«La Historia no hace nada, no posee ninguna inmensa riqueza, no libra ninguna clase de luchas. El que hace todo esto, el que posee y lucha, es más bien el hombre, el hombre real, viviente; no es, digamos ‘la Historia’ la que utiliza al hombre como medio para labrar sus fines –como si se tratara de una persona aparente-, pues la Historia no es sino la actividad del hombre que persigue sus objetivos» Marx y Engels, La sagrada familia.1

Dando continuidad a nuestra elaboración sobre el balance de las revoluciones del siglo XX, en este trabajo haremos un repaso crítico de la más importante del siglo pasado luego de la rusa. Intentaremos tratar problemas antiguos bajo una luz nueva, partiendo de la consideración que el siglo XX fue un impresionante laboratorio de revoluciones sociales que ha dejando inmensas enseñanzas para el siglo XXI. Una riquísima experiencia acumulada sobre la que, en general, las corrientes revolucionarias no se han tomado la molestia de volver; una cantera repleta de lecciones estratégicas hacia el siglo XXI.

La revolución china de 1949 fue, en realidad, el cierre de una secuencia de tresrevoluciones: la revolución burguesa antimonárquica de 1911 (que consagra la República), la revolución (abortada) propiamente obrera y socialista de 1925-27 y, finalmente, la revolución campesina anticapitalista de 1949.

Está claro que nuestra apreciación se diferenciará respecto de las definiciones usuales en la izquierda en general (incluyendo aquí a la corriente maoísta2) y en el movimiento trotskista en particular, que ha tendido a verla como una revolución «obrera y socialista» o «campesina-socialista». Asimismo disentimos globalmente de las corrientes que la han ubicado como una «revolución burguesa sui generis», generadora de un tipo de «capitalismo de Estado»3 y/o una sociedad «colectivista burocrática».

No acordamos con las definiciones anteriores4: a nuestro modo de ver, es un hecho incontestable que se trató de una inmensa revolución campesina anticapitalista. Pero que, al mismo tiempo, no llegó a constituirse como revolución socialista, como resultado de los límites y la naturaleza distorsionada de las tareas llevadas a cabo que significó latotal ausencia de la clase obrera en la misma y el encuadramiento burocrático. En este sentido, fue una revolución con rasgos comunes a otras de la segunda posguerra, más allá de que la revolución china fue sin duda la más trascendental de ese período.

De hecho, la revolución anticapitalista china de 1949 configuró un «modelo» opuesto en casi todas sus condiciones y características a la rusa de 1917: por su localización agraria y no centralmente urbana; por la centralidad de un campesinado pequeño propietario o sin tierras y no del proletariado; por tener a su frente un partido ejército campesino y militar, no un partido basado sobre el proletariado urbano y la acción política de masas; por su perspectiva estrechamente nacional y no internacionalista como fue el caso de los bolcheviques.5 Como señalara Theda Skocpol, «lo que la revolución rusa fue para la primera mitad del siglo XX, lo ha sido la revolución China para la segunda (…). El «modelo de Yenan» y «el campo contra la ciudad» han ofrecido nuevos ideales y modelos renovados para las esperanzas nacionalistas revolucionarias a mediados del siglo XX».6

El contraste entre ambas revoluciones no puede ser mayor, y así lo señala el trotskista chino Peng Shu-Tse –en su Informe al III Congreso de la IV Internacional de noviembre de 1951– al dar cuenta del carácter extremadamente original y contradictorio del fenómeno: «El concepto tradicional de Trotsky, y que era la estrategia del trotskismo chino mantenida en los últimos 20 años, era la opuesta a la estrategia estalinista de conquistar las ciudades a través de las fuerzas armadas campesinas solamente (…). No era posible derrocar el régimen burgués confiando exclusivamente en el ejército campesino porque, bajo las actuales condiciones de la sociedad, el campo se subordina a la ciudad, y los campesinos deben desempeñar un papel decisivo solamente bajo dirección de la clase obrera. Pero el hecho que ahora enfrentamos es exactamente el contrario».

Sin embargo, a comienzos del siglo XXI se están acumulando condiciones para el retorno a procesos revolucionarios más «clásicos»: es decir, que tengan en su centro a la nueva clase trabajadora en proceso de refundación-recomposición-reorganización. A eso apostamos y al servicio de esa perspectiva estratégica es que pretendemos poner la elaboración que venimos haciendo desde la corriente Socialismo o Barbarie Internacional.

Al respecto, lo notable ha sido que, a nivel de las otras corrientes del marxismo revolucionario, se ha vuelto a reflexionar realmente muy poco7 sobre las consecuencias de estos procesos, que aportan elementos para entender el curso mismo de la revolución, la fase no capitalista de China e, incluso, la actual dinámica restauracionista del capitalismo.

En lo que sigue, intentaremos realizar un amplio repaso teórico de las condiciones y características de la revolución china, comenzando por algunos señalamientos de carácter histórico.

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