¡HUELGA GENERAL MASIVA!
El pasado viernes 2 de Septiembre, diez de las centrales de trabajadores de la India convocaron un paro general sin precedentes en la historia del país, y quizás del mundo. Más de 200 millones de trabajadores (entre ellos los bancarios, del transporte público, de la salud y de la educación, en su mayoría estatales pero también una pequeña porción de privados), cesó sus actividades con un saldo de 3 billones de dólares de pérdida a nivel económico para los sectores en el poder. El gobierno reaccionario y neoliberal de Narendra Modi recibió un mensaje contundente de la clase obrera: el pueblo indio no va a seguir aceptando el ajuste económico y social que el Bharatiya Janata Party[1], partido político en el poder, viene aplicando desde que asumió en 2014. De esta manera las centrales sindicales pusieron en pie una medida de lucha que recorrió al país a lo largo y a lo ancho (más de la mitad de los 29 estados confederados acató la medida) con un programa de mínima para paliar la miseria que vienen viviendo los trabajadores: elevar el sueldo mínimo de los trabajadores (de tanto a tanto), frenar la reforma laboral impulsada por el BJP de flexibilización laboral, cese inmediato de los intentos de privatización de ciertos sectores y empresas que sólo acarrearían pérdidas masivas de puestos de trabajo; así como también acceso de las amplias mayorías a la seguridad social y las pensiones. Además, fue central en las consignas por mejores salarios el problema de la inflación, y las protestas por “igual trabajo – igual salario”, en referencia a la desigualdad sufrida por las mujeres en el mercado laboral.
Un ejemplo de recuperación de los métodos tradicionales de lucha
Más allá del número descomunal de adherentes al paro general, hay que recalcar lo decisivo que fue el hecho de que el mismo haya sido de carácter activo: el pueblo indio tomó las calles y salió no sólo a marchar y hacer sentadas, sino a garantizar que el paro se extendiera a todos los lugares de trabajo a través del corte de las rutas y las vías del tren o a través de la modalidad de reportarse enfermo y no ir a trabajar, lo cual sería un indicio de desbordes por las bases. Las centrales sindicales y la izquierda (especialmente el Partido Comunista Indio-Marxista) se negaron a aceptar las migajas propuestas días antes de la movilización por el presidente Modi de aumentar los salarios mínimos de 246 rupias (US$ 3.70) a 350 rupias (US$ 5.20) por día, no sólo una suma irrisoria, sino que la medida tampoco se extendería al conjunto de la población trabajadora: «Estas 350 rupias no son para los 470 millones de trabajadores (…) es sólo para unos pocos cientos de miles en el establecimiento central», ha advertido la secretaria del AITUC (siglas en inglés para el Congreso de Sindicatos de toda la India), Amarjeet Kaur, durante la protesta en Nueva Delhi. Esta decisión fue crucial y permite mayor unificación de las demandas, las cuales son vistas no sólo como reivindicaciones concretas para determinados sectores de la clase obrera, sino para la población en general; refiriéndose a las exigencias por las pensiones y demás medidas que afectarían la calidad de vida diaria del conjunto de la población.
Como era de esperarse, el gobierno conservador intentó minimizar el impacto que la huelga general tuvo en el país, aunque su envergadura fue irónicamente reafirmada por la posición tomada por la patronal india –Confederación de la Industria India- que salió a defender al gobierno de Modi y su política económica, al tiempo que criticaba la imagen “nociva” que la huelga podría tener para la confianza y las inversiones extranjeras en el país.
Perspectivas
Sin lugar a dudas, la masiva irrupción de la clase obrera de forma combativa a la escena política del país se constituye como un faro alentador no sólo para los trabajadores del subcontinente sino para la clase trabajadora de todo el mundo. Pero especialmente en India, donde se viven repetidos episodios reaccionarios día a día, como los que acontecen en las fronteras con Paquistán, donde las relaciones entre ambos países han vuelto a ser muy tensas, cobrándose la vida de cientos de personas, así como los atentados del ISIS, que son resultado de generaciones de conflictos bélicos, pobreza y marginación y que no pueden significar una salida positiva para los sectores de explotados y oprimidos. De esta manera movilizaciones como las del viernes 2, así como las marchas de los Dalits[2] acontecidas la semana pasada, marcan el camino de lo que las clases subalternas pueden conquistar si se organizan y pelean por sus derechos y reivindicaciones.
Sostenemos que hechos como estos responden a una coyuntura más general de recomposición de la clase obrera mundial, donde irrumpen las nuevas generaciones de trabajadores, así como el movimiento de mujeres y demás movimientos sociales. Es en las calles y recuperando los métodos tradicionales de lucha como los trabajadores indios van a conseguir frenar las políticas neoliberales y ultra conservadoras del BJP de Modi y su ejemplo tiene que repercutir en todos aquellos lugares donde la clase trabajadora esté sufriendo una injusticia.
[1] El Bharatiya Janata Party es un partido de centro derecha abiertamente conservador, cuyas posiciones políticas sostienen ideales nacionalistas e hindúes, lo cual lo lleva a tener actitudes claramente sectarias con amplios sectores de la población, como los indios musulmanes o los dalits (indios de las castas bajas). En el terreno económico llevan adelante una agenda neoliberal y propician la globalización descuidando el bienestar social general.
[2] Los Dalits –separado– es el nombre político que se auto adjudican las castas en la India de “intocables”. Si bien la discriminación en base a la casta fue prohibida por la Constitución India y la intocabilidad abolida, los maltratos y la exclusión profundos que viven los dalits perduran en la práctica. Es con la organización y la movilización constantes que estos grupos están logrando acceder a educación y mejores puestos de trabajo, derecho a la tenencia de tierras, representación parlamentaria, etc.