Frente Patria Grande: el eterno retorno al mito de la burguesía progresista

El pasado sábado 27, en la ciudad de Mar del Plata, tuvo lugar el acto de lanzamiento del Frente Patria Grande, con la intención de competir electoralmente en 2019 bajo el ala de Cristina Kirchner.

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Por Marcos Duch

El pasado sábado 27, en la ciudad de Mar del Plata, tuvo lugar el acto de lanzamiento del Frente Patria Grande, que presenta como máximo referente al dirigente del MTE-CTEP, Juan Grabois, y al cual se sumó Patria Grande (organización preexistente que comparte el nombre con el frente recién inaugurado), la Dignidad y otros sectores autodenominados “izquierda popular”. Con la intención de competir electoralmente en 2019 bajo el ala de Cristina Kirchner, las oradoras y oradores se explayaron en algunas definiciones sobre las cuales vale la pena reflexionar.

 

Coyuntura

Toda propuesta política parte, necesariamente, del análisis de la situación concreta. En términos generales, es correcto plantear que nos encontramos en un momento de ofensiva neoliberal en toda la región, con la particularidad de que la misma se encarna en gobiernos cada vez más reaccionarios. El triunfo de Bolsonaro, en Brasil, parece ser el signo más reciente de que el “péndulo” político se está desplazando peligrosamente hacia la derecha, como un verdadero rebote del ciclo de rebeliones populares. Asimismo, dichas rebeliones dejaron sus marcas, enseñanzas y legados hasta el día de hoy: por el momento, no tuvo lugar en el continente ningún triunfo aplastante de la burguesía que desarticulara la resistencia de los de abajo sin posibilidad de recomponerse rápidamente. En gran medida, es por eso que los capitalistas ensayan gobiernos cada vez más derechistas, con el afán de desmoralizar y pulverizar nuestra posibilidad de dar respuesta a la serie de contrarreformas antipopulares que buscan llevar adelante.

En Argentina, apenas tres días antes del lanzamiento del Frente Patria Grande, la Cámara de Diputados dio media sanción al presupuesto de ajuste total de Macri y el FMI. Sería abstracto no comenzar por allí la crítica de abonar a un proyecto político patronal con CFK a la cabeza: si hay algo de verdadera sabiduría en esa loa a la sumisión que es la Biblia, es aquella frase que sostiene que “por los frutos conoceréis al árbol”.

 

La dulce espera al 2019: el kirchnerismo como oposición

Como ya se dijo más arriba, el espacio que comienza a dirigir Juan Grabois busca apoyar una eventual candidatura presidencial de Cristina Kirchner en 2019. De hecho, hay evidentes lazos construidos: tanto CFK como Grabois tienen un fluido vínculo con el Vaticano, ambos se mostraron juntos en repetidas ocasiones en los tribunales, la ex presidenta envió un saludo en forma de video al acto de lanzamiento, por mencionar sólo algunos elementos. La pregunta que debe realizarse en primer lugar es: ¿qué representa CFK como oposición al gobierno de Macri?

A lo largo de tres años de Cambiemos en el poder, el rol del kirchnerismo ha sido francamente lamentable en sus dos vertientes: la “sindical” y la “política”. Como dirección de importantes sindicatos e incluso de la CTA (sin perder de vista el enorme peso que también tiene en la CGT tras su nuevo acercamiento con Moyano), esta corriente política se ha caracterizado por llamar a los trabajadores a hacer la plancha, a esperar a 2019 para “votar mejor”, a rezarle a la Virgen de Luján para que los neoliberales dejen de serlo… de todo, menos lo único que realmente importa: la movilización en las calles contra el ajuste de Macri y el FMI. La muestra más contundente de esto ocurrió, irónicamente, a apenas 72 horas del acto de lanzamiento en Mar del Plata: lo que faltó el 24 de octubre para derrotar el presupuesto de miseria del gobierno fue una concentración masiva, con una participación destacada de la clase trabajadora, frente al Congreso. Si la misma no existió no fue por falta de voluntad de los trabajadores, sino por la cerrada negativa de todos los burócratas a realizar un paro y movilizar.

Por otra parte, el ala política del kirchnerismo en el parlamento actúa como una leal oposición a Su Majestad, mientras que en las provincias que gobierna es agente directo del ajuste. Con la intención declarada de fomentar la gobernabilidad, tras la consigna “Hay 2019”, lo que vienen haciendo es realmente criminal: sólo se muestran como rabiosos opositores cuando sus votos ya no se necesitan, cuando el gobierno consigue las mayorías parlamentarias mediante otros bloques (por ejemplo, el de Pichetto… ¡que ingresó a la cámara como parte del propio kirchnerismo!). Cuando se trató la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en el Senado, no pudieron siquiera garantizar que sus nueve senadores votaran a favor, como habían prometido demagógicamente pocas semanas antes. En las provincias aplican el ajuste sin chistar: el caso más ilustrativo es Santa Cruz, donde Alicia Kirchner está destrozando las condiciones de vida de los trabajadores de toda la provincia al congelar los salarios frente a una inflación imparable.

Es fundamental repasar todos estos elementos, no por deporte sino para entender realmente qué implica depositar confianza en que la figura de CFK puede sacarnos de la noche neoliberal que atravesamos. Si realmente esa fuera su intención, si no se trata todo de un frío cálculo electoral, el kirchnerismo debería haber puesto toda su estructura al servicio de derrotar el ajuste desde el primer momento. Lejos de eso, sigue jugando a las escondidas. No existe como una oposición real al macrismo. Se podría pensar, entonces, que la apuesta política de este nuevo espacio político es una reivindicación a lo hecho por el Frente para la Victoria durante sus doce años como gobierno. ¿Es así?

 

El kirchnerismo como gobierno

Sorprendentemente, a primera vista el balance hecho por Grabois en su discurso sobre el gobierno kirchnerista parece tener algunos puntos de contacto con lo que sostenemos desde la izquierda revolucionaria. Encontramos allí una crítica a la ausencia de “cambios estructurales”… ¡no podríamos estar más de acuerdo!

Sin embargo, al hilar más fino aparecen las diferencias. Cuando el dirigente de la CTEP habla de “cambios estructurales”, rápidamente aclara que se refiere al “régimen de propiedad de la tierra”. Estamos totalmente de acuerdo en la necesidad de expropiar a los grandes propietarios de tierras (muchos de los cuales, para colmo, son multinacionales), de nacionalizar el conjunto de los recursos naturales y producir para satisfacer las necesidades sociales. Pero, una vez más, ¿qué hizo CFK, candidata del Frente Patria Grande, cuando estuvo al frente del Estado y tuvo lugar un choque con dichos empresarios de los agronegocios? Se negó a transformar la estructura capitalista del campo. A lo sumo, ensayó una tibia medida redistributiva en forma de retenciones, mientras dejaba que los grandes propietarios cortaran las rutas y se hicieran con la simpatía de un importante sector de las clases medias (lo cual, a más largo plazo, forjó el núcleo político-electoral con el que Cambiemos llegó al poder).

Ni hablar de las transformaciones estructurales en el resto de la economía y la sociedad. Como verdaderos representantes del capitalismo subdesarrollado de Argentina, ninguno de los gobiernos kirchneristas llevó adelante una transformación de la matriz productiva del país, aprovechando los excedentes agrarios o controlando la banca para sentar las bases de una industrialización. No es creíble, entonces, que de la mano de un eventual nuevo gobierno de CFK dichas transformaciones esenciales vayan a tener lugar, si no fueron realizadas en el momento en el cual contaba con amplio apoyo de los trabajadores y sectores populares y un ciclo regional políticamente favorable.

Otro punto sobre el cual se hizo énfasis es el de la corrupción: en este caso, la definición dada fue “que vuelva Cristina, pero sin los corruptos”. Es evidente que un elemento de balance de los llamados gobiernos “populistas” latinoamericanos es la magnitud de los manejos turbios –manejos a los que tampoco son ajenas las administraciones derechistas, como quedó claro con escándalos como el de los Panamá Papers o la proyección del caso Odebrecht sobre el peruano Kuckzynski. Sin embargo, el aparato mediático y el judicial lograron vincular este fenómeno a los llamados “gobiernos progresistas”. Desde luego que los luchadores populares debemos denunciar y desmarcarnos de cualquier caso de corrupción, pero también tenemos que explicar que la misma es connatural a todo el régimen político capitalista. El problema no es, principalmente, que haya un “personal político” corrupto, sino que la vinculación del Estado con el sector privado bajo formas de producción que sólo alientan la ganancia y el enriquecimiento individual no puede tener otro resultado. La propia esfera de la competencia genera una suerte de “selección natural”, en la cual los corruptos producen diferencias extraordinarias y “sobreviven” gracias a esos manejos. La corrupción, en el capitalismo, es una cuestión estructural.

Por otra parte, el verdadero núcleo del problema es otro (ya mencionado más arriba): la falta de transformaciones de fondo. Porque lo que permitió que el problema de la corrupción ganara un lugar exclusivo en la cabeza de millones, y fuera utilizado de forma selectiva contra los gobiernos del ciclo anterior, es que las condiciones de explotación de los trabajadores no fueron sustancialmente transformadas ni mermadas. Del incorrecto “roban, pero hacen”, se pasó al aún peor “ajustan, pero no roban”. El balance que impera en amplios sectores sobre los anteriores gobiernos es que gestionaron el Estado de forma corrupta sin ninguna “contrapartida” que mejorara sustancialmente las condiciones materiales de la población. Más allá de que sea correcto diferenciarse de los corruptos, el contenido de una campaña de izquierda, verdaderamente revolucionaria, debe hacer hincapié en las transformaciones que necesita la región en materia productiva bajo el control de los organismos de trabajadores. Y es esto lo que el kirchnerismo, es decir el contenido político del nuevo frente, es incapaz de ofrecer de manera creíble, simplemente porque no avanzó un milímetro en ese camino a lo largo de más de una década en el poder.

 

La agenda de las mujeres: ¿desde dónde construir hegemonía?

Un aspecto que no puede ser dejado de lado es el enorme peso que el movimiento de mujeres viene cobrando en todo el mundo y, muy particularmente, durante este año en Argentina al calor de la pelea por el aborto legal. Este punto no sólo es de importancia fundamental por su propio contenido, por tratarse de una verdadera lucha contra los sectores más reaccionarios y oscurantistas del poder, sino también por su potencialidad para generar un polo opuesto al crecimiento político y electoral de sectores retrógrados, por ser una tendencia que “empuja el péndulo” hacia la izquierda, pudiendo limitar el alcance de su movimiento hacia la derecha.

En un momento en el cual la identidad más “clásica” de la clase trabajadora está en reconstrucción, cuando aún estamos combatiendo los desmanes ideológicos que tuvieron lugar durante la Guerra Fría y tras la caída del muro, el movimiento de mujeres funciona como un verdadero puesto de avanzada y tiene la capacidad de agrupar en torno suyo a todos los sectores que quieren salir a dar la pelea contra esta nueva oleada conservadora. La burguesía ha sido la primera en entender esto en todas sus dimensiones: no es casual que Bolsonaro, ultra-neoliberal en lo económico, se haya hecho fuerte con un discurso ideológico de lo más atrasado y conservador; algo similar le cabe a Macri. Estos personajes presentan su ideología como un todo que cubre cada uno de los aspectos; su propuesta, extremadamente reaccionaria, es asimismo global porque saben dónde se encuentran los contrapesos y la fuerza para enfrentar a sus gobiernos.

En este punto, la propuesta política de Juan Grabois es absolutamente insuficiente. Para hacer frente a los nuevos gobiernos reaccionarios, los luchadores debemos ser capaces de representar y hacer propios los intereses y las aspiraciones de todos los sectores explotados y oprimidos por este sistema, y ello implica dejar de lado cualquier esquema de alianzas que nos lo impida. Es sumamente ilustrativo que, en pleno debate por la legalización del aborto, el dirigente del MTE se haya pronunciado en contra de la ley por sus vínculos cercanos con el papa Francisco. Esto es totalmente inaceptable: no hay excusas para negarle a la mitad de la población su acceso a la igualdad de derechos, a la posibilidad de decidir sobre sus cuerpos y sus vidas. El argumento de la construcción de un “frente antineoliberal”, que sólo tome el aspecto “económico” como definitorio, es deficiente, ya que un frente de dichas características debe enfrentar al discurso reaccionario como un todo y plantear una alternativa global, sobre todo si pretende disputar el poder efectivo (como sostiene varias veces Grabois en su discurso).

 

Táctica y estrategia

Más seguido de lo que parece, viejos debates se renuevan y vuelven a salir a la luz. Este caso no es la excepción: el planteo inaugural del Frente Patria Grande es electoral, por la vía de formar un frente competitivo para las elecciones de 2019, para las cuales aún falta más de un año. Incluso, podría ser válido comenzar a esbozar ideas en ese sentido, a condición de entender que la lucha no se mete en el freezer hasta los próximos comicios. De hecho, no hay posibilidad de que la elección sea una derrota para Macri si el gobierno no llega al proceso electoral debilitado, asediado por la lucha popular.

Grabois pide “no sobreidologizar” al nuevo frente. Tras esta fórmula, que parece ser hecha en pos de la unidad, se esconde el problema de no definir cuál es la estrategia política. Con todas las limitaciones que puede tener la izquierda revolucionaria (o “tradicional”, como nos llaman los sectores a los que aludimos en esta nota), límites que es importante no perder de vista e intentar solucionar, hay un mérito claro: sabemos qué tipo de sociedad queremos construir. Hablar de “sobreideologización” implica dar varios pasos atrás, porque equivale a limitarse a dar luchas parciales y dejar que sean otros los que piensen la globalidad de los problemas a los que nos enfrentamos los de abajo. Pero somos nosotros, como colectivo de explotados y oprimidos, quienes debemos rompernos la cabeza pensando en una nueva sociedad y luchar para hacerla nacer.

Sin caer en el sectarismo, es fundamental notar que cada paso táctico que se da va en concordancia con la estrategia de construir el poder revolucionario o, si se quiere, el “poder popular”. Es por ello que, más allá de la necesidad de la unidad de acción contra el ajuste en el terreno de las luchas (y con quienes decidan salir a luchar), no es un paso táctico correcto realizar un frente con una fuerza burguesa que ya gobernó durante doce años y “hacer de cuenta” que no lo hubiera hecho. Tampoco tiene sentido achacarle sus límites estructurales únicamente a un grupo de funcionarios corruptos, cediendo al operativo mediático de Clarín y compañía. Sólo un proyecto que transforme de raíz a nuestras sociedades, con la participación activa y plena de los amplios sectores populares, es capaz de desbancar contundentemente a los gobiernos neoliberales que hoy día encarnan a los sectores más concentrados del capital.

Aunque es correcto aprovechar cada terreno de lucha a nuestro favor, es un error completo el planteo de que “la salida (al neoliberalismo) es institucional”, como formularon tanto Grabois como Krejzler (de La Dignidad). El sistema de instituciones, el Estado, tiene un único fin: preservar y reproducir las relaciones de producción capitalistas. Los ejemplos están a la vista: tanto el impeachment a Dilma, como la proscripción a Lula y el propio triunfo de Bolsonaro fueron procesos totalmente “institucionales”; en nuestro país, el rechazo a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y la injerencia del FMI, si bien generan bronca en la mayoría de la sociedad, son producto de la institucionalidad burguesa. Es por ello que no tiene sentido simplemente “tomar” el Estado burgués de forma electoral, en lugar de destruirlo y crear uno nuevo; del mismo modo que la táctica “institucional” parlamentaria fue un rotundo fracaso para frenar el presupuesto de Macri, mientras que una lucha decidida y masiva en las calles hubiera tenido la fuerza para hacerlo como ocurrió el 14 y 18 de diciembre de 2017.

En definitiva, es necesario desconfiar de los atajos, no dejarse llevar por los caminos fáciles ni pensar al Estado como una cáscara vacía que puede ser llenada de cualquier contenido según quién se siente en el sillón de Rivadavia. Sobre todo si dicho sillón ya fue ocupado durante largos años por quien, se supone, será la candidata de este nuevo frente. La independencia de clase no es una frase hecha: es el contenido de la estrategia política revolucionaria si, realmente, queremos construir un mundo nuevo.

 

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