Las recientes elecciones generales en la India, presentada como “la democracia más populosa del mundo”, con casi 1.000 millones de personas habilitadas para votar, pusieron en el centro de la atención los desarrollos económicos y políticos en el que es también, desde hace un año, el país más poblado del planeta.
El otro gigante asiático, junto con China, en particular desde la gestión de su primer ministro Narendra Modi, en el poder desde 2014 y ahora reelecto, aparece en la escena internacional con un perfil geopolítico mucho más ambicioso que el que ocupara históricamente desde su independencia en 1947. Es el mismo Modi quien se encarga de postular para India el rol de “gran potencia” actual y sobre todo en el futuro próximo. Al innegable peso demográfico de India, Modi busca agregar la expansión de su economía y sus ambiciones en el plano de las relaciones entre los estados más poderosos de la tierra.
Esta vocación de potencia global que exhibe Modi representa no sólo una novedad sino también una jugada audaz, habida cuenta de que India sigue conservando muchas de las contradicciones y rémoras que le habían impedido hasta ahora cumplir precisamente ese papel protagónico. Explorar y desarrollar algunos de esos elementos es parte de lo que nos proponemos con este texto.
Cabe aquí dejar anotada incluso con más fuerza la reserva que hacíamos en ocasión de nuestros trabajos sobre China. Se trata en ambos casos de países gigantescos en términos de población y superficie, con una historia precolonial riquísima que abarca no siglos sino milenios, y que tanto geográfica como culturalmente están casi tan lejos como se puede estar de Latinoamérica, desde donde escribimos. India presenta además –a diferencia de China, relativamente mucho más homogénea– una extraordinariamente amplia diversidad étnica, cultural, religiosa, lingüística; es un país con un nivel de unidad política y cohesión cualitativamente menores que China. Así, si ya tratar China era sumamente complejo y obligaba a un abordaje tentativo y por “aproximaciones sucesivas”, mucha más cautela y humildad se impone al intentar abordar una realidad con características mucho menos centralizadas y casi de mosaico.
Todas estas advertencias previas son ineludibles, así como subrayar la obvia desventaja que sufrimos respecto de analistas marxistas británicos, por ejemplo, para quienes, por los múltiples lazos políticos, culturales y hasta idiomáticos heredados del pasado colonial, India resulta un tema mucho menos remoto. Sin embargo, consideramos que la importancia del tema, combinada con la llamativa escasez de elaboración marxista de origen político, no académico, sobre la India actual, habilita que, con todas las limitaciones del caso, tentemos esta primera aproximación.
Sucede que, a riesgo de recibir la acusación de exceso de ambición, preferimos tomar distancia de una concepción no por implícita menos arraigada incluso entre marxistas: la de una no reconocida “división intelectual del trabajo” entre quienes escriben desde el “centro”, a quienes ningún tema les está vedado, y quienes escriben desde la “periferia”, que de manera tácita –y a veces, gustosa– aceptan el rol de limitarse a “sus” temas locales específicos, como si la elaboración y la investigación de orden más universal fueran coto exclusivo de Europa y EEUU.[1]
Hecho este señalamiento metodológico previo, cabe agregar que, precisamente en razón del carácter inicial de este abordaje, se observará en principio una preeminencia de elementos descriptivos que consideramos indispensables para dar cuenta de puntos de partida básicos del análisis de una realidad tan apartada de la latinoamericana. Eso explica también que las definiciones que hagamos aquí tendrán un carácter tentativo, provisorio y a ser revisadas/contrastadas con el desarrollo de los acontecimientos y de otras contribuciones del campo marxista y no marxista. Sin embargo, no debe seguirse de esto ni que evitamos pronunciarnos sobre las cuestiones que nos parecen más gruesas ni que pretendamos escudarnos en ese cuidado en las definiciones para eludir debates. De hecho, varias de las afirmaciones que haremos aquí serán necesariamente polémicas.
Sólo nos queda, para cerrar esta introducción, repasar brevemente los ejes temáticos y la estructura a que nos atendremos.
En primer lugar, consideraremos los aspectos más novedosos de la “irrupción” de la India en la escena geopolítica: su relativamente importante crecimiento económico y el carácter más asertivo de la política exterior india bajo el gobierno Modi.
Segundo, trataremos de puntualizar los rasgos esenciales y contradicciones mayores de ese desarrollo económico, con centro en las desigualdades regionales, la configuración del aparato estatal y las taras infraestructurales que arrasa el país, así como la política de Modi al respecto.
El tercer capítulo está dedicado a la otra gran novedad de los desarrollos en la India: el deslizamiento autoritario y antidemocrático del régimen político desde la llegada de Narendra Modi al poder. Nos detendremos aquí también en ciertos elementos de la tradición política india para constatar la extensión y profundidad de los cambios que han operado en la última década.
En cuarto lugar, intentaremos un necesariamente somero pantallazo por algunos de los rasgos que consideramos más relevantes de la sociedad india actual, comenzando, claro está, por la profunda desigualdad socioeconómica y su alto nivel de pobreza, y siguiendo por la diversidad étnica y religiosa tan propia de la India y algunos otros indicadores que entendemos significativos para la comprensión de la estructura social del país.
Finalmente, buscaremos, por una parte, resumir las contradicciones que obstaculizan el ascenso de India a la condición de “gran potencia” a la que aspira el gobierno de Modi y su partido, el BJP, y por la otra, trazar un breve “fresco” de la situación de la clase trabajadora urbana y rural india, así como un repaso de sus luchas más recientes e importantes. Para concluir, proponemos este esfuerzo de elaboración en el sentido de aportar a la construcción de una alternativa independiente que haga frente a los desafíos de la lucha de clases en el país más populoso del planeta desde una perspectiva socialista y de toda la población trabajadora, explotada y oprimida.
[1] Al respecto, no nos cansaremos de citar la aguda reflexión que hiciera el narrador e intelectual argentino Juan José Saer, a quien también enfurecía la mirada condescendiente de los europeos sobre Latinoamérica: “Si la obra de un escritor no coincide con la imagen latinoamericana que tiene un lector europeo, se deduce inmediatamente de esta divergencia la inautenticidad del escritor, descubriéndosele, además, en ciertos casos, singulares inclinaciones europeizantes. Lo que significa que Europa se reserva los temas y las formas que considera de su pertenencia, dejándonos lo que concibe como típicamente latinoamericano. La mayoría de los escritores latinoamericanos comparte esa opinión; el nacionalismo y el colonialismo son así dos aspectos de un mismo fenómeno” (“La selva espesa de lo real”, en El concepto de ficción, Buenos Aires, Ariel, 1997, p. 269). Comentábamos en otro lugar a propósito de este fenómeno: “Cámbiese en este pasaje ‘escritor’ por “marxista’ y tendremos una pintura bastante aproximada de cómo se concibe (desde Europa, pero también desde la propia Latinoamérica) la elaboración teórica sobre ‘los temas y las formas’: en cuanto un marxista latinoamericano se aventura más allá de la ‘especificidad local’ hacia tópicos más universales, suele tildárselo (desde ambas orillas del Atlántico) de ‘eurocentrista’ (…), como si el mérito de un marxista en nuestro continente sólo pasara por la ‘refracción regional’ de los temas globales del marxismo” (M. Yunes, Revolución o dependencia. Imperialismo y teoría marxista en Latinoamérica, Buenos Aires, Gallo Rojo, 2011, p. 88).