La muerte de Fidel Castro pone en el centro de la escena el balance sobre su figura y su rol en la historia. En los últimos días se ha jugado hasta el hartazgo con aquella emblemática frase lanzada en 1953 por el joven Castro ante el tribunal que lo juzgaba luego del desastroso ataque al cuartel Moncada: “Condenadme, no importa, La historia me absolverá”
Pero lo cierto es que la “Historia” no juzga. Son los hombres y mujeres quienes tienen la palabra y su veredicto es dictado por sus intereses de clase.
Por eso es que “condena” o “absorción”en sí mismo no dicen demasiado. Basta hacer notar que entre sus “absolvedores” se anotaron el presidente de México Enrique Peña Nieto, el rey Juan Carlos de España, Vladimir Putin y Barack Obama.
Los socialistas revolucionarios, los marxistas, partimos de una convicción fundamentada: que la única alternativa que tiene la humanidad de evitar la barbarie, pasa por la capacidad de la clase obrera de elevarse como dirección de todos los explotados y oprimidos en la construcción del socialismo. El futuro de la humanidad esta tan ligado al de la clase obrera que no se puede desligar el balance político de toda figura históricade su ubicación en relación a los trabajadores y su emancipación.
En este sentido, para comprender los alcances y límites de Fidel Castro, no basta con declamaciones sentimentales o discursos emotivos. Es necesario sumergirse en la historia de Cuba, de la clase obrera cubana, y de la inmensa revolución de 1959 con sus alcances y sus límites.
Con el fin de cubrir ese objetivo es que editamos una parte del artículo “Cuba en la encrucijada” de Roberto Ramírez publicado en el número 22 de la revista SOB.
El triunfo de la revolución cubana en 1959
Durante el siglo XX Cuba sería el escenario de dos procesos revolucionarios, uno con marcada presencia de la clase obrera que enfrento la dictadura de Machado en 1933 (1) y en la segunda posguerra presenciaría el desarrollo de la segunda revolución cubana del siglo XX, ésta sí triunfante. La segunda revolución presenta, por un lado, una clara continuidad con la de 1933(y, en un sentido más amplio, con las luchas del siglo XIX por la independencia nacional, cortadas brutalmente por intervención de EEUU). La corriente hegemónica de 1959 y su líder, Fidel Castro, continúan la tradición populista radical de preguerra, en especial la de Guiteras.
Pero, por otro lado, la revolución de 1959 será lo opuesto de la del 33, o por lo menos, profundamente diferente. Lejos de ser una revolución donde la clase trabajadora, actuando con sus propias organizaciones, juega un rol principal, la revolución de 1959 será popular, en el más amplio sentido de la palabra.
Los hechos y fechas que escalonaron el curso hacia la revolución de 1959 son muy conocidos por la vanguardia latinoamericana, a diferencia del anterior período, cuando ocurrió en Cuba una de las importantes revoluciones obreras de América Latina en el siglo XX, algo no muy sabido por la gran mayoría. Entonces, no vamos aquí a hacer un relato histórico como el del anterior período. Sólo recordaremos, algunos hechos y fechas que precedieron a la revolución de 1959.
Fulgencio Batista, con sus servidores del Partido Socialista Popular(2)en dos ministerios, gobierna hasta 1944. En ese período, Cuba goza de los benéficos de la Segunda Guerra Mundial, que sube los precios del azúcar y permite años de prosperidad inédita, fenómeno que también se da en otros países latinoamericanos, como Argentina, Uruguay, Chile, etc., con otras producciones primarias. La posguerra, con un descenso progresivo del precio del azúcar, especialmente a partir de 1952, va a devolver a Cuba a la realidad de un monocultivo que, con sus oscilaciones extremas, disloca económica y socialmente a la isla.
A Batista lo sucede el opositor Ramón Grau San Martín, el presidente del “gobierno de los cien días” de 1933, que ahora encabeza el Partido Revolucionario Cubano Auténtico(3). En 1948, también por el PRCA, llega a la presidencia otra de las reliquias del Directorio Estudiantil(4) de 1933, Carlos Prío Socarrás.
Los gobiernos de los “auténticos”, especialmente el de Prío, se harán famosos por su grado fenomenal de corrupción… ¡y eso en un país donde casi ningún gobernante había dejado de robar! La excepción fueron los del ala radical del “gobierno de los 100 días”(5), Guiteras, Chibás y otros. Especialmente Guiteras era famoso por su austeridad jacobina: siendo ministro, tenía sin embargo un solo traje.
Asimismo, como ya corrían los tiempos de la “guerra fría”, los auténticos purgan al movimiento sindical de dirigentes del PSP. Los stalinista sbajo el ala de Batista habían estado a la cabeza de la burocratización de los sindicatos y su sometimiento al estado vía el Ministerio de Trabajo. Luego, como ministros de Batista, no se habían cansado de alabar la alianza “antifascista” con la “Gran Democracia del Norte”. Por eso, en el clima de la “guerra fría”, resultó fácil barrerlos de los aparatos sindicales [Gott, 145], para ser reemplazados por burócratas aprobados por Washington.
A nivel general, el PSP perdió también mucho apoyo político. Por un lado, era rechazado desde la derecha. Por el otro, también a su izquierda, porque era visto como parte de la infame “politiquería”, término con que los cubanos englobaban los enjuagues corruptos en los gobiernos, partidos y sindicatos, enjuagues en los cuales los stalinistas habían participado notoriamente, entre otras cosas como ministros de Batista. Una de las grandes ventajas de Fidel sería la de presentarse luego como un “hombre nuevo”, un luchador abnegado y de honestidad intachable, ajeno a la podredumbre de la “politiquería”.
El desastre de la administración de los auténticos y su escandalosa corrupción, produce en 1947 una ruptura del PRCA. Eduardo Chibás, otra figura radical de la revolución de 1933, que había actuado bajo la dirección de Guiteras en el “gobierno de los 100 días”, funda el Partido Ortodoxo, con el lema “Vergüenza contra dinero” y “Prometemos no robar”, que revive unos de los temas preferidos del populismo, la honestidad, y que sería retomado luego por Movimiento 26 de Julio. Fidel Castro, que había iniciado su actividad política en el movimiento estudiantil de la Universidad de La Habana, sería después uno de los dirigentes de la juventud ortodoxa. En 1951, Chibás muere en un insólito incidente: después de pronunciar una encendida arenga por radio –”El último aldabonazo”–, se dispara un tiro frente al micrófono. Un gesto de inmolación también inscripto en la tradición populista cubana.
El proceso político queda bruscamente interrumpido cuando Fulgencio Batista, en 1952, un año antes de las elecciones presidenciales, da un golpe militar y regresa al gobierno como dictador. En 1954, llama a elecciones donde es candidato único. Su dictadura abrirá las puertas a la revolución.
El 26 de julio de 1953, Fidel Castro, que ha organizado a un grupo de jóvenes casi todos provenientes de la juventud ortodoxa, fracasa al intentar la toma del cuartel Moncada. En 1956, después de ser amnistiado, prepara en México una expedición que a bordo del yate Granma desembarca el 2 de diciembre en la provincia de Oriente. Se inician entonces las operaciones del Ejército Rebelde. Así se repite el esquema de la mayoría de las rebeliones producidas en la isla desde el siglo XIX.
En 1958, la oposición a Batista crece en toda la isla, pero el 9 de abril fracasa un intento de huelga general que motiva una durísima represión en las ciudades. Sin embargo, en julio, una ofensiva de Batista contra los rebeldes es derrotada al irse desmoronado el ejército. La dictadura ya no puede sostenerse.
El 1º de enero de 1959 Batista huye de la isla. El Ejército Rebelde y el Movimiento 26 de Julio toman el poder. En mayo, es dictada la Ley de Reforma Agraria. Comienzan a agravarse las tensiones con Washington y a radicalizase el proceso revolucionario, en un curso vertiginoso. El 4 de febrero de 1960, Cuba firma un tratado comercial con la Unión Soviética. En marzo, para derrocar al gobierno de Castro, agentes de EEUU empiezan acciones de sabotaje y atentados que ya estaban en preparación desde 1959. En abril, el gobierno yanqui planifica el bloqueo económico de la isla, que irá en crecimiento, con la quita de la cuota de azúcar (septiembre 1960) y otras medidas. En junio y julio, las refinerías de petróleo de propiedad imperialista se niegan a procesar el crudo recibido de la URSS. Fidel las expropia. En agosto, Castro expropia en masa las propiedades estadounidenses. En octubre de 1960, EEUU inicia un total bloqueo económico (que durará hasta hoy) y el gobierno comienza la expropiación en gran escala de la burguesía cubana, que en su gran mayoría ya se había trasladado a Miami meses atrás.
En enero de 1961, EEUU rompe relaciones diplomáticas y poco después organiza bombardeos a los aeropuertos cubanos. El 4 de febrero, en la Segunda Declaración de La Habana, Fidel Castro proclama el carácter socialista de la revolución, y el 17 de abril, en Bahía de los Cochinos, se inicia una invasión de “gusanos” organizada por EEUU que es rápidamente derrotada.
Pero, desde entonces, la “institucionalización” de la revolución, el fracaso de la línea guerrillerista auspiciada por Guevara para América Latina (6) y el aislamiento internacional de Cuba, se hermanan para que la dirección cubana, Fidel Castro, lleve a la isla a una estrecha integración y dependencia de la burocracia de Moscú, copiando además tanto su modelo económico como político. En ese contexto, en 1965 se funda el nuevo PCC (Partido Comunista de Cuba), réplica de los partidos únicos burocráticos del bloque soviético. El régimen político se consolidará también como de partido único, que no sólo administra verticalmente el aparato de estado, sino también todas las organizaciones sociales: obreras, estudiantiles, femeninas, culturales, etc.
En política exterior, el gobierno cubano se alineará incondicionalmente con el Kremlin. En 1968, este curso llega al tope [Gott, 235 y ss.]: el gobierno cubano aplaude la invasión de Moscú a Checoslovaquia, para aplastar la Primavera de Praga. En 1979, apoya la intervención de la URSS en Afganistán, que marcará el principio del fin del régimen soviético. A cambio de este apoyo incondicional, Moscú subvenciona la economía cubana y mantiene fuerzas militares disuasorias de una intervención de EEUU. Pero, al mismo tiempo, integrada al sistema soviética, Cuba “socialista” sigue siendo, como desde fines del siglo XVIII, un país monoproductor de azúcar.
Veinte años después de la Primavera de Praga, la burocracia de Moscú está en su más grave crisis económica, política y militar, que Occidente aprovecha –con Reagan– para ejercer presión. En el Kremlin se abren paso las corrientes restauracionistas –primero embozadamente con Gorbachov (URSS 1985-91) y luego abiertamente con Yeltsin (Rusia 1990-99)–. Ya a mediados de los 80, las aspiraciones de la mayoría de la burocracia (que luego se “recicla” en el nuevo régimen burgués de Rusia) es terminar con la “guerra fría” y buscar una asociación con EEUU y Occidente.[Gott, 273 y ss.] En ese contexto, Cuba es un estorbo político y un despilfarro económico… y queda abandonada a su suerte. Se abrirá así una nueva etapa, que llega hasta nuestros días.
El quién, el qué y el cómo en la segunda revolución cubana. El papel de la clase obrera
Como ya adelantamos, las fuerzas motrices sociales y políticas de la revolución de 1959 presentaron simultáneamente una continuidad del proceso de 1933 y, al mismo tiempo una profunda diferencia. Esta nueva combinación de los sujetos sociales y políticosactores de la revolución va a ser el principal determinante de su carácter –eminentemente popular y populista– así como del tipo de estado que se irá conformando, su régimen, sus relaciones políticas y económicas, e igualmente de las líneas que irá aplicando a nivel internacional.
Mientras la revolución de 1959 es, en todo sentido, social y políticamente, el revivaltriunfante del populismo radical de una generación atrás, la clase obrera como tal pasa a segundo plano (lo opuesto de 1933).
En esto influyeron no sólo los resultados inmediatos de la derrota de la Revolución de 1933, sino también lo que sucedió después de ella y el rol siniestro cumplido por el PCC (luego PSP).
La clase obrera cubana, luego de ser derrotada en esa primera revolución, fue aprisionada en un poderoso aparato de sindicatos burocráticos y estatizados, la CTC. Este proceso, como advertía Trotsky en México, era general en esa época. Sin embargo, en Cuba tuvo características peculiares, porque de eso se encargaron principalmente los stalinistas, y no corrientes nacionalistas burguesas como en México y luego en Argentina, con Perón.
Al mismo tiempo, desde arriba se fueron dando concesiones a los trabajadores sindicalizados, que llegaron a ser un 50% de la fuerza de trabajo de la isla. No se trata de que no había luchas: el proletariado cubano siempre se distinguió por su combatividad. Pero esa combatividad fue represada por los aparatos y también orientadapor canales sindicalistas y corporativos, cuyo horizonte político no iba más allá de las “presiones” para ampliar esas concesiones.
En 1947, la “guerra fría” va a interrumpir el idilio entre los sindicalistas del PSP y el estado. El gobierno de Grau San Martín desaloja con la policía a Lázaro Peña (7) y demás sindicalistas del PSP del “Palacio de los Trabajadores”, el edificio de la CTC, y se la entrega a un siniestro burócrata amarillo, Eusebio Mujal, un gangster que luego trabajaría al servicio de Batista.
La clase obrera entró con esas graves desventajas políticas y orgánicas al proceso revolucionario de mediados de los años 50. Como sucedió con amplios sectores de la sociedad cubana, desde la burguesía hasta las capas más populares, los trabajadores no quedaron al margen. Sin embargo, no volvieron a ser esta vez la indiscutible vanguardia. Y, sobre todo, su participación fue en principalmente individual, como parte del pueblo, y no orgánica, como clase. No hubo “soviets” ni sindicatos revolucionarios, como en 1933, que hicieran caer a la dictadura mediante huelgas generales revolucionarias. (8)
El 9 de abril de 1958, la derrota de un intento de huelga general revolucionaria va a dar una sangrienta radiografía de este cambio. La huelga había sido convocada por los sectores urbanos (“el llano”) del 26 de Julio y otros movimientos (aunque al parecer con muchas reservas de Fidel Castro y los comandantes de “la sierra”). Al llamarla, todos tenían en mente la huelga general insurreccional que había acabado con Machado. [Gott, 162] La costosa derrota de esta iniciativa pondría en blanco sobre negro que la situación era muy distinta, y sus consecuencias profundizaron el rasgo de que esta vez la vanguardia de la lucha no era la clase obrera organizada.
Así, el fracaso tuvo una consecuencia político-social de gran importancia. El derrocamiento de Batista por una huelga general revolucionaria hubiese quizás empujado nuevamente a la clase trabajadora al centro de la escena, como en 1933. Su derrota, por el contrario, “llevó a una consolidación del control interno de Castro sobre el movimiento y, acompañando eso, un rol mucho mayor, político y militar, de las guerrillas de las Sierras a expensas del movimiento urbano”.[Farber, “The Origins…”, 118]
A esta grave derrota no sólo contribuyó la represión (Machado tampoco ahorró sangre en julio y agosto de 1933). Esta vez también fue importante el papel de represor y rompehuelgas del aparato burocrático de la CTC encabezado por Mujal, que mereció las felicitaciones públicas de Batista.[“Brief History…”] A eso se agregaron otros factores políticos-sociales de primer orden. El PSP, que conservaba influencia en el movimiento sindical, no participó aunque ya estaba en relaciones con Castro, y la dirección urbana del Movimiento 26 de Julio tampoco tuvo una política para comprometerlo en la movilización. Pero lo decisivo fue que el M-26/7 carecía totalmente de trabajo orgánico en el movimiento obrero y de nexos con la clase trabajadora. [Gott, 162 y ss.] [Farber, “The Origins…”, 118]
Contra lo que se suele creer, la gran mayoría de los luchadores del Movimiento 26 de Julio y de los otros movimientos armados no estaban en “la sierra”, sino en “el llano”; es decir, en las ciudades. Y fue también en las ciudades donde se produjeron alrededor del 90% de las bajas. Por eso, el rotundo fracaso del 9 de abril de 1958, puso de relieve el carácter político-social del Movimiento 26 de Julio, que en las ciudades organizaba miles de luchadores clandestinos, pero al mismo tiempo era orgánicamente ajeno al movimiento obrero y a la clase trabajadora.
Un inmenso movimiento populista
En el capítulo anterior, hicimos una descripción del tan variado y complejo fenómeno del populismo cubano, que presenta además grandes analogías con movimientos similares latinoamericanos. Sin embargo, lo fundamental no son esas semejanzas sino su enorme diferencia: ¿por qué, excepcionalmente, una corriente, Fidel Castro y su Movimiento 26 de Julio, expropió al capitalismo, mientras que el resto de los movimientos populistas, nacionalistas o frentepopulistas de América Latina jamás cruzó esa raya?
La típica respuesta que dio en su momento la mayor parte del movimiento trotskista, se sigue expresando aún hoy de esta manera:
“El 1 de enero de 1959… el Ejército Rebelde encabezado por Fidel Castro hacía su entrada triunfal en La Habana. Sin embargo, la dirección del proceso recayó en el Movimiento 26 de Julio, un frente político policlasista con un programa democrático limitado. Ante la presión del imperialismo norteamericano, Fidel Castro declara a Cuba un «país socialista» y se terminan expropiando los principales medios de producción –las empresas imperialistas y de la burguesía local–. Esta transformación de Cuba en una economía de transición al socialismo, desmentía las falsas tesis de los stalinistas de la «revolución por etapas» en los países semicoloniales, según la cual la clase obrera debía subordinarse a la supuesta «burguesía nacional»…
“Sin embargo, el estado obrero que surgía de esta revolución no estaba basado en consejos de obreros y campesinos, sino que el ejército guerrillero que se había apropiado del poder del Estado estableció un régimen que reproducía su estructura verticalista, es decir un Estado obrero burocráticamente deformado.” [Claves, Nº 1, abril 2008]
Citamos esto, no porque tenga algo de original, sino porque tiene el mérito de resumir lo que fue una interpretación compartida ampliamente por la mayoría del movimiento trotskista. A partir de ella, se expresaron diferencias importantes, pero en general casi todas partían de esa base común. La corriente de Moreno desarrolló, con el tiempo, distintas posiciones pero esencialmente independientes. Por el contrario, la principal corriente del trotskismo europeo, la de Ernest Mandel, sostuvo un seguidismo casi incondicional a la dirección cubana.
Examinemos, entonces, esta explicación tan representativa, primero, del sujeto políticoque encabezó la revolución –”el Movimiento 26 de Julio, un frente político policlasista con un programa democrático limitado”–; luego, de la dialéctica de los acontecimientos–”ante la presión del imperialismo norteamericano, Fidel Castro declara a Cuba un «país socialista» y se terminan expropiando los principales medios de producción”–.
El M-26/7 fue ante todo un movimiento populista y no un “frente policlasista”, una expresión que, si significa algo, nos indica un “frente popular”.(9) Pero, aunque fuese así, sigue sin una respuesta convincente el enigma de cómo ese “frente policlasista” –es decir, un frente con un sector de la burguesía adentro– a los pocos meses acabó… expropiando a la burguesía… O sea, un verdadero milagro político-social…
La “presión del imperialismo” ha sido la respuesta universal usada por la mayoría no sólo del trotskismo, sino también de la izquierda y el “progresismo” en general. Esto aparentemente explica mucho pero, al mismo tiempo, no explica nada.
Es una verdad indiscutible que casi desde el principio hasta que se produce finalmente la expropiación de la burguesía a fines de 1960, se desarrolla una escalada vertiginosa de golpes y contragolpes entre Fidel Castro y Washington.
Sin embargo, desde hace más de un siglo en América Latina, el imperialismo yanqui viene aplicando “presiones” sobre todos los gobiernos en general y, en especial, sobre los gobiernos nacionalistas, populistas, frentepopulistas, etc., que pretenden “desobedecerlo” en alguna medida. Y muchas veces esas presiones han sido violentas: fomento de golpes de estado, intervenciones militares, etc.
El problema es que ninguno – ¡absolutamente ninguno!– de esos gobiernos respondió como Fidel Castro. Entonces, la respuesta no puede reducirse a la generalidad de las “presiones” imperialistas (por supuesto, muy importantes), sino a lo que hubo de específico, de peculiar en el caso cubano, que hizo la diferencia. (10)Y esto principalmente nos lleva no al factor “objetivo” de las “presiones del imperialismo” en general, sino al más subjetivo, el del movimiento populista 26 de Julio y su líder, Fidel Castro.
El 26 de Julio, las clases, la crisis de la sociedad, y el derrumbe del viejo estado
Algunos marxistas, empeñados contra toda evidencia en ver una “revolución obrera” en el proceso de 1959, destacan la participación de sectores asalariados en la resistencia contra Batista en las ciudades, así como también la incorporación a la guerrilla de semiproletarios de la provincia de Oriente.
Esto tiene su importancia, pero no lleva a las conclusiones que se pretenden. Desde el mismo 26 de julio de 1953 hasta la toma del poder en 1959, los luchadores –como ya subrayamos– se integraban como individuos a las estructuras político-militares de los movimientos (el Movimiento 26 de Julio, el Ejército Rebelde, etc.), con independencia de su origen y clase social.
Tanto el M-26/7 y el Ejército Rebelde, como otros movimientos que lucharon contra Batista, al estilo del nuevo Directorio Estudiantil, eran movimientos populistas, que se caracterizaban por dirigirse al “pueblo” en general, e incorporaban individualmente a gente proveniente de todos los sectores sociales.
“Los populistas venían de todas las clases sociales menos de los más ricos y de los más pobres… [Aunque entre los luchadores del Moncada y los del desembarco del Granma] había trabajadores por origen u ocupación, muy pocos de ellos habían tenido actividad o participación en luchas obreras políticas o sindicales…” [Farber, “The Origins…”, 50-51]
Luego, en Sierra Maestra y Oriente, el reclutamiento de campesinos que en su casi totalidad no tenían experiencias anteriores en luchas campesinas “añadió un nuevo elemento a la típica base populista urbana de los veteranos del Moncada y el Granma… Y fue muy importante para permitir a Fidel Castro moldearlos como fieles seguidores de su liderazgo como caudillo. En todo caso, un círculo íntimo de hombres «sin clase», desligados de toda vida orgánica de cualquiera de las clases sociales de Cuba, conformaron el corazón o centro político de Castro”. [Farber, “The Origins…”, cit., p. 50]
La apelación típica del populismo al “pueblo” en general, a la “nación”, a las personas no como miembros de una clase social sino de la “patria”, poseía en Cuba una resonancia y dimensiones especiales, superlativas, que tenían que ver no con razones mágicas sino históricas y materiales: el originalísimo curso histórico de Cuba, la brutal frustración de su independencia por la intervención del imperialismo yanqui, su segunda frustración en 1933, su formación económico-social con un yugo cuasicolonial en relación EEUU… en fin, todas las tensiones que este desarrollo desigual y combinado habían generado…
En otros países latinoamericanos, estos temas del populismo y sus caudillos, como el de presentarse por encima de las clases y encarnar a la “patria”, el “pueblo”, la “nación” han terminado siendo materia de política-ficción (aunque por supuesto la existencia y éxito de esas ficciones indican elementos reales detrás de ellas).
Pero, en Cuba, mucho más que en otros países, esto sintonizaba con reales y poderosos factores y contradicciones, desde la tardía y malograda independencia hasta diversas formas de relativo “desclasamiento” o “debilitamiento” de todas las clases sociales, con relaciones “anormales”, conflictivas, de crisis con las viejas instituciones, las organizaciones políticas, las fuerzas armadas, etc., que quedaban incluidas en el repudio universal a la llamada “politiquería”. Al mismo tiempo, no había mayor claridad acerca de las alternativas a todo eso.
Estos elementos facilitarían la elevación de un caudillo y un movimiento que aparecían por encima de toda esa inmundicia, representando los intereses generales y superiores de la patria. El lema con que ascendería este gran caudillo –”Patria o muerte”– iría esta vez en serio, aunque simultáneamente su programa explícito era inicialmente impreciso y moderado.
“Cuba estaba entre los países económicamente más avanzados de América Latina, con significativas clases sociales burguesa, media y obrera. Pero esas clases habían quedado políticamente debilitadas después de la revolución de 1933, de la que los capitalistas cubanos emergieron con una significativa disminución de su hegemonía. Un grupo de sargentos amotinados reemplazó a la oficialidad proveniente de los altos círculos de la sociedad cubana… La clase obrera estaba altamente organizada en sindicatos, pero éstos se habían vuelto muy burocráticos y corruptos… lo que hizo difícil a esa clase jugar un papel significativo en la lucha contra Batista… [Asimismo,] en los 50, los endebles partidos políticos anteriores a Batista se habían deshecho, reflejando la debilidad política de todas las clases… Era una situación en la que podía prosperar un bonapartismo… un líder político que adquiriese un considerable grado de poder y libertad de acción en relación tanto con las clases dirigentes como con las subalternas (…) Por otro lado, existía un liderazgo político revolucionario que, lejos de ser pequeño burgués radical (como decía el PSP), era ‘sin clase’,en el sentido de que no tenía fuertes lazos orgánicos o institucionales ni con la pequeña burguesía ni con las otras principales clases sociales” (Farber, cit., pp. 115ss.).
Por otra parte, el Movimiento 26 de Julio y el Ejército Rebelde eran movimientos notablemente juveniles, comenzando por su líder máximo. De esto se ha hablado mucho, pero se ha reflexionado menos sobre sus implicancias político-sociales. Compartían, tanto por su edad como por la desestructuración social de sus militantes y combatientes, las características del estudiantado. Como señalamos antes, los estudiantes, aunque provengan de familias de la burguesía y las clases medias, y sólo una minoría de los sectores trabajadores, no están aún plenamente integrados a las relaciones de sus clases de origen. Así, bajo el impacto de problemas generales de la sociedad –graves crisis, dictaduras, injusticias flagrantes, opresión nacional, etc. –, pueden muchas veces orientarse en otros sentidos y defender otros intereses que los de su clase originaria.
Ese proceso de (relativo) “desclasamiento” no dejaba sin embargo individualmente en el vacío a los luchadores del M-26/7 y el Ejército Rebelde. No eran, de ninguna manera, “desclasados” en el sentido corriente de “marginalidad”. Podríamos decir que su “clase” sui generis o, más precisamente, su estructura social o sector social inmediato al que pertenecían, era esa misma institución proto-estatal, el movimiento-ejército (que pronto se convertiría en el estado a secas). Sus relaciones con las otras clases de la sociedad, se establecían a través de esa mediación, lo que le daba de conjunto una notable autonomía.
Así, Castro y su movimiento-ejército, en el camino hacia la toma del poder, pueden ir logrando apoyos en todas las clases sociales, sin ser al mismo tiempo representantes directos y orgánicos de ninguna de ellas en particular.
En el ángulo opuesto, el régimen de Batista terminó ganando el repudio también de todo el espectro social. Un amplio sector de la elite tradicional siempre había detestado al ex sargento mulato (hasta por motivos aristocrático-racistas) y se orientó hacia el apoyo a Fidel, en quien veían (equivocadamente) a uno de ellos. Lo mismo hicieron la Iglesia y la masonería. Idénticos giros se dieron desde el resto de la sociedad: la Universidad, desde el primer momento, había sido un foco duramente opositor; los trabajadores, aunque maniatados por sus aparatos sindicales para actuar como clase, tampoco querían al dictador, y se fueron volcando cada vez más hacia Castro. Incluso los sectores liberalesdel imperialismo yanqui comenzaron a simpatizar masivamente con los barbudos, como se reflejaba, por ejemplo, en el influyente New York Times. Al final, Batista, directamente, sólo representaba a una lumpen-burguesía de oficiales corruptos de las FFAA y socios cubanos de las mafias estadounidenses.
Este “vaciamiento social” fue mortal no sólo para la dictadura sino también para el estado burgués, porque llevó a la crisis a las fuerzas armadas que terminaron colapsando. Esto dejó al Movimiento 26 de Julio y sobre todo al Ejército Rebelde como el único poder estatal, en el pleno sentido de la palabra.
Hacia a la ruptura con el imperialismo, la independencia nacional y la expropiación del capitalismo
Comenzaba así a constituirse un nuevo estado. Pero, a su vez, este movimiento y ejército, en primer lugar su “Comandante en Jefe”, habían adquirido previamente –como ya señalamos– “un considerable grado de poder y libertad de acción en relación tanto a las clases dirigentes como a las subalternas”… “un liderazgo político revolucionario que, lejos de ser pequeñoburgués radical… no tenía fuertes lazos orgánicos o institucionales ni con la pequeña burguesía, ni con las otras principales clases sociales”.
Esto establecía la gran diferencia con el resto de los populismos de ayer y de hoy, desde Juan Domingo Perón o Jorge Eliécer Gaitán hasta Chávez… para no hablar de los “frentes policlasistas”; es decir, los clásicos “frentes populares”, al estilo de la Unidad Popular chilena de Salvador Allende, con corrientes y partidos orgánicamente ligados a sectores de la burguesía, al aparato del estado (incluidas las fuerzas armadas), a la pequeñaburguesía, y sobre todo a las burocracias sindicales y políticas “de izquierda”.
Es sobre esta diferencia fundamental del sujeto político de la revolución que van a jugar los factores “objetivos”, entre ellos (no el único) “la presión del imperialismo norteamericano”. Y es por ese factor subjetivo, que las presiones del imperialismo darán en esta ocasión, un resultado completamente diferente al del resto de los casos en que se aplicaron.
Por otra parte, este sujeto político no se limitaría simplemente a responder esas “presiones” y ataques. Las más recientes investigaciones de historiadores marxistas –como Samuel Farber y Richard Gott–, que además han podido ya manejarse con montañas de documentación desclasificada tanto del Departamento de Estado como de la ex URSS, prueban que de ninguna manera la dirección cubana fue una hoja en la tormenta, a la que los vientos que soplaban, llevaron a la ruptura con EEUU, primero, y a la expropiación, después. Las primeras iniciativas que configuraron casus belli –como la Ley de Reforma Agraria, moderada pero inaceptable para EEUU y la oligarquía cubana– las fue tomando la dirección de Castro sin consulta, negociaciones, ni aprobación de Washington. Esto implicaba la ruptura consciente de una norma colonial no escrita, pero obedecida desde 1902 por todos los gobiernos de la isla (a excepción del de los “100 días” de Guiteras).
O sea, desde el inicio mismo, Fidel no comenzó defendiéndose, sino atacando en relación al gran problema heredado desde 1898-1902: la independencia nacional de Cuba.
Por supuesto, esto no significa que estuviese en los planes de Castro llegar a la expropiación del capitalismo. Pero tampoco, ni mucho menos, que la conducción de la revolución fuese un objeto que se movía porque otros lo empujaban.(11) En todo caso, ya en 1958, Castro escribía reservadamente a Celia Sánchez que cuando la guerra contra Batista terminase, “comenzaría otra guerra mayor y mucho más larga contra EEUU”.[Farber, “The Origins…”, 65] Y su previsión era correcta y para eso se fue preparando: es que la revolución ponía nuevamente en la palestra ese gran problema histórico de la independencia nacional, que ha sido el hilo ininterrumpido que unió las heroicas luchas del siglo XIX con las revoluciones de 1933 y 1959.
Pero esas y otras consideraciones no se expresaban en un “programa” público (al estilo marxista) sino en el secreto del círculo íntimo del “Líder Máximo”, como ha sido norma de todos los bonapartismos y caudillismos.
Como es regla entre los movimientos populistas, el M-26/7 no tenía un programa global claramente formulado y lo que estaba escrito no era, efectivamente, muy avanzado. Pero es no comprender a este tipo de movimientos, el querer medirlos con la vara de los partidos marxistas y obreros, donde la cuestión del programa público y formulado con claridad ocupa un lugar central. En los movimientos populistas, podríamos decir que el programa se expresa principalmente en el caudillo y sus acciones, donde las consideraciones tácticas tienen además un peso trascendental en relación a las más estratégicas. Pero esto no implica, de ninguna manera, que no posean una ideología, muy fuerte y determinante en el caso del populismo radical cubano, con las profundas raíces históricas que ya examinamos.
“En contraste con los análisis que retratan a los líderes cubanos como reaccionando meramente ante la política de EEUU y sus acciones, mantengo que estos líderes fueron actores fuertemente influenciados por sus propias predisposiciones políticas e inclinaciones ideológicas. Las mentes de los líderes cubanos no estaban primariamente moldeadas por la política de EEUU hacia ellos en los años 1959 y 60, sino en relación a la anterior política de EEUU en Cuba y en todas partes… y el hecho más importante era, por supuesto, la política de EEUU en relación a Cuba desde fines del siglo XIX… […] Castro era un caudillo, pero un caudillo con ideas.” [Farber, “The Origins…”, 112 y ss.]
El curso de la revolución cubana hacia la independencia nacional y expropiación de la burguesía no fue, entonces, expresión de ninguna “ley de gravedad” de la política sino el resultado de un combate entre sujetos políticos y sociales.
Por supuesto, como en todo proceso histórico, en la Revolución Cubana hubo una dialéctica de acción (y lucha) de los sujetos políticos y sociales –revolucionarios y contrarrevolucionarios– entrelazada con los factores relativamente más “objetivos”.
Entre esos factores, estaba, por ejemplo, la existencia de la Unión Soviética, que en esos años aparecía incluso como ganando a EEUU la carrera del desarrollo económico y la influencia geopolítica. Este fue un factor que ya antes del triunfo de la revolución entró en el horizonte de maniobras del M-26/7 (aunque al mismo tiempo, oficialmente, se presentaba ante EEUU y sobre todo frente a la prensa norteamericana, como no “comunista” e incluso como “anticomunista”). (12)
Esta dialéctica de lucha entre sujetos revolucionarios y contrarrevolucionarios combinada con factores más “objetivos”, fue llevando las cosas, como siempre sucede, a resultados que iban más allá y/o eran diferentes de los previstos por los distintos actores.(13) Pero eso no quita sino que por el contrario, subraya, que los elementos determinantes de esas combinaciones estaban en los sujetos político-sociales.
Ejército guerrillero, estado obrero y transición al socialismo
El M-26/7 y sobre todo al Ejército Rebelde pasaron a constituir el núcleo del nuevo estado. ¿Qué significó esto concretamente? Que se convirtieron en un aparato burocrático que ahora ejercía funciones estatales, tanto más fácilmente por su relativa autonomía en relación a todas las clases de la sociedad, sobre las que se habían “elevado” ya mucho antes de la toma del poder.
Todo ejército constituye obligatoriamente un aparato disciplinado de arriba hacia abajo. Pero, en este caso, era un verticalismo por partida doble, porque no era el ejército de un movimiento obrero revolucionario, con organismos democráticos de clase (consejos obreros, sindicatos revolucionarios, partidos, etc), sino las fuerzas armadas de un movimiento populista, que de por sí funciona bajo las normas del acatamiento sin reservas de las órdenes del caudillo, ahora transformado oficialmente en “Comandante en Jefe” y “Líder Máximo”.
Según el estrecho marco objetivista que caracterizo (y continua caracterizando) a la mayoría del troskismo de posguerra, la expropiación de los capitalistas habría dado, de por sí, carácter “obrero” al nuevo estado. Pero, lamentablemente, “el estado obrero que surgía de esta revolución no estaba basado en consejos de obreros y campesinos, sino que el ejército guerrillero que se había apropiado del poder del Estado estableció un régimen que reproducía su estructura verticalista, es decir un Estado obrero burocráticamente deformado”.
Aunque se apoyaran en la clase trabajadora (como también en otras clases y sectores de la sociedad y en el “pueblo” en general), ni el M-26/7 ni el Ejército Rebelde, que ahora constituían el estado cubano, se volvían automáticamente “obreros” por el hecho de expropiar a la burguesía. Sus relaciones con la clase obrera siguieron siendo una continuidad del período anterior.
El qué se hacía (en este caso, la expropiación) no transformaba mágicamente la naturaleza social de quién lo hacía, ni tampoco de cómo lo hacía.
Insistimos: la relación del nuevo poder con la clase obrera y el conjunto de la sociedad continuaba, con cambios, la anterior a 1959 de Fidel y su M-26/7 y Ejército Rebelde. Antes, buscando “apoyos desde todas las clases sociales, sin ser al mismo tiempo representantes directos y orgánicos de ninguna de ellas en particular”.(14) Ahora, tras la ruptura con la burguesía, lo hacía apoyándose en el “pueblo” en general, incluido el proletariado. Pero eso no convertía al nuevo estado y su gobierno en la expresión directa y orgánica, de la clase trabajadora.
El nuevo estado no será, entonces, la encarnación política de la clase obrera cubana, sino de una burocracia, a la cual, la ausencia de una burguesía a nivel exclusivamente nacional (aunque no, por supuesto, a escala mundial) convierte en un “híbrido”: no es (aún) una burguesía, pero “es algo más que una simple burocracia. Es la única capa social privilegiada y dominante, en el pleno sentido de esos términos, en la sociedad”. [L. Trotsky, “La revolution trahie”, p. 602]
Una cosa es apoyar. Otra, muy distinta, decidir; o sea, ejercer el poder
La dirección de este estado burocrático, especialmente en los primeros años, recibió el apoyo fervoroso y sincero de la mayor parte del pueblo cubano (incluyendo la clase obrera). Este apoyo se concentró sobre todo en el caudillo de esta gran revolución, Fidel Castro.
Pero que los trabajadores y las masas apoyen, no es lo mismo que la clase obrera decida; es decir que ejerza el poder (su dictadura de clase), ni gobierne por medio de sus propios órganos de poder. Una cosa es apoyar. Otra, muy distinta, decidir; es decir, ejercer el poder.
Se puede medir bien este abismo, comparando las dos grandes consignas de la Revolución Rusa de 1917 y de la Revolución Cubana de 1959, respectivamente. En la primera fue: “¡Todo el poder a los consejos obreros (soviets)!”, que en ese momento eran organismos de masas extraordinariamente democráticos. En la segunda, fue: “¡Comandante en Jefe, ordene!”
Años después, esto contribuiría a facilitar una simbiosis entre el régimen populista-bonapartista nacido de la gran revolución de 1959 y el de la burocracia del Kremlin (que surge de una de las peores contrarrevoluciones de la historia, la del stalinismo). Esto en gran medida fue posible porque ambos compartían ese “verticalismo”, que constituye al mismo tiempo no sólo la negación de la democracia obrera y sino también de que el poder, el estado, sean realmente de la clase trabajadora y también, como veremos a continuación, de avanzar en la transición al socialismo (dentro de lo que es posible para un pequeño país aislado).
Sin embargo, como sucede en biología, esta “simbiosis” asoció a dos “sujetos” de diferentes especies: 1) el régimen verticalista (pero en el fondo caótico y sin normas claras), el populismo-bonapartista del gran caudillo revolucionario, el Comandante en Jefe que se ubica por encima de todo y de todos; 2) el régimen burocrático gris, impersonal, conservador y ya petrificado del bloque soviético en la era Brejnev.
En la seria crisis de principios de los 90, los dos aspectos de esta “simbiosis” se manifestaron con claridad… y fue el primero de ellos, el encarnado en Fidel Castro, el que volvió al centro de la escena. Es que, a pesar de todo, seguía siendo el portador de la legitimidad de la revolución de 1959. Y este fue un factor no menor para salir a flote en esa gravísima crisis, mientras en los Unión Soviética y los países del Este europeo los regímenes burocráticos se desplomaban como un castillo de naipes.
Una gran revolución democrática-antiimperialista y popular que expropió al capitalismo y conquistó la postergada independencia nacional
El saldo de la gran revolución de 1959 ha sido, entonces, contradictorio. Sus dos inmensas conquistas fueron la independencia nacional y la expropiación del capitalismo (dos puntos que, como hemos visto, en el caso de Cuba, estaban cualitativamente más entrelazados que en otros países latinoamericanos). Es a partir de esa base (y también aprovechando la rivalidad geopolítica entre el imperialismo yanqui y el bloque soviético) que Cuba logró otras conquistas, como un desarrollo notable (y mucho más igualitario) en salud y educación, y la erradicación de la indigencia, de la extrema pobreza que castiga en mayor o menor medida a otros pueblos latinoamericanos.
Pero al mismo tiempo esto no significó el establecimiento de un estado o poder obrero, ni tampoco de una economía de transición al socialismo, dos cosas inseparables una de otra. Es que no existe ningún “automatismo” que, a partir de la expropiación, haga que la economía (y globalmente la formación económico-social) marche en sentido socialista. ¡Todo depende, en primer término, de quién conduzca el proceso revolucionario y de cómo lo haga! Por eso, la Revolución Cubana puede caracterizarse como anticapitalista, pero no llegó realmente a ser socialista. Si hay alguna lección que sacar del lastimoso final de las decenas de “países socialistas” que aparecieron (y desaparecieron) en la segunda mitad del siglo XX, es que en ellos no fue la clase obrera y trabajadora el sujeto político-social que los condujo, ni quien realmente ejerció el poder. La revolución socialista, o la encabeza la clase obrera con sus organismos de masas y sus partidos, o no es revolución socialista.
En Cuba, por un conjunto de factores excepcionales, este lamentable final de la restauración capitalista se aplazó. Hoy, las presiones arrecian en ese sentido. Pero simultáneamente la clase obrera cubana ha logrado la oportunidad un tiempo extra para actuar antes de que se consume lo que sería una grave derrota para ella y los pueblos del continente.
A partir de la defensa de las dos grandes conquistas de la revolución de 1959 –la emancipación nacional y la expropiación del capitalismo–, los trabajadores, si se movilizaran con independencia y conciencia de clase, podrían imponer otro desenlace.
Notas
1.- En 1933 se desató una revolución detonada y encabezada por la clase obrera. La revolución comenzó con una huelga de conductores de buses en la Habana, en julio. “Esto llevó a una confrontación sangrienta entre los conductores y la policía. Pero otros trabajadores se unieron a la huelga… En agosto, lo que había sido una protesta obrera común, se había transformado en una huelga general con rasgos insurreccionales.” [Gott, 135]
Aterrorizados, la Embajada de EEUU y la burguesía cubana dejan a Machado sin apoyo y le aconsejan renunciar. El dictador huyó el 12 de agosto. Pero esto no calmó las cosas: “su caída llevó a la primera revolución cubana del siglo XX… Sin la presión de la dictadura… se desató un ascenso del fervor revolucionario… La ola de agitación se extendió a través de las zonas azucareras hasta los más distantes ingenios…” [Gott, 135-136]
Un informe de observadores estadounidenses describía así la situación: “Se estima que hay 36 ingenios bajo control obrero. Se han organizado soviets en Mabay, Jaronú, Senado, Santa Lucía, y otras centrales azucareras. Han sido formadas guardias obreras, armadas con palos y revólveres. Un brazalete rojo les sirve de uniforme. Los obreros fraternizan con los soldados y la policía… Durante la primera etapa del movimiento, las manifestaciones en Camaguey y Oriente frecuentemente estaban encabezadas por un obrero, un campesino y un soldado…” [Citado por Gott, 136] Este informe agregaba que los comités obreros se habían hecho cargo de los ferrocarriles, algunos puertos y pequeñas ciudades. También habían comenzado a organizar la distribución de comida a la población y a repartir la tierra.
2.- El Partido Socialista Popular (PSP) es la denominación que adoptó en 1942 la organización estalinista en Cuba.
3.- En enero de 1936, con la revolución ya derrotada, Batista dispone una apertura democrática y convoca a elecciones. Los figurones reformistas del Directorio, como Grau San Martín y Prío Socarrás se acomodaron de inmediato a la situación, fundando el Partido Revolucionario Cubano Auténtico (copiando el nombre de la organización política de Martí). En verdad, un partido burgués normal, con militancia de clase media, que actuaba como “oposición de su Majestad” ante los batistianos.
4.- El primer Directorio Estudiantil se crea en 1927, cuando el dictador Machado preparaba una reforma para poder reelegirse.Es inmediatamente desbandado por la represión, pero esto hace girar a muchos de sus activistas a formas más clandestinas y violentas de oposición. En septiembre de 1930, el Directorio se reestablece como organización secreta e inicia una fuerte campaña terrorista.
5.- El 4 de septiembre de 1933 se produce en la principal guarnición militar, el Campo Columbia, en La Habana, una rebelión de sargentos, cabos y soldados, encabezados por un mulato de humilde origen –Fulgencio Batista Zaldívar– que reducen a la blanca y aristocrática oficialidad. El Directorio Estudiantil se une la “rebelión de los sargentos”. A partir de allí, la antigua oficialidad será expulsada del Ejército. Sargentos y cabos, como Batista, ocuparán sus puestos. Días después, esta coalición del Directorio con Batista y sus sargentos pondrá en pié un nuevo gobierno, que probablemente haya sido el primero de la República que no era acordado con el embajador de EEUU, que se apresuró a negarle su reconocimiento. Pasaría a la historia como el “gobierno de los 100 días”.
Lo presidía Ramón Grau San Martín, acaudalado médico y profesor ligado al Directorio Estudiantil y tibio reformista. Sin embargo, quien le dio el sello a la gestión del nuevo gobierno fue Antonio Guiteras, Secretario de Gobernación (ministro del interior) que era su ala más radical y que asume en ese momento el liderazgo de la revolución. Pero, al mismo tiempo, el sargento Batista se consolidaba al mando del nuevo ejército… y se conectaba discretamente con la Embajada.
6.- Inicialmente, el famoso llamado de Guevara de hacer “uno, dos, tres Vietnams” y las actividades que encabezó personalmente, primero en África y, luego, en la derrotada guerrilla de Bolivia donde encontró la muerte en 1967, apuntaban en un sentido internacionalista que chocaba con la política de “coexistencia pacífica” impulsada desde el Kremlin. Aquí no podemos hacer un balance amplio de estas tentativas, ambas fracasadas. Sólo señalemos, en relación a América Latina, que las buenas intenciones de Guevara de llevar adelante una lucha revolucionaria continental que rescatara a Cuba del aislamiento e infligiese una derrota mayúscula al imperialismo, se concretaron en una estrategia desastrosa: la del foco guerrillero.
7.- En 1936 el estalinismo pacta con Batista darle apoyo político a cambio de la legalidad y de su auspicio para apoderarse de los aparatos sindicales. “«La gente que está trabajando para derribar a Batista –declaraba la revista de la Internacional Comunista– no está actuando en interés del pueblo cubano.» Batista permitió al PCC formar una nueva central obrera, la CTC, dirigida por Lázaro Peña, un obrero negro de la industria del tabaco. Luego del triunfo de la Revolución, Fidel Castro lo repondrá a dedo al frente de la CTC.
8.- “La dirigencia [mujalista] de los sindicatos suprimió por la fuerza todas las fuerzas disidentes que amenazaran su pacto [con Batista]. La clase obrera organizada sufrió así una doble dictadura: la de Eusebio Mujal y la de Fulgencio Batista. Sin organizaciones autónomas, la clase trabajadora se atomizó. El principal resultado fue que los trabajadores que crecientemente se volvían contra Batista, lo hicieron como ciudadanos individuales más que como miembros de organizaciones colectivas de la clase obrera.” [Farber, “The Origins…”, 128]
9.- Ejemplo típico de “frente policlasista” o “frente popular” fue la UP (Unidad Popular) de Chile, que gobernó con Salvador Allende de 1970 al 73. El M-26/7 no fue, por supuesto una organización obrera, pero al mismo tiempo tuvo poco que ver con ese tipo de coaliciones.
10.- El marxismo revolucionario del siglo XXI ha heredado el peso muerto de la explicaciones “objetivistas” de las revoluciones de posguerra, que pusieron cabeza abajo la teoría de la revolución permanente, haciendo el centro no en los sujetos sociales y políticos, sino en los llamados “factores objetivos”, los ataques del imperialismo, las crisis económicas, las tareas “objetivas” planteadas por la revolución, etc., etc. Este debate, es entonces, de rigurosa actualidad, para analizar este problema teórico de conjunto, recomendamos ver en SoB Nº 17/18 “Notas sobre la teoría de la revolución permanente”, de Roberto Sáenz; en especial, “Crítica a la concepción de las revoluciones «socialistas objetivas»“.
11.- En el trotskismo de posguerra, las revisiones “objetivistas” y/o “sustituístas” de la teoría de la revolución permanente se hacían para poder explicar cómo este tipo de sujetos político-sociales expropiaban a la burguesía. Tuvieron expresiones muy variadas, como las de Mandel o Moreno, pero dentro de esos parámetros.
Mandel, sin decir que estaba poniendo todo el revés, presentaba como “teoría de la revolución permanente” una mezcla original de “sustituísmo” y “objetivismo”. Hallaba que “la dictadura de proletariado fue establecida en Yugoslavia, China, Vietnam y Cuba por direcciones revolucionarias pragmáticas, que tienen una práctica revolucionaria, pero no la teoría ni el programa adecuado, ni para su revolución ni menos aún para la revolución mundial.” [Mandel, ““In Defence of thePermanent Revolution”, p. 54] Claro que de estas “direcciones revolucionarias pragmáticas” nunca quedaba claro su carácter social.
Moreno, por su parte, asume francamente que está revisando la teoría de la revolución permanente. Pero, a diferencia de Mandel, trata de sostener una posición más independiente de las direcciones burocráticas. Su solución fue hacer pasar los sujetos a un plano secundario. La revolución se movería no por la lucha entre los sujetos históricos, sociales y políticos, como sostenía Trotsky, sino impulsadas por una “combinación objetiva de tareas”.Estas “combinaciones objetivas de tareas”, establecerían una especie de ley de gravedad de los procesos revolucionarios. Moreno da como ejemplo un automóvil: “Para que un coche se mueva, hay dos maneras, una es que alguien lo ponga en marcha y lo mueva; otra es ponerlo arriba de una pendiente y el coche se mueve [solo]. En este último caso, el movimiento es objetivo, no lo para nadie, es un proceso objetivo.” [Moreno, “Crítica…”, 18] Sin embargo, la historia de la Revolución Cubana desmiente esa especie de “ley de gravedad” de las revoluciones. El coche de la revolución cubana tuvo un conductor, Fidel Castro y su movimiento-ejército nacional-populista. Los giros y rumbos de este carro, ya sea en pendiente o en cuesta arriba, los dio ese sujeto político-social que estaba al volante.
12.- Esta documentado que, ya en 1958, se intentaron contactos con el bloque soviético, vía empresas de ese origen en Costa Rica, con un objetivo inmediato: conseguir armas que le eran negadas en EEUU. Luego del triunfo de la revolución, los contactos con Moscú se gestionaron preventivamente casi de inmediato, y por iniciativa cubana, mucho antes de iniciarse los roces con EEUU por la Ley de Reforma Agraria y otras medidas. Al mismo tiempo que todo eso se procesaba en estricto secreto, Castro públicamente, e incluso en un viaje a EEUU, eludía con ambigüedades tomar compromisos que comenzaban a exigirle desde Washington, para despejar los interrogantes y temores que despertaba en el imperialismo su política. Tomándose de esos y otros hechos, una legión de charlatanes, al estilo de Montaner, han elucubrado sobre la “conspiración comunista” de los Castro y el Che Guevara, dirigidos desde Moscú, que explicaría todo lo sucedido. En verdad, el Kremlin estaba desinteresado por completo de lo que pasaba en Cuba, a la que consideraba, en el marco de los acuerdos de Yalta-Potsdam, parte de la esfera de influencia de EEUU. Tanto frente a EEUU como ante la Unión Soviética, fue la dirección cubana quien llevó la iniciativa, y no al revés, inicialmente dentro de una política pragmática para aprovechar el enfrentamiento entre ambos bloques de la guerra fría. [Gott, 178 a 183], [Farber, “The Origins…”, 143 y ss.].
13.- Un ejemplo de esta dialéctica entre lo subjetivo y lo objetivo fue la expropiación final de la burguesía. Al comenzar los problemas del gobierno de Castro con EEUU y ante medidas que aún eran moderadas (Ley de Rebaja de Alquileres, Reforma Agraria, etc.), la burguesía comete el error garrafal de irse en masa a Miami. Mucho antes de que los expropiaran, los burgueses, se toman así una especie de “vacaciones”, seguros de que el “Gran Hermano” de Washington pondría “la casa en orden” en semanas o meses. El “cipayismo” o “malinchismo” superlativo de la burguesía cubana, en la que seguía vivo el anexionismo, le juega una mala pasada. Su decisión de ausentarse es contestada con la intervención de sus empresas y fincas, y luego con la expropiación. [Murray, 48 y ss.] Sus hijos y nietos aún siguen esperando volver… y recuperar sus propiedades.
14.- Esta ubicación (relativamente) “por encima” de las clases, puede ilustrarse también con los episodios (mucho menos conocidos) de choques con sectores de trabajadoresdurante el mismo proceso revolucionario. Así, Castro, el 21 de mayo de 1959, salió a enfrentar duramente a campesinos y trabajadores rurales que habían iniciado un reparto de tierras. ¡Sería él, desde arriba, quien dispondría de eso mediante la Ley de Reforma Agraria, no los campesinos ni los obreros rurales! [Murray, 62]. Lo mismo sucedió en relación a huelgas obreras, condenadas incluso antes de ser expropiadas las empresas privadas. En relación a los sindicatos, tiempo después de ser barridos por los mismos trabajadores los burócratas mujalistas que habían servido a la dictadura, Castro inició desde arriba una purga de dirigentes –gran parte de ellos provenientes del 26 de julio– que no eran incondicionales, y los reemplazó principalmente con burócratas del PSP, de obediencia garantizada. [Farber, “The Origins…”, 122-123, 125-126, 163] [Murray, 94 y ss.]
Textos citados
– “Brief History of the Cuban Labor Movement & Social Policy”, Gente de la Semana, Vol. 1, Havana, January 5, 1958, No. 1, American Edition.
– Claves Nº 1, “1959: ¿Qué fue la revolución cubana?”, 03/04/08
– Farber, Sam, “The Origins of the Cuban Revolution Reconsidered”, University of North Carolina Press, USA, 2006.
– Gott, Richard, “Cuba – A new history”, Yale University Press, USA, 2005.
– Mandel, Ernest, “In Defence of the Permanent Revolution”, International Viewpoint, 32, 1983.
– Murray, Joseph P., “La segunda revolución en Cuba”, Iguazú, Buenos Aires, 1965.
– Trotsky, “La révolution trahie”, en “De la révolution”, Les Éditions du Minuit, París, 1963.