
FASINPAT (Fábrica Sin Patrones) fue el nombre con el que bautizaron los obreros ceramistas la empresa Zanón a la hora de ponerla a producir con sus propias manos, en el marco del abandono por parte de la patronal en medio de la crisis del 2001.
Producto de la creciente conflictividad por las provocaciones patronales, con intentos de despidos y malas condiciones de trabajo, crecían los reclamos y la organización obrera en la cerámica. En el 2000 es recuperado el sindicato por parte del sector combativo que ya había conquistado la interna de la planta, y se logran frenar varios despidos. La conflictividad alcanza su punto más alto con la muerte del trabajador Daniel Ferrás, de 21 años, en julio del 2000, que se descompensó en la línea de producción sin contar la fábrica con una atención de salud mínima. Esto desató la bronca e indignación de los trabajadores que iniciaron una huelga que incluso se extendió desoyendo la conciliación obligatoria, marcando un triunfo para los trabajadores, que lograron la instalación de medidas de seguridad y la desestimación del preventivo de crisis presentado por la empresa al Ministerio de Trabajo.
En el 2001, con el recrudecimiento de la crisis económica en el país, la empresa comienza a pagar los salarios en cuotas, a adeudar quincenas y dinero a proveedores de materiales, además de amenazar con el cierre inminente de la empresa. El 30 de septiembre los trabajadores tomaron la planta por la noche impidiendo al otro día (1° de octubre) el ingreso de los gerentes, como medida para evitar que apagaran los hornos (cerrando la planta definitivamente). La Justicia ordenó en cuatro oportunidades el desalojo, pero los trabajadores resistieron la medida y mantuvieron el control de la planta. Meses después la empresa presneta formalmente el cierre y despido masivo de los 380 trabajadores. La fábrica queda formalmente abandonada por la patronal, comienza una nueva etapa en la historia de Zanón.
En marzo del 2002 los trabajadores ponen a producir la planta, organizándose de manera autónoma, dando inicio a la experiencia de gestión obrera más importante de las últimas décadas en nuestro país. El 8 de abril de 2003 la Gendarmería intentó (sin éxito) por última vez el desalojo de los trabajadores. Los obreros estaban atrincherados dentro de la planta, organizados para resistir el desalojo violento con gomeras y armas caseras, con comisiones de seguridad. Por fuera se congregaron amplios sectores para evitar la represión, partidos políticos de izquierda, organizaciones sociales, estudiantes, docentes y vecinos de Neuquén. Finalmente la orden se suspendió, fracasando el intento de derrotar por la fuerza este importante proceso de lucha. La gestión obrera estaba consolidada y rodeada del apoyo y solidaridad de la población.
Crisis del 2001, surge un nuevo activismo
A fines del 2001 la crisis económica nacional era agudísima, con un 20% de desocupación, crecía la bronca de los trabajadores y sectores populares. Los movimientos de desocupados eran la vanguardia combativa del proceso, junto con los sectores de clase media empobrecidos, girados a la izquierda por el descontento con la situación económica y política, y la licuación de sus ahorros con el corralito y la devaluación. Los trabajadores ocupados temían ser despedidos, en este sentido, jugó un rol de contención a su bronca la alta tasa de desocupación.
La «rebelión » que echó a De la Rúa en diciembre del 2001 al grito de «que se vayan todos, que no quede ni uno solo» tuvo principalmente un contenido social popular, pero no obrero. Surgieron asambleas y organismos de autodeterminación democrática de los vecinos y el pueblo, crecieron organizaciones de desocupados, hubo piquetes, movilizaciones masivas y cortes de ruta, pero no intervino la clase obrera con centralidad en el proceso, no hubo huelgas generales ni coordinadoras obreras.
En contraste, o más bien como excepción en el proceso, la experiencia de las fábricas recuperadas, aunque claramente muy poco extendida nacionalmente, fue obra de los trabajadores mismos. Representó un sector de la vanguardia obrera que, al calor de la rebelión popular del 2001, supieron dar una respuesta sumamente progresiva a su situación, en el contexto de la crisis y el cierre de sus plantas. Junto con la izquierda revolucionaria, supieron además inspirar y coordinar a sectores populares amplios para la defensa de sus puestos de trabajo, resistiendo los ataques del gobierno y la patronal y aportando con su experiencia al proceso de recomposición obrera que se abriría a partir del 2001, quedando en el imaginario de una amplia vanguardia de luchadores y nuevos activistas.
Los trabajadores «sí pueden»
El ahogo financiero que el gobierno del MPN y los gobiernos nacionales negándoles subsidios y préstamos necesarios para renovar la maquinaria, reclamo que sostiene FASINPAT hace años, expresan en definitiva el intento por parte de la burguesía de ahogar económicamente esta experiencia obrera, escarmentando a los trabajadores por cometer el «pecado» de violar la propiedad privada capitalista. Los gobiernos provinciales y nacionales buscan «demostrar» al conjunto de la clase obrera que «no puede» salirse de las reglas del juego del capitalismo, que una fábrica sin patrones está condenada a la quiebra y sus trabajadores al hambre, y que así ha sido siempre y siempre así será. Pérfidas mentiras para ocultar el miedo que les produce la autodeterminación y lucha de la clase trabajadora, verdadera fueza social que «sí puede» poner en riesgo su poder y sus privilegios.
FASINPAT parte de la herencia de la rebelión popular, como muestra de la potencialidad de la organización obrera frente a la crisis y los despidos, y por eso no hay posibilidad de colaboración alegre con el gobierno provincial o nacional. No hay «convenio, subsidio o apoyo» que no se consiga con la lucha, o producto de una concesión del gobierno por el miedo a lo que esta experiencia puede representar para el conjunto de la clase obrera.
La salida es la estatización bajo control obrero
La fábrica venía de una delicada situación económica durante el gobierno de Macri, que se agravó por la caída de la actividad en la construcción y el tarifazo de los servicios. Hoy, la pandemia y la crisis en curso agravan aún más la situación de los ceramistas. La maquinaria necesita una renovación tecnológica urgente para continuar produciendo en condiciones.
Los trabajadores dan cuenta de esta grave situación y, aunque ahora espaciadas por las medidas de distanciamiento social, venían realizando medidas los últimos meses, como movilizaciones a Casa de Gobierno y cortes de ruta con los que se lograron triunfos parciales como el compromiso de compra por parte del gobierno de una parte de la producción.
Se debe continuar por ese camino planteando la estatización como un problema de primer orden, poniendo en pie una amplia campaña y rodeando la experiencia de solidaridad, mediante multisectoriales e instancias de coordinación que levanten un programa global de enfrentamiento al ajuste del gobierno nacional y el MPN.
El sindicato ceramista y la importante experiencia obrera que representa son un polo ineludible para la izquierda y los luchadores, que puede servir para nuclear a los diferentes sectores, como se demostró en las distintas luchas en que ha servido de espacio de coordinación. Es esta unidad la que tenemos que fortalecer, al tiempo que luchamos por una salida de fondo: la estatización bajo control obrero de Zanón y las fábricas ceramistas recuperadas.