercer su soberanía, tampoco tendría comunicación directa con el mundo exterior. Además renunciaría a todo reclamo de establecer un Estado sobre las fronteras anteriores a 1967, renunciaría al derecho al retorno de los refugiados y tendría que reconocer a Israel como Estado judío, es decir como Estado de un solo grupo étnico-religioso. En síntesis, el plan no implica ni una solo concesión real a los palestinos, y en cambio concede a Israel todas sus demandas históricas.

Posiblemente, en estos días o semanas Israel ya avance unilateralmente (con luz verde de Trump) a implementar la parte del plan que le conviene: la anexión de asentamientos y del valle del Jordán. Mientras que el único “beneficio” para Palestina, el reconocimiento de su propio Estado, no existiría hasta tanto los palestinos no firmen el plan (es decir, hasta que no acepten la capitulación de todas sus demandas históricas) y cumplan con un conjunto de condiciones – como el desarme de Hamas en la franja de Gaza.

En síntesis, el plan de Trump no es otra cosa que la formalización del sistema de “apartheid” y de segregación étnica que ya rige en los hechos hace décadas, exigiendo a cambio al pueblo palestino que se limite a aceptar las condiciones existentes a cambio de algo de dinero, algunos túneles y la denominación como Estado formalmente independiente.

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