El 18 de noviembre, miles de personas marcharon desde Tel Aviv a Jerusalén para reclamarle a Netanyahu por su política en relación a los rehenes. Desde el comienzo de la invasión sionista sobre Gaza, los familiares de los rehenes israelíes hicieron repetidos reclamos por la orientación tomada por Netanyahu. Algunos analistas israelíes “seculares” la calificaron como una que prioriza “la venganza por sobre el rescate”.
En realidad, no se trata de venganza sino de un plan de genocidio contra el pueblo palestino. Netanyahu (y sus aliados dentro del gobierno de unidad “de emergencia” israelí) tomó como orientación borrar a la Franja de Gaza del mapa. La idea es desplazar a millones de palestinos al otro lado de la frontera egipcia y destruir la infraestructura clave de la Franja para impedir su regreso. El “rescate de los rehenes” no es más que una excusa táctica para llevar adelante ese objetivo.
En ese contexto, no es ninguna sorpresa que los familiares de los rehenes israelíes no estén contentos con el plan. El bombardeo indiscriminado del territorio gazatí, junto a incursiones terrestres que utilizan los más brutales métodos genocidas (destrucción de hospitales y centros de refugiados), hace poco probable la supervivencia de quienes permanecen como rehenes dentro de la Franja.
Esto no significa que los familiares de los rehenes rechacen públicamente (al menos de forma colectiva y pública) el genocidio como tal. Hasta el momento, su reclamo no es el “alto al fuego” que se escucha en el resto del globo, sino más bien “cuidar a nuestros hermanos” y “traerlos de vuelta a Israel”.
Pero sí es cierto que existe un sector (seguramente minoritario, pero existente) que no ve con tan buenos ojos la incursión genocida sobre Gaza. Dimensionar la proporción y organicidad de este sector es lo más difícil de todo debido al cerco de censura sionista que existe también hacia dentro del propio Estado de Israel. En las últimas semanas trascendieron varios casos de arrestos contra ciudadanos israelíes que se habían pronunciado en contra del genocidio.
Se trata en todo caso de sectores ligados al “Israel secular”, no ortodoxo y, en alguna medida, laico. “Algunas organizaciones que han abrazado la causa [de los rehenes] eran las que se manifestaron durante meses contra la controvertida reforma judicial de Netanyahu, hoy en un cajón. El epicentro de las dos protestas es el mismo, Tel Aviv, y con manifestaciones en sabbat, que excluyen en la práctica a los más religiosos, más vinculados a la derecha. Muchos secuestrado vivían además en kibbutz, las antiguas colectividades agrícolas que no suelen votar a Netanyahu, y menos aún, a sus socios de coalición ultraderechistas y ultraortodoxos” (El País, 26/11).
También es cierto que existe otro sector aún más a la derecha de la posición de Netanyahu y de la mayoría de la población israelí. “La derecha, sobre todo la más radical, en cambio, ve en los rehenes una cuerda que ata las manos de Israel para seguir reduciendo a Gaza a escombros […] por temor a que la presión internacional impida retomar los bombardeos” (El País, ídem).
Pero no está descartado que el descontento interno por la política de Netanyahu hacia el problema de los rehenes pueda evolucionar o persistir, como también persistió en su momento el descontento contra la contrarreforma judicial. En todo caso, lo que vale para la política exterior israelí también vale (aunque con otra mediaciones, por supuesto) para su política interna. Un “exceso” en las bravatas genocidas podría desatar un descontento que quizá sea más grande de lo que puede verse a la distancia:
“El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir (cuyo partido, el ultraderechista Poder Judío, fue el único del Gobierno de unidad que votó en contra del acuerdo con Hamás) insistió en llevar al Parlamento su propuesta de castigar con la pena de muerte el asesinato de israelíes judíos por motivos polúiticos. Los familiares lo acusaron de poner en peligro la vida de los rehenes, impulsando una iniciativa que no es urgente y puede producir represalias” (El País, ídem).