“I can’t breathe”

Manifiesto de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie ante la rebelión en Estados Unidos. “I can’t breathe” (un grito de guerra contra la opresión racial y las injusticias del capitalismo estadounidense).

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“George Floyd es importante. Las vidas de los negros son importantes. Y mientras no podamos construir un movimiento para derrotar el racismo y el capitalismo, mientras que los trabajadores de todas las ‘razas’ no logran unirse contra los capitalistas y su aparato represivo, es importante que los patrones, los funcionarios del gobierno y la policía que los protegen sientan un poco de furia proletaria que les recuerde que las vidas de los negros importan.

Si les preocupan los saqueos, diríjanse a los militares, la policía, las compañías farmacéuticas, los vampiros de los fondos de inversión, los propietarios, los especuladores inmobiliarios y los multimillonarios. Y exijan que el mundo que una vez le fue robado a la gran mayoría le sea devuelto”.

Peter Gowan, Jacobin, 28/05/20

 

A partir del asesinato policial de George Floyd el pasado lunes 25 en Minneapolis, capital de Minnesota, un estado de los Estados Unidos, se ha desatado una histórica rebelión popular nada más y nada menos que en el corazón del capitalismo mundial.

Para que se produzca semejante estallido histórico deben estar actuando fuertemente un conjunto de causas y circunstancias que pretendemos desglosar en este Manifiesto, que desde el vamos se pronuncia en repudio al artero asesinato de Floyd, por justicia para él y su familia, contra los toques de emergencia y la militarización que se desarrollan a lo largo y ancho de Estados Unidos y por sumar esfuerzos entre la juventud movilizada, el movimiento negro y la clase trabajadora para acabar de una vez con el gobierno de Donald Trump.

 

Un asesinato alevoso

La chispa de la rebelión ha sido el artero asesinato racial de George Floyd por parte del policía Derek Chauvin y otros tres que le hicieron de cómplices. Dicho asesinato, a la luz del día, expresó toda la carga de opresión nacional y racial que sufre la población de color en los Estados Unidos-un elemento estructural del principal país imperialista.

Estados Unidos fue inicialmente una colonia esclavista de Inglaterra. Posteriormente a la Revolución de la independencia de 1776, la esclavitud no solamente continuó,sino que se multiplicó hasta la Guerra de Secesión de 1861-1865, donde los estados esclavistas del sur fueron derrotados por los estados del norte, representativos de la modernidad capitalista del trabajo asalariado, formalmente libre[1].

La esclavitud fue abolida y la unidad nacional de Estados Unidos asegurada, lo que representó una verdadera conquista para la época, saludada incluso por Karl Marx al frente de la I Internacional.

Sin embargo, una feroz discriminación social y racial continúa hasta el día de hoy. Durante el siglo XX la misma alcanzó expresión legal mediante un régimen de segregación racial legal imperante, sobre todo en los estados del sur del país denominada “leyes de Jim Crow”[2].

Como subproducto de dicho régimen, la población de color tenía que viajar en transportes públicos aparte, ir a baños públicos aparte, atender a bares y restaurantes aparte, asistir a colegios especiales, prohibición de ingreso a determinadas universidades, deber de vivir en barrios (guetos) exclusivamente negros y así de seguido; todo un régimen de segregación social y racial(una de cuyas expresiones internacionales fue el régimen de apartheid imperante en Sudáfrica en la segunda mitad del siglo pasado).

La población negra permaneció así, legalmente, como una “clase social” de segunda o tercera categoría dentro del régimen capitalista norteamericano. Esta injusticia descomunal llevó a las históricas luchas antirracistas de la década del 60, que dieron lugar a jornadas y acontecimientos históricos que cruzaron el país de punta a punta: movilizaciones multitudinarias, asesinatos de Malcom X y Martin Luther King, concentraciones de hombres de color en Washington provenientes de todos los Estados Unidos, reiterados levantamientos comunales, choques sangrientos con la policía y la guardia nacional, matanzas y masacres impunes, etcétera, consiguiéndose finalmente derogar el articulado legal segregacionista con la Ley de derechos civiles de 1964 y la Ley de derecho al voto de 1965 .

Sin embargo, estas durísimas luchas no resolvieron el problema de la segregación racial. Ocurre que se suma la discriminación histórica por el color de la piel con la estructura de clases: la población negra, por ser negra, está colocada en el último escalón de la estructura de clases de los Estados Unidos -ya de por sí un país donde la brecha entre ricos y pobres, la desigualdad social, es la más grande del mundo: “La rapidez con que la pandemia ha consumido a comunidades negras es alarmante, pero también ofrece una mirada sin maquillaje en relación a las dinámicas de raza y clase que existían mucho antes de su emergencia. La conversación más inútil en Estados Unidos es la discusión sobre si la raza o la clase es el mayor impedimento para la movilidad social afroamericana. En realidad, no puede separarse uno del otro. Los afroamericanos están sufriendo a lo largo de esta crisis no sólo por el racismo, sino también por cómo la discriminación racial los ha atado al fondo de la jerarquía de clases de EEUU” (Keeanga-Yamahtta Taylor, Monthly Review, traducción especial para izquierdaweb, Natalia Faga).

Súper explotados en todos los sentidos, son los que tienen los empleos más precarios, una proporción mayor de infectados y fallecidos en relación a su participación en la población, en algunas ciudades como Chicago su expectativa de vida es de 30 años menos que la población blanca. También es acusada su participación en el sistema carcelario yanqui –el mayor del mundo-donde de entre unos 2.5 millones de presos los afroamericanos aportan un 70% de la misma, no llegando hoy al 20% de la población estadounidense, etcétera.

“Clase y color de piel de conjugan de manera inextricable dejando a la población negra en su inmensa mayoría –atentos que existe una franja burguesa de importancia expresión de la cual son un Obama, Condolezza Rice, ColinPowel y tantos otros que evidentemente no comparten esta suerte-en el fondo de unaestructura social enormemente estratificada.”(Claudio Testa, Las tres etapas del racismo en EEUU, izquierdaweb)

Pero junto con esta base social, material, viene el fenómeno de discriminación social y política: la “portación de cara”. Cuando se trata de una persona negra, de una persona de color, siempre se sospecha culpabilidad de algún delito. Si un blanco denuncia a un negro, sólo por el hecho del color de piel, se le creerá cualquier cosa que diga el primero en lugar de al segundo.

El reconocido cineasta negro Spike Lee acaba de editar un video a propósito del asesinato de Georg Floyd, donde junto con pasar una secuencia de su brillante opera prima, “Haz lo correcto” -muy parecida a lo que le pasó a Floyd-, pone imágenes de una discusión en el Central Park, Nueva York, donde un guardia le alerta a una mujer pudiente blanca que respete las indicaciones respecto del paseo de su perro sólo para que ésta llame a la policía y denuncie que una persona negra la “estaba acosando”…

Por otra parte, históricamente, la burguesía imperialista yanqui en conjunto con la burocracia sindical mafiosa de este país, han trabajado para dividir a la clase obrera blanca de los trabajadores negros -y también los de origen latino.

El color de piel, los prejuicios acumulados históricamente, el hacer creer a un blanco pobre que por el hecho de ser blanco es “más” que una persona de color, el alimentar la guerra de pobres contra pobres en vez de la unidad de los de abajo contra los de arriba, ha sido históricamente un mecanismo de dominación de clases en el imperialismo norteamericano.

Así las cosas, color de piel, opresión nacional y estructura de clases, se han confabulado para mantener sometidos a los explotados y oprimidos de la principal potencia capitalista imponiéndole condiciones de doble o triple explotación a la población negra: “Los negros todavía no se han despertado y no están unidos con los trabajadores blancos. El 99.9% de los trabajadores norteamericanos son chauvinistas, son verdugos en relación a los negros y también lo son respecto a los chinos. Es necesario enseñarles a las ‘bestias’ norteamericanas. Es necesario hacerles entender que el Estado norteamericano no es su Estado y que ellos no tienen que ser los guardianes de este Estado. Los trabajadores norteamericanos que dicen: ‘Los negros deberían separarse cuando ellos lo deseen y nosotros los defenderemos en contra de nuestra policía norteamericana’ –esos son revolucionarios, y tengo confianza en ellos”. (León Trotsky y la opresión de los negros en los Estados Unidos, izquierdaweb, 31/05/20)

Lo anterior es lo que afirmaba Trotsky en debate con dirigentes trotskistas norteamericanos a comienzos de 1933, respecto del derecho a la autodeterminación de la población negra. Y si las cosas han cambiado en más de un sentido, no deja de ser agudo en el sentido de la necesidad que la clase trabajadora blanca considere como sus hermanos a la clase trabajadora negra y le tienda su mano –una cuestión en la cual se ha avanzado muchísimo al día de hoy pero, sin embargo, sigue teniendo elementos inerciales entre los sectores más atrasados[3].

¿A qué viene toda esta explicación, que en el fondo es una explicación anticapitalista, una condena de la estructura de clases opresora del capitalismo yanqui? ¡Viene para entender todo lo que está detrás de la rodilla del policía que ahogó impunemente a George Floyd en Minneapolis el lunes 25 de mayo!

Esa brutalidad policial, esa acción artera encontró en la rodilla de Derek Chauvin y sus cómplices –que llega hasta la jerarquía completa del Departamento de Policía de Minneapolis y al gobernador Demócrata del Estado, Tim Walz-, una “radiografía” trasmitida en “cadena nacional” por las redes sociales de los Estados Unidos y el mundo entero, del asqueroso y racista capitalismo norteamericano desatando la rebelión popular más grande que se tenga memoria en dicho país desde los años 60; un acontecimiento sin duda histórico.

 

El trasfondo de una rebelión popular

La historia de los Estados Unidos y sus luchas sociales está plagada de estallidos de furia contra la opresión, luego de asesinatos arteros y salvajes por parte de la policía blanca o algunos grupos fascistas tipos el KuKluxKlan u otras organizaciones fascistas o de extrema derecha yanquis.

Estos estallidos muchas veces han durado varios días y recorrido eventualmente el país. Los más “recientes” podemos listarlos a partir del asesinato de Rodney King en Los Ángeles, en 1992, posiblemente el primero en ser grabado en video y dado a publicidad de manera instantánea.

Para hacia atrás existen un montón de “incidentes” de este tipo con un punto de inflexión motorizando la lucha por los derechos civiles en los años 1960 y,para adelante, es decir en las últimas décadas y años, tenemos la formación del movimiento Blacks Lives Matters a partir de acontecimientos brutales ocurridos bajo la primera presidencia negra del país, Barack Obama -que no hizo ninguna diferencia en materia de opresión racial[4].

De ahí que tenga que haber algún elemento de contexto para entender lo específico de este estallido, donde el disparador es el asesinato artero de Floyd, pero las circunstancias en las cuales ha ocurrido este cobarde asesinato son de primer orden.

Podríamos hablar de tres detonantes. El primero, obvio, es el tratamiento genocida por parte de Donald Trump de la actual pandemia. Estados Unidosha pasado ya largamente el record escandaloso de 100.000 muertos, el doble que en toda la guerra de Vietnam,lo que siendo el país más poderoso de la tierra no puede ser otra cosa que un alegato contra su injusta estructura social.

Demás está decir que dentro de estos fallecimientos escandalosos –verdaderos asesinatos de la estructura capitalista voraz y neoliberal de los Estados Unidos donde lo único que valen son las ganancias capitalistas-, como ya hemos dicho, un número desproporcionado de muertos se los está llevando la comunidad negra.

El negacionismo fascista de Trump está teniendo, sin embargo, un costo político, porque un importante sector de la población comienza a facturarle su rechazo a cualquier abordaje humanitario de la pandemia que aun con sus límites capitalistas, se ha visto en otras partes del mundo.

Con marchas y contramarchas, el gobierno de Trump se ha mostrado como uno de los más improvisados, más anárquicos, más inoperantes en relación a la pandemia,lo que no deja de ser un triste espectáculo mundial –un alegato contra el capitalismo norteamericano.

Pero junto con el desastre humanitario y el desborde en el tratamiento de la pandemia, junto al doble discurso y la vulgaridad de este proto-fascista, está la segunda determinación: el desencadenamiento de una depresión económica potencial en la primera potencia mundial.

Tal es la voracidad del capitalismo estadounidense, tal es la profundidad del neoliberalismo imperante en las últimas décadas, tal es el diktat del “libre mercado”, que todo el empleo creado desde la crisis del 2008 no ha sido más que empleo precario –una forma de desempleo disfrazado que en pocas semanas se ha volatilizado.

Sólo esto puede explicar que Estados Unidos aporte una cuota sustancial a los despidos en el mundo,alcanzando la cifra monumental de 40.000.000 de despedidos en pocos meses.

Más allá del darwinismo social que expresa el funcionamiento del “mercado laboral” norteamericano, parece evidente que este mecanismo de protección de los negocios en el terreno “micro” –despedir en cuanto se anuncie la mínima crisis sin costo alguno- se transforme en otra tanta forma de irracionalidad y anarquía “macro”, porque no se puede esperar que con semejante arrasamiento social, semejante dinámica de dejar multitudes sin nada que perder salvo sus cadenas (Marx),no fuera a pasar nada

La suma de la pandemia más la catástrofe económica son el contexto en el cual actúa el crimen contra George Floyd y que explican por qué se ha replicado de manera multitudinaria. Y a esto hay que agregarle un elemento más: la propia presidencia de Donald Trump. Anárquica, polarizadora, “políticamente incorrecta” para el centrismo imperialista habitual, bonapartoide y fascistoide, desordenada, que sibien expresa la política de determinados sectores de la clase dominante a las cuales les conviene–sin duda alguna- su ataque artero a los derechos sociales y democráticos de los de abajo, su intento de poner en caja a China y disciplinar otros países imperialistas, su orientación nacional-imperialista como supuesta “salvación” frente al retroceso hegemónico del imperialismo yanqui, otra cosa distinta es que las relaciones de fuerzas lo acompañen

Porque aun a pesar de la colosal complicidad de todas las alas del Partido Demócrata –incluyendo en esto a Berni Sanders, que dobló su rodilla frente a Binden, así como a las diputadas que se dicen “progresistas” sólo para condenar “la violencia de las movilizaciones”-, la complicidad asquerosa deeste verdadero “cementerio de movimientos sociales” que es el Partido Demócrata, las relaciones de fuerzas mundiales y nacionales no parecen dar para semejantes brutalidades.

Así las cosas, el asesinato de George Floyd se ha transformado en una histórica rebelión popular en el corazón del capitalismo mundial dada la suma de estas condiciones catastróficas. Es un clásico que cuando se ataca y se saca a las personas de sus rutinas habituales, cuando ocurren acontecimientos históricos como las depresiones económicas, las guerras y las pandemias, pueden sembrarse revoluciones en respuesta.

La burguesía multimillonaria yanqui se cree impune. Sus magnates viven en “otro mundo” y creen que pueden dominarlo todo “tocando botones” desde arriba. Pero la verdadera historia, como decía Rosa Luxemburgo, se crea en las profundidades de la vida social, en las entrañas de la sociedad. Y cuando la clase capitalista y sus gobiernos se pasan de rosca, se ceban como ha ocurrido en Estados Unidos y el capitalismo mundial en las últimas décadas,tarde o temprano llega la respuesta de la lucha de clases; eso es lo que está ocurriendo hoy en los Estados Unidos.

 

Una rebelión histórica

Vayamos ahora al actual levantamiento popular. Sin duda se trata de un acontecimiento histórico, expresión que en los Estados Unidos existían inmensas reservas de lucha –aun si quedaron invisibilidades en las últimas décadas[5].

El movimiento de masas yanqui tiene enormes tradiciones de lucha. No es casual que dicho país sea la sede de tradiciones como las de los Mártires de Chicago, que en los Estados Unidos se haya sentado la tradición del Día Internacional de la Mujer Trabajadora a partir de la tragedia de la textil Cotton de Nueva York donde 129 trabajadoras murieron bajo el fuego en 1908, que haya tenido el bochorno internacional del ajusticiamiento impune por electroshock de los activistas anarquistas Sacco y Vanzetti (1927), que haya tenido referencias como la de Eugene V. Debs, figura histórica del socialismo norteamericano de principio del siglo XX,que corrió 5 veces por la presidencia de la Nación, que tuviera también la tradición internacionalista sindicalista revolucionaria de los International Workers of theWorld, que en la década del 30 se adelantaran ala fundación –al comienzo con elementos muy progresivos- de los sindicatos por rama de actividad, etcétera.

Incluso el trotskismo norteamericano ha dejado huellas históricas en la tradición del movimiento obrero con su protagonismo en el sindicato camionero de Minneapolis con huelgas históricas y combativas en la década del 30, con elementos de autoorganización enfrentando los esquiroles rompehuelgas y la policía agente de la patronal y el Estado, que también el trotskismo haya levantado de manera principista las banderas contra la guerra imperialista, etcétera[6].

Andando el tiempo, esta enorme tradición de lucha de la clase obrera, la juventud, el movimiento negro, el movimiento de mujeres y la izquierda revolucionaria, se expresó en los años 60 en la lucha por los derechos civiles de la comunidad negra y en el movimiento de masas contra la guerra de Vietnam, que obligó al imperialismo yanqui a retirarse de dicho país y le asestó la primera derrota militar, así como un movimiento de mujeres histórico que conquistó el derecho al aborto en los años 70, la tradición del movimiento gay con eventos fundacionales como Stonewall, el “movimiento contracultural” con Woodstock y otras expresiones, la emergencia del jazz y el rock y un larguísimo etcétera imposible de resumir en estas cortas líneas.

Son estas tradiciones combativas y culturales el verdadero Estados Unidos de los explotados y oprimidos;la verdadera historia oculta del país-y no las superficialidades destiladas que nos muestra Hollywood.

Sin embargo, luego del ascenso de los años 60, de la derrota en Vietnam y la renuncia de Nixon, el imperialismo yanqui armó su contraofensiva y la consolidó a partir de los años 80 durante la presidencia de Ronald Reagan. A partir de ahí, y más o menos hasta ahora, dicha ofensiva continuó, no importa si bajo gobiernos Republicanos o Demócratas, lo mismo da.

Las importantes movilizaciones en Seattle en 1999 contra la globalización capitalista y el movimiento Ocuppy Wall Street en 2011, fueron otras tantas contratendencias, lo mismo que la emergencia de movimientos como el Black LivesMatters, o el movimiento por 15 dólares la hora como salario mínimo,o la campaña de Sanders a pesar de sus limitaciones, el movimiento de mujeres multitudinario que se expresó en las calles en Washington cuando asumió el misógino de Trump y, sobre todo, la emergencia de una nueva generación identificada con el “socialismo”;todos elementos que empezaban a mostrar contratendencias a las derrotas de las décadas anteriores.

Sin embargo, ahora parece que estamos frente a un hecho histórico, cualitativo. Hay que remitirse a los años 60, el último gran ascenso de la lucha de clases en Estados Unidos, para encontrar una revuelta como la que se está viviendo a estas horas, dado su carácter militante y su combatividad.

No es común que, de manera simultánea, se pongan de pie decenas de ciudades día y noche durante varias jornadas, desafiando toques de queda, enfrentando a la Guardia Nacional, ofreciendo resistencia pacífica y de la otra, confraternizando en algunos casos con la policía, en fin, replicándose en marchas multitudinarias en París, Berlín, Australia, Londres, etcétera, atravesando el planeta por la trasmisión en directo de los acontecimientos, cual alegato mundial del derecho a la rebeldía.

Estaba claro que la pandemia no podía abolir la lucha de clases. Pero hizo falta que llegara la rebelión popular al principal país del mundo para que a nadie le quedaran dudas. Las últimas semanas se expresaron antecedentes en Chile, en el Líbano, en Hong Kong y otros países. Pero es obvio que los de Estados Unidos son palabras mayores: expresión que se vive, sin duda alguna ya, un recomienzo histórico de la experiencia de los explotados y oprimidos, un ciclo mundial de rebeliones populares que nunca se cerró, que la “primavera de los explotados oprimidos” que despuntó el año pasado llegó para quedarse y ahora reemerge en la principal potencia del planeta.

El movimiento de masas que ha despuntado en Estados Unidos llegó para quedarse. Se trata, sobre todo, de un inmenso movimiento de la juventud-sobre todo de la juventud precarizada que es su inmensa mayoría así como, claro está, una reemergencia del movimiento negro en todas sus expresiones.

A partir de ahora la cosa es día a día, hora a hora, minuto a minuto. El movimiento tiene una fuerza inmensa y podría comenzar a ser un imán, también, para las fuerzas más estructuradas de los trabajadores, dependiendo de en qué medida éstos logren sacarse de encima la loza de la burocracia sindical de los Estados Unidos, una de las más poderosas y podridas-corporativas del mundo (la burocracia de la principal potencia imperialista, ni más ni menos).

Estamos frente a un movimiento que expresa una creciente radicalización; un sentimiento difuso anticapitalista. Aunque también es verdad que posee más combatividad que claridad específicamente política. Es huérfano en gran medida en materia de representación política, tiene que sacarse todavía de encima la expectativa en los traidores tramposos del Partido Demócrata y también tender lazos estructurales con la clase obrera, tareas nada fáciles. Como tampoco es fácil la construcción de un tercer partido de trabajadores, independiente de ambos partidos imperialistas, así como corrientes socialistas revolucionarias en su interior; menudas tareas históricas.

Muchos capítulos están por delante y no puede descartarse un giro represivo de parte de Trump: subestimarlo sería un gravísimo error. Más allá de sus bravuconadas, la burguesía podría unificarse cínicamente detrás de él para ponerle fin al movimiento, mediante un curso doblemente reaccionario que el que vimos hasta el momento.

Pero también es verdad que la burguesía podría estar dividiéndose a estas horas, que tema que lo que hace Trump sea echarle nafta al fuego, que aprecie que las movilizaciones crecen y se radicalicen en todo el país, y que aun de manera timorata, nunca revolucionaria claro está, juegue más en serio la carta del juicio político, a diferencia de lo que ocurrió seis meses atrás (esto es difícil de apreciarlo sobre la marcha de los acontecimientos que se suceden sin solución de continuidad).

 

La lucha por un tercer partido

La orfandad política de la clase obrera norteamericana es un clásico. La tradición liberal del país, la idea pragmática de las cosas, la asimilación de estatismo a socialismo, la asimilación de cualquier acción colectiva cooperativa a estatismo, la cooptación de una enorme aristocracia obrera siendo el país imperialista más poderoso del mundo durante muchas décadas, etcétera, siempre han dificultado la emergencia de un movimiento socialista de masas en Estados Unidos.

Hay un texto hermoso de Trotsky titulado “Si Estados Unidos se hiciera socialista”, que trata de estos problemas que, más allá de tener 80 años de escrito, tiene cuestiones de profunda actualidad: “Si Norteamérica se hiciera comunista como consecuencia de las dificultades y problemas que el orden social capitalista es incapaz de resolver, descubriría que el comunismo, lejos de ser una intolerable tiranía burocrática y regimentación de la vida individual, es el modo de alcanzar la mayor libertad personal y la abundancia compartida”.

En la actualidad muchos norteamericanos consideran el comunismo solamente a la luz de la experiencia de la Unión Soviética. Temen que el sovietismo en Norteamérica produzca los mismos resultados materiales que les trajo a los pueblos culturalmente atrasados de la Unión Soviética.

“(…) Tiemblan ante la perspectiva de que los norteamericanos se vean regimentados en sus hábitos de alimentación y vestido, obligados a subsistir con raciones de hambre, a leer una estereotipada propaganda oficial en los periódicos, a servir de simples ejecutores de decisiones tomadas sin su participación activa. O suponen que tendrían que guardarse para sí sus pensamientos mientras alaban en voz alta a los líderes soviéticos por temor a la cárcel o el exilio”.

Y luego de un desarrollo de su artículo, Trotsky concluye que la revolución norteamericana será muy distinta que la rusa, sencillamente porque partiría de condiciones materiales muy distintas, incluso profetizando simpáticamente que “¡en el tercer mes de gobierno soviético en Norteamérica, ya no mascaréis más goma!”

En fin, históricamente repetimos, la clase obrera ha tenido gran tradición de lucha pero ha estado cooptada políticamente por los partidos tradicionales, sobre todo el Partido Demócrata, a donde han ido a parar todos los movimientos sociales.

El temor a la “orfandad” o el “frío” político de quedar afuera de un gran aparato como el Demócrata ha llevado a inclinar la rodilla, como hemos dicho, históricamente, a muchos movimientos de izquierda, el último de los cuales es el caso de Berni Sanders, desaparecido ahora de la escena política luego de su apoyo a JoeBiden y por su sometimiento a las reglas de juego de la democracia imperialista.

Lo mismo ocurre con las diputadas (Cámara de Representantes) de la “izquierda” demócrata como Ilhan Omar u Ocasio-Cortez, que se han diferenciado de las movilizaciones por su “violencia”, o corrientes como la DSA (Socialdemocrats of America), que editan la revista Jacobin y aparecen muy por detrás de los acontecimientos, con el debate pendiente de romper de una vez con la sumisión al Partido Demócrata; ¡la rebelión popular que crece marca a fuego la hora de esta tarea que ya se ha postergado demasiado!

La construcción de un tercer partido de trabajadores y de corrientes socialistas revolucionarias al calor de la actual rebelión se pone a la hora del día; sobre todo si el proceso se extiende y profundiza y da lugar a resultantes más radicales.

Parte de esto mismo es la lucha por un programa independiente: la defensa incondicional de la movilización, el rechazo a los toque de queda, la exigencia del retiro de la Guardia Nacional y el alto a la represión policial, el castigo a todos los asesinos materiales e intelectuales de George Floyd, la lucha por un programa real que acabe con la discriminación de la población de color; el planteo, de seguir desarrollándose los acontecimientos, de echar a Donald Trump con la movilización sin esperar a las elecciones de noviembre, como ya están pregonando los organizadores de derrotas demócratas, etcétera, son algunas de las consignas que deben inscribirse en las banderas de la construcción de un partido independiente de los trabajadores, lo mismo que la creación de comités de autodefensa, la puesta en pie de todo tipo de organismos y colectivos de lucha que faciliten la movilización, así como la exigencia y el desborde a los sindicatos para que se sumen a la pelea, el levantar un programa de reivindicaciones que hagan puente con los trabajadores y trabajadoras de la Salud y, en general, contra la barbarie de la pandemia y la crisis económica.

 

[1]George Washington y Thomas Jefferson, “Padres fundadores” de la República de los Estados Unidos, fueron reconocidos esclavistas.

[2]Se trata de una expresión peyorativa de los afroamericanos surgida en el año 1832 a partir de una satirización teatral.

[3]Respecto de la consigna propiamente dicha de autodeterminación, quizás la población negra esté hoy ya suficientemente –mal- asimilada en los Estados Unidos como para que sea central; sin embargo, es el espíritu de la posición de Trotsky la que nos interesa destacar aquí: la importancia de vencer todos los prejuicios que aún subsisten entre los trabajadores blancos respecto de los negros; la utilización que aún hoy hace la burocracia sindical y agita Trump para dividir a la clase obrera yanqui alrededor de estos prejuicios.

[4]El movimiento Black LivesMatters se fundó en 2013, posteriormente a la absolución de George Zimmerman por el asesinato del adolecente afroamericano Trayvon Martin a causa de un disparo. La organización comenzó a ganar reconocimiento nacional luego que en 2014 fueran asesinados dos jóvenes afroamericanos, Michael Brown y Eric Garner, lo que dio lugar a protestas y disturbios en Ferguson, ciudad de Nueva York.

[5]Se puede volver a marcar aquí cómo la intelectualidad izquierdista –los tantos “profesores” que en la academia hay- está dominada por el impresionismo, cómo es incapaz de apreciar los desarrollos que se van produciendo desde abajo, lo mismo que los que en política están dominados por el “impresionismo llorón”, por así llamarlo.

[6]A partir de la ruptura del SWP yanqui en 1939 las corrientes trotskistas de dicho país se dividieron entre los defensistas de la ex URSS y los antidefensistas que se negaban a su defensa incondicional. Trotsky se alineó con los defensistas, lo que no impidió que ambas tendencias tuvieran elementos de continuidad principistas, así como determinados sectores incurrieran en capitulaciones al imperialismo y el estalinismo.

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